Gabriela Orihuela Orihuela - Revista Mujeres.- La familia de Mariana* no es la más extensa, pero tampoco es pequeña; está compuesta por su esposo, Camilo, —hijo de Leticia y el difunto Ramiro—; sus hijos Ernesto y Manuel Alejandro; los primos de Camilo, Ángel y Eliseo; su tía Margot, de 76 años; la hija de su tía, que vive en el exterior, Elina; y una prima segunda que vive en Ciego de Ávila, Yenisleydis, con su descendencia.


Leticia, suegra de nuestra protagonista, tiene 83 años y hace tres semanas se fracturó la cadera y cayó por las escaleras; estuvo varios días hospitalizada y reportada de gravedad; sin embargo, pudo salir de la institución médica con vida y algo de memoria. La anestesia hizo de las suyas y la señora, que parecía llegar a los 120 años con una mente intacta, comenzó a confundir nombres, lugares y épocas.

Camilo es cocinero en un restaurante de la cuidad; Mariana, en cambio, es microbióloga y está terminando su Doctorado, después de postergarlo por varios años.  

Ante esta situación, la familia decidió reunirse para conversar sobre el cuidado y la atención a la señora. Disímiles ideas salieron a relucir: «nos turnaremos», «le pagaremos a una persona que nos ayude», «seis meses en cada casa».

Pero, por más de un mes nadie vino a ayudar a Mariana. Ángel se complicó en el trabajo; Eliseo se fue del país sin comunicar nada; Camilo no podía dejar su trabajo ni un día a la semana, pues era muy importante para él. Lo irónico es que el trabajo también es fundamental para Mariana y ahora tenía dos. Los cuidados también son un trabajo.

El hijo mayor de la pareja, Ernesto, sugirió en una ocasión que Margot o Yenisleydis desempeñaran el rol de cuidadoras, pues este era un trabajo de “mujeres”. Fue entonces cuando Mariana se percató de que estaba sola en esta labor. Una vez más tuvo que poner a un lado su profesión, su tiempo, sus planes.

El rol de cuidadora/cuidador ha existido siempre, pues  las personas necesitan atenciones desde que nacen hasta que mueren. Por tanto, cuidar es imprescindible para la vida y para la perpetuidad del grupo social. La familia o un miembro familiar asume el cuidado.

La Dra. Rosa Campoalegre Septien, profesora titular e investigadora del Centro de Investigaciones Psicológicas y Sociológicas, expone, en su artículo “El trabajo de cuidados desde la perspectiva familiar en diálogo con las políticas públicas (PNAP)”, que «si bien la necesidad de cuidados no es un fenómeno nuevo en cuanto siempre han  existido personas requirentes de ellos, la convergencia de diferentes factores como  son, entre otros, el envejecimiento demográfico, el aumento de la esperanza de vida y los cambios en la estructura familiar, han propiciado que se convierta en un fenómeno que necesita respuestas urgentes y adecuadas para hacerle frente desde diferentes ámbitos como el político, el tecnológico, el social, el sanitario, el psicológico, el familiar y el económico y por supuesto también el jurídico. La persona en situación de cuidado requiere recibir una asistencia por parte de otros durante un periodo prolongado».

Entendemos por cuidador familiar, según advierte la Sociedad española de Geriatría y Gerontología, a «la persona que asume la responsabilidad en la atención, apoyo y cuidados diarios de cualquier tipo de persona enferma. Es quien además le acompaña la mayor parte del tiempo y quien, aparte del enfermo, sufre un mayor peligro de agresión sobre su salud, convirtiéndose en sujeto de alto riesgo».

Natividad Pinto Afanador y Beatriz Sánchez Herrera, ambas pertenecientes a la Facultad de Enfermería de la Universidad Nacional de Colombia. afirman, en El reto de los cuidadores familiares de personas en situación crónica de enfermedad”, que «entre las familias hay diversas formas de cuidar a sus enfermos en las que se incluyen el cuidado anticipatorio, la protección, la prevención, la supervisión y el cuidado instrumental».

