Red Semlac.- Entre las formas de violencia de género está la sexual, que ocurre siempre que se impone a la mujer una relación sexual contra su voluntad. Puede estar incluida la violación infligida por un desconocido, un conocido o la pareja. Si bien este es uno de los tipos de violencia más reconocidos, no siempre se comprenden todas sus variantes, ni se asume en su totalidad como un problema en nuestro país.


Para dialogar sobre este fenómeno y sus posibles estrategias de prevención, No a la Violenciainvitó a tres profesionales de diferentes perfiles y áreas de desempeño. Esta vez responden a nuestras interrogantes la psicóloga Beatriz Torres, presidenta la Sociedad Cubana Multidisciplinaria para el Estudio de la Sexualidad (Socumes), la periodista Mileyda Menéndez, del diario Juventud Rebelde y la también psicóloga y demógrafa Matilde de la Caridad Molina, del Centro de Estudios Demográficos (Cedem), de la Universidad de La Habana.

 

¿En qué consiste el fenómeno de la violencia sexual? ¿Cuáles son sus principales manifestaciones?

Beatriz Torres:Investigaciones recientes la conceptualizan "como una violación a la integridad corporal de las mujeres y, por tanto, como un abuso de sus derechos humanos fundamentales. Otros trabajos la han replanteado exitosamente como un problema de salud de la mujer, con consecuencias a largo plazo en los ámbitos físico, psicológico y sociales".

Constituye un problema mundial, pero no existen suficientes datos sobre la incidencia y prevalencia de sus diferentes formas. Esto se debe a que, con frecuencia, existen diferencias conceptuales y operacionales que impiden la comparación entre los estudios sobre el tema. Asimismo, a veces las mujeres no reconocen la violencia sexual que han experimentado como una violación o como otro tipo de abuso, debido a que el contexto sociocultural normaliza, minimiza, tolera o promueve estos actos; con frecuencia las mujeres no reportan estos delitos al sistema de salud o de justicia por vergüenza, miedo de la reacción de los funcionarios o prestadores de servicios y temor a las consecuencias que pueda tener su denuncia; las mujeres tienden a guardar silencio si se les pregunta sobre sus experiencias de violencia sexual. Esto ocurre más marcadamente en los casos en que estas experiencias han sido llevadas a cabo por familiares o en el contexto de una situación íntima.

La literatura internacional reconoce diferentes consecuencias de la violencia sexual. La violación y la violencia doméstica son causas significativas de discapacidad y muerte en mujeres en edad reproductiva, en países desarrollados y no desarrollados. Otras consecuencias de la violencia sexual se pueden agrupar en categorías somáticas, psicofisiológicas y psicológicas.

Las consecuencias de este tipo de violencia en la salud sexual y reproductiva se puede manifestar, entre otras, en: disturbios ginecológicos, flujo vaginal persistente, sangrado genital, infertilidad, enfermedad inflamatoria pélvica crónica, complicaciones en el embarazo, aborto espontáneo, infecciones de transmisión sexual, inclusive VIH-sida, aborto, embarazo no deseado, retardo en el desarrollo intrauterino, muerte fetal y materna. Aunque abarca todas las esferas de la vida, en especial las implicaciones psicológicas, el área de la sexualidad y las relaciones de pareja, muestra en estas mujeres diferentes malestares y trastornos (anorgasmia, vaginismo, dispareunia y marcados trastornos del deseo) acompañados de gran afectación en la autoestima.

Asimismo, se ha reconocido que las consecuencias de la violencia aumentan cuando el agresor es un familiar o conocido, debido a la ruptura de confianza, lo que puede entorpecer la posibilidad de ofrecer ayuda. Si, además, la violencia sexual ocurre en edades tempranas, parece existir un mayor riesgo de desarrollar diversos problemas, tales como la fuga del hogar, el fracaso escolar, la drogadicción, los sentimientos de hostilidad y desconfianza, la insatisfacción sexual y los embarazos no deseados.

Mileyda Menéndez: Violencia sexual es cualquier acto que atente contra el normal desarrollo de las relaciones sexuales entre seres humanos, no solo en el campo del erotismo físico, sino en el de las fantasías, la identidad, la capacidad reproductiva, la potencialidad de amar y de sentir autorrespeto o seguridad al lado de alguien más.

Es violencia un coito forzado (incluso con la pareja formal), pero también lo es el abuso lascivo a cualquier edad, las caricias consentidas bajo coacción, el acoso verbal callejero o de personas conocidas, el toqueteo en el transporte público, el cine u otros lugares donde deberías estar sin preocupaciones, así como las amenazas de seres que amas para obligarte a acceder a sus pretensiones, la privación del derecho de las mujeres a usar un anticonceptivo o embarazarse, y si ya lo está, impedirle decidir si va a ser madre o se realiza un aborto.

