Karen Alonso Zayas - Red Semlac.- La prensa, la radio y la televisión han hecho de la violencia uno de sus temas preferidos. A decir del investigador español Vicente Romano (1), además de estar siempre presente en las noticias y documentales, la violencia es tema frecuente de filmes, series televisivas y novelas. Romano explica que hablar de violencia en los medios de comunicación es referirse a la representación de la violencia física en estos, o lo que es lo mismo: la violencia simbólica.


Cita al comunicólogo alemán Harry Pross, quien ha desarrollado y aplicado dicho concepto en relación con el proceso de socialización y comunicación, y define la violencia simbólica como “el poder para imponer la validez de significados mediante signos y símbolos de una manera tan efectiva que la gente se identifica con esos significados” (3).

Los medios de comunicación de masas (entre los que se encuentran no sólo la prensa escrita, la radio y la televisión, sino también el cine, las historietas, los videojuegos, la música y muchos sitios de Internet) insisten en representar de forma tradicional a las personas de diversos géneros; aunque la mayor parte de las veces son las mujeres quienes salen peor paradas. Estas representaciones sexistas, estereotipadas, estrechas y degradantes, persisten con fuerza en el discurso mediático.

Por tanto, es válido afirmar que “el paradigma de la violencia simbólica es, precisamente, el género” (4). El tratamiento mediático de los actos de violencia contra mujeres a nivel mundial mantiene mecanismos de ocultamiento que desvirtúan la realidad de este problema. Entre ellos se encuentran, en el caso de la prensa escrita, la utilización de términos confusos para definir la situación. Se explican las agresiones como respuestas involuntarias e imposibles de controlar, producto de una patología. Además, se utilizan expresiones, como crimen pasional, que tienden a justificar esos ataques. En el caso de crímenes con violencia sexual se maneja la expresión bajos instintos, cuyo uso tiende a asociar la violación a la acción instintiva de quien la comete y resta responsabilidad al agresor. Por otro lado, son mostrados los hechos de violencia extrema, de una mujer hacia un hombre (como un asesinato), y no las situaciones de maltratos continuados que suelen desencadenar estos hechos.

A los medios les resta un largo entrenamiento con respecto a la representación de los géneros. La escasez de recepción crítica en materia audiovisual hace del espectáculo un componente esencial y cotidiano para la creación de productos comunicativos, donde la búsqueda de audiencia se coloca por encima de consideraciones éticas. Esto propicia puestas en escena que, en muchas ocasiones, apelan al componente sexual, fenómeno en el cual son los cuerpos femeninos los protagonistas por excelencia.

En Cuba, los actos violentos contra las mujeres, sean en el marco público o privado, no reciben cobertura mediática, con lo cual se soslaya un problema que está latente en la sociedad. La cuestión no reside, por supuesto, en transformar situaciones extremadamente delicadas en espectáculos que apelen al morbo de la audiencia, sino en tratar de dar a conocer y denunciar esta realidad.

Ellas: invisibles y víctimas

También las mujeres suelen ser invisibilizadas en el caleidoscopio mediático. Pocas veces aparecen en las noticias de actualidad y casi no se aborda su participación en la vida social. La realidad es que ocupan cinco veces menos espacio que los hombres en la cobertura de los medios de comunicación en todo el mundo, al constituir sólo el 18 por ciento de las personas citadas (5).

Existe, igualmente, una tendencia a presentarlas en situaciones que potencian su victimización y la concepción de que son incapaces de cuidar de sí mismas, o de que necesitan protección constante, lo cual es evidente en la aparición de mujeres en casos de conflictos armados, accidentes y catástrofes. De alguna manera resulta más atractivo y apela, con mayor vigor, a la emotividad del público representarlas a ellas, y no a los hombres, como víctimas.

No solo la referencia explícita, en cualquier medio de comunicación, a actos que se constituyan como violencia de género (dígase noticias, juicios televisados, reality shows) puede ser catalogada como violencia simbólica.

La representación sesgada, discriminatoria, binaria y excluyente de ambos géneros, así como la escasa presencia de las mujeres en el discurso mediático, son también formas de violencia simbólica, relacionadas con la violencia de género.

Para la doctora Isabel Moya, directora de la Editorial de la Mujer, las causas de la invisibilización de ciertos temas, entre ellos la cantidad de muertes anuales de mujeres por complicaciones derivadas del embarazo y el parto, son producto de la construcción de una agenda de actualidad donde lo excluido no reúne ni siquiera los requisitos para conformarse como parte de la realidad.

Al respecto, la también profesora de la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana, se pregunta por la pluralidad de voces y representaciones en el discurso comunicativo, ya que la producción mediática se encuentra en un proceso de acelerada centralización. Como consecuencia afirma que la construcción simbólico-cultural está siendo llevada a cabo a imagen y semejanza del interés hegemónico, en el cual el modelo pautado consiste en el “ciudadano varón, heterosexual, del norte, con alta solvencia económica” (6). Pero el modelo masculino reglamentado tiende a alienar a los hombres de su capacidad sentimental y los obliga a asumir actitudes y conductas que de alguna manera se convierten en violencia hacia sí mismos por tratar de estar a la altura, más allá de sus aptitudes y por cercenar sus deseos y aspiraciones en virtud de la masculinidad aceptada socialmente.

