Yohan González Duany - blog Desde mi Ínsula

Preludio

Durante una intervención en julio del año pasado ante la Comisión de Asuntos Económicos del Parlamento cubano, Marino Murillo, vicepresidente del Gobierno cubano expresaba que: “No habrá concentración de la propiedad y la riqueza en manos de unos pocos, los cual no niega o deslegitima los ingresos lícitos, los que provienen del esfuerzo y el trabajo, que siempre serán bienvenidos”.

Tanto el vicepresidente Murillo Jorge como algunas otras figuras del Gobierno y la política cubana han expresado en varias ocasiones que las políticas de “actualización” (reforma o cambios) de la economía cubana perciben un único objetivo: “la igualdad de condiciones para el desarrollo del ser humano”; o lo que es lo mismo, y así lo definió en uno de sus últimos discursos el presidente cubano Raúl Castro: “un socialismo menos igualitario y más justo”.


Alejada de los escenarios construidos desde los discursos políticos y los medios oficiales, hay una realidad que no es secreto para nadie pero si resulta incómoda para algunos oídos: los nuevos ricos, una clase que avanza y se anquilosa en Cuba, hijos bastardos de la actualización y de las transformaciones económicas que desde el año 2011 han venido ocurriendo en Cuba.

Intermezzo

A pesar de que muchos de los cambios que en materia económica se han dado partieron de reclamos populares, gran parte manifestados durante los procesos de consulta y debate popular de los años 2007 y 2010, el alcance y los beneficios de estos aún no han podido resolver los problemas de ciudadanos de a pie. El impulso al sector cuentapropista (negocios privados), el levantamiento de restricciones como la compraventa de casas y la nueva política crediticia, cuentan entre las medidas que más impacto real han tenido. Sin embargo, no es secreto para nadie, que muchas de las medidas, esencialmente las vinculadas al levantamiento de restricciones y el establecimiento de nuevos mercados, han impacto en el aumento de la riqueza de algunos cubanos.

La autorización, en noviembre de 2011, para que los cubanos pudiéramos comprar y vender casas pudiera clasificar como una de las medidas que más impacto ha tenido. Las cifras sobre la vivienda divulgadas tras el último Censo de Población y Vivienda respaldan la tesis no solo del crecimiento de viviendas en Cuba sino también de la cantidad de personas que declaran ser poseedoras de sus viviendas.

Pero no todo es color rosa, la liberalización de la comercialización de casas trajo consigo la especulación en la compraventa, algo que para nada iría en beneficio de la clase humilde cubana. Fe de ello pueden dar sitios de comercialización en Internet, todos ellos no reconocidos y censurados por el Gobierno cubano, quienes han llegado a promocionar ofertas de ventas de casas a precios tan exorbitantes que nos parecería estar pensando en un piso en la 5ta Avenida de Nueva York o en el Chelsea de Londres y no en la tropical y “desconectada” Habana. A pesar de ello, como igual ocurre por estos días con la venta de automóviles a exorbitantes e inaccesibles precios o como ya ha ocurrido en cuanto a los accesos a los hoteles, siempre hay quienes pueden acceder a pagarlos, en este caso son los menos que siempre tienen más.

A todo lo anterior expuesto se suma además el aspecto de los negocios cuentapropistas, en especial el ligado al sector de los servicios. Muchos de estos, hoy en manos de los privilegiados del pasado, son símbolos de prosperidad, buen gusto y “enriquecimiento legal”. Pero, mientras para los menos favorecidos resulta toda una Odisea contra la burocracia poder acceder a los créditos bancarios que sirven como impulso a las aspiraciones de negocio, los “nuevos ricos” poco a poco van ocupando con inversiones las principales arterías del Vedado o de Miramar. Aunque es casi imposible acceder a un registro público de propiedades y conocer quiénes están detrás de muchos de las más florecientes y esnobistas paladares, bares o clubs privados, me atrevería a decir que muchos no pudieran estar en manos de personas que han pasado toda su vida viviendo de un salario bajo o con problemas de vivienda y acceso a productos.

En una de las más certeras críticas que he visto jamás en el Diario Granma, el periodista Pedro de la Hoz expresó, en un artículo publicado en julio de 2013, que:

“(…) en estos tiempos y entre nosotros, es posible tropezar con individuos y familias cuya noción de bienestar solo toma en cuenta la riqueza material en detrimento de los valores espirituales. Sujetos para quienes la solidaridad es una mala palabra, el egoísmo una bandera, la mezquindad un escudo y la grosería el único modo de proyección social”

Analizar el problema de los nuevos ricos en Cuba choca contra una infranqueable muralla: la falta de información. Hoy, en el país, es imposible saber quiénes son las personas que concentran la mayor cantidad de recursos, a pesar de que el sistema tributario (reformado en el año 2012) contempla la obligatoriedad de hacer una declaración de ingresos. Por su parte no existe claridad dentro de la intención de exigir la declaración de ingresos y de propiedades para todos aquellos funcionarios políticos y de gobierno, carencia que, a mi modo de ver, lastra las aspiraciones de combatir la corrupción y la compra de influencias.

Finale

Hace 55 años la naciente Revolución se propuso acabar con las desigualdades, con la riqueza desmedida y brindar oportunidades de crecimiento económico para todos los ciudadanos. Que en la Cuba de hoy unos pocos cuenten con privilegios y estilos de vida muy diferentes a los que padecen las mayorías, resulta una deuda aún pendiente para consolidar esa Revolución de prosperidad para todos.

La lucha no es contra la riqueza ni contra la prosperidad, sino contra la desigualdad y el establecimiento de un país socialista de discurso pero capitalista en el modo de vida. Resolverlo requiere que tanto el Gobierno como las instituciones políticas y el marco legal acompañen el fomento del deseo emprendedor, única vía que romperá la brecha de desigualdad entre los nuevos ricos y los humildes.

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