Yinett Polanco – La Jiribilla.- Pintor, dibujante, grabador, ceramista, Premio Nacional de Artes Plásticas en 1997, Alfredo Sosabravo es uno de los artistas de mayor reconocimiento en Cuba. Incansable trabajador, suele celebrar sus cumpleaños con exposiciones personales dentro y fuera de la Isla. Por esa razón, a partir del viernes 29 de octubre en el Centro Hispanoamericano de Cultura el público podrá disfrutar de la exposición Sosabravo 800 aniversario


, con la cual festeja, además, sus seis décadas de vida artística.

Bronces, cerámicas de arcilla roja y terracota ocuparán el espacio de la muestra de este artista que —al decir de Alejandro G. Alonso en las palabras del catálogo— “ocupa el honroso y justo lugar de renovador de la praxis cerámica en Cuba, por sus habilidades en el estupendo modelado del material originario; así, consiguió rebasar las limitaciones que los marbetes de artes aplicadas o decorativas han impuesto a esta disciplina”.

Los inicios de Sosabravo se remontan a su natal Sagua la Grande, cuando por la separación de sus padres tuvo que ir a vivir durante un año en una finca con un tío. Frente a la casa, rememora, “no había carretera sino una línea de tren que venía de Sagua a Calabazar y todos los días allí tiraban los periódicos. Los sábados y domingos esos diarios traían unas páginas de tiras cómicas que competían unos con otros. Aquello me interesaba mucho y comencé a hacer algunos dibujos. Ese fue mi primer contacto con las artes plásticas”.

La mudanza con su padre hacia La Habana hizo que tuviera que dedicarse durante diez años a ayudar a sostener a su familia. Fue en 1950, cuando asistió a una exposición de Wifredo Lam en el Centro de La Habana, que volvió a quedar atrapado por el mundo de la plástica. “Para mí aquella pintura fue un impacto —afirma— porque me gustaba muchísimo y hasta ese momento pensaba que todo en el mundo era figuración. Al otro día fui, me compré materiales y pinté mi primer cuadro, hace 60 años. Así comenzó mi carrera de artes plásticas, porque entonces sí quería ser pintor”.

Imposibilitado de asistir a la Escuela de San Alejandro por la necesidad de trabajar, durante cinco años —evoca— pintó “de forma naif, buscando hacer algo mío, lo cual no es fácil. Iba mucho al Museo Nacional a ver todos los famosos de aquella época: Portocarrero, Amelia Peláez, Cundo Bermúdez, Mariano… siempre tratando de ver cómo cada uno de ellos tenía un estilo particular, y decidí que lo primero era no parecerme a ninguno de ellos”.

En 1955 descubre la Escuela Anexa a San Alejandro que ofrecía dos cursos nocturnos de tres asignaturas: modelado en barro, dibujo al natural y geometría, impartida por Florencio Gelabert. “Esas asignaturas me fueron muy útiles y cuando entré en esa escuela lo hice con la idea de probarme a mí mismo que servía para las artes plásticas. Aprendí a modelar el barro, el dibujo natural me valió para afilar la mano y el ojo aunque quisiera ser pintor abstracto y la geometría enseñada por Gelabert me sirvió de mucho también”.

La escuela le permitió conocer pintores jóvenes como René Azcuy y Tony Évora y en esa época además se hizo amigo de Antonia Eiriz y Umberto Peña. “En 1958 —recuerda— alguien me presentó a Acosta León, quien estaba terminando los estudios en San Alejandro, pero ya era un estudiante brillante. Él se interesó por lo que yo estaba haciendo y en el 59, en la Galería Habana de La Rampa hicimos juntos una exposición, la segunda para mí. Como éramos de los primeros pintores jóvenes que exponían a inicios de la Revolución los periódicos nos sacaron páginas enteras, con fotos, eso me sirvió de estímulo y me sentí pintor”.

A partir de entonces las muestras personales de Sosabravo se sucedieron y el descubrimiento de nuevas técnicas lo llevó a correr cada vez más sus límites. “Expuse en la Asociación de Reporte —señala—, en el 64 hice una exposición en la Galería Habana de la calle Línea llamada Metamorfosis, en la cual coqueteaba un poco con la abstracción, sin llegar a serlo. Esa exposición gustó mucho y circuló por las galerías de las provincias durante todo un año. Luego le perdí la pista, porque en aquella época no estaba muy al tanto de eso pues no tenía espacio donde guardarlas y de todos modos, a diferencia de ahora, tampoco económicamente me representaba mucho, uno debía trabajar en otra cosa y pintar cuando tuviera tiempo, pero no podía vivir de la pintura, escultura y mucho menos del grabado. De cualquier manera siempre me he sentido pintor y trato de aplicarlo a todo lo que hago”.

 

“En 1966 descubrí que podía hacer algo diferente a la obra de otros pintores conocidos y preparé una exposición para hacer nuevamente en la Galería Habana —explica el artista—. Se me ocurrió pegar telas para formar un relieve y pensé que podían despegarse con el transcurso de los años, por lo cual las cosí. Descubrí entonces que la costura podía ser una textura también. Así me nació un estilo más propio. Un poquito antes de esa exposición, en 1960, el Museo Nacional organizó el Salón de Grabados con temas de la Revolución y Acosta León me dijo que me embullara y enviara uno. Yo no sabía y él me explicó cómo hacer una xilografía. La hice y obtuve premio. De ese modo se me abrieron las puertas del grabado pues todos los grabadores comenzaron a interesarse en mí. Yo grababa de una forma naif, diferente a ellos, y mi obra se parecía más a los expresionistas alemanes. Me admitieron en la Asociación de grabadores y comencé a trabajar esa técnica como un comején, todo lo quería grabar, a tal punto que Acosta León me dijo: a mala hora te embullé porque ahora ya no vas a ser pintor”.

