Cubainformación - Efer Arocha.- Una revolución para que pueda catalogarse como tal, es en primer lugar un cambio violento, consecuencia de la victoria cuajada mediante la crítica de las armas. Por esto, no pueden darse revoluciones pacíficas, término eufemístico en política que alude a la evolución o al reformismo. La segunda caracterización de este fenómeno, es que él produce una profunda transformación de la sociedad y del estado donde se lleva a efecto; exigencias que en Cuba se cumplieron plenamente.


Un tercer elemento de definición son las consecuencias del efecto revolucionario en el espacio y el tiempo, tanto en lo externo como en lo interno. En esto la revolución cubana tiene una característica sui géneris, sólo puede ser observada y analizada en el contexto de su realidad que resulta muy particular y excepcional en el campo externo; es decir, en lo internacional.
Todas las revoluciones que se sucedieron en el siglo pasado tienen una determinante, su carácter anticapitalista. Otros cambios fueron el resultado de golpes de estado, rebeliones o guerras internacionales, como es el caso de la Segunda Guerra Mundial, donde se instaló el socialismo de estado, en la parte oriental de Europa. Entonces la revolución cubana por sus rasgos anticapitalista, tuvo como su primer enemigo a una potencia militar mundial, como lo es Estados Unidos.
Ante esa desproporción de fuerzas cuyos resuellos de vecindad es una pesadilla día y noche para la isla rebelde, la existencia por sí misma de la revolución, es su primera gran victoria. En los momentos que antecedieron a la invasión de Bahía Cochinos, recuerdo una de las imágenes de los carteles y consignas en las manifestaciones de solidaridad de estudiantes de bachillerato en Colombia, que lo condensa todo, en la cual Cuba aparecía como una sardina en pleno océano enfrentada a un tiburón que tenía toda la intención de devorarla. Momento de incertidumbre porque a la luz del análisis militar, en el campo de la correlación de fuerzas no había una salida para que la minúscula fuerza revolucionaria pudiera salir victoriosa en el enfrentamiento. Manifestábamos más por simpatía con los rebeldes que atraían nuestra atención por su gruesa y larga barba, armonizada con la gorra y el uniforme verde oliva. Caras distintas nunca vistas y de una virilidad extasiante. Empezando por las de Fidel, el Che y Camilo, las que hacían enloquecer a nuestras compañeras de protesta, quienes para apaciguar sus emociones rompían vitrinas y gritaban cada vez más y más fuerte. Fue cuando se produjo lo inesperado. Los invasores fueron vencidos y apresados. Nuestro regocijo no tuvo límites en la alegría y en el recuerdo; desde entonces seríamos fidelistas porque sí y para siempre.
Recuerdo ahora otro de los grandes momentos de zozobra para Cuba: la crisis de los misiles. Los que simpatizamos con Cuba manifestábamos en delirio por las calles de Bogotá, ululando consignas insospechadas. Recuerdo una, por nuestra euforia y completo desconocimiento de la gravedad del problema: “¡Nikita, mariquita, lo que se da no se quita!”. La sobrevivencia de la revolución cubana, estuvo al borde de precipitar a la humanidad a una hecatombe nuclear. Para el bien de todos, Kennedy y Kruchev, lograron entenderse. El ruso tenía un humor político corrosivo; coronó como reina de la Unión Soviética a una descomunal marrana que había parido una cantidad de cerditos, en sorna contra el reinado mundial de occidente, y que decir de los pupitrazos con zapato en la ONU.


 Sin embargo, el mayor tropiezo, su prueba máxima estaría por llegar. Con el desplome del campo socialista Cuba quedó privada de toda posibilidad de supervivencia. La existencia de Cuba no valía una moneda de cobre, su derrumbamiento era apenas asunto de tiempo, esos eran los pensares y decires de sus enemigos y también de muchos amigos; y al igual que las veces anteriores tengo un recuerdo. En pleno desmoronamiento de la Unión Soviética, la Embajada de Cuba en París convocó a una acción solidaria con su gobierno y pueblo, a efectuarse en “La Maison de l’Amérique latine”. No obstante que el acto fue ampliamente difundido por los organizadores, y además de mi parte también invité por escrito y oralmente a mis amigos pintores, poetas, escritores y refugiados políticos de izquierda de líneas moderadas, duras y blandas; al llamado asistimos tres personas: el conferencista, el especialista en literatura y traducción Julián Garavito y el que escribe. El conferencista salió tan decepcionado que me rehusó un refrigerio que le ofrecí en un bar cercano. Con Julián nos acompañamos hasta el Metro y él me dijo: -La situación parece sombría. Yo le acoté: -Tan sombría que ni siquiera aquéllos que sin ser invitados venían en sigilo para cumplir con el trabajo de informar, no los vi por parte alguna.


Comenzó un periodo aciago para todos los que somos utopistas. Las reflexiones se sucedían una tras otra acerca del fracaso del socialismo soviético. Cerebralmente era el menos sorprendido puesto que ya lo visionaba desde la época del 70 como un suceso inevitable, análisis que está consignado en textos. Sin embargo, la utopía colectiva tiene un algo distinto, que es ajeno al análisis económico, político, ideológico y filosófico. Es lo irrazonado, lo intuitivo que pertenece al campo de los sentimientos, a lo impredecible como el amor y por ello, es presagio lúcido, visión del futuro.


