Rafael Calcines Armas - La Habana, 14 jun (Prensa Latina) - Video: Canal Caribe / TV Cubana.- Los cubanos recuerdan hoy los aniversarios de los natalicios de Antonio Maceo (Santiago de Cuba, 1845) y de Ernesto Che Guevara (Rosario, Argentina, 1928) figuras que jugaron papeles decisivos en momentos de la historia de la isla.


El primero fue uno de los patriotas más venerados de las gestas independentistas del siglo XIX junto a José Martí y Máximo Gómez, mientras que el Che, como quedó identificado sencillamente en el argot popular, resultó uno de los líderes claves de la Revolución encabezada por Fidel Castro, al punto de llegar a ser considerado un cubano más.

Más allá de hazañas militares que atesora la historia, el pensamiento político de ambos mantiene plena vigencia en la Cuba actual e incluso trasciende los límites de la isla.

No por gusto Martí, ideólogo de la gesta libertaria de 1895 al referirse a quien también es conocido como el Titán de Bronce, aseguró que “hay que poner asunto a lo que dice, porque Maceo tiene tanta fuerza en la mente como en el brazo”.

Como muestra de esa valía vale solo tener presente que ante la debacle que representó para la Cuba insurrecta la claudicación del Pacto del Zanjón, Maceo protagonizó la Protesta de Baraguá, que ratificó la intención de continuar la lucha y el rechazo a una paz sin independencia.

Y al igual que Martí, supo medir el peligro que para Cuba representaban Estados Unidos, la potencia imperial emergente que ya ponía en práctica la Doctrina Monroe y la política de la fruta madura.

Sobre ello aseguraba en 1896: “De España jamás esperé nada; siempre nos ha despreciado, (…) Tampoco espero nada de lo americanos; todo debemos fiarlo a nuestros esfuerzos; mejor es subir o caer sin su ayuda que contraer deudas de gratitud con un vecino tan poderoso”.

Del Che, más cercano en el tiempo, no solo queda la impronta de un guerrero que buscó esparcir la lucha revolucionaria y crear “dos, tres, muchos Vietnam”, y el ejemplo de un hombre que fue fiel a sus actos hasta las últimas consecuencias, sino un profundo legado político e ideológico con plena vigencia en la Cuba de hoy.

Vale la pena releer con detenimiento un texto antológico como “El socialismo y el hombre en Cuba”, carta enviada en marzo de 1965 a Carlos Quijano, entonces director del semanario uruguayo Marcha.

En ella el Ché reflexionó sobre lo insólito de hacer una revolución a 90 millas de Estados Unidos, sobre los desafíos de edificar una sociedad socialista en Cuba, las vías para superar el capitalismo no solo con un cambio de sistema, sino, sobre todo, con una profunda transformación ideológica para crear ese hombre “hombre nuevo”, aún en ciernes.

En ese sentido, insiste en el papel de la juventud como “arcilla fundamental” de ese nuevo mundo y la importancia de la educación no solo como fuente de conocimientos, sino como gestora de sentimientos y comportamientos que conduzcan a una nueva mentalidad más centrada en la convivencia colectiva que en el enriquecimiento personal como base de cualquier éxito.

No dejó tampoco fuera de sus reflexiones en ese texto, el lugar de los dirigentes y del líder en su condición de vanguardia y su interconexión imprescindible con el pueblo; el papel de la cultura y el arte, e incluso de los medios informativos.

Y aunque desde entonces ha transcurrido más de medio siglo y el mundo ha cambiado vertiginosamente, en muchos aspectos el pensamiento del Che resumido en El socialismo y el hombre en Cuba parece tener más vigencia hoy que entonces, como premonición de un mundo mejor que todavía puede ser posible.

Vale entonces, en días de aniversarios como hoy, rebuscar en la vigencia de ambos héroes en este presente cargado de retos, más allá de apologías y ofrendas en pedestales.

 

Dos gigantes que la historia hermanó

Dos gigantes que la historia ha hermanado más allá de una fecha y un ideal común. Dos hombres que, en épocas diferentes, dignificaron por igual nuestro pasado patrio para alumbrarnos el presente y el futuro. Dos héroes que son «hijos» de junio, y de la Revolución

Maylenis Oliva Ferrales

Granma

Poco cuentan las distancias –en tiempo y kilómetros– si dos nombres han de eternizarse en la memoria de un país, fundidos como un mismo referente de integridad y arrojo. Dos gigantes que la historia ha hermanado más allá de una fecha y un ideal común. Dos hombres que, en épocas diferentes, dignificaron por igual nuestro pasado patrio para alumbrarnos el presente y el futuro. Dos héroes que son «hijos» de junio, y de la Revolución. 

En Santiago de Cuba nació el primero. Era 1845 cuando la familia de los Maceo bautizó con el nombre de Antonio al niño que se convertiría en un descomunal jefe mambí.

El segundo llegó al mundo exactamente 83 años después de aquel alumbramiento insigne. Le llamaron Ernesto, aunque su memorable vida le ganaría otro calificativo internacional, pues ese pequeño, nacido en 1928, desde muy joven partiría de su natal Rosario, en Argentina, para ir a curarle las «heridas» a la América ultrajada.

Ambos se elevaron al universo del sacrificio más hermoso –que es defender con su propia sangre la verdad de los humildes–, y desde allí sus extraordinarias existencias se siguen entrelazando como si fueran solo una. Es algo asombroso y casi mítico. Las virtudes de uno parecen renacer en el actuar del otro; y así, juntos, vuelven a crecerse en sus dimensiones humanas, si es que eso es posible.

Porque si el Titán de Bronce era firme en su pensamiento y su valor temerario, el Guerrillero Heroico era un soldado integral con la disposición siempre lista para asumir la misión más peligrosa.

Porque si el Mayor General tenía la palabra sedosa y el brazo como el acero, el Comandante Guevara era también de hablar pausado y de acción insuperable. No hubo nunca, para uno ni para el otro, vida fácil, espacio para el regocijo pueril o senderos sin escollos. 

Más de 600 acciones combativas y un cuerpo marcado por 26 cicatrices de guerra encumbraron la trayectoria del hijo de Mariana Grajales; mientras que el varón Guevara hizo muy suyas las epopeyas del yate Granma, de la Sierra Maestra y de la Revolución Cubana, antes de irse a luchar por la libertad del Congo y de Bolivia.

Los dos amaban la literatura como a la Patria misma. Los dos eran antimperialistas. Los dos protagonizaron invasiones de Oriente a Occidente, y los dos sembraron huellas de respeto y cariño. 

Por ello San Pedro no fue el final para Maceo, como no lo fue La Higuera para el Che. A aquel que alzó su voz enérgica en Baraguá con un «no, no nos entendemos» ante un enemigo que nos quiso mellar el decoro; y a aquel otro que frente a su ejecutor ordenó: «dispare, que aquí hay un hombre», Cuba los contempla orgullosa.

Hoy, a 177 años del natalicio del Titán de Bronce, y a 94 del Guerrillero Heroico, una frase de Fidel nos recuerda que, a pesar de la necesaria evocación, siguen siendo muchas las certezas que los unen siempre; porque «si uno afirmó que quien intentara apropiarse de Cuba recogería el polvo de su suelo anegado en sangre si no perecía en la lucha, el otro anegó con su sangre el suelo de Bolivia tratando de impedir que el imperio se apoderara de América».

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