EFE EME - Carlos Tena.- Un gacetillero chiquilicuatro, de esos que sueñan con llegar a ser el crítico musical más importante del momento, comenzaría a hablar de la existencia de un músico cubano cuando éste se hubiera abandonado definitivamente la isla. Para el panoli en cuestión, cuando un artista de esa nacionalidad pasea por la vida entre el aplauso general, pero no desea emigrar bajo ningún concepto, sencillamente se limita a ignorarle; mas si por cualquier razón (aunque la mayor parte tiene que ver con el dinero) un saxofonista, cantante o percusionista de la referida ínsula, decidiera quedarse en lo que se llama “el extranjero”, el capullín, de inmediato, recuperaría una neurona, pondría en marcha su escasa memoria, y se lanzaría a escribir una retahíla de loas sin cuento, para que, sólo entonces, se comenzara a hablar, en mayúsculas y en páginas con tipografía “a lo grande”, de “ese héroe que huye hacia la libertad”.


Pero si, a pesar de los pesares, ese artista superase las miles de barreras externas que aparecen a la hora de dar conciertos fuera de Cuba (colocadas sutilmente en forma de “burocracia” bestial por los consulados de los países que se disponga a visitar), entonces, el lelo de turno no tendría más remedio que, sin alharacas o elogios fáciles, citar al músico en cuestión, pero recordando al personal que el mentado instrumentista o cantante “aún vive en la Cuba de Castro”, frase con la que se intenta, en vano, que el lector o contertulio imaginen que en la mayor de las Antillas existe una sociedad que sufre en silencio el terror y la miseria. Por cierto, una forma bastante mema de insultar a los habitantes de la isla, porque un cubano o cubana no soportaría una dictadura sin decir ni mú. Menudos huevos tienen los “aseres” y “compays”. Y no digamos los ovarios de sus madres, abuelas, novias, esposas o hermanas.

Existen mamelucos de esa ralea entre los colegas que dicen gustar de la música, incluso entre los más respetados, y estoy seguro de que muchos de ellos me tienen a mí en su lista de fantoches, así que dejo aquí el más que probable cabreo macabeo de los susceptibles, para que cada cual lance su denuesto preferido en la dirección que le salga de los orígenes, pero el que firma, desde La Habana, sigue riendo conmiserativamente ante todos ellos y algunos de sus ídolos, se llamen Dover, Sanz, Sabina, Serrat, Escobar o Fito, a quienes sugiero que graben juntos, dirigidos por Luis Cobos, un himno como aquel de “We are the world”, encarnando a un Quincy Jones en pálido, para que millones de teledrogadictos se quiebren de emoción, como cuando Sardá pone cara de tristeza denunciando el último crimen pasional en la península ibérica.

Disculpen el extenso prólogo, pero en los momentos en los que tengo que destacar la inmensa obra del no menos gigantesco Chucho Valdés, pienso en los centenares de entrevistas que ha tenido que soportar el fundador de ese edificio sonoro llamado Irakere, en las que se le conminaba a justificar su estancia en Cuba, explicar su negativa en sesión continua a abandonarla, y decenas de preguntas del mismo tono, que a ningún otro artista se le dirigen, excepto cuando el periodista es un simple irresponsable. Pobre Valdés. Y luego hablan del Santo Job…


Hace tan sólo dos semanas, el quinteto cubano capitaneado por el teclista Jesús “Chucho” Valdés (Quivicán, Provincia Habana, 1941), hijo de Ramón “Bebo” Valdes (destacado pianista en la década de los 50) actuaba por toda la península italiana entre ovaciones y críticas entusiásticas. Es sin duda, el mismo repertorio que hemos aplaudido aquí en La Habana, a esta pequeña banda que deja boquiabiertos a quienes creen todavía que el jazz es un estilo para gentes aburridas, porque lo que sale del escenario tiene, además de los aromas clásicos, un componente inusual: los ritmos y formas sonoras características de la Perla del Caribe. Sobre la superficie, cuando suena la banda de Valdés, revolotean briznas de sones, guaguancós, mambos, guaracha o rumba, fruto de una inteligencia y sensibilidad únicas, desarrolladas a lo largo de 40 años de actividad profesional. De esta manera, a través de la combinación, mezcla e interrelación de lo clásico, el impresionismo, el rock y varias técnicas de composición, logran pasearse por la calle de la música bailable, la de concierto, la tradicional y la actual cubana, entre el delirio y meneo de miles de cuerpos que descubren hasta una pícara sensualidad, donde creían que era imposible imaginarse un himeneo rítmico de tal calibre.

Esta “summa artis” musical que acostumbra a entregar a la audiencia el gigante Chucho, es una exhibición artística de un nivel tan alto, como jamás se dio en la historia, no sólo del jazz más ortodoxo, sino en el Odeón del Jazz latino. Con el bajista Lázaro Rivero, poniendo una solidísima base rítmica, Valdés deja que sus colegas jueguen con la música como niños con canicas, sonriendo paternalmente ante las maniobras rítmicas del batería Juan Carlos Rojas, quien junto al percusionista Yaroldy Abreu se lanzan a breves solos de una rapidez diabólica, sin que ninguno de los dos cometa un fallo en el compás elegido. Y qué decir de la voz de Mayra Valdés, ya imprescindible en el show, cuya potentísima y dúctil voz la permite una serie de vibratos y tonos (debe dominar al menos tres escalas) como pocas intérpretes en el mundo.

