R. A. Hernández - La Jiribilla.- Se puede devolver la luz al alma, la beldad perdida, la quietud del tiempo amén de tempestades. Se puede llevar vida, humanidad, en manos y pechos, con la dicha alentadora, practicando el don de los abrazos, gestando sonrisas, obrando con la utilidad de la virtud. Esto lo saben muy bien los creadores cubanos integrantes de siete Brigadas Artísticas que, conmocionadas tras el paso del huracán Gustav por el occidente de Cuba, se unieron para marchar hasta los más devastados lugares de la provincia de Pinar del Río y convertir los nuevos techos y paredes humanas interiores en inderrumbables fortalezas de esperanza.


Candelaria, San Cristóbal, Los Palacios, Consolación del Sur, Viñales, La Palma, Sanguily y muchos otros pueblitos, bateyes y comunidades fueron desmantelados de tristezas y cubiertos con el manto gratificante de la cultura más cubana, más identitaria, más nuestra.

El arte mejor de hacer y decir nos transformó a todos —también a los brigadistas—, en seres humanos "un tilín mejores".

La salida fue bien temprano, casi amaneciendo, para aprovechar la claridad e intentar la mayor cantidad de funciones posibles: tres, cuatro, cinco en el día, las que fueran necesarias. Era hermoso ver tanto talento reunirse por un bien común; allí estaban los actores más reconocidos de nuestros medios, los cantantes más populares, consagrados trovadores, también los nuevos, sin distinción, pintores, poetas, repentistas, actores de teatro, de circo, prestigiosos humoristas, en fin, todos sin guión previo ni montaje, con la más auténtica espontaneidad de entrega y la mayor humildad.

El camino comenzó a mostrar anticipadamente el rostro desolador de Gustav. Pero esta antesala no supo prepararnos lo suficiente para lo que veríamos. Como una onda expansiva abrazadora tocaban tierra los árboles y sus raíces, las palmas, el tendido eléctrico, las cercas, las casas… Pero la impactante impresión inicial se fue borrando poco a poco al ver los rostros de la gente, la sonrisa de los niños, los ojos vidriosos de los ancianos que, aún sin nada de que asirse, volvían a irradiar luz con el pequeño impulso que se les regalaba.

Cada historia en boca de testigos directos del paso del Ojo de Gustav provocaba sentimientos innombrables. La del bombero que refugió en el Cuartel a medio pueblo para resistir el embate de un viento que no creyó en las pipas de agua que soportaban las puertas; la del muchacho que avistó la pared oscura que se avecinaba tras la calma aparente que precede al Ojo y corrió a avisar a todos que lo peor estaba aún por llegar; hasta la fenomenal imaginación y picardía jaranera del cubano puesta de manifiesto en un bodeguero que soportó el temporal sin techo y dos días después, ante la visita del meteorólogo José Rubiera, le increpó sus predicciones: "Oiga Rubiera, Ud. se equivocó, Ud. nos dijo que en el Ojo del ciclón había calma y todo eso, pero por ese Ojo bajaron elefantes, leones, tigres..., el copón divino". A lo que Rubiera no pudo objetar, dando la razón al curioso observador.

Así es la gente de estos lugares, así recibió a sus más queridos artistas. Como si llegaran familiares desde lejos, hermanos que hace rato no ven. Y sacaron al aire los deseos inmensos de mostrarles cuánto les necesitan. Sin electricidad, sin audio, en tribunas improvisadas, en parques, escuelas, incluso en el medio de una calle que aún no se despojaba de árboles y escombros, allí se escuchó la voz y la guitarra, la risa, la magia, la controversia; un intercambio constante de miradas, una interacción insólita, como si se conocieran de toda la vida. Se sucedieron así los espectáculos más hermosos, los menos planificados pero bien fluidos, sin interrupciones, como si del mejor escenario se tratara.

En el poblado de La Palma, por recrear solo uno de los tantos ejemplos, los renombrados actores Alden Knight y Mario Aguirre no se pusieron de acuerdo previamente, solo comenzaron a conducir la velada, y sin proponérselo, lograron tal eficacia comunicativa y tal grado de compromiso con las personas reunidas allí que pareciera haberse ensayado mucho desde antes. Nunca se repitieron, complementaron textos de sobrecogedora sensibilidad como el texto de la canción «Qué suerte he tenido de nacer», de Alberto Cortés, que magistralmente declamó Mario Aguirre:

"Qué suerte, qué suerte he tenido de nacer
para estrechar la mano de un amigo
y poder asistir como testigo al milagro de cada amanecer.
Qué suerte he tenido de nacer para tener la opción
de la balanza sopesar la derrota

y la esperanza con la gloria y el miedo de caer..."

