Carlos J. Rosario Grasso - La Jiribilla.- Recientemente, la publicación en La Jiribilla de tres artículos sobre el autonomismo, con motivo de la presentación del libro El autonomismo en las horas cruciales de la nación cubana, de Elier Ramírez Cañedo y Carlos J. Rosario Grasso, presentado por el Dr. Rolando Rodríguez, despertaron la furia de Rafael Rojas que, sin haberse leído el libro, arremetió contra él desde una columna de opinión en El Nuevo Herald, en un escrito titulado Las mañas del oficialismo, en el que incorpora el libro a una corriente que él define como “historia oficialista” cubana, de la según dice, entre otras diatribas, Rolando Rodríguez es la principal figura.


Asegura también Rojas, y este ha sido uno de los postulados recurrentes de la “historiografía crítica” en los últimos tiempos, que “esa manera de pensar el pasado, escindiéndolo obsesivamente en sujetos nacionales y antinacionales, es propia de la ideología totalitaria y no de una concepción democrática de la cultura”, refiriéndose a una de las polémicas más enconadas de los últimos tiempos, sobre el carácter nacional o no del autonomismo.

¿Pero es acaso cierto que esta polémica haya sido obra de la “historiografía oficialista”, como afirma Rojas?

En una época tan temprana para el estudio del autonomismo como 1896, Rafael María Merchán en su obra: Cuba, justificación de sus guerras de independencia, había planteado que los autonomistas habían tenido su razón de ser, su justificación patriótica y cumplido todos sus deberes, menos el de saber morir, refiriéndose al momento en que se reinicia la lucha independentista en 1895.[1]

La obra del autonomista Raimundo Cabrera, Los partidos coloniales[2]  hace una separación del estudio del Partido Autonomista en dos grandes momentos, uno anterior a la Guerra del 95, en el que lo considera favorecedor del desarrollo de la conciencia nacional, frente a un período erróneo y retardatario de esta, desde 1895 hasta su desaparición.

De esta misma manera analizarían el decurso del autonomismo varios autores de la época republicana, entre los que destacan Mario Guiral Moreno con su trabajo “La obra del Partido Liberal autonomista durante los años de 1878 y 1898”, en: Curso de introducción a la Historia de Cuba, editado por Emilio Roig de Leuchesering en 1938[3]; Raimundo Menocal con, “Las orientaciones del Partido Liberal Autonomista”, en: Origen y desarrollo del pensamiento cubano [4]; la obra de Emilio Roig de Leuchesering: 1895 y 1898. Dos guerras cubanas. Ensayo de revalorización[5], y Enrique Gay-Calbó con “El autonomista y otros partidos” en: Historia de la Nación Cubana, publicada bajo la dirección de Ramiro Guerra en 1952.[6] La obra de Antonio Sánchez de Bustamante y Montoro, La ideología autonomista[7], encaró el estudio de esta actitud del autonomismo desde sus presupuestos filosóficos.

Como se aprecia hay una amplia gama de obras en las que se “escinde” el estudio sobre el autonomismo, todas anteriores a la producción que Rojas considera “oficialista” posterior a 1959. ¿O acaso se atrevería Rojas a etiquetar de “oficialistas” a Antonio Sánchez de Bustamante y Montoro, Martínez Bello, Emilio Roig de Leuchesering, Ramiro Guerra, o quizá al propio Raimundo Cabrera?

En otros estudios anteriores a 1959, en este caso marxistas, como la ponencia presentada por Sergio Aguirre al Primer Congreso Nacional de Historia de la Sociedad Cubana de Estudios Históricos, celebrado en La Habana en 1942[8], y Azúcar y abolición[9], de Raúl Cepero Bonilla, se define también al autonomismo como una corriente antinacional. Tal vez estos últimos sean para Rojas los precursores de la “historia oficialista” cubana.

Los “historiadores críticos” —que al parecer son para Rafael Rojas los que comparten sus posiciones o escriben fuera de Cuba— han apoyado algunas de sus argumentaciones sobre el carácter nacional del autonomismo, en el presupuesto de que fue este un movimiento que se desenvolvió paralelamente a la corriente independentista y cuyo fin último era igualmente el de la independencia, que en este caso se procuraba mediante otro procedimiento, la evolución. Parten nuevamente de una premisa falsa al acercarse al tema.

