Vincenzo Basile - blog Desde mi ínsula / Cubainformacion. - Estaba en la parada de una guagua en Casablanca (la de La Habana, no de Marruecos), cuando pasó algo que me dejó completamente atónito, casi incrédulo: un joven cubano, quizás un poco más grande que yo, estaba conduciendo una Mercedes. La escena fue demasiado rápida. El lujoso carro desapareció en pocos segundos y no tuve tiempo de sacar la cámara de mi bolsa para poder inmortalizar el “fantástico espectáculo”.

Saqué unas rápidas cuentas, tratando de recordar fatigosamente los precios europeos de un carro de ese tipo. En la “mejor” de las hipótesis, el joven afortunado habría comprado ese carro en el mercado del usado y, siempre en la “mejor” de las hipótesis, lo habría pagado en alrededor de 15 mil euros, poco menos de 20 mil pesos convertibles (alrededor de 500 mil pesos cubanos). En ese momento todo me pareció tan paradójico e inexplicable, una sensación muy común para los que viajan a la mayor de las Antillas y “descubren” dualismos socio-económicos que supuestamente el lejano triunfo revolucionario habría debido eliminar.


 

Sin embargo, lo ocurrido me ofreció la oportunidad de comenzar un interesante intercambio de opiniones con el amigo cubano que me acompañaba. Recuerdo perfectamente lo que le dije: “Esto merecería un post. No tanto para buscar explicaciones o para llevar adelante teorías conspirativas sobre el origen -lícito o ilícito- del dinero del propietario del carro, sino para dar un testimonio de una evidente contradicción de la Cuba de hoy; para preguntarse -ya que una foto, a veces, dice mucho más que las palabras- cómo, en qué modo, un cubano pueda encontrar el dinero para pagar semejante joya”.

Debo admitir que, perdido entre las maravillas de mi viaje, este acontecimiento pasó rápidamente de mis pensamientos y se escondió en algún rincón remoto de mi cerebro como una automática defensa para no estropear mis “sueños revolucionarios” hasta cuando, hace unos días, algo lo hizo volver a la luz.

El pasado 3 de enero, entró definitivamente en vigor el decreto que permite a los cubanos “adquirir ciclomotores de combustión interna, motocicletas, autos (...)”. Al mismo tiempo empezaron a circular, por las redes sociales y también por la misma web de Cubadebate, dos catálogos de precios de vehículos nuevos y de uso de varías marcas en los que el automóvil nuevo más barato vale 91 mil pesos convertibles y el carro de uso más barato vale 21 mil pesos convertibles.

No hace falta reproducir los numerosos sentimientos de indignación que quizás sentirán casi todos los cubanos. En estos momentos, en las redes sociales y en los blog proliferan artículos y comentarios sobre esta otra, última -pero seguramente no la última- absurdidad, aunque en realidad, hay que decirlo, difícilmente se convertirá en un constante tema de debate para el cubano medio cuyas “aflicciones materialistas” están dirigidas hacia bienes más -o menos- alcanzables, como comida, vivienda o ropa.

Tampoco considero necesario tratar de interpretar las razones de política económica y social. Se habla de solucionar el problema del “deterioro acumulado en el transporte público”; es decir, otra “necesaria” medida -una de las tantas- que impone precios inverosímiles con el objetivo de recaudar divisas y reinvertirlas en algo que beneficie a todo el pueblo y que esta vez ha llevado a otorgarle a un Peugeot el mismo valor que un Ferrari tiene en el mercado automovilístico internacional. Y todo esto en un país donde el año pasado el salario medio mensual ha sido de 448 pesos cubanos (19 pesos convertibles).

Acabo de regresar de Cuba, de mi Cuba linda, del país donde hubiera querido nacer. Sigo siendo un ardiente defensor del imperfecto proyecto humano y social que ahí se pretende construir, de esta Revolución de los humildes, con los humildes y para los humildes. Sigo creyendo en la posibilidad, en la validez y en la necesidad de esta alternativa histórica. Pero, tristemente, tengo que reconocer que en algunas ocasiones, como esta, tal defensa se convierte en una ardua lucha intestina, entre conceptos que deberían usarse como sinónimos, pero que en Cuba, a veces, se hacen antitéticos, como convicciones ideológicas y moral, socialismo y humanismo, revolución y construcción, sobre todo cuando un gobierno, el mismo gobierno que se hace promotor y se dice representante de semejante obra de edificación social, no se pone la misma pregunta que yo me puse en Casablanca, es decir, ¿cómo, en qué modo, un cubano puede encontrar el dinero para pagar semejante joya?