A la cerámica llegó también de manera casual. “Cuando crearon la Escuela de Instructores de Arte en el Comodoro —cuenta—, me nombraron profesor de dibujo y grabado. Armando Posse era el director de esa sección, en la de artesanía estaban Sandú Darié y Antonia Eiriz. A los dos años se desintegró la escuela y nos propusieron ir a trabajar como profesores de secundaria básica. Preferí que me trasladaran a algún taller donde se hicieran artesanías y apareció el Taller de Cubanacán, de cerámica. Eso fue en 1965. Cuando comencé a hacer grabado venía inspirado por lo que hacía en pintura, cuando comencé a trabajar la cerámica venía inspirado y con la técnica de ambas cosas. Entonces no solo pintaba los vasos y platos, sino que los pedía crudos y los grababa, en el taller me pusieron en un departamento para que hiciera eso solamente porque era un éxito comercial. Luego otros artistas comenzaron a hacerlo también y le pedí al alfarero que me diera el barro y empecé a modelar cosas mías. Para la exposición que iba a hacer en la Galería Habana en noviembre de 1967, hice 30 piezas blancas, negras, con poco color. Casi toda aquella exposición pasó luego al Museo Nacional, fue un impacto; la pintura casi no se vendió ninguna, pero la cerámica se vendió toda”.

El azar —concurrente, diría Lezama—, lo llevó también a trabajar con el vidrio de murano. “En 1998 estaba por el norte de Italia y una amiga me puso en contacto con la hija de los dueños de una de las fábricas de la Isla de Murano llamada Ars Murano. Mandé tres diseños que fueron aceptados y hasta los días de hoy hemos estado trabajando juntos”.

Algo similar le sucedió con el bronce: “un amigo italiano, en cuya casa paro casi siempre cuando voy allá, me dijo que conocía un matrimonio dueño de una fundición de bronce cerca de Verona, donde iban artistas muy importantes como Arman, Matta —que estaba vivo en esos momentos—, la Fundación Dalí, Botero… Tuve buena suerte, les caí bien a esas personas y comencé a hacer los bronces que se expondrán el viernes porque no se habían traído para Cuba aún”.

Las piezas de Sosabravo, independientemente de la técnica y el formato en las cuales estén realizadas, trasudan colores y alegría por doquier; pero no siempre fue así: sus obras iniciales se distinguen por ser más oscuras. Recuerda el Premio Nacional de Artes Plásticas que fue en 1992 cuando su paleta cromática se volvió más radiante. “En las primeras exposiciones —entre los 50 y los 70— trabajaba el humor en las artes, como ejemplo están muchos de los cuadros del año 67 en el Museo Nacional. El color era bastante intenso en ellos, pero un poco matizado con sombras. El esplendor total lo adquirí en Barcelona, allí el coleccionista catalán que propició mi viaje me preguntó por qué la gente del Caribe pintábamos como los europeos si en el Caribe había mucha luz, y me sugirió limpiar un poco las sombras. Le hice caso y pinté dos cuadros que conservo como testigos de la experimentación, en los que aparecen colores más fuertes, más primarios”.

“Hasta los días de hoy —afirma— he ido pintando con más colores, ya apenas hay sombras, cuando las hago las insinúo a partir de unas rayitas negras, pero no sombreando. La pintura es más clara y planifico bien el cuadro para combinar todos esos colores fuertes sin que luzca agrio. En la actualidad en mis collages uso telas estampadas, a diferencia de los primeros tiempos donde las pintaba monocromas al óleo; esos fragmentos pegados y cosidos en el cuadro me obligan a armonizarlo con el resto; el colorido va surgiendo de esa manera sin chocar entre sí.”

Cada cierto tiempo Sosabravo se desplaza de una técnica a otra, como si quisiese dejar respirar materiales y formatos. “Al entrar en una técnica trato de sacarle el máximo” —asegura, y cuenta una anécdota con el pintor Ángel Ramírez: “Cuando comencé a trabajar el murano me dijo un día: ‘A ti no hay quien te siga los pasos, creía que solo hacías pintura, grabado y cerámica y te apareces con estos vidrios. No sé con qué te vas a aparecer la próxima vez porque tú siempre impactas’. Eso nunca se me ha olvidado. Vamos a ver qué dice ahora con los bronces de esta exposición”.

Para Sosabravo 800 aniversario, una vez más el creador se renueva a sí mismo. “Trato de que no se estanquen las técnicas con las cuales he estado trabajando, por ejemplo, en esta exposición los platos son de mayores dimensiones y, quizá, con otros conceptos diferentes a los anteriores que he presentado en el pasado. Siempre uno está nervioso ante un acontecimiento como ese porque ya lo dice la palabra, exposición es exponerse ante el público, al igual que un artista en el tablado: aunque por fuera esté sereno, por dentro está nervioso. Me gusta siempre que haya mucha gente y disfruten la obra porque soy de los artistas que no pintan para sí mismos, pinto para la mayor cantidad de personas; si saben de estética o de arte, bien; pero si no saben nada de eso —un niño, por ejemplo— y les gusta, eso me satisface muchísimo. Nunca guardé nada, solo conservo algunas piezas para apreciar mi trayectoria, pero quise que la mayor parte saliera al mundo y anduviera circulando por ahí, me gusta que las obras, como los hijos, cuando crezcan cojan su camino, no que estén con los papás toda la vida.

 

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