El  gladiador pinareño inauguró para Cuba la cuenta dorada en el medallero

Raiko MartínJuventud Rebelde.- Escribir con rabia no es recomendable. Pero en el justo momento que comienzo estas líneas he descubierto, gracias al gladiador Mijaín López, que una medalla de oro olímpica es el mejor antídoto para el mal humor.


Si una cuestionable decisión en el colchón de judo nos amargó parte de la noche, el despliegue de nuestro abanderado Mijaín, quien inauguró para Cuba la cuenta dorada en el medallero, hizo estallar la euforia.

Juntos, los de aquí y los millones que en la Isla madrugaron para presenciar la hazaña, contamos los segundos cuando el estelar ruso Khasan Baroev, monarca exponente en la máxima división de la lucha grecorromana, claudicaba ante la férrea defensa del cubano. A esta batalla ambos trajeron a cuestas una vasta historia que comenzó en Atenas 2004, donde el ruso se impuso en cuartos de final. Desde entonces, los dos se han repartido el protagonismo en los grandes torneos del presente ciclo olímpico.

Para llegar al último combate, Mijaín liquidó con autoridad a sus tres primeros oponentes, y solo el armenio Yuri Patrikeev pudo igualarle la puntuación en un período.

A un paso de la gloria, el pinareño sacó toda su maestría y volteó a su antojo a Baroev, quien ya se encontraba en desventaja por una penalización. Fue el presagio del afortunado desenlace.

Para evadir la derrota, el ruso necesitaba concretar en el segundo parcial la teórica ventaja con el cubano en la posición de cuatro puntos, pero no encontró las armas suficientes para hacer la diferencia.

«La clave fue la preparación física. No me cansé en ningún combate», reconoció Mijaín tras el triunfo.

En medio de la impotencia acabó el mito. Desde que el legendario tricampeón ruso Alexander Karelin —presente en la sala para apoyar a su compatriota— abandonó el trono de la división en los Juegos de Sydney, ninguno de sus sucesores ha podido conservarlo más allá de cuatro años. Comienza la era de Mijaín. ¿Será el primero?

Misión cumplida
Al recibir la bandera que defiende aquí la delegación cubana, Mijaín aseguró que venía por el oro. Cumplió su palabra.

«Me preparé muy duro en estos cuatro años. Psicológicamente me propuse borrar la derrota de Atenas, y a pesar de ser un combate muy fuerte, pude conseguir el triunfo que tanto esperaba el pueblo cubano», fueron sus primeras palabras tras recibir su medalla.

Con orgullo, nuestro primer campeón olímpico en estos Juegos —y primer latinoamericano— agradeció el apoyo y el cariño del pueblo, y dedicó especialmente su victoria a Fidel. «No pude regalársela el día de su cumpleaños, pero aquí está. También es para Raúl, que me entregó la bandera, y regreso con la medalla de oro», expresó con el rostro aún marcado por la emoción.

Después de esto, solo quedaba la celebración. En la Villa Olímpica le esperaban todos para felicitarlo y rendirle merecidos honores. Sobran los motivos para una fiesta que se multiplicará en Cuba, en su provincia, juntos a sus seres queridos que seguramente no se despegaron ni un instante del televisor.

«Con ellos festejaré esta victoria y mi cumpleaños el próximo día 20». El anuncio está hecho. Mijaín celebra en el trono.

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