Sandra Álvarez Negra cubana tenía que ser / No es una pregunta la que guía mi reflexión en el día de hoy, a propósito evidentemente de la violencia de género, si no la más reciente emisión del programa televisivo Cuando una mujer que se trasmite por Cubavisión.


Con guión de la reconocida escritora Marylin Bobes, el mencionado programa presentó hace un tiempo el caso de una joven victima de los malos tratos, físicos y psicológicos, por parte de su novio. La historia plasmó sin cortapisas lo que frecuentemente sucede cuando una mujer es abusada: en muchas ocasiones ella no quiere denunciar, pues considera que “se trata tan solo de un ataques de celos”, esgrimiendo además que el abusador es una buena persona y que la quiere.

Sin embargo, lo que marcó, en mi opinión, el abordaje de tal situación, de manera casi inexplicable ante la sensibilidad de este tema, fue el desconocimiento que alrededor de la figura del maltratador se propone: por una parte como un hombre que necesita ayuda especializada, o sea un paciente, y por la otra un abusador.

Del mismo modo me llamó la atención que jamás se hiciera mención a los términos “violencia de género o contra las mujeres”, de hecho, cuando creí que Tamara Castellanos, en su función de presentadora, terminaría con la reclamada frase, en su lugar se refirió a la violencia en cualquiera de sus formas, como si estuviésemos hablando de cualquier otra y no de la que, precisamente, tiene la inequidad de género, la subordinación de las mujeres y la misoginia en su origen.

Presentar al maltratador como un paciente, o sea alguien que necesita ayuda de un especialista, nos hace cómplices de la situación de violencia.

Pensemos en aquellas mujeres que “le tiran la toalla” a sus parejas, esposos y/o ex. Ellas buscan (y encuentran) múltiples razones al maltrato del cual son objeto. “El no es malo, el lo que es muy celoso, pero es bueno, me complace en todo” mi diría una amiga a propósito de su esposo abusador, también “el me dijo que no lo hiciera y yo le fui a la contraria, el pobre se descontroló y por eso me empujó)

Si bien dentro de la clasificación de enfermedades psiquiátricas existe una mención a la agresividad y la personalidad explosiva, lo cierto es que el agresor, en este caso, no distingue entre objetos de su violencia, la cual es ejercida independientemente del género de su victima.

En el caso del golpeador, maltratador y abusador, este no es exactamente un paciente, ni alguien que necesita ayuda (mucho menos si no lo ha pedido): es un hombre que se cree superior a las mujeres y dueño de su compañera, además él solo ejerce la violencia sobre ella.

De ninguna manera estoy negando la ayuda que podrían precisar estos hombres, pero constituiría evidencia de profunda insconciencia e ignorancia situarlos en la posición de pacientes. No se trata de una enfermedad. Solo ellos pueden decidir salir, cuando lo decidan y con todos los “sinsabores” que eso implica, del rol hegemónico y sus concepciones machistas. Atrévete a ser hombre, el machismo mata, es el lema de una campaña contra la violencia de género.

Ahora bien, el mensaje que si quedó claro, intención expresa del programa, fue que en las Casas de Orientación de la Mujer y la Familia se encuentra la solución a este problema. Sin embargo, sabemos, por experiencias realizadas en otros países, que la atención a victimas y victimarios es bien distinta pues siguen protocolos de intervención diferentes, y para nada es recomendable que ambos asistan al mismo lugar a recibir ayuda, más bien se propone todo lo contrario.

No se a quien se la ha podido ocurrir que una mujer muerta de pánico, podría ir de mano con su esposo a resolver la violencia de la cual ella es objeto. Para mi el tipo iría, luego de ser denunciado, directo a la comisaría o estación de policía y ella a consultas especializadas de psicología, etc.

Las Casas de Orientación de la Mujer y la Familia están situadas, en muchas ocasiones, en la FMC municipal, institución a la que llegan muchas personas con disímiles objetivos, por lo cual, para mi, no brindan toda la confidencialidad y seguridad que una mujer, victima de violencia, necesita.

Pero como en Cuba no existe una Ley contra la violencia de género, tampoco existe un monitoraje que detecte este tipo de abordaje superficial de un asunto que cuesta vidas humanas, precisamente de mujeres.
La Ley, más allá de la barrera que supone para el ejercicio impune de la violencia de género, estimula la capacitación y pone en vela a toda la sociedad en este sentido. La gente ya no diría “entre marido y mujer nadie se debe meter”.
Mientras llega tan ansiada norma (al menos para unas cuantas feministas cubanas), Yarima la amiga de mi hija, seguirá conviviendo con la abuela paterna, luego de que su progenitor matase a su madre e hiriese a dos de sus hijas, una de ellas menores de edad. O aquel funcionario del Instituto Cubano de la Música que abofeteó, delante de otras personas y dentro de la institución, a su jefa y solo recibió como castigo una amonestación pública.

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