Marta Valdés - Cuba Debate.- En pocas ocasiones me ha costado tanto trabajo interrumpir la lectura como ahora, ya casi domingo, cuando se aproxima el momento de teclear estos párrafos donde alerto a quienes aman la frondosa historia de la música cubana, acerca de la reciente aparición de este precioso libro, obra del diálogo amoroso y tesonero entre la destacada figura del arte lírico e investigadora Carmela de León y Sindo Garay, el inmenso trovador.



Se trata de una edición -la tercera que he conocido-enmarcada en la colección de publicaciones que el Museo de la Música ha venido entregándonos como parte del Programa de Rescate, Plasmación y Difusión del Patrimonio Musical emprendido por el Instituto Cubano de la Música. No me complace llenar espacio copiando literalmente estos datos, si bien es justo subrayar  acciones cuyos frutos no sólo contribuyen a subrayar y rescatar lo memorable sino que van garantizando a los estudiosos la fuente necesaria.

Desde la primera edición de estas memorias, que se remonta a un par de décadas, leo y releo el libro y no me canso de agradecer a la autora y al testimoniante semejante entrega. Sindo Garay es el asombro mismo. Su generosa carga de recuerdos sazona todo un siglo de historia cubana y nos conduce de la mano hacia ese puerto seguro donde un Pepe Sánchez extremadamente joven y un Guillermón sentimental  aportan a los acontecimientos de la vida real esa carga de fantasía que nos invita a sacar las cuentas como son. Así, de asombro en asombro, el niño que nació un año antes del Grito de Yara y cruzó a nado catorce veces la bahía de Santiago de Cuba  sirviendo como mensajero entre patriotas como Cebreco y Manduley, portando valiosa información para los planes de José Maceo; el geniecillo que tejió puramente de oído los primeros acordes de guitarra y aprendió al vuelo pasajes de ópera en el “gallinero” de un teatro, el bardo diminuto que acometió el invento del más fabuloso método para poder aprender a leer y escribir cartas de amor, todo lo saca de su propia naturaleza:  se gana la vida como acróbata o desde la cuerda floja, aprende el oficio de talabartero y es así, con tres varas de hambre y unos ojos abiertos para no dejar escapar un solo detalle del paisaje y de los seres humanos, como la intuición lo lleva de isla en isla, enrolado en un circo, hasta la tierra de Haití cuyos paisajes desatan en él expresiones que hoy día resultan estremecedoras y es así como algo le dice que cruce a la tierra dominicana y se acerque a Dajabón. Allí goza del  amparo de una buena mujer llamada Lola en cuyo patio, a la sombra de un algarrobo, recibe la palabra luminosa de Martí que esa noche resuena en sus oídos y lo obliga a permanecer en vela. Vale mucho la pena leer este pasaje primoroso que los escolares deberían conocer.

Esa peripecia incesante que fue la vida de Sindo Garay tuvo para la música (o mejor, desde ella) un espacio de todos conocido que compartieron con él, inseparables, sus hijos. Vale mucho la pena -repito–entregarse a la lectura de este libro que  me precio de haber regalado a los amigos y rifado en mis peñas y de cuyas ediciones anteriores sigo comprando ejemplares. La obra contiene, además del abundante material que constituye su razón de ser, una interesante introducción de la autora,  secciones enunciadas respectivamente como catálogo y discografía así como una galería de fotos y documentos.

Sindo Garay, a quien sus semejantes no se han cansado de proclamar como un genio, había nacido en Santiago de Cuba el 12 de abril de 1867 y murió en La Habana el 17 de julio de 1968. Sus restos descansan en Bayamo. Cuando -ya nonagenario–dictó sus memorias a Carmela de León, dejó bien claro en ellas su orgullo de haber sido el único cubano que pudo estrechar las manos de José Martí y de Fidel Castro.

Almendares, 5 de septiembre de 2010

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