Dixie Edith - Revista Mujeres.- Clara hace parir la tierra, Conchita dirige un centro de investigaciones donde se gesta futuro, Adita canaliza venas a pequeñitos enfermos, María Elena husmea los avatares de la familia cubana, Laritza actúa, Olga Marta batalla con las letras y Techi, con las estadísticas.


Son mujeres. Cubanas. Están entre esas que estremecieron a Silvio Rodríguez y “la historia anotó entre laureles” Y también entre las que lo inspiraron por “desconocidas, gigantes”. Tienen edades y ocupaciones diversas pero comparten una característica común: viven y construyen dentro de un proceso social que ha ido creciendo a la par que les cambia la vida, rotundamente, a ellas mismas. Son mujeres de la Revolución.

En estas más de cinco décadas han hecho de todo. Se asomaron a las ventanas de sus hogares y luego abrieron las puertas y se lanzaron a conquistar el espacio social. Así, consiguieron sumar mucho más del 45 por ciento de las personas empleadas en el sector civil del país y superar con creces el 60 por ciento de los profesionales y técnicos, además de ocupar sitio en cerca de la mitad de los asientos parlamentarios.

Difícilmente se encuentre otra población femenina con tan creciente grado de participación en la vida laboral, social y política de un país. Pero la toma de conciencia, la reflexión sobre el hecho de ser mujeres, -y de serlo en estos tiempos- vino de la mano del reconocimiento a sus derechos, de la revalorización de sus potencialidades y de la garantía de igualdad de oportunidades, que trajo consigo la clarinada rebelde de 1959.

“Ya no se trata de una igualdad en abstracto, o de una lucha en abstracto por la igualdad; ya no se trata de una teoría, se trata de una realidad, y las realidades son más fuertes que las teorías, las realidades son más sólidas que las abstracciones”, reflexionó Fidel, el líder histórico de la Revolución, en el V Congreso de la Federación de Mujeres Cubanas (FMC).

Educación, al centro de la batalla por el derecho

Desde que, según la Biblia, Dios le quitó a Adán una costilla para crear a Eva, la vida del sexo femenino sobre la Tierra ha estado asociada a una batalla tenaz por el espacio propio. Las cubanas, por supuesto, no han estado de espaldas a esa contienda. Por suerte, con éxito.

Desde el triunfo de 1959, que les reconoció el derecho a compartir todos los espacios con sus congéneres, ellas han alcanzado la plena integración al mundo laboral, el fortalecimiento de su independencia económica y la libertad para elegir el divorcio y el número de hijos.

El impacto resulta de tal magnitud que ha sido calificado por especialistas como una revolución dentro de la Revolución y llegó acompañado de cultura, alfabetización y atención médica gratuita. Al final, ha ido cambiando la vida a hombres y mujeres por igual.

Aunque llevan todavía la carga de la doble jornada a cuestas y durante los años del período especial se convirtieron en las verdaderas heroínas, a costa, muchas veces de renunciar a algunas de sus conquistas, ellas escriben hoy una historia bien diferente a la de sus antecesoras y a las de otras mujeres del mundo.

Pero no siempre fue así. Al comenzar el cuarto año de la Revolución, Cuba era, sin dudas, un país diferente, pero ya se empezaba a respirar un futuro diferente para sus mujeres.

Aunque no hubo encuesta que lo midiera, los carteles alegóricos a las fiestas de la noche vieja de 1961 deben haber tenido cifras récords de lectores. No por gusto las cartas y documentos oficiales emitidos durante los 12 meses precedentes llevaron el membrete de "Año de la Educación". La Isla se había declarado territorio libre de analfabetismo tras una vertiginosa -y acosada por el enemigo- campaña popular a la que se sumaron adolescentes, casi niños, que llevaron faroles y cartillas a las zonas más intrincadas de la geografía nacional.

Pero la historia también registra a 1961 como el año donde otra transformación educacional comenzó a gestarse.

La vorágine comenzó desde los primeros meses del año en la ciudad de La Habana y se llamó Plan de Educación para Campesinas Ana Betancourt.

La escuela se instaló en el mismísimo Hotel Nacional de Cuba, cara a cara con el malecón habanero. Miles de muchachas, procedentes de las áreas rurales, recibieron clases de corte y costura, superación cultural y una preparación esencial que las capacitaba para actuar como agentes impulsores de los cambios sociales en sus comunidades.

Si la Campaña Nacional de Alfabetización tuvo el valor enorme de enseñar a leer y escribir a más de 700 mil personas en pocos meses; al proyecto de las Ana Betancourt le cabe el indiscutible acierto de dotar a las mujeres de los campos no solo de conocimientos en letras y números, sino de herramientas para entender -y emplear- los cambios que la Revolución ponía en sus manos.

El 11 de diciembre de 1961, en la tercera graduación de la escuela, el Comandante en Jefe Fidel Castro hacía un balance del proyecto. "Hace un año ustedes no tenían la experiencia que tienen hoy, hace un año no tenían los conocimientos que tienen hoy, hace un año no sabían lo que saben hoy, hace un año no podían comprender las cosas que comprenden hoy; hace un año, muchas, posiblemente, no habían estado en escuela alguna, muchas no habían podido conocer nuestra capital, muchas no pertenecían a ninguna organización (…), muchas no tenían una tarea que realizar, no tenían una misión que cumplir (...) Hace un año la Revolución no podía contar con ustedes.

Fidel, al dar la cifra, sumaba las ocho mil que se recibían ese día con las egresadas de las dos promociones anteriores, celebradas durante el año que terminaba. En los meses siguientes, las graduadas llegaron a sumar un total de 150 mil.

A esta escuela pronto se sumaron las de superación para las antiguas domésticas y las que prepararían a las directoras, asistentes y educadoras de otro programa de estreno: el de los Círculos Infantiles.

Todos aquellos sueños, sin dudas, rindieron sus frutos.

Según el Censo de Población levantado en 1953, del total de trabajadores ocupados en el país, solo el 17,6 por ciento eran del sexo femenino y de ellas, más del 30 por ciento trabajaba en el servicio doméstico o como conserje y empleadas; el 13,9 por ciento realizaba trabajos de oficina; el 12,1 por ciento eran maestras y apenas poco más del 6 por ciento, profesionales y técnicas. Un escuálido 2 por ciento ocupaba responsabilidades de dirección.

La realidad de hoy, ya lo sabemos, es bien diferente.

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