Es violencia sexual que la pareja afecte tu autoestima con frases hirientes respecto a tu imagen o tus habilidades amatorias, que te compare con otras personas y te haga sentir inferior en el desempeño sexual, te use sin importar tu placer o las consecuencias en tu cuerpo y, si hay un impedimento temporal para completar el coito, que sientas la obligación de sacrificarte para no correr riesgo de una traición. Es violencia sexual que una vez disuelto el vínculo te impida relacionarte con alguien más.

Creo que también contaría como violencia el hacerte fotos y videos comprometedores o pagar gastos a tu nombre para luego obligarte a tener sexo, o a tenerlo del modo que a esa persona le interese, donde, cómo y con quienes decida, desde su estatus de poder. Y, definitivamente, es ultraje sexual la difusión de algunas “canciones” de moda cargadas de un lenguaje misógino y pornográfico, así como sus videos explícitos.

Matilde de la Caridad Molina:La violencia sexual suele expresarse a través de la violencia doméstica o contra la mujer y, aunque no son solo las mujeres las que la sufren, si son mayoría entre las víctimas.

La violencia contra la mujer es cualquier acto de violencia de género que resulte, o pueda resultar, en daño o sufrimiento físico, sexual o psicológico para la mujer, incluyendo las amenazas de dichos actos, coerción o privaciones arbitrarias de la libertad, que ocurran en la vida pública o privada. Esta puede ocurrir al interior de la familia y se le denomina violencia intrafamiliar; es un acto de poder u omisión recurrente, intencional y cíclico dirigido a dominar, someter, controlar o agredir física, verbal, psicoemocional o sexualmente a cualquier miembro de la familia, dentro o fuera del domicilio familiar, que tenga algún parentesco por consanguinidad, tenga o lo haya tenido por afinidad civil, matrimonio, concubinato o mantenga una relación de hecho y que tiene por efecto causar daño . En ocasiones, esta fuerza se aplica de manera consciente para mantener el poder y control masculino; en otras, no existe esta intención, sin embargo, su efecto causa daños que refuerzan la subordinación femenina.

Por tanto, la violencia o maltrato sexual, como también se le llama, es un patrón de conducta que puede expresarse en actos de omisión o presión y daño, cuya forma de manifestación pueden ser: negar la satisfacción de necesidades sexo afectivas, inducir a realización de prácticas no deseadas o que generan dolor, practicar celotipia, control, manipulación o dominio de la pareja generando daño. El acoso sexual puede ser otra manifestación de la violencia sexual. Este tipo de violencia puede ejercerse sobre la mujer de cualquier edad: niñas, adolescentes, jóvenes y adultas en cualquiera de sus etapas del desarrollo.

A partir de su experiencia de trabajo, ¿este tipo de violencia constituye un problema en Cuba? De ser así, ¿cómo se comporta?

BT: No existen estadísticas en nuestro país que demuestren la frecuencia de este fenómeno, ni las implicaciones para la salud y la calidad de vida de las mujeres, pero en diferentes investigaciones se ha mostrado que la misma cultura machista y patriarcal promueve relaciones discriminatorias y la violencia sexual es parte de ellas. Parte de las manifestaciones de la violencia sexual se detecta en las consultas de sexología, donde un grupo de mujeres víctimas de sus parejas se sientes culpables de “no satisfacerlos”, de ser ellas las del problema, y asisten pidiendo ayuda y con muchas culpas, sin darse cuenta de que ellas son las víctimas.

En la consulta de sexología que organizo, al indagar sobre los malestares de la vida en pareja y en especial sobre los trastornos que con más frecuencia presentan las mujeres en el área sexual, llama la atención que el proceso prácticamente silenciado de la violencia de género se está convirtiendo en un amplio espacio de trabajo. Por ello, como parte de la entrevista psicosexual en consulta, este es un elemento que no puede olvidarse. Ahora: ¿serán las mujeres conscientes de la relación violencia de género y malestares o disfunciones en el área sexual y de pareja (en muchos casos en el rol de víctimas y hasta, porque no, reproductoras de esta violencia), o esto no siempre es así? Se encontró evidencia de que esta relación no siempre aparece identificada claramente.