Así como los símbolos inconfundibles de una muralla que fundamos "juntando todas las manos, los negros sus manos negras, los blancos sus blancas manos...", donde Alden Knight convidaba a la gente tocando: "Tun Tun, ¿Quién es?", preguntaban a coro, "...es La Palma, es Sanguily, es Pinar del Río que renace", y como un grito ensordecedor, más alto aún que las columnas oscuras del Huracán, la voz de todos: "Abre la muralla".

Luego llegaron las pompas de jabón tras el cuento de Onelio Jorge Cardoso, contado por Ramona Roque del Grupo de Teatro para niños Okantomí. Había que ver los ojos de los pequeños atrapando las burbujas, "porque cada una de ellas, allí donde explota, representa otra historia que renace de las cenizas y del viento, historias que nunca más volverán a ser tristes".

Y los sonidos de un hacedor de música llamado Jorge Fiallo que rescata notas musicales de los más disimiles artefactos inventados. Así, se sucedieron melodías salidas de tubos de plástico, carretes de hilo… Eran los niños de La Palma, del Central Sanguily, quienes interpretaban las más disímiles armonías, asombrados de escucharse —también a ellos mismos— crear la belleza.

Los rostros embelesados tras los actos efectistas del mago Fernando junto a las carcajadas provocadas por los humoristas Telo y Otto Ortiz —inigualables en sus actuaciones—, prepararon el camino a uno de los momentos más esperados: aparecieron entonces los trovadores William Vivanco y David Torrens, a garganta viva, rasgando la guitarra para que se escucharan un poco más los acordes de «Cimarrón» y de «Quién me quiere a mí», coreadas casi íntegramente por todos. "Esta es una pequeña muestra, nada más, del convencimiento de que vamos a echar pa'lante todo el mundo juntos, pa'arriba...", instaba David a pleno sol y ya casi sin voz.

Luego llegó el popular cantante Alfredo Rodríguez, a quien en cada lugar recibían coreando su nombre. "No hemos venido solamente a dar, hemos venido sobre todo a recoger humanidad que es mucho más importante", afirmó Alfredo al público. Una señora ya anciana, que perdió su techo, lo tomó del brazo para llevarlo allí donde su "viejito" se curaba de una enfermedad en la pierna: "no pude ver el espectáculo", dijo, "pero al menos pude conocer a estos grandes artistas".

Y el final inmejorable, con la unión de los repentistas Onel Zamora, Juan Idilio y Tomasita quienes junto al legendario Septeto Habanero agruparon voces para llevar a todos a superar, si fuera posible, la alegría con el baile y la música del punto cubano, desde la raíz más autóctona de los campos nuestros hasta la sabrosura del son. No quedó espacio para el pesimismo, solo lazos indivisibles entre los creadores y su pueblo. "Existen manos gemelas...", recalcaban en sus décimas los poetas repentistas, y los compases en el tres de Felipe Ferrer, los cueros del bongó de Leorge Ernesto, la trompeta de Azcuy y las voces de Digno Pérez, Emilio Moré y Juan Antonio Justiz parecían continuar coreándose aún mucho después de terminado el espectáculo. Como un aura de sensaciones y ánimos reparadores, quedó flotando en cada pedazo de tierra pinareña el arte más versátil de las Brigadas.

Toda expectativa fue superada. Marchamos con el corazón erguido, consternados, pero felices. Ellos —los artistas— describirían después los rostros, las sonrisas, las expresiones, los aplausos, los gritos, las frases de aliento; dejaron un pedazo de su más profundo sentido humano en cada habitante sencillo de cada lugar donde una vez pisó el ciclón y ahora, gracias a sus virtudes, reencarna el optimismo.

Tal y como nos diría al anochecer, y ya casi a punto del regreso, un viejo obrero del Central Sanguily: "Todo esto nos alegró bastante a nosotros, hay artistas que nunca hemos visto, solo por la televisión, pero en vivo y en directo no, y nosotros al ver eso, nos sentimos orgullosos y felices, pues está el pueblo presente, a pesar de las circunstancias... Esto promueve los sentimientos de las personas, nos da alegría, son batallas de ideas muy profundas que tenemos que librar en lo más profundo del corazón de los cubanos; lo del cubano es pinchar y trabajar... pero también bailar y reír y rumbear porque si no, no se es cubano... Que no se pierda nunca la "maña" de venir a cada rato a darnos una vueltecita, un aliento... Aquí hay unos cuantos afectados, nos estamos apoyando los unos a los otros para no dejar caer esto, y defender los bienes del estado que son nuestros bienes, para no perderlos, para cuidarlos y cuidar la confianza que se está poniendo en nosotros... Ahora, con ustedes aquí, hemos aprendido y vamos a aprender a domesticar a todos los ciclones que vengan".

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