Históricamente, la sociedad les ha asignado a los hombres papeles que los han ido castrando en muchos componentes de su humanidad. Se les atribuyen roles dignos de fortaleza y resistencia y se los expropia de la capacidad de sentir, al proponer el estereotipo de su supuesta racionalidad opuesta a la emotividad femenina. Resulta curioso como a los dirigentes masculinos nunca, en entrevistas realizadas, se les inquiere sobre la fórmula utilizada para dividirse entre sus obligaciones profesionales y su vida doméstica. En cambio, esta es una pregunta recurrente en el caso de sus homólogas femeninas.

La perspectiva mediática que se recrea en la actualidad, además de pasar por los filtros de un orden patriarcal y androcéntrico, mantiene una perspectiva capitalista, racista y eurocéntrica. En este sentido se establecen como legítimas representaciones que no tienen en cuenta la multiculturalidad y la diversidad de clases, edades, orientaciones sexuales, razas y etnias. Puede distinguirse una tendencia a exaltar determinados atributos y características occidentales que cuentan con la aceptación de la mayoría del planeta.

En las mujeres se suele resaltar, por ejemplo, el requisito de la belleza física, que para los hombres no suele resultar de obligada tenencia. Las mujeres, para ser consideradas como tal, deben ser bellas, y la perfección exige determinado color de piel, rasgos faciales, estatura, peso y medidas corporales. Dichas demandas, validadas por los medios, se convierten en malestar y frustración para ambos sexos al erigirse como aspiraciones que muy pocas personas pueden cumplir. “Esta frustración es (…) parte de los mecanismos socio-psicológicos de dominación que transforman a las relaciones entre las personas en un tener o no tener, y a la competencia por la movilidad social en una vía para tener con qué comprar otro automóvil, otra mujer o, aunque menos frecuente, otro hombre” (7). Es decir que la construcción simbólica de los cuerpos no es otra cosa que una fachada irreal para mantener a toda la población mundial al servicio de una lógica mercantil orientada hacia un consumo voraz e infinito.

Amén de que los cantos de sirena de la publicidad suelen recaer en representaciones dedicadas a la heterosexualidad normativa, han comenzado a ganar terreno imágenes ambiguas o andróginas hasta convertirse en explícitamente homosexuales. Esta viene a ser otra de las estrategias del capitalismo para continuar reproduciendo el sistema al comenzar a explotar un emergente segmento de mercado, que hasta hace pocos años era evadido.

Mediante su caracterización como algo ligero o humorístico resulta posible vender la sexualidad como se vende un perfume o un auto. Incluso la estética gay no escapa del canon de belleza masculina, en el que se ha generalizado la perfección física del hombre asociada a la virilidad y a la potencia sexual.

En la publicidad comercial está de moda utilizar lo indefinido para hacer alusión a la homosexualidad; pero incluso se emplean otros recursos que, lejos de reafirmar las diversas orientaciones sexuales, las convierten en estereotipos con cierta carga negativa. La ideología y el poder patriarcales hegemónicos, para inmortalizarse, recurren a la transmutación. De esta manera parece que ceden terreno. Sin embargo, bajo los signos de la trasgresión aparente se esconden las estrategias ocultas de la sumisión. Estas, desde lo simbólico, manipulan y articulan estructuras que inciden en la configuración del imaginario colectivo, para aparentar una asimilación de la diversidad sexual, cuando en realidad, a partir de un tratamiento sesgado continúan perpetuando el prejuicio de lo anormal. Tal aceptación de la pluralidad “se constituye en una especie de tolerancia represiva” (8)

El teórico de la comunicación Manuel Martín Serrano alega que la erradicación de la violencia pertenece al reino de las utopías realizables, pero que al igual que la esclavitud tardó siglos en ser abolida de la misma forma hay que tener claro que la construcción de las relaciones entre los géneros basadas en la tolerancia, solidaridad y no explotación de las mujeres exige un largo camino, cuyos ritmos los marcarán la familia, la escuela y los medios de comunicación (9) (López, 2002).

Debido a que la mayoría de lo que se edifica a nivel mediático forma parte de una cultura que tiende al mantenimiento de la desigualdad y la naturalización de la violencia simbólica, la educación –sobre todo la mediática– debe dirigirse por caminos donde la equidad, el respeto a lo diverso, la conciencia crítica, el diálogo y la emancipación sean piedras angulares.

Notas

1 Romano, V. (2005). La formación de la mentalidad sumisa. La Habana: Editorial de Ciencias Sociales.

3 Pross, H. (s.f). En Romano, V. (2005). La formación de la mentalidad sumisa. Pp. 128-129. La Habana: Editorial de Ciencias Sociales.

4 Velázquez (2001). En Gamba, S. (2009) Diccionario de estudios de género y feminismo. Segunda edición, p 359. Buenos Aires: Biblos.

5 Moya, I. (2010). Sin Contraseña. Género y Trasgresión mediática. Madrid: AMECO.

6 Moya, I. (2010). El sexo de los ángeles. Una mirada de género a los medios de comunicación. La Habana: Publicaciones Acuario.

7 Rauber, I. (2003) “Género y Poder. Ensayo-testimonio”. Edición Especial para Paso I, enero, p. 11.

8 Moya, I. (2010). El sexo de los ángeles. Una mirada de género a los medios de comunicación. P. 87. La Habana: Publicaciones Acuario.

9 López, P. (2002) “La violencia contra las mujeres en los medios de comunicación”. En Dossier de prensa “Mujer, violencia y medios de comunicación”. Pp 21-35. Instituto Oficial de Radio y Televisión, RTVE, Madrid.

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