En la fotografía estudiantes del Nivel Medio de la Escuela Nacional de Ballet Fernando Alonso. Foto: Yusmilis Dubrosky Roldán. Cubadebate.


Cuba recuerda al hombre de sonrisa amplia,Camilo Cienfuegos Gorriarán

Canal Caribe.- Cuba recuerda este 6 de febrero al Comandante #CamiloCienfuegos Gorriarán, en el aniversario 90 de su natalicio. Nacido en la barriada habanera de Lawton, al Señor de la Vanguardia se le recuerda, no solo por su entrega y convicción revolucionaria, sino por su simpatía, que le hizo ganar el cariño, incluso de los más serios. Refiriéndose a este hombre excepcional, el General de Ejército, #RaúlCastroRuz, expresó: "Camilo Cienfuegos NO era el héroe de Yaguajay; era el héroe de los lugares por donde pasó."

 

El hombre de la sonrisa

Yunier Javier Sifonte Díaz - Cubadebate

Frente al antiguo Palacio Presidencial de Cuba el bullicio no se detiene. Es 26 de octubre de 1959 y las personas llegan de cualquier punto de la ciudad, como si estar allí fuera lo urgente para quienes han visto tantos cambios solo en los últimos diez meses.

De pronto todos se detienen para mirar a un hombre. Los papeles casi se le caen del bolsillo izquierdo de la camisa. Le brillan las botas, tan negras como la melena alborotada debajo de su sombrero. A un lado, la pistola. En otro bolsillo, varios tabacos.

Camina entre el pueblo y va hacia la tribuna. Le abren el paso, todos quieren verlo y escucharlo después de su regreso de Camagüey. Antes hablan Fidel, Raúl, el Che, y de pronto el locutor lo presenta a él: “Y ahora, el jefe del Ejército”.

Tiene las mangas de la camisa verde olivo dobladas casi hasta el codo, las manos aferradas a la improvisada tarima, como si quisiera impulsar las palabras para que lleguen hasta el último hombre presente en aquella congregación. Es un momento crucial de la Patria y él está a punto de comenzar a hablar. Será su último discurso.

Parece increíble, pero solo tiene 27 años. Los ha vivido intensamente desde aquel 6 de febrero de 1932 cuando Ramón y Emilia lo recibieron como el tercer hijo de su matrimonio. La infancia no fue sencilla, pero ambos padres se las arreglaron para evitar que las constantes mudanzas hacia apartamentos que sí podían pagar no afectaran demasiado a los niños.

Así descubrió la natación, el béisbol, la caza, las caminatas, las novias, los bailes, pero también el hambre y el sufrimiento de la pobreza. Estudió y trabajó como aprendiz de sastre para contribuir al bienestar del hogar, aunque la falta de dinero lo dejó cursar apenas un semestre en la Academia Nacional de Bellas Artes San Alejandro.

Aun así, la miseria y la corrupción del país les dejaban poco espacio a los jóvenes para dedicarse a la pintura, o sencillamente para construir una nación mejor. Como tantos otros él salió a las calles para protestar, pero recibió fichajes y represión. Era la carencia del alma de la mano de la miseria del bolsillo.

De la primera él se alejaba a golpes de carisma; a la segunda le sabía el rostro a la perfección. La veía a través de su padre encorvado sobre su máquina de coser. Podía descubrirla en los miedos de su madre, o en su propio cuerpo alejándose de Cuba para probar suerte en los Estados Unidos. Siempre delgado. Siempre risueño. Será la estirpe que en solo unos años toda Cuba admirará.

Antes del pueblo la conoció Fidel, con el voto de confianza de aceptarlo en el Granma aun sin un amplio entrenamiento militar. Luego lo repitió cuando lo ascendió a Comandante, un grado conseguido a fuerza de valor y osadía y con el que bajó de la Sierra para dirigir una de las dos columnas rebeldes que tenían la misión de llevar al Ejército Rebelde al resto del país.

Diez días más tarde el Che también bajó del lomerío y emprendió una ruta similar. Ambos sufrieron las penurias de un trayecto marcado por privaciones y peligros, pero llegaron hasta Las Villas para imponer su estirpe e impulsar el triunfo. Eran maestro y alumno en el arte de la guerra de guerrillas. El argentino, serio, huraño y metódico; el otro, espontáneo, risueño y con lo más puro de lo cubano recorriéndole cada hora de su vida.

En los archivos históricos existe un audio de una conversación entre ambos que todavía impresiona. “Bueno Che —le dice a través de los micrófonos de Radio Rebelde— vamos a ver si eres tan buen locutor como Comandante”, y habría que imaginar el rostro de Guevara ante aquella voz que lo obligaba a sonreír. Ernesto no responde y sigue atento.

Luego lo escucha de nuevo: “No vayas a decir que eso es una guataconería o una chicharronada”. Es el mismo guerrillero que hace solo meses le ha dicho al argentino “hermano del alma”.

Y así aprendió a verlo Cuba. Primero en noticias llegadas de la sierra y el llano, luego desde Yaguajay, hasta que más tarde lo conoció junto a Fidel en la Caravana de La Libertad, o lo escuchó con aquel “vas bien” que todavía suena a confianza infinita.

De este a oeste, de sur a norte, la Isla lo admiró cuando derribó los muros de Columbia, o en aquella tarde aciaga en que tomó el mando del Camagüey para detener una traición. “Contra Fidel, ni en la pelota”, había dicho apenas unos meses atrás. Y todo lo cumplió.

Por eso aquella tarde del 26 de octubre de 1959 le habló con la vista en lo alto a quienes llegaron hasta los bajos del Palacio Presidencial de La Habana. Las manos apretadas contra la tarima, la barba reluciente, la voz sin fallar a pesar del esfuerzo. En un momento recita unos versos de Bonifacio Byrne y la multitud casi lo sigue a coro. Él sabe que es un instante de definiciones.

“De rodillas nos pondremos una vez —dice en medio de constantes ovaciones—, y una vez inclinaremos nuestras frentes. Y será el día que lleguemos a la tierra cubana que guarda 20 mil cubanos, para decirles: ¡Hermanos, la Revolución está hecha, vuestra sangre no salió en vano!”. Luego baja del estrado. En su rostro hay una sonrisa.

Es idéntica a la que tendrá dos días después en Camagüey, justo antes de subir al avión Cesna que lo debería llevar de vuelta a La Habana. Es el rostro que por más de diez días todo un país buscará haciendo “lo humano y lo inhumano”. Es la figura que muchos imaginan cada vez que le llevan flores al mar. Y es la misma sonrisa que todos recuerdan ahora, aun cuando en este texto no se mencione el nombre de su dueño.

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