Hiram Hernández - Revista Temas.- La Revolución triunfante el Primero de enero de 1959 tuvo entre sus rasgos más significativos el rostro juvenil de su vanguardia política. Las imágenes de archivo nos devuelven la caravana que, asediada por la euforia popular, irrumpe en la capital. Así, tanto para los cubanos que pueden recordar hasta los olores de aquel evento como para aquellos que lo vieron por primera vez en el blanco y negro de un televisor ruso, se trata siempre del reencuentro con el joven semblante que cumple medio siglo.


Con todo, la Revolución cubana no se identifica solo con aquel gran acontecimiento, sino con su continuidad en el tiempo, su presente y su proyección en el futuro. En virtud de esa visión, los jóvenes actuales emergen como un sujeto ineludible. De ahí que nos resulte familiar el discurso que resalta sus valores, dice confiar en sus capacidades y deposita esperanza y optimismo en su voluntad de perfeccionar el proceso. Sin embargo, no menos conocido es el sentido opuesto, donde los jóvenes actuales, supuestamente carentes de valores morales, cultura política y compromiso, son presentados como desmotivados, frívolos y deseosos de emigrar. Puesto que resulta atinado desconfiar de nociones que tributen a la simplicidad, se impone la constante indagación; aunque, en este caso, la modestia del recurso invertido solo aspire a verificar que los fenómenos sociales son siempre complejos y, dentro de los procesos revolucionarios, especialmente contradictorios.
Temas no solicitó un simposio de expertos, ni un pliego sobre la autoconciencia generacional, ni mucho menos una muestra representativa; faltarían aquí, entre otros, aquellos jóvenes para los cuales estas preguntas carecen de sentido, los que no radican en Cuba y los que sus funciones y responsabilidades los despojan del tiempo para estos menesteres. De lo que se trata es, por tanto, de relacionar un conjunto de voces sustentadas en vivencias semejantes, como es propio de hombres y mujeres que acceden a la vida en fechas aproximadas, pero que se reconocen en percepciones, problemáticas y sensibilidades distinguidas por sus sectores, disímiles en su individualidad, y acopladas por la pluralidad juvenil de sus opiniones.

Hiram Hernández Castro: Se cumplen cincuenta años de aquel Primero de enero de 1959, fecha parteaguas de la historia reciente. Como cualquier joven cubano, el proceso revolucionario ha marcado tu historia y formación personal. ¿Qué es para ti la Revolución?

Diosnara Ortega González: La Revolución no tiene una definición lineal, capaz de encerrarse en una o dos palabras. Muchas veces mis ideas y sentidos al respecto aparecen en permanente conflicto. Cuando responden esa pregunta, las personas suelen enumerar todo aquello que esta nos ha dado. En ese sentido, puedo decir que me dio lo mismo que a todos los jóvenes de mi generación, entre otras tantas: vacunas, maestros, alimentación, profesión, empleo, etc. Sin embargo, enumerar en una lista de lo que «la Revolución nos dio», puede cosificarla y separarla de los hombres y mujeres que para mí son la Revolución.
Sin negar lo anterior, prefiero decir que ella me ha permitido conocer, desde la vivencia, a veces inconscientemente, la lucha de intereses, las contradicciones políticas y las políticas contradictorias, los retrocesos y los saltos transformadores que solo un proceso revolucionario puede generar en los seres humanos. La Revolución no debe ser definida como algo sagrado o regido por leyes divinas, sino por las sensibles, vulnerables e imperfectas acciones de los hombres y mujeres que la constituyen.

Ernesto Pérez: Cuando pienso en qué es la Revolución cubana recuerdo esta frase: «el mar inmenso». Así la veo, con toda la pasión, la belleza y el misterio que tiene ese verso. Aunque también con todas las contradicciones y el desgarramiento que puede significar ese mar para una pequeña nave a la deriva. En lo personal, la Revolución es el espacio donde se tejen mis esperanzas y también mis temores. Bajo sus signos y su impronta he aprendido a caminar, a amar y a sufrir las injusticias que se cometen, incluso dentro de sí misma. Es ver un paisaje desde una altura donde el cielo no es tan alto ni el horizonte tan distante, pero donde no se puede dar un paso en falso porque se está al borde de un abismo.
La Revolución debe ser la casa donde todos quepamos, y me refiero no solo a los cubanos y cubanas, sino al mundo entero. La Revolución debe ir más allá de sus fronteras geográficas y reconocerse parte de una utopía global. Ella es una conjunción de hechos reales y concretos, pero también es un sueño. Si despertamos un día de ese sueño, temo que la realidad será más terrible de lo que es hoy.