Chucho y su familia musical son ya, a estas alturas, una leyenda del jazz ante quien se han rendido figuras como Herbie Hancock, Michel Legrand (¡qué concierto a cuatro manos en el Teatro Amadeo Roldán de La Habana¡), Michel Camilo, Chick Corea, Gonzalo Rubalcaba, Brandford y Winton Marsalis, Carlos Santana, Grover Washington Jr., Dizzy Gillespie, George Benson, Taj Mahal, Jack Dehonette, Ron Carter o Gato Barbieri. Chucho ha sido capaz de asombrarnos en toda la gama de estilos (a lo Duke Ellington, Art Tatum o Ernesto Lecuona), como un prestidigitador haciendo juegos malabares con las teclas del rey de los instrumentos.

En los heroicos tiempos de Irakere, crecieron y se gestaron personalidades que ya se han hecho su propio hueco en el complicado universo de la música. Excelentes músicos como el cantante Lázaro Morúa, saxofonista Paquito D’Rivera, el trompetista Arturo Sandoval (ambos en los EEUU), Carlos Averhoof y César López (saxos), el flautista José Luis Cortés, alias “El Tosco”, fundador y líder aún de NG La Banda, el batería Oscarito Valdés, el pianista Emilio Vega, y una larga lista de personalidades variopintas, pasaron por esa universidad del ritmo que llevaba el nombre de Irakere (vegetación, en lengua yoruba), con y sin los que Chucho he legado a la posteridad más de 54 discos, premiados, aclamados y muchos de ellos prohibidos en los EEUU.

En 1980, cuando el periodista José Luis Balbín me encargó un espacio para la 2ª Cadena de TVE, al que bauticé como Música, Maestro, tuve la fortuna de venirme a La Habana con todo el equipo técnico y de producción, para grabar “in situ” a varias de las estrellas de la isla. Y entre ellas no faltó Irakere, que con una generosidad sin límites, ofreció un concierto exclusivo en el cabaret Tropicana, para que pudiéramos filmarlo con nuestras cámaras. Ese documento único, de un valor excepcional, hoy no se encuentra en los archivos de la emisora pública. Al parecer, se ha perdido, aunque yo diría que más bien lo han extraviado de forma voluntaria. Las imágenes de la banda tocando son montuno o variaciones sobre Bach, impactaron tanto en el equipo que, cuando coincido con alguno de mis antiguos compañeros, lo recuerdan como “una de las grabaciones de las que están más orgullosos”.

Charlando hace unos meses con el genial pianista, recordábamos aquella tarde-noche en el histórico recinto. Chucho, cubierta la cabeza con una boina blanca y con dos pendientes colgando de su oreja izquierda, me decía: “Coño, asere, nos dijeron que había que grabar para Televisión Española, tan sólo 24 horas antes del concierto. ¡Qué nervios¡... No sabíamos dónde hacerlo, hasta que el administrador de Tropicana ofreció el local. Fue la salvación, pero es una lástima que TVE no haya guardado esa primicia, hermano. Siempre tuve curiosidad por saber cómo quedó”. Le respondí que las cosas en la RTVE son ya diferentes, que el democrático concepto de servicio público ha sido sustituido por “Ser Vicio”, a secas.

Un gacetillero que no fuera tan chisgarabís como al que aludo al comienzo de la sección, y que soñara de verdad con llegar a ser un crítico musical honesto, comenzaría a hablar de la existencia de músicos del “extranjero”, que llegan a Cuba para aprender de dónde sale la fuerza motriz de estas gentes que siguen haciendo música espléndida desde cualquier rincón habanero, santiaguero o cienfueguero.

El pianista norteamericano Bill Wolfer (que trabajó con Stevie Wonder, Michael Jackson, o Paul Mc Cartney), se vino a La Habana para empaparse de la energia contagiosa de músicos cubanos como Sixto Llorente “El Indio”, Manolito Simonet, “Pupy” Pedroso, o Giraldo Piloto, líder del grupo Klimax, junto a quienes ya ha registrado un más que curioso disco, titulado Directamente al mambo, y que reflexiona cuando se le pregunta sobre él mismo: “¿Qué quién soy yo? Todos los seres humanos nos planteamos esa misma cuestiuón en algún momento de nuestra vida. Yo me considero un buen músico, no un gran músico, ni un pianista importante; intento hacer lo mío de la mejor forma que puedo, ya que estoy convencido de que jamás llegaré a ser un Mozart o un Chucho Valdés. Los dos más grandes pianistas del universo”.

Estoy más que seguro de que Wolfgang Amadeus Mozart hubiera gozado de lo lindo, compartiendo teclado junto a Chucho. Y es que hay gente que nace cuando no debería hacerlo.

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