José Tadeo Tápanes Zerquera* - Publicado en Cubainformación revista verano 2008 .- Si el azul cielo es el color de la gloria, entonces hicieron bien en pintar la tumba de Benny Moré con ese color. A esta conclusión llego ahora después de acercarme a la figura de este santón de la música cubana, de este santo patrón de todo lo musical que emana de la mayor de las Antillas.

Bartolomé Maximiliano Moré Gutiérrez, nuestro Benny Moré, nació en Santa Isabel de las Lajas, un pequeño pueblo de la actual provincia de Cienfuegos, el 24 de agosto de 1919, por aquellos tiempos llamados “de las vacas gordas” por la bonanza económica que disfrutaba la Isla ante el alza de los precios del azúcar (entonces nuestra principal industria) debido a la catástrofe de la Primera Guerra Mundial.


Era el mayor de 18 hermanos. Nació en el seno de una familia campesina pobre, sin padre a su lado, y con la necesidad de ayudar a los suyos, por lo que no tuvo apenas oportunidad de llevar a término las enseñanzas básicas. Tampoco tuvo, como es de suponer, la oportunidad de encausar adecuadamente su vocación musical, la que demostró desde edades muy tempranas. Su infancia y primera juventud estuvo muy ligada al trabajo en el campo, junto a los suyos, ocupándose de la subsistencia de su madre y hermanos menores.

Aprendió a tocar la guitarra de oído, siendo un niño, y ya a los 16 años, en 1935, formó parte de su primera agrupación musical.
Un año más tarde decidió probar suerte en la Habana, pero al poco tiempo tuvo que regresar a su Lajas natal y emplearse como cortador de caña. Sin embargo, no abandonó su sueño de dedicarse a la música. En 1940 volvió a intentarlo, esta vez con mayor fortuna. Presentándose a concursos radiales fue dándose a conocer y de este modo consiguió formar parte de las primeras agrupaciones musicales.

En 1945, Benny Moré pasó a formar parte, del Trío Matamoros, y ese mismo año, ya como conjunto Matamoros, viajó con ellos a México, donde comenzó su meteórica carrera musical dándose a conocer como uno de los máximos exponentes de la música cubana de la época. Trabajó y grabó muchos de sus inmortales temas, con las orquestas de Mariano Mercerón o Dámaso Pérez Prado.

Regresó a La Habana en el año 1950, precedido ya de una fama muy notoria en países como México, Panamá, Colombia, Brasil, Puerto Rico y otros. Sin embargo, en su propio país era mucho menos conocido. A partir de entonces, y trabajando en orquestas como la de Bebo Valdés, grabó para la radio números como “Bonito y Sabroso”, con los cuales alcanzó la popularidad y la fama entre los suyos.

Su sobrenombre: “El bárbaro del ritmo”, se lo adjudicó Ibrahim Urbino, el presentador de uno de los programas radiales de la emisora RHC Cadena Azul. En los años siguientes (1951,1952) Benny trabajó en la orquesta de Ernesto Duarte, y tocó también con la orquesta cienfueguera Aragón, ayudándolos a introducirse en el panorama musical capitalino.

Sus escasos conocimientos musicales le habían frenado muchas veces a la hora de decidirse a fundar su propia orquesta.

Finalmente, terminó animándose a llevar a cabo tal proyecto, movido por algunos de sus amigos músicos, entre ellos Generoso Jiménez, (trombón) y Pedro Jústiz Peruchín, tecladista, encargado de la orquestación de muchos de sus números.

Benny quería una orquesta a la medida de sus pretensiones creativas. Por aquel entonces la música norteamericana de las grandes bandas de jazz, estaban de moda en el mundo, y la influencia de estos ritmos se veía a las claras en su manera de componer. De ahí que armara una orquesta de 40 músicos en la que la mezcla de los metales, tales como los trombones, trompetas y  saxofones aportaban a sus canciones una variedad sonora inédita hasta entonces en el Son Cubano. Su música, si bien no creó nada nuevo, sí revolucionó todo aquello que ya había de bueno en la música cubana.

La Banda Gigante de Benny Moré comenzó a sobresalir en el panorama musical cubano por los años 1954 y 1955. Su fama era rotunda, y su vida, muy movida, tocando a lo largo y ancho del país. Sin embargo, jamás dejó de ser el típico cubano, divertido, machista, mujeriego y bebedor. Se le veía en los bares compartiendo de tú a tú con la gente humilde y simple. Tal vez por ello, era tan querido por todos.

Entre los años 1956 y 1957 hizo una importante gira por países como Venezuela, Jamaica, Haití, Colombia, Panamá, México y los Estados Unidos. En este último país participó en la ceremonia de la entrega de los Oscar.

Al triunfo de la Revolución Benny Moré decidió permanecer en la Isla, a diferencia de muchos otros grandes músicos de reconocida fama internacional. En 1960, luego de un período de tiempo sin actuar, debido a sus dolencias hepáticas producidas por el exceso del alcohol, empezó a actuar en el cabaret “Night and Day”.

Luego de tres accidentes aéreos, decidió no subirse más a un avión, y por tanto, renunció a importantes giras y contratos que le ofrecieron tanto en Europa como en Latinoamérica. Su muerte se produjo el 19 de febrero de 1963 como consecuencia de la cirrosis hepática que padecía desde hacía ya algunos años.

Sin embargo, Benny Moré es uno de esos hombres que sigue viviendo de un modo misterioso al interior del alma de los cubanos y cubanas, y en el alma de la música misma.

Sus interpretaciones son inconfundibles e irrepetibles. No sólo por la singularidad de su voz, o por la versatilidad que siempre manifestó como cantante, sino, entre otras peculiaridades suyas, porque muchas veces improvisaba sobre el escenario los textos de las canciones, e incluso instaba a sus músicos a interpretar el son cubano como lo haría hoy un músico de jazz.

Por esta característica suya, muchos músicos no se atrevían a tocar con él, y sólo lo hacían aquellos que se consideraban a sí mismos verdaderos virtuosos en sus instrumentos respectivos. De ahí, que cada uno de sus conciertos fuera único, y de ahí que muchas de sus genialidades no fueran recogidas en grabación alguna.

Hoy en día, los músicos cubanos siguen teniendo su bastón y su sombrero como un trofeo o talismán para invocar su genio, para sentirse arropados por él encima del escenario. Su espíritu inconformista, perfeccionista y travieso, está hoy presente en la música que los cubanos seguimos haciendo, en su propensión creativa, en sus aciertos a la hora de fusionar ritmos, y en la voluntad de ajustar la música a las exigencias del público bailador.

Alguna vez escuché decir que todo artista cubano debía alguna vez en su vida visitar la tumba azul cielo de Benny Moré, la famosa tumba con su nombre alzado en un modesto pedestal, que se distingue desde lejos, en aquella humilde necrópolis de Santa Isabel de las Lajas, para pedir la bendición del genio de nuestra música.

Dicen también que en la peregrinación a su tumba no puede faltar una botella de ron, para rosear con la espirituosa bebida, el sitio en que reposan los restos del artista, y a poder ser una guitarra para armar la fiesta allí a su lado, para decirle con todo el corazón de Cuba y del mundo: “Benny Moré, qué bueno canta usted”.

* Poeta e historiador cubano, residente en el País Vasco

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