Meysis Carmenati: Nacer en un país en revolución es vivir en una sociedad compleja y contradictoria, donde todo se debe reconstituir en busca de perfeccionamiento. Como proyecto, la Revolución cubana ha marcado mi concepción del mundo, sobre todo, en lo referente a distinguir lo verdaderamente revolucionario de lo que no lo es.
Revolución es el derecho a sentirse dueño del entorno y con capacidad para decidir sobre lo que nos pertenece. Es la valentía de enfrentar lo obcecado. Es auténtica rendición de cuentas. Es expansión de las potencialidades de la individualidad, crecimiento personal en la relación productiva con los otros y el mundo. Es la autonomía para ser y la libertad para conocer. La Revolución deja de ser cuando los medios subestiman las audiencias y reemplazan la realidad por una ficción. Deja de ser cuando no reconoce sus errores e imperfecciones con la misma disposición que se lanza a difundir sus victorias. No es burocracia, no es esquematismo, no es abuso de poder, sino debate, diálogo y convocatoria. Es la transformación necesaria y la mirada que distingue lo participativo de lo conducido. Revolución es pensamiento crítico, respeto a la diferencia, cuestionamiento, pluralidad y polémica. Es la efervescencia de lo fundacional y la sospecha ante todo «lo hecho», es resistencia, pero en constante superación de sí misma.

Nelson Luis Fernández: Nací dentro de la Revolución y todo lo que tengo se lo debo a este proceso. Haber nacido con ella para mí es un orgullo, significa tranquilidad, trabajo, profesión, seguridad y justicia. La Revolución me ha enseñado lo que es justo, porque ella es, sobre todas las cosas, un sistema social más humano. La Revolución cubana, como todo lo que hace el hombre, tiene defectos, pero es más grande que ellos.

Yoaris Borges Alarcón: Para mí la Revolución es sacrificio, firmeza y libertad. Es cumplir con las tareas que se me asignen. Es estar preparada y en el lugar donde la patria necesite de mis esfuerzos.
Nuestro Comandante definió la Revolución de manera muy exacta y con ese concepto yo me identifico plenamente. Creo que la Revolución cubana es, como dice Fidel, «emanciparnos por nosotros mismos y con nuestros propios esfuerzos; es desafiar poderosas fuerzas dominantes dentro y fuera del ámbito social y nacional».
Como joven, yo me siento muy feliz por vivir en una sociedad que me permite disfrutar plenamente de mi juventud y tener la libertad de expresarme y lograr ser la joven que elegí ser.

Fernando Luis Rojas: No se puede desconocer ni la acumulación histórica y cultural que moldeó a los hombres de la Generación del Centenario, ni lo que ellos nos han legado a los más jóvenes. Mas la Revolución cubana no es solo su triunfo, sino su construcción. El proceso revolucionario no puede mirarse como una foto, como a veces ocurre cuando se habla de la vanguardia que «hizo» la Revolución. Está en los grandes cambios ocurridos en Cuba desde la segunda mitad del siglo XX hasta hoy. Esas transformaciones son el lenguaje de la Revolución, y ese lenguaje podrá conservarse en la medida en que se cuide su relación con las aspiraciones del pueblo.
La Revolución ha calado en la conciencia de las personas porque se le reconoce en la solución de los problemas, en la posibilidad de una vida digna y en las oportunidades de realización personal. Por eso, en tiempos duros, tenemos una gran responsabilidad para que no se le pierda confianza y respeto. Si bien en tiempos de revolución en el poder pueden tomarse medidas y tener actitudes que no son necesariamente revolucionarias, no debemos enfocar nuestros problemas como consustanciales al proyecto revolucionario cubano.