Hasta hace pocos años, la mayoría de las mujeres que asistían a estas consultas lo hacían para solicitar ayuda para sus compañeros y en la generalidad, aunque víctimas, se sentían también responsables de su solución. Al profundizar, se encontró que muchas de ellas poseían insatisfacciones y también disfunciones en la respuesta sexual, siendo la fase del deseo la que aparecía y aparece más afectada. Ahora se hace cada vez más frecuente la presencia de mujeres preocupadas por su satisfacción sexual, aunque generalmente vinculado al proyecto de pareja, lo que muestra la independencia de la mujer, aunque predomine una masculinidad hegemónica.

Por todo lo anterior se decidió profundizar en la violencia de género como factor mantenedor o precipitante, que se presentaba como causa frecuente para que se les afectara a las mujeres el disfrute de una relación de pareja y sexual, por ello se llevó a cabo un estudio de casos múltiples en el que se realizaron entrevistas a profundidad a 100 mujeres que asistieron a consulta entre 2010 y 2011 (estudio de casos múltiples) y se encontró que más de 80 por ciento identificaban la presencia de la violencia en diferentes formas, ya fuera sexual, física o psicológica, esta última era la más frecuentemente señalada.

En muchos casos, al profundizar en la entrevista, no identificaban la violencia como causa de insatisfacción en la vida en pareja o que provocara pocos deseos o nulos de disfrutar un encuentro sexo-erótico, pero después comenzaban quejas como las siguientes: tener que dejar o no priorizar planes y proyectos, por dejar espacio para la pareja o la familia; compartir muchas tareas, no necesariamente las que más le motivaran; el hecho de la llamada doble jornada, que agota a la mujer dejando poco espacio para el placer, incluyendo el rol de cuidadoras de los miembros de la familia. Además, planteaban otras de tipo más psicológica, producidas por mandatos culturales y de poder, como afectaciones en la autoestima, especialmente las mujeres de la edad mediana de la vida, que se sentían presionadas por lucir más jóvenes y con un modelo de belleza que es difícil mantener a estas edades. Todo lo anterior muy relacionado con lo que los medios de comunicación proyectan, por lo que sienten la exigencia de una imagen corporal que ya no pueden tener y la vivencia de sentir que son deseadas o no, además de las presiones familiares que las ubican en muchas ocasiones en la disyuntiva de vivir una vida sexual satisfactoria u optar por una relación de estabilidad o compromiso, como si ambas no pudieran coexistir.

Entre las disfunciones sexuales, las más frecuentes son las relacionadas con el área del deseo, donde la disminución del deseo, su falta y hasta en ocasiones la aversión fueron los trastornos más encontrados; aunque también aparecieron muchas preocupaciones por la vivencia del orgasmo, apareciendo muchas mujeres con el autodiagnóstico de anorgásmicas, por todos los mitos alrededor del orgasmo femenino. Cuando se profundizaba en lo que ellas vivenciaban y que no identificaban como un verdadero orgasmo, aprendían las peculiaridades personales de este y a no sobredimensionarlo.

Ahora, los resultados anteriores son los que se pudieron obtener en las mujeres entrevistadas, pero queda la interrogante de si será esto todo lo que ocurre y que hándicap tiene el hombre que violenta, obligado desde sus patrones culturales a demostrar su masculinidad hegemónica, siempre dispuesta, efectiva. Entonces también el victimario puede ser víctima, o sea, que en este ciclo de violencia todos los implicados se perjudican, por lo que se impone desarrollar estrategias de convivencia y comunicación en las que desarrollemos relaciones de equidad y derechos, independientemente del tipo de pareja que seleccionemos.

MM:Por mi experiencia como mujer, además de periodista y jueza, puedo asegurarte que es muy frecuente, pero está poco registrada porque la mayoría de las mujeres no la denuncian: unas porque no saben que pueden hacerlo, otras porque temen ser revictimizadas, marcadas socialmente, y sobre todo rechazadas por el personal que debe recibir esa denuncia y su propia familia. En el caso de las mujeres que tienen pareja masculina, consideran que él puede repudiarla al saber lo sucedido o puede intentar tomar venganza con violencia y terminar pagando con su integridad física o su libertad, y en ambos casos ella pierde y vuelve a ser victimizada por la familia de ambos y, en algunos casos, por las autoridades,

Constituye un problema grave la mirada cultural y jurídica sobre este fenómeno en cuanto al género, pues tanto en el imaginario como en las leyes vigentes se condena más severamente la violencia sexual contra hombres heterosexuales, aunque sean los que menos denuncian, que la que afecta a otros hombres sexualmente marginados o a las mujeres, y en especial a las niñas. Para colmo, muchos procesos se complican porque es difícil conseguir pruebas o se corre el riesgo de afectar sicológicamente a las víctimas, dañar su prestigio o vulnerar su seguridad al develar sus datos personales, y además, al ser estos de los llamados “delitos en soledad”, muchas pruebas son circunstanciales, las decisiones judiciales y policiales se basan, sobre todo, en la palabra de una persona contra la otra, y ese tipo de procesos se pueden prestar para acusaciones malintencionadas o para encubrir otros delitos. Afortunadamente, todas esas son lagunas legales de las que está consciente la Unión de Juristas y en los nuevos proyectos de leyes penales (código y ley de procedimiento) se proponen fórmulas para corregir esas inequidades y reducir las manipulaciones potenciales.