Acaso algunos de los afiliados al autonomismo pensaran que de esta manera alcanzarían la separación definitiva de España —lo que explica que muchos de sus miembros se sumaran a las huestes mambisas en el transcurso de la guerra del 95—, pero esto no demuestra que la meta del partido hubiese sido la de la independencia. Todo lo contrario, los miembros de la cúpula dirigente del autonomismo, expusieron claramente que el fin último del partido era la autonomía y nada más allá. El 18 de abril de 1879, El Triunfo publicó un extenso artículo, titulado “Nuestra Doctrina”, en el que se declaró, por vez primera, que el objetivo político del partido era la autonomía, y que solo a través de esta podrían lograrse los cambios que necesitaba la Isla, para formarse como sujeto político. El artículo, que se vería completado con otros dos del mismo nombre, incluía la creación de una Diputación insular que sería elegida por el voto popular y revestida de amplios poderes en el orden administrativo, encargada de todos los asuntos que afectasen particularmente al país sin la intervención del gobierno de la Metrópoli, además de aprobar los presupuestos generales para Cuba. También insistía en una vieja demanda, la separación de los poderes militar y civil. De allí no se moverían jamás.

Como escribiera Sanguily —a quien Rojas sitúa falsamente en las filas del autonomismo—[10], para el partido autonomista “la única fuente de salud está en la autonomía de la colonia, en su organización autonómica bajo la dependencia de España; porque así estaría asegurada su tranquila libertad y ulterior desenvolvimiento (…). Si esta solución no se realiza Cuba estaría perdida para sí misma y para España”.[11]

Por si quedaran dudas, en la sesión del 2 de abril de 1895 de la Junta Autonomista convocada para aprobar el lanzamiento al país de un manifiesto condenatorio del alzamiento independentista del 24 de febrero, Bruzón declararía que: “Constituimos un partido de paz, no ciertamente porque esperemos obtener la paz por la fuerza, sino porque nuestra finalidad está igualmente en la paz y de ningún modo en la independencia (…) no debemos condenar la revolución por inoportuna, ni por los males que ocasione, debemos condenarla en sí misma, debemos condenarla hoy y siempre, sea cuales fuesen las consecuencias de nuestra actitud”.[12]

Es cierto, como señalan algunos “historiadores críticos” al estilo de Rojas, que los autonomistas contribuyeron a la construcción de la nacionalidad cubana y que tenían un proyecto nacional —aunque circunscrito siempre al marco de la dominación española—. ¿Pero era este un proyecto que contemplaba hasta el último cubano —a no ser que para Rojas, como para los autonomistas, la población negra que representaba un tercio de la cubana, no lo fuera—, y superior al martiano como afirman algunos?

El Partido Liberal Autonomista fue, sin objeción, representante de los intereses de los hacendados cubanos en proceso de disgregación, y la sociedad cubana que intentaron consolidar, la de propietarios criollos medios y blancos. Los autonomistas fueron en general defensores intransigentes de una ideología blanca y racista. El amplio espectro racial que se observaba en la Isla, significaba para ellos el principal obstáculo en la construcción política de la nación, donde la población de origen español constituía en su criterio, el núcleo de la sociedad cubana y el único capaz de promover un desarrollo nacional.

¿Dónde quedaban entonces las grandes masas de población negra y asiática que para ese entonces habitaban el país? La respuesta es fácil, estos eran “individuos que no deben gozar de derechos ciudadanos”[13], los excluibles, y por tanto los “liberales” cubanos se opondrían siempre a que Cuba fuera “(…) un museo etnológico, un punto de reunión para todas las razas inferiores”.[14]

Apuntar lo que afirman algunos de los “historiadores críticos y serios” citados por Rojas, como Rafael Tarragó, de que “Los diputados autonomistas abogaron por la temprana supresión del sistema de patronato y la abolición completa de la esclavitud de los negros decretada en 1886”[15], es cuando menos, risible.

Sabido es que, precisamente el problema racial y la esclavitud, son unos de los puntos donde más se manifestó la actitud conservadora autonomista, abogando por la abolición indemnizada y más tarde elaborando diferentes proyectos amparados en el patronato. Solo algunas figuras políticas dentro de la corriente autonomista como Rafael María de Labra y Miguel Figueroa, contribuyeron desde el primer momento con su prédica a la abolición sin cortapisas de la esclavitud y, posteriormente, prestaron su apoyo a los negros y mulatos en la lucha por sus derechos.