Vilma García Quintana: Provengo de una familia muy pobre. Mi bisabuela tuvo que repartir a sus hijos para que fueran criados por otras personas, porque ella no tenía los recursos para alimentarlos. Somos una de esas familias a las cuales la Revolución les dio la oportunidad de avanzar, de estudiar, de tener salud y llegar a tener una vida sin grandes lujos, pero digna en lo esencial. Mi madre, con casi cuarenta años de edad, logró graduarse de licenciada en Educación Primaria y ha sido por muchos años una trabajadora vanguardia. Es por eso que cuando pienso en lo que es la Revolución, a pesar de los errores y los problemas que tenemos, me siento, sobre todo, muy agradecida.

Kirenia Criado Pérez: El proceso revolucionario cubano es la base y formación de nuestra generación. Desde mis experiencias personales y desde mi fe se conforma lo que entiendo al respecto. La Revolución tiene que ser entendida como un cambio radical del orden de las cosas, que afecta todos los ámbitos de las relaciones sociales (económicas, políticas, religiosas…). Aunque generalmente se habla más de los grandes cambios, debemos verla en los espacios más íntimos y personales. La Revolución es un cambio total de mentalidad y de conducta y esto está muy bien expresado en el concepto bíblico de «metanoia», que puede traducirse como «conversión».
Lo que define a una revolución es que no se cierra, porque nunca es total, es un proceso de todos los días y dejaría de ser cuando deje de hacerse.

Inti Santana: La Revolución cubana significó niveles inéditos de independencia nacional, de proliferación cultural y de programas sociales para favorecer, sobre todo, a los sectores más desprotegidos. Con su desarrollo, hasta la difícil década de los 90, se potenció un ser humano más noble, solidario y comprometido con su sociedad. De hecho, una formación cultural en esos valores nos permitió resistir la crisis de esos años.
No obstante, a pesar de su grandeza, la Revolución de 1959 es solo un peldaño en nuestra historia de lucha por la liberación. En realidad, no hemos llegado a ninguna meta, sino que es un paso para acceder a niveles más altos de justicia social, libertad ciudadana y participación democrática. La Revolución debe definirse como un proceso complejo donde la obtención y defensa de una determinada conquista no puede significar un pretexto para detenerse, sino una forma de allanar el camino hacia la emancipación humana.

Hiram Hernández Castro: Además del criterio cronológico, a los jóvenes los relaciona un conjunto de experiencias históricas y vivencias comunes que modelan su conciencia generacional. Se dice que los jóvenes actuales carecen de los valores de disciplina, abnegación, estoicismo y sacrificio personal que caracterizó a los de los 60 y los 70. ¿Es así? ¿En qué medida crees que la juventud cubana actual se distingue de las generaciones precedentes por su actitud, valoración y definición propia de la Revolución? ¿Qué significa para ti ser joven revolucionario(a) hoy?

Diosnara Ortega González: Cuando reflexiono en torno a este conflicto intergeneracional y sus consecuencias para la Revolución, o cuando pienso sobre mi rol como joven revolucionaria, recuerdo unos versos de Bertolt Brecht: «los esfuerzos de la montaña quedan tras nosotros, ante nosotros están los esfuerzos del llano». Si los jóvenes actuales no se sienten identificados con algunas de sus organizaciones, no significa, necesariamente, que sus valores hayan degenerado hacia menos disciplina, conciencia y compromiso con el proyecto socialista. Expresa que somos diferentes y respondemos a las necesidades propias de otro momento histórico.
Los hombres y mujeres que participaron en las primeras etapas de la Revolución formaron las organizaciones que hasta hoy nos incluyen. Estas respondían a una mayoritaria conciencia sobre qué proyecto no construir, y después, poco a poco, sobre cuál construir. La unidad entre las diferencias era la expresión necesaria de aquella incipiente Revolución, que no es la misma que hoy construimos; decir lo contrario sería negar las distintas realidades históricas e ignorar la experiencia acumulada y la madurez del proceso. Las expectativas, proyectos y el conjunto de las acciones sociales no pueden permanecer como invariantes. Sin embargo, es necesario que los jóvenes conozcamos la memoria histórica, ella es un arma fundamental en toda revolución, pero hay que enseñarla de forma viva, no momificada o como leyenda de dioses, como a veces se presenta en los libros de textos. Esta es una de las razones por la cual los jóvenes rechazan «la muela histórica». Necesitamos que se nos enseñe la historia de hombres y mujeres reales.
La apatía y el escepticismo de muchos jóvenes es el resultado de un proceso que no ha sabido rejuvenecer sus organizaciones para responder a sus necesidades y expectativas. Los jóvenes no queremos que nos dejen jugar a hacer la Revolución: queremos hacer revolución. No se trata de un poder en manos de una u otra generación, sino de complementar ese poder para hacerlo más justo, más representativo.
Mi concepto de rebeldía no es el mismo que el de la Generación del Centenario. Mi objetivo no es derribar el poder de una minoría, sino emancipar las mayorías con el poder de las mayorías. Intento, por tanto, ser menos conforme, más crítica y más solidaria. Esos son mis valores contra el individualismo, la apatía y la dominación. En todo caso, no somos tan distintos a los jóvenes de ayer, sino que vivimos diferentes momentos históricos.

