Sierra Maestra era una aventura de alpinista

Dilbert Reyes Rodríguez - Cuba Trabajadores.- La Sierra Maestra es un lugar mágico en todos los sentidos; desde la posibilidad del goce por lo natural, casi virgen, hasta las emociones que se viven entre los recuerdos del pasado glorioso y las sorpresas del presente transformador. Es cierto que en las últimas dos décadas los ajustes de cinturón en la economía cubana y su impacto negativo en el transporte, la agricultura y otros sectores, torcieron la mirada de muchísimas familias serranas hacia el llano; pero en centenares de asentamientos prevaleció el apego a la tierra en pendiente y así, también, la condición de la montaña como lugar imprescindible.



Aunque no en igual volumen y ritmo que en años anteriores, los beneficios continuaron para los hombres fieles a las cumbres: centrales hidroeléctricas, comunicaciones, salas de televisión… pero entre tanta generosidad bien recibida despintaba, año tras año, un reclamo literalmente rocoso: los caminos casi intransitables.

Despertar

Hace apenas dos meses, atravesar la Sierra Maestra desde la costa del municipio de Pilón, en la oriental provincia de Granma, hasta el Valle del Cauto, pasando por comunidades verdaderamente intrincadas como Caridad de Mota, La Habanita, Minas del Frío o Mompié, era una aventura de alpinista, incluso para cualquier auto rural o camión de doble o triple tracción. Era escalar con habilidad de cabra saltando de piedra en piedra.

Sin embargo, la obra colosal de un puñado de hombres albañiles, ayudantes, mecánicos, choferes y operarios —de un valor tan pesado como los equipos que manejan— hicieron el milagro de permitir hoy a un ómnibus convencional, por ejemplo, circular a velocidades de hasta 60 kilómetros por hora en tramos menos inclinados de la misma ruta, ya reparada en parte.

Estas hazañas ingenieras llevan los nombres de los trabajadores civiles de las FAR: Orestes, los dos Juan (Pompa y Alarcón), Rafael, Arbelio y de todos los integrantes de la Brigada de Caminos de Montaña de la provincia de Granma, subordinada al Ejército Oriental, dentro del cual “ya está reconocida como unidad destacada y este año pretende ser vanguardia entre sus homólogas”, dijo el coronel Miguel Aballe, jefe de esos conquistadores de alturas.

El mérito asoma solo, cuando se conoce que en el quinto mes del año ya tienen vencida una parte importante del plan de caminos previstos para mantenimiento, y según Rómulo León, jefe de producción, ya pavimentaron con acero y concreto varias de las pendientes inclinadas y peligrosas.

Hombres y mañas

Parece cosa de magia, pero ellos prefieren llamarle trabajo. “Son ocho horas diarias bien intensas, pero uno siente satisfacción cuando ve las obras terminadas y la gente de la montaña lo agradece”, dijo Orestes Venticuaba, un joven de 22 años que lleva algunos meses en la cuadrilla de pavimentación, “la más difícil y agotadora porque casi todo se hace manualmente, todo el día con la pala para descargar los materiales, abastecer la concretera, desmontar la mezcla del camión”, argumenta su compañero de faena, Arbelio Díaz.

Así se ven estos hombres, siempre ocupados, en la base de una gran pendiente de más de un kilómetro de largo conocida como La Estancita, la cual ya están pavimentando.

“Nos sentimos importantes cuando vemos pasar los transportes de personas para las localidades de Pinar Quemado o Cirugía, y sabemos que hay menos peligro; cuando bajan los camiones con café, viandas, frutas, madera, y los choferes nos dicen lo buena que está ahora la vía”, afirmó Orestes.

Llenan con mezcla el enorme KRAZ de volteo y empieza una escalada sorprendente ¡de marcha atrás! hasta donde deben regar el hormigón.

Juan Bautista Pompa, el chofer, explica que la maniobra es para no botar el material y prevenir un fallo técnico del carro.

“Esto es muy peligroso, pero es cuestión de maña, compay. Ya he pasado algunos sustos, aunque la gente de apoyo en la base mantiene los equipos como nuevos”.

El camión llega adonde termina la vía estriada y los albañiles esperan para continuar la cuneta y la capa de carretera de 20 centímetros de concreto y acero.

También sube la cuesta un cargador, con el agua necesaria en la enorme pala, que lleva, además, muchas ramas de “ciruelillo” dentro. “Es otra de nuestras mañas, para que no zarandee y se bote el agua”, explica Juan Manuel Alarcón, el operario.

“En la Sierra no se puede tener el equipo apagado ni estar lejos de él. Para manejar aquí, primero hay que tener valor, conducir sin miedo, pero con mucha precaución. Todo el riesgo vale la pena porque se paga con el impacto social y económico que tiene la obra terminada. La montaña es una mina de oro y pienso que se puede aprovechar más y mejor”.

Obra de altura

Ya en estos caminos no solo se escucha el viento, los pájaros o el esporádico tintineo de un arria de mulos. Ahora también está el ronquido del buldócer removiendo la tierra suelta, la retroexcavadora rompiendo el cascajo rocoso, la moto nivelando la vía, un kilómetro tras otro ya rehabilitado, “eso sí, respetando al máximo el medio ambiente; se afecta estrictamente lo necesario”, subraya Rómulo.

Para encontrar a estos hombres en medio de sus proezas, muchas veces hay que encaramar el cuerpo a más de mil metros sobre el nivel del mar —allí donde el Turquino parece al alcance de la mano—, y en ocasiones pasar sobre el estrecho lomo de una elevación con farallas en los flancos y espacio para un solo carro.

En medio de estas andanzas por caminos reparados, hay un lugar especial donde hubo que detenerse; justo sobre una cresta desde la cual se dominan, al norte el gran valle del Cauto, y al sur la costa oriental y el vasto mar Caribe.

Es el eje exacto de la cordillera más alta y famosa de la Isla, las cumbres máximas del firme de la Sierra, el techo de Cuba. Hasta allí llegó el ímpetu de la Brigada de Caminos de Montaña de Granma. No existe otra emoción que la admiración sincera.

A través de esos hombres, de su obra colosal, la Maestra vuelve a respirar transformación social, civilización… vida.

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