MCM: A partir de mi experiencia de trabajo e investigaciones realizadas sobre el tema, el tipo de violencia que más se constata o se refiere por las mujeres es la violencia psicológica, luego la física y por último la sexual. En una investigación realizada en La Habana se identificó violencia sexual en 3,8 por ciento de las familias. Según análisis por diferenciales, esta fue referida más por mujeres con los más altos niveles de escolaridad. Según los grupos de edades, no se identificaron niños ni adolescentes maltratados sexualmente. Está relacionada este tipo de violencia, según este estudio, con el alcoholismo y la ausencia de búsqueda de apoyo social.

En otra investigación realizada en La Habana y Granma, con adolescentes, se constatan factores que generan la violencia sexual. Las adolescentes se casan o unen con hombres mayores que ellas. Esto puede estar afirmando la hipótesis de la relación de poder entre la adolescente y su pareja, en la medida en que tenga menor nivel de escolaridad y edad, mayor fragilidad, y mayor distancia entre su edad y la de su pareja, mayores probabilidades tendrán de tener una relación asimétrica, mayor riesgo de violencia de género, sexual y sumisión al hombre, teniendo menos recursos para emanciparse y defender sus derechos como mujer para decidir cuándo tener sus hijos.

Todo ello parece evidenciar que los vínculos de pareja en los que las mujeres inician sus relaciones sexuales y continúan sus gestaciones se caracterizan por claras asimetrías en cuanto a las características individuales: edad, ocupación y escolaridad. Ellas son, en promedio, alrededor de siete a 10 años más jóvenes que los hombres, ellos se encuentran más ocupados y pueden tener mayor escolaridad; mientras que ellas se ubican en una situación de dependencia económica y centradas en labores de cuidado, ellos son compulsados a insertarse en el mercado laboral como proveedores familiares.

La recogida de información sobre la violencia es muy sensible, siempre tiene sesgos metodológicos, tanto por el propio método para recolectar la información, como por el derecho de la mujer a ofrecer o no la información; dando cuenta entonces de un subregistro. No obstante, su mera presencia es razón suficiente para considerarla un problema. Varias son las campañas que se realizan para la prevención de la violencia y ello ha contribuido a su mayor visualización, a una mayor toma de conciencia y despertar sobre la no naturalización del ejercicio del poder del hombre sobre la mujer.

¿Qué recomendaría para atender y prevenir este tipo de violencia en Cuba?

BT: En primer lugar, sensibilizar y capacitar a las mujeres sobre lo que es la violencia de género y sus diferentes manifestaciones, entre ellas la sexual, pues si no la identifican no pueden percatarse a qué están sometidas. Además, es necesario formar a todos los decisores en los diferentes ámbitos --salud, educación, entre otros--, para que sean capaces de identificar este tipo de violencia y procurar una respuesta integral e integrada, fundamental y necesaria en estos casos.

MM: Como es un mal sistémico, los cambios deben venir en varias direcciones a la vez, pero con una adecuada educación sexual y jurídica sí es posible generar más cultura en el ejercicio de los derechos sexuales, elevar la autoestima de la población, cambiar patrones de comportamiento machista que encubren las raíces de este tipo de conductas violentas. No creo que sea idealista porque nuestra población ha incorporado otros cambios culturales mucho más complejos y dinámicos, que implicaron ajustes tecnológicos, económicos, políticos, de conocimientos, estrategias personales y colectivas y, sobre todo, cambios sicológicos que han impactado nuestra idiosincrasia, pero no la han diluido.

MCM: Mantener las acciones de comunicación social que se realizan para la prevenirla, pero que no se quede solo en campañas y jornadas, tiene que ser sistemática, y aunque estas tienen un público meta, pasada la campaña debe ampliarse la sombrilla a todos los grupos de edades con el mantenimiento de las acciones. Hay que trabajar en las escuelas, en los centros laborales, en la atención primaria de salud.

Los programas educativos deben colocar mayor énfasis en el enfoque de género, en el conocimiento de los derechos de la mujer para que podamos ejercerlos plenamente, para que el empoderamiento de la mujer nos lleve a niveles superiores de igualdad y equidad.

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