Pero, no hacerse esta pregunta no es lo que más debería cuestionarse al gobierno de Cuba. A estas alturas, en realidad, el problema principal que tiene que enfrentar la clase dirigente de la Isla, la que actúa como portavoz institucional y también elemento de institucionalización de esta histórica Revolución, es un dilema dicotómico de naturaleza puramente simbólica, dos posibles alternativas, con un sentido emblemático, que manifiestan el tajante fracaso de esta medida y el durísimo golpe asestado a la imagen de la Revolución cubana.

Uno. La Revolución ha dado la demostración pública de que no conoce ni entiende la situación económica de las familias cubanas, que se encuentra en una posición tan alejada de la realidad diaria que la lleva al absurdo de considerar que en Cuba se pueden imponer estas tarifas. En otras palabras, en Cuba nadie puede permitirse semejante gasto y la Revolución no se da cuenta de esto.

Dos y considero más probable. La Revolución reconoce públicamente que en Cuba, en la Cuba de hoy en día que marcha hacia un socialismo próspero y sostenible, menos igualitario y más justo, existen personas que pueden pagar -en efectivo, sin posibilidad de financiamiento- una suma de dinero que un cubano medio, con su salario medio, fruto del sudor de su honesto trabajo, para recaudarla, debería dejar de comer y ahorrar todo su sueldo mensual durante más de mil años. En otras palabras, en Cuba hay unos cuantos inexplicables -probablemente fraudulentos- millonarios que sí pueden permitirse semejante gasto y la Revolución se da cuenta de esto y lo acepta y tolera.

Y es precisamente en este desolado contexto, que se imponen también, con todas sus fuerzas y hasta contradicción, las declaraciones que el presidente Raúl Castro hizo recientemente en dos ocasiones, es decir, el hecho de que en Cuba se impulsa “” y, al mismo tiempo, se lucha contra los “intentos de introducir sutilmente plataformas de pensamiento neoliberal (...) favoreciendo el individualismo, el egoísmo y el interés mercantilista por encima de la moral”.

Encontrar una coherencia entre la medida y las citadas declaraciones de Raúl sobre Revolución, socialismo y moral, parece un ejercicio imposible. Buscar el mal menor entre estos dos absurdos, no tiene para mí el más mínimo sentido práctico. Tratar de justificar las tarifas se convertiría en un arma de doble filo, ya que -inevitablemente- por cuantas explicaciones podrían encontrarse a todo esto, por fin, la conclusión siempre caerá en una de estas dos alternativas: en Cuba hay una Revolución alejada y enajenada de las condiciones del pueblo o una Revolución connivente, sin moral, que reconoce, acepta y hasta quiere aprovechar de la existencia de ilícitos adinerados.

Casablanca ya queda en un horizonte muy lejano, pero la sensación que probé ese día, una pura incredulidad frente a lo paradójico e inexplicable, vuelve a imponerse enérgicamente en mi mente. A pesar de estar consciente de que esta nueva medida no va a cambiar -ni en bien ni en mal- la condición material de la ciudadanía cubana, como observador externo, como “aficionado revolucionario” obsesionado por el ser humano y la moral, no puedo evitar de gritar toda mi decepción.

La mancha es inevitable. El miedo y la incertidumbre hacia el futuro se generan automáticamente y, volviendo a citar a Raúl, queda claro que habría que preguntarse -y de hecho yo me pregunto- de qué lado está, dónde vive y a partir de dónde actúa este poderoso “enemigo que pretende inducir la ruptura entre la dirección histórica de la Revolución y las nuevas generaciones y promover incertidumbre y pesimismo de cara al futuro, con el marcado fin de desmantelar el socialismo en Cuba”. Las respuestas a estas cuestiones enseñarán el más potente desafío que esta Revolución -hoy enajenada o connivente- tendrá que contrarrestar en los próximos años.

TEXTO PUBLICADO ORIGINARIAMENTE EN http://desdeminsulacuba.com/2014/01/06/carros-para-millonarios-revolucion-enajenada-o-connivente/

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