Sin embargo, la familia de Mariana no es única. Es un caso más de lo que sucede con los cuidados en nuestro país y en otros tantos. La idea de que las mujeres somos las cuidadoras por excelencia, las que nacemos para atender, las que debemos sacrificarnos, se perpetúa.

Desde la perspectiva de género, no cabe duda de que la mujer siempre ha estado “destinada” a tales labores. Entran acá los estereotipos y roles de género, que encuentran refuerzo en la reproducción de un sistema patriarcal.  

«Es una labor “propia de su sexo”, que ha llevado incluso a que la mujer lo haga sin condicionamiento alguno, expresión de su gratitud respecto de quien recibe el cuidado, ya sean parientes directos consanguíneos, o afines. Tómese en consideración que, en esa concepción androcéntrica y patriarcal, es “lógico” que sean las mujeres de los hijos las que cuiden a los suegros o suegras, máxime cuando estos no tuvieron descendientes femeninas, como se aprecia en un estudio descriptivo, analítico y correlacional, realizado en México (Estado de Tamaulipas), cuyo objetivo fue identificar el bienestar del cuidador familiar del adulto mayor con dependencia funcional, desde una perspectiva de género», se publicó en el artículo “La responsabilidad de cuidar a personas en situación de dependencia, una propuesta teórica para la elaboración de políticas públicas” de la Revista Crítica de Ciencias Sociales.

Se agregó, además, que «las mujeres tienden a cuidar con un sentido de responsabilidad, aunque en ello renuncien a su propia realización personal, de modo que en la medida en que la enfermedad de la persona que recibe su cuidado se haga más intensa y progresiva, ello le implica la consagración de más tiempo y esfuerzo y mayores erogaciones económicas, casi nunca compensadas»,

Los cuidados son un derecho universal. Las personas adultas tienen, según la Convención Interamericana sobre la Protección de los Derechos Humanos de las Personas mayores y sus proyecciones sobre la capacidad jurídica, «derecho a un sistema integral de cuidados que provea la protección y promoción de la salud, cobertura de servicios sociales, seguridad alimentaria y nutricional, agua, vestuario y vivienda; promoviendo que la persona mayor pueda decidir permanecer en su hogar y mantener su independencia y autonomía».

La Agenda 2030 de Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas, en la meta 5.4, declara la importancia de «reconocer y valorar los cuidados y el trabajo doméstico no remunerados mediante servicios públicos, infraestructuras y políticas de protección social, y promoviendo la responsabilidad compartida en el hogar y la familia, según proceda en cada país».

Rosa Campoalegre reitera que «la clave del cuidado familiar está en la disponibilidad física y emocional de una persona para dedicarse con regularidad a la atención de un familiar, llegando incluso a renunciar o disminuir sensiblemente sus capacidades productivas o laborables, en función de satisfacer los requerimientos o demanda del destinatario de sus servicios asistenciales».

Un audiovisual necesario

Lizette Vila e Ingrid León fueron las realizadoras del documental Ellas… sus cuidados y cuidadoras. Bajo el sello del Proyecto Palomas, Casa Productora Audiovisual para el Activismo Social, se dieron a conocer ocho testimonios —siete mujeres y un hombre— que describen las funciones de los cuidados.

Ciertamente, el trabajo de las cuidadoras y de los cuidadores ha sido, por muchos años, silenciado, invisible e ignorado. Dar a conocer estas experiencias pone un alto a la historia. Nos recuerda el camino que debemos forjar y las brechas de género que se mantienen en pleno siglo XXI.

Vila, en un programa televisivo, expresó: «La labor del cuidado en Cuba y en el mundo tiene imagen de mujer y rostro de mujer, que ha sido impuesto y lo mantiene el patriarcado, con sus prácticas y acciones machistas».

El trabajo de cuidados, como ya hemos esclarecido, es una labor feminizada que pone en las espaldas de las mujeres una doble carga, a veces más. El saber compaginar el trabajo, los cuidados, la atención familiar y otros roles impuestos socialmente es desgastante. La meta no es reforzar los roles género, sino desmontarlos.

* Los nombres de los integrantes de la familia Lazo Martínez han sido cambiados a petición de la familia.

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