Surgió entonces un proyecto, iné­dito hasta ese momento en el país, que procuró unir esfuerzos y voluntades de gente decidida a transformar poco a poco el entorno citadino en un área acogedora a la vista y sobre todo productiva, a través de la conformación de cientos de fincas bajo estrictos requisitos de ingreso.

Miguel Febles Hernández - Granma.- Quizás a fuerza de la costumbre o fruto de la desmemoria ya muchos no recuerden, lugareños y viajantes de paso, cómo estaba hace apenas cinco años la circunvalación de la ciudad de Cama­güey, cuando el marabú y la maleza amenazaban con tragársela por los cuatro puntos cardinales.


Surgió entonces un proyecto, iné­dito hasta ese momento en el país, que procuró unir esfuerzos y voluntades de gente decidida a transformar poco a poco el entorno citadino en un área acogedora a la vista y sobre todo productiva, a través de la conformación de cientos de fincas bajo estrictos requisitos de ingreso.

Justo el 8 de abril del 2009 daba los primeros pasos el programa de la agricultura suburbana, con el propósito estratégico de establecer un cinturón agropecuario alrededor de la cabecera provincial que permitiría, en el término de seis años, poner en explotación más de 29 mil hectáreas de tierra.

Dicho en otras palabras, ni quienes lo concibieron ni muchos de los que han participado en su ejecución pudieron siquiera imaginar la magnitud de tamaña empresa, no exenta tampoco de incontables tropiezos y dificultades, que ha exigido primero que todo, un cambio de mentalidad entre los productores camagüeyanos.

Pese a los incuestionables avances, todavía la batalla contra el marabú no está totalmente ganada. Foto: Miguel Febles Hernández

Con una fuerte y arraigada tradición ganadera, lo cierto es que no po­cos campesinos y trabajadores agro­pecuarios estuvieron reacios en sus inicios a convertir los potreros en plan­­taciones de viandas, frutales y granos, algo que en épocas no muy lejanas era prácticamente inconcebible.

ARRANCADA A PURO PULMÓN

Quien revisa la documentación que avala el programa, además de sus beneficiosos propósitos, rápido se percata de que el proyecto en ejecución conlleva un amplio y costoso proceso inversionista en sistemas de riego, circuitos eléctricos, obras hi­dráulicas, cercas perimetrales, equipos e implementos agrícolas.

Ante la disyuntiva de cruzarse de brazos y esperar por tiempos mejores, los camagüeyanos decidieron emprender una primera etapa “a puro pulmón”, sobre la base del empleo de los recursos disponibles en el territorio, y avanzar paso a paso en la implantación del novedoso sistema productivo.

Si se tiene en cuenta que el municipio de Camagüey se ubica entre los mayores productores de leche de vaca del país y sobresale a esa instancia en el cultivo de hortalizas, uno de los principales retos a asumir fue crecer en el aporte de viandas a una población que hoy supera los 300 mil habitantes.

Era lógico: de sus tierras apenas salía en el 2009 el 14 % de la demanda municipal de viandas, por lo que el resto debía transportarse desde otros territorios con el consiguiente gasto de combustible y la merma de las cosechas en el largo y azaroso trasiego hasta su comercialización.

Revertir de año en año tal situación constituyó, por tanto, el objetivo supremo del programa en marcha, una experiencia que ha re­querido la movilización de las reservas productivas, a sabiendas de que no es una varita mágica que dará respuesta a todos los obstáculos e inconvenientes que surgen en el ca­mino.

VISTA HACE FE

Amplio conocedor y defensor del proyecto, ahora también como di­rec­tor de la Empresa Agropecuaria Camagüey, Rubén Rabí González sustenta sus convicciones en datos precisos que por sí solos hablan de que es esta la alternativa más viable, en las condiciones actuales, para producir alimentos.

“De las 910 fincas previstas hasta el 2015, explica, ya se han declarado listas 693, luego de resolver asuntos imprescindibles como erradicar el marabú y las malezas, estar cercadas, contar con yuntas de bueyes, disponer de fuentes de abasto de agua y avanzar en la diversificación de las producciones, entre otros re­quisitos”.

Ya en una segunda etapa del programa, el cambio es ostensible: lo que otrora fueran áreas ociosas o terrenos de nadie se sellan de sembrados y pastizales, se instalan sistemas de riego, crecen las acciones de reforestación, surgen centros de do­ma y reaparecen las cercas, los postes vivos y las portadas vaqueras.

“Según la demanda calculada de viandas, hortalizas, granos y frutas, informa Rabí González, hoy se sa­tisface ya al 46 % (las viandas al 42,6 %), un resultado que pudiera ser superior si se aprovecharan me­jor los recursos en función de mayores rendimientos agrícolas”.

Transcurridos cinco años de su implantación, en 11 de los 14 renglones que el programa de la agricultura suburbana se propuso de­sarrollar se han logrado impactos de significación, no así en la leche de vaca y en las carnes vacuna y de cerdo, para lo cual el territorio cuenta con potencialidades no totalmente explotadas.

¿MÁS DE LO MISMO?

En su inmensa mayoría, para no ser absolutos, los finqueros conocen sus flancos débiles: todavía al marabú no se le ha dado el golpe final, las tierras pueden dar más en el orden productivo y las ventas al Estado, a través de una contratación seria y responsable, distan de los niveles que se requieren.

“Sin embargo, como decimos no­sotros, esto no es más de lo mismo: el programa de la agricultura subur­bana tiene una visión mucho más integral y una certeza clara en sus propósitos que otros proyectos anteriores”, asegura Camilo Mendo­za Ca­ballero, al frente de la Finca La Nueva Esperanza.

Con él coincide Idael Bencosme Ramírez, director de la Unidad Em­presarial Victoria Uno, quien ratifica que el programa exige de mucha vo­luntad: “Si nos ponemos a pensar en los problemas, en las limitaciones, en los riesgos de perder alguna que otra cosecha, entonces no avan­za­remos al ritmo deseado”.

“Se trata, agrega Héctor Martí­nez González, presidente de la Coo­perativa Abel Santamaría, de ofrecer una atención especializada al productor, que lo lleve a mejorar la calidad genética del rebaño, aprovechar de manera óptima las áreas bajo riego, utilizar semillas certificadas y hacer un uso racional del suelo”.

Cuando resta un año y ocho meses para culminar la ejecución de un proyecto tan abarcador, sin ánimo de triunfalismo prematuro puede afirmarse, como lo ratifican sus propios protagonistas, que se marcha por la senda acertada si no se pierde el azimut y se respetan los principios que le dieron vida.

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