Cuba hoy es ese presagio lúcido, capacidad de avizorar el tiempo más allá del horizonte. Necesidad imprescindible para la otra América; la excluida y sin memoria, vejada y amurallada por intereses foráneos, pero también a causa de la ineptitud, carencia de visión y lo que es peor, irresponsabilidad y ambición de todos los que han hecho del estado una fuente de su enriquecimiento personal durante dos siglos gobernando a esa parte del continente. Con excepción de los próceres independentistas y uno que otro gobernante honesto y conciente.


La revolución tiene otros asedios hacia su interior que la han asechado desde su primer día, los que ha capeado entre el acierto y desacierto. Como ocurre en esa colosal tarea de forjar una sociedad distinta, objetivo fundamental de la lucha del pueblo cubano. Esta meta, si nos guiáramos por el pensamiento racional y la interpretación de lo objetivo, nos concierne a todos, sin excluir al pueblo y el gobierno estadounidense. Lo anterior parece una inocencia y una estupidez. Pero esto es un espejismo para el pensar inmediato y no para el pensamiento estratégico. El movimiento de la sociedad a escala mundial acaba de demostrarnos con los acontecimientos que estamos viviendo, que los modelos hegemónicos entraron en crisis y tienden a derrumbarse inexorablemente tarde o temprano, a causa de ese unipolarismo que hoy carece de piso y de vigencia. Sin embargo, la causa principal del modelo hegemónico es su incapacidad para alcanzar la satisfacción de lo elemental. Hasta ahora ningún sistema social ha podido erradicar los lastres que corroen a la humanidad, que sobra señalarlos porque son de todos conocidos.


La búsqueda de nuevas formas de organización social que correspondan con la realidad actual, se ha convertido en una necesidad principal, puesto que el modelo de sociedad de mercado nos está mostrando sus límites, bondades e insuficiencias. En esto, toda América Latina tiene las mejores condiciones, inclusive, se construye por su propia inercia. Pero es necesario que ella tenga vocación de poder protagónico, que aspire a la presencia que decide en el espacio internacional, aprovechando esta ocasión única y también feliz. Unas pocas medidas nos bastarían para dejar de ser lo que somos, para ser otros. La primera sería la de crear un mercado interno que abarcara desde el Río Grande hasta la Tierra del Fuego, una moneda única, abolición de fronteras y el resto vendría por añadidura.


Veinte años y no tendríamos nada que envidiar a Europa o a nadie, puesto que seríamos una potencia. La razón es simple, de mantenerse el intercambio de mercancías en el mercado mundial y su relación con el índice de crecimiento de la producción de Estados Unidos y Europa, el cuadro de producción sería el siguiente: Estados Unidos pasaría de un 28% actualmente, no obstante del intercambio de mil millones de dólares por día entre Europa y los Estados Unidos, a un 14% en 10 años; y a un 8% en 20. Europa descendería a un 12%, mientras economías emergentes como la de China e India estarían entre el 23 y 29%. De cumplirse los cálculos, Estados Unidos perdería toda significación internacional y su papel estaría limitado a su mera existencia. Europa sería un espacio en resistencia económica.


De ahí que la dirigencia actual cubana, encabezada por Raúl Castro, está obligada a acertar en todas las medidas que decidirán el rumbo interno de este proceso único en la historia moderna de América de sur a norte, que como es obvio nadie tiene la autoridad ni está en condiciones de saber cuáles son las más indicadas. Sólo la capacidad de percepción de los dirigentes y el pueblo puede hacer diana. De una cosa sí estoy seguro, que la ex-Unión Soviética desarrolló tan alto los poderes y dominio del estado. Instrumento capaz de conquistar y vencer en el cosmos, pero se olvidó de los anhelos simples y la necesidad elemental del soviético común; como ésa de limpiarse los esfínteres con papel higiénico y no con Pravda en su reemplazo, después de leer verdaderas o falsas noticias. Otra de las cosas que también puedo afirmar, es que el goce del individuo es un ingrediente consolidador de la ideología y de lo político, por los efectos que brinda la abundancia de los bienes materiales en el seno de la sociedad que tiene libertad de escogencia en la variedad de productos o cosas. Es lo que va más allá de la satisfacción de lo elemental. Y en un acto de soñar en una sociedad distinta, ¡qué grito sería para el mundo que Cuba fuera la primera nación en la historia económica, que incluyera la vivienda como una propiedad personal! La que es ajena a la intromisión de cualquier otro tipo de propiedad.


En el plano de lo humano Cuba ha sido un país de una solidaridad desbordante. Siendo una nación con una superficie pequeña y una población poco significativa, su gesto resulta gigantesco. Ella es también el horizonte de la dignidad latinoamericana, porque no ha sido genuflexa ante sus enemigos y desconoce el hincarse ante la adversidad. Para ella la tormenta en el campo externo amaina. Esto le permite navegar cada día por aguas más serenas que auguran una posible existencia indefinida en el tiempo; y en el espacio de la memoria el de ser una palanca que hace crujir lo imperecedero donde los anhelados soñares puedan convertirse en un futuro no lejano, en realidad cristalina, azul y verde, como el mar que baña sus costas.

 

 

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