Daniel Chavaría – La Jiribilla.- Entre 1702 y 1714, Europa vivió la Guerra de Sucesión española, una de las primeras repartijas territoriales de la Era Moderna. El conflicto internacional se originó a la muerte del rey español Carlos II de Habsburgo, que testara a favor de Felipe de Anjou, de la dinastía borbónica reinante en Francia.


Durante la contienda, participó triunfante el Duque de Marlborough o Mambrú, según el apelativo que le impusiera la población española al remedar con su lengua de 30 sonidos los casi 50 del habla inglesa, tal como ya hicieran antes con Walter Raleigh, al llamarlo Guatarral.

Y entre otras, ahora le dedicaron al duque una de esas coplas mordaces que fraguan los pueblos para defender su identidad y prestigio:

Mambrú se fue a la guerra,

qué dolor, qué dolor, qué pena,

Mambrú se fue a la guerra

y no sé si volverá,

que do re, mí, que do re, fá,

y no sé si volverá.

 

Mambrú se fue a la guerra

montado en una perra,

la perra se cayó

y Mambrú se reventó,

que do re, mí, que do re, fá,

y no sé si volverá.

Es difícil aceptar que a los ingleses, holandeses, suecos, austrohúngaros y demás europeos, les importara demasiado quién se coronaba en Madrid, pero Inglaterra y el norte protestante de Europa querían impedir la que suponían inminente unificación de España y Francia, así convertidas en la mayor monarquía europea, y por más señas potencia naval y papista.

Los Habsburgo del Imperio austro-húngaro, también connotados católicos y hasta poco antes aliados, parientes y sucesores consanguíneos de los españoles, no admitirían un bloque con ambas naciones pirenaicas, capitaneado por los Borbones franceses, que los desplazarían a un segundo lugar.

De otra parte, casi todas las naciones europeas tenían como desideratum lograr acceso a las monopolizadas colonias españolas de ultramar; pero a la chita callando, de eso solo se hablaba sotto voce en círculos de la más alta jerarquía. Los debates públicos versaban sobre cuestiones hereditarias y religiosas, derecho internacional, y bla bla bla...

Este birlibirloque de rejuego político y amenazas que apuntan a un lugar para que estallen en otro, culmina casi siempre en genocidio de inocentes. Hiroshima y Nagasaki padecieron un mensaje apocalíptico en forma de bomba atómica, que debía decodificarse en la URSS. El reciente aliado de conveniencia contra Alemania y en esencia mortal enemigo socialista era el mayor obstáculo en los planes de hegemonía imperial. Y el holocausto de las urbes niponas les serviría de público escarmiento.

Uno de los más antiguos y claros antecedentes de tal conducta en Occidente, se manifestó después de Maratón, batalla donde un puñado de heroicos atenienses frenaran la invasión persa contra la Hélade. Y para seguir evitando las sucesivas oleadas del poderoso enemigo asiático, crearon la Liga de Delos, alianza panhelénica encabezada por Atenas, que en pocos años se convirtió en la institución más abusiva y rapaz del Mar Egeo.

Con impuestos cada vez más elevados y la amenaza de represalias feroces, los atenienses se enriquecieron a costa de sus hermanos helenos y construyeron costosísimas obras para defensa y ornato de su ciudad. Y si algún aliado protestaba o se negaba a abonar el arbitrario tributo señalado por Atenas, en sus costas desembarcaban las temibles trirremes atestadas de hoplitas en función de “marines”, que reprimían al insurrecto como ejemplo para todos sus “aliados”.

En la actualidad, el poder imperial demuestra su fuerza invasiva en el Medio Oriente para que los países del Lejano queden advertidos de lo que podría esperarles. Desde luego, su prepotencia no espera ni teme respuesta alguna. Solo nos cabe pensar que ellos creen tener armas inmunes a la réplica, dadas la velocidad, magnitud y complicidad del ataque planeado.

Por tanto, no es una respuesta improvisada en pocos meses. Se trata de algo pensado, planeado, ensayado y compartido con sus secuaces. Otro ejemplo de premeditación, nocturnidad y alevosía.

A tres siglos de las andanzas fluctuantes del Duque de Marlborough entre ambos bandos, diz que por pacifista, podríamos estar a punto de iniciar la Guerra Mundial Definitiva y azuzados por los mismos motivos de las anteriores: ejercer más poder sobre el resto del planeta, de este y del otro lado del océano, sobre todo del otro, cualquiera sea.

Como nos advierte el Comandante en Jefe, transgredido cierto umbral atómico, sobrevendría un invierno nuclear que haría imposible la vida en la Tierra; y se trata de la vida de TODOS, animales y plantas de aire, mar y tierra; hombres, mujeres y niños, sin importar que se llamen Obama, Rockefeller o Juan Pérez, ya sea que se refugien en sus bunkers, previstos desde hace varias décadas, o radiquen a la intemperie en los oscuros rincones del Tercer Mundo.

A lo largo y ancho de la historia, muchos han tenido la capacidad de iniciar una guerra. Algunos incluso la han utilizado como mecanismo para encumbrarse y han logrado salir reyes de una conflagración a la que entraron como peones.

Hoy día parecemos condenados a la extinción por mano propia y entonces la interrogante crucial es saber quién tiene el poder y sobre todo el coraje, de IMPEDIR la guerra. ¿Andarán juntos la fuerza, el raciocinio y las hormonas? ¿Lograremos mover suficientes opiniones para impedir la debacle? Obama tiene la palabra y espero de todo corazón que no sea la última de la Humanidad. Dependerá de quién sea en esencia Barack Obama.

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