Los elementos más intransigentes, liderados por Montoro y Rafael Fernández de Castro —no José—, defendieron a ultranza la abolición evolutiva y con indemnización. No obstante, algunas voces se alzaron en el seno de la Junta Central, entre ellas las de José Antonio Cortina, Francisco Augusto Conte y Francisco de Zayas —no Alfredo—, opuestas a la permanencia del régimen esclavistas, mas fueron los criterios de los primeros los que se impusieron en los años iniciales.

Resultaron el bajo rendimiento de los patrocinados y sus acciones de rebeldía, que hicieron que patronato no se justificara económicamente ni se produjera una sustitución progresiva de la mano de obra esclava por la libre, unido a que cada vez era más fuerte sentimiento abolicionista en el seno de la población cubana, lo que determinó que hacia 1881, el Partido Liberal Autonomista modificara su actitud y se pronunciara en contra del vil régimen en cualquiera de sus modalidades. En el tema de la esclavitud, los “liberales” cubanos quedaron muy por detrás, incluso, de los “conservadores” del Unión Constitucional que, desde el mismo momento de su fundación, habían abogado por la abolición sin indemnización alguna.  

Por otra parte, el tan afamado modelo de organización y participación democrática autonomista, enarbolado por los  autotitulados “historiadores críticos”, es un fraude total. La Junta Central imperaba sobre el partido sin alternativa de cambio alguna, y la opinión de las provincias o de grupos discrepantes carecía de influencia sobre su línea política. Las únicas opciones que quedaron a los que pensaban de manera diferente, fueron la rebeldía o el abandono de la organización. Este cierre resulta la mayor expresión del carácter elitista y autoritario del Partido Autonomista cubano.
 

Notas:

[1] Véase Rafael María Merchán: Cuba, justificación de sus guerras de independencia, Imprenta Nacional de Cuba, La Habana, 1961, p. 170.
[2]Raimundo Cabrera: Los partidos coloniales. Imprenta el Siglo XX, La Habana, 1914.
[3]Mario Guiral Moreno: “La obra del Partido Liberal Autonomista durante los años de 1878 y 1898”, en: Curso de introducción a la historia de Cuba.  Cuadernos de Historia Habanera, La Habana, 1938. p. 309 – 317.
[4]Raimundo Menocal: “Las orientaciones del Partido Liberal Autonomistas” En: Origen y desarrollo del pensamiento cubano. Editorial Lex, La Habana, 1945.
[5]Emilio Roig de Leuchsering: 1895 y 1898: Dos guerras cubanas. Ensayo de revalorización. Cultural S.A, La Habana, 1945.
[6]Enrique Gay Galbo: “El Autonomismo y otros partidos”, en: Historia de la Nación Cubana. Editorial de la Historia de la Nación Cubana, La Habana, 1952. T VI. p. 71 – 114.
[7]Antonio Sánchez de Bustamante y Montoro: La ideología autonomista. Molina, La Habana, 1933.
[8]Sergio Aguirre: “Seis actitudes de la burguesía cubana en el siglo XIX”  En: Eco de los caminos. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1974.
[9]Raúl Cepero Bonilla: Azúcar y Abolición. Editorial Cenit, La Habana, 1948.
[10]Rafael Rojas: Los Motivos de Anteo. Editorial Colibrí, Madrid, (S.A.). p. 104.
[11]Manuel Sanguily: Oradores de Cuba. Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1981. p. 188.
[12]Junta Central del Partido Liberal, Actas, 2 de abril de 1895, en: Biblioteca Nacional de Cuba José Martí, Colección Manuscrita Montoro, t. XXXVII.
[13]Sebazco, Alejandro: “José Martí y el Autonomismo: dos alternativas de la nacionalidad cubana”, en: Perfiles de la Nación. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2004. p. 163.
[14]El Triunfo. 8 de febrero de 1880.
[15]Rafael E.  Tarragó: Experiencias políticas de los cubanos en la Cuba española. 1515-1868. Editorial Puvill Libros S.A., Barcelona, 1996. p. 78.
 
 

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