Ernesto Pérez: No se debe hablar de «la juventud», porque no creo que los jóvenes de una determinada época, en pleno, se hayan comportado de la misma manera o compartido los mismos valores. Por otra parte, la abnegación, el estoicismo y el sacrificio no son constantes en la vida de ningún ser humano. Los que luchan toda la vida no lo hacen, o no deberían hacerlo, sobre la base de una propensión a la inmolación, sino porque, ante la responsabilidad y el sentido del deber, no queda otro camino.
Con todo, la disciplina es algo que a veces es necesario subvertir. Si no fuera por la indisciplina, no habría revoluciones. El llamado a la disciplina, dentro de las filas revolucionarias, tiene que estar compensado por una indisciplina urgida por las necesidades de cambio. La juventud revolucionaria está llamada a remover todas las estructuras rígidas, y para ello debe crear espacios de polémica e insertarse en el debate de los temas que afectan a la sociedad en su conjunto.

Meysis Carmenati: No creo que exista en los jóvenes de hoy una carencia de valores, sino distintos valores y proyectos en conflicto. Cuando nacimos, ya en Cuba no prevalecía la cultura del debate, ni la efervescencia propias de los primeros años de la Revolución. En todo caso, éramos un poco «rusos», porque nuestra primera infancia fue la de las «vacas gordas»; pero también porque asimilamos estructuras de dirección y pensamiento del «socialismo real», un proyecto de sociedad que, como ya sabemos, no conduce ni al socialismo ni a la forma de vida que los jóvenes —ni los menos jóvenes— revolucionarios desean.
Por supuesto, la juventud actual se diferencia de las generaciones precedentes, lo cual no quiere decir que no posea valores atinentes con la Revolución. Lo importante sería identificar cuál es el concepto que los jóvenes actuales tienen de lo que significa ser revolucionario, y después darle presencia y validez a esa concepción. Hay quienes piensan, por ejemplo, que los jóvenes son inconformes o exigen demasiado, sin tener en cuenta que el revolucionario es aquel que siempre cree que se pueden hacer mejor las cosas. Por otro lado, el escepticismo y la apatía son algunos de los perjuicios presentes en la juventud cubana, aunque no son ellos los únicos que los padecen.
Ser un joven revolucionario es ejercer el criterio, y además sentirlo como un derecho. Es no tener miedo a ser diferente, porque en la diferencia es donde reside la igualdad que no se ha desvirtuado en uniformidad. El verdadero revolucionario es el que defiende sus convicciones, y rechaza las comodidades del oportunismo.
Me gustaría que mi generación tuviera más confianza en lo que puede hacer para cambiar lo que no le agrada, y quisiera que lo hiciera de manera revolucionaria. Precisamente por eso, creo que lo más importante es que sienta que su interpretación del momento histórico es legítima y tenida en cuenta. A los jóvenes hay que demostrarles que sí existe un futuro, y que ellos son parte de él, o sea, que tienen el derecho y el poder de decidir sobre el presente y el futuro de la Revolución.

