Sara Más - Revista Mujeres.- El lenguaje oral y escrito sigue siendo discriminatorio, peyorativo y exclusivo con las mujeres debido a criterios muy asentados en la subjetividad social que han ido variando, pero muy lentamente.


En opinión de la periodista cubana Isabel Moya, el modo en que se habla y escribe -sigue perpetuando viejas y nuevas formas de discriminación por género, en las que las mujeres salen muy mal paradas, no sólo porque se les nombre mal, sino también porque, a veces, ni siquiera se les menciona.

“El lenguaje es una de las formas donde se expresa lo difícil que es el cambio”, ha señalado Moya, directora de la revista Mujeres, en reiteradas ocasiones. El tema del sexismo suele simplificarse cuando se pretende solucionar con un simple cambio de letra las diferencias entre hombres y mujeres. Moya insiste en que se trata de un problema mucho más complejo y profundo, que nace de la carga patriarcal que acompaña a los significados conferidos a las palabras.

Ese pensamiento está tan arraigado en el idioma que recurrió a varios ejemplos recogidos en el Diccionario de la Real Academia Española y que parten de la propia definición de hombre y mujer, entendido el primero como ser animado racional y la segunda, sin ese atributo explícito, como la parte femenina de la población.

De ahí en adelante, la academia recoge otros muchos términos que, referidos a unos y otras, varían notablemente sus significados, aunque se trate de las mismas palabras.

Tal es el caso de mujer de gobierno como “la criada que tenía a su cargo el gobierno económico de la casa”, mientras el hombre de gobierno no queda literalmente aclarado por considerarse innecesario, como una característica natural y propia de los varones.

Otro de los ejemplos representativos del lenguaje discriminatorio es el de mujer pública, que la academia define como prostituta, frente al hombre público, “el que tiene presencia o influjo en la vida social”.

En opinión de especialistas, esas son muestras claras del lenguaje como expresión de un pensamiento dominante, por lo que el asunto supera la simple utilización de la “a” o la “o” cuando hablamos o escribimos.

Entre los errores de discriminación sexista más frecuentes en el lenguaje, Moya ha identificado el uso absoluto del género gramatical masculino para referirse tanto al hombre como a la mujer, “lo que la excluye a ella o la hace invisible” en no pocas ocasiones en las cuales, además, se busca destacar su presencia.

A su juicio, esta es una de las prácticas que más se pueden cambiar desde los medios de comunicación, dejando a un lado las rutinas productivas y apelando a la creatividad. “De alguna manera, se trata de intentar la prueba de la inversión” agregó, para referirse a la posibilidad real de incluir en esos enunciados, explícitamente, a las mujeres.

Para ello habría que dejar de usar “hombre” como sinónimo de humanidad y en su lugar emplear otros muchos términos posibles, según el caso, como persona, población, ser humano, infancia, niñez o pueblo, recomendó.

Como formas igualmente inapropiadas del discurso escrito y visual, señaló la presentación del hombre como único sujeto de acción y a la mujer como dependiente o subordinada, la recurrencia a destacar las cualidades estéticas de ellas y las intelectuales de ellos y el uso asimétrico de nombres y títulos. “Todos dicen Plácido Domingo y la Cabalé, ¿por qué no se les llama a los dos por sus nombres?”, se preguntó al cuestionar un estilo muy en boga en el discurso actual de los mensajes mediáticos.

En su propuesta para un lenguaje no sexista, Moya recomienda emplear el femenino siempre que se corresponda al sexo de quien se escribe o se hable, aunque sea infrecuente, o utilizar términos abstractos. “¿Quién iba a decir o escribir ministra en 1900 si la mujer no tenía siquiera derecho al voto?”, argumenta.

Aunque el uso de barras, el signo de arroba y otras novedades han surgido como respuestas al sexismo, la directora de Mujeres estima que estas variantes no solucionan el problema del lenguaje oral, aunque pudieran resultar válidas en determinados ámbitos. “Pero en español, al menos, no hay una forma para expresarlos”, comentó.

Partidaria de que “el lenguaje es un sistema vivo y como tal se transforma” y también de que “a situaciones nuevas, lenguaje nuevo”, la periodista acota que pocas personas se oponen al uso de palabras como ciberespacio, cibercultura, o infovía, asimiladas todas con celeridad en nuestra vida cotidiana.

“Hay una realidad nueva y se asume esa nueva realidad. Entonces, si las mujeres están cada vez más presentes en todos los espacios, también hay que nombrarlas”, señaló Moya.

“No es el lenguaje lo único urgido de cambios”, agregó. “¿Qué puede importar decir compañeros y compañeras si ellas se siguen representado como ‘las reinas del hogar’ y ellos como los naturalmente dotados ‘para dirigir’?, dijo.

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