Nelson Luis Fernández: Si bien no en todos los jóvenes, en una parte importante de la generación hay una tendencia, sobredimensionada, al consumo. Es por eso que la lucha por mantener los principios revolucionarios es más difícil en estos tiempos. Los jóvenes actuales, a diferencia de los de las primeras décadas, vivimos dentro de un sistema de doble moneda, que afecta nuestra vida cotidiana. La mayoría de las tiendas es en divisas y en las que se puede comprar en moneda nacional tienen un precio equiparado al peso convertible, lo que hace más atractivo trabajar solo en aquellos lugares donde es posible adquirir ese recurso monetario. De esa manera, las diferencias económicas, entre los que tienen divisas y los que no, afectan los valores y los principios revolucionarios. Las personas se muestran más egoístas, solo les interesan sus problemas personales y ganar más. Los jóvenes rechazan trabajar en sectores claves como la agricultura, la educación y las fábricas que no tengan este tipo de estímulo.
Entonces las diferencias no son entre los jóvenes de una u otra época, sino las desigualdades económicas entre nosotros, hoy. Para disminuir los efectos de esas diferencias hay que defender los valores éticos de la Revolución, donde es esencial la influencia del núcleo familiar. Hay que trabajar para que la familia encamine a los jóvenes para que sean responsables y útiles a su sociedad.
Es muy importante el amor al trabajo. En mi empresa se producen desde muebles hasta cubiertos, y la mayoría de los trabajadores somos jóvenes que pasamos por un proceso de selección antes de estar en la plantilla. Nuestra actitud ante el trabajo está basada en la disciplina, el respeto hacia los compañeros y, aunque hay excepciones, lo que prima es la eficiencia. Es necesario reconocer la buena atención que tenemos en la empresa, con transporte para todos los trabajadores, equipos técnicos en buen estado y estímulos para los destacados. Para mí, ser un joven revolucionario es cuidar y mantener lo que tenemos, dar un paso al frente en todo momento, y enfrentar lo mal hecho cueste lo que cueste.

Yoaris Borges Alarcón: Cada generación tiene su momento histórico y asume valores consecuentes con el tiempo que le tocó vivir. Aquellos jóvenes que iniciaron la Revolución desarrollaron su lucha ante otros desafíos, por eso tenían una concepción diferente a la que tenemos hoy. Ellos tuvieron que luchar para hacer la Revolución, nosotros ya la tenemos. La hemos heredado y, con ella, el sentido de sus valores. La diferencia está en que nosotros no tenemos que luchar con las armas en la Sierra Maestra; hoy se trata de dar el paso al frente en sectores socialmente importantes para que la Revolución salga adelante y cumpla su cometido. Lo que se nos pide hoy es que seamos maestros, enfermeros, combatientes y profesionales. A todas las generaciones de revolucionarios cubanos nos une ese sentido del deber.
Sin embargo, no todos los jóvenes pensamos ni nos comportamos de la misma manera; sobre todo, porque no todos tenemos la misma formación política e ideológica. Reconozco que, como cadete, mi preparación política puede ser diferente a la de otros jóvenes, y eso hace que mi grado de disposición, del sentido del deber y de comprensión de una determinada realidad pueda ser diferente a la de otras personas, pero creo que la mayoría de los jóvenes cubanos apoya y defiende la Revolución.
Por otra parte, es cierto que los jóvenes de hoy se sienten muy atraídos por las cosas materiales y asumen estilos de vida consumistas y fútiles. Constituye una necesidad del proyecto revolucionario infundir en ellos la sensibilidad para apreciar el valor del cine, la literatura y el teatro, junto a otras formas de diversión que al mismo tiempo incidan en su desarrollo cultural. No obstante, lo más significativo es que esos mismos jóvenes, que parecen seguir una vida trivial, serían capaces de estar presente cuando se les necesita. Ellos no están al margen, sino que son parte de la Revolución.

Fernando Luis Rojas: Somos diferentes a ellos, como también diferimos entre nosotros. Si algo marca a la Cuba actual es su diversidad. Somos el resultado de nuestras condiciones, como también los fueron nuestros padres de las suyas. Por supuesto, influye la lejanía de ese Primero de enero, de esos años en que la sociedad tenía que estar movilizada porque las agresiones eran menos sutiles que hoy, eso marca el carácter de las personas.
Por supuesto, si bien la apatía ante la participación política, la anomia social y el consumismo no se expresan en nuestro país al nivel de otras naciones, no es menos cierto que en nuestro proyecto de sociedad estos fenómenos adquieren mayor trascendencia. No obstante, hay muchos jóvenes que apostamos por seguir aquí y echar adelante el proyecto revolucionario.
La Revolución es mi espacio de acción y a la vez mi orientación en la acción. Ser un joven revolucionario implica activismo. Nuestro proyecto —el realmente liberador y dignificador— no está orientado por dogmas, sino por principios. Considero que ser revolucionario en la actualidad pasa por identificarse con la conservación del lugar central que ocupa el ser humano en nuestra sociedad, la articulación de los intereses individuales con la colectividad, la posibilidad de actuar con independencia y tener preparación para ello.

Vilma García Quintana: Cuando yo estudié en el Preuniversitario, era la única que vivía alejada del centro de la ciudad, y quizás tenía menos recursos económicos que mis compañeros; sin embargo, nunca sentí rechazo o diferencia en el trato; todo lo contrario, eran mis amigos y la pasábamos muy bien. Quizás aquellas diferencias hoy habrían sido valoradas de forma muy distinta. La valoración del consumo se está haciendo cada vez más fuerte, y los valores defendidos por la generación de mis padres ahora escasean.
Es cierto que nuestro país está bloqueado por los Estados Unidos, pero también hay bloqueo interno, de unos con otros. No nos podemos escudar en que somos un país pobre para hacer o permitir que las cosas se hagan mal. Un joven revolucionario debe amar a la patria y conocer su historia, ser honesto, sencillo y solidario, no en el sentido de dar lo que nos sobra, sino compartir lo que tenemos.

Kirenia Criado Pérez: No fue más difícil la realidad de los 60 y los 70 que la que hoy vivimos. Decir lo contrario sería idealizar un determinado momento histórico. Sin embargo, no podemos negar los problemas en los espacios e instituciones que representan a la juventud cubana actual, ni desconocer cierto cansancio histórico o negar la crisis de valores. Nuestra valoración de la Revolución se nutre de su memoria histórica, pero eso no es suficiente. Es necesario juzgarla en la realidad cotidiana. En ese sentido, se precisa crear —como dicen los zapatistas— «aquel mundo donde quepan otros mundos», es decir, urge que el inmenso sentido de la Revolución esté en la revolución cotidiana de cada cual.
El sentirme revolucionaria pasa por sentirme antimperialista, y esto es así por mi voluntad y la de Dios. Ser revolucionaria, desde mi fe, me obliga a anunciar la buena noticia del Evangelio; a saber los cambios, los caminos y las oportunidades; y a denunciar la mala noticia de los esquematismos, el oportunismo, el egoísmo. Debemos socializar los sueños, y la responsabilidad es de todos.

Inti Santana: El problema se expresa a nivel internacional; en ello influye el desmoronamiento del bloque socialista y el sentimiento de fracaso de las utopías que sobrevino. Por otro lado, el capitalismo hoy es más sofisticado, el mundo de las vitrinas alcanza un indiscutido dominio. Es difícil para un joven, incluso en Cuba, escapar a los modelos consumistas y tener la convicción de que vale la pena luchar por un ideal. El joven cubano de los 60 sentía en los cambios de su sociedad un cúmulo de argumentos para sentir un «fervor revolucionario», frase que hoy suena a cliché, porque la propaganda política es torpe, despegada de la realidad, saturante y sin swing.
Me siento parte de un grupo de jóvenes que ve la necesidad de pensar y sentir la Revolución cubana desde una actitud que cuestiona los esquemas y las frases hechas. Sentimos que el cambio debe nacer de un debate entre todos los sectores sociales y en función de una sociedad donde se revalore el sentido del trabajo; pero no solo porque se distribuye con justicia, sino porque los trabajadores deciden sobre la producción y distribución de los recursos, para lo cual necesitan estar bien informados.  

 

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