Noel Manzanares Blanco - Cubainformación.- En Octubre de 2014 redacté Hambre, epidemia mayor que el Ébola para compartir con mis lectores/as cómo la enfermedad en aquel momento incrementaba sus estragos y, sin embargo, el Banco Mundial estimaba que el impacto económico del padecimiento podía llegar hasta los 32 600 millones de dólares a finales de 2015 pero solo tenía en sus miras movilizar unos 400 millones de dólares en asistencia de emergencia a los tres países más afectados; al tiempo que el FMI (Fondo Monetario Internacional), por su parte, había liberado 130 millones en créditos en la misma dirección. Entonces, pensé en qué se podía esperar con la crecida a galope de las personas sin comida. 


Simultáneamente, llamé la atención a propósito de Iniciativa mundial sobre la reducción de las pérdidas y el desperdicio de alimentos, un documento del Fondo de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés); al paso que advertí que no encontré algo que acreditara ocupación alguna provenientes de los citados  Banco y Fondo para remontar el grave problema acerca de la alimentación que pende sobre millones y millones de desposeídos/as de la Tierra. Y tuve/tengo presente que en esas instituciones internacionales están mayoritariamente representadas las economías más sobresalientes del mundo capitalista.

Ahora, vuelvo al tema a propósito de la Conferencia de la FAO que este seis de Junio inició su 39.º período de sesiones en Roma con la asistencia de representantes de 194 países, incluidos más de 130 ministros; y particularmente aprovechando las palabras de Sergio Mattarella, Presidente  de Italia, quien centró su discurso de inauguración de ese evento en el derecho a la alimentación como un componente esencial del derecho fundamental a la vida, y la advertencia de que la paz verdadera nunca se logrará a menos que se derroten la pobreza y la malnutrición. 

En la misma oportunidad, la Presidenta de Chile, Michelle Bachelet, también hizo hincapié en la necesidad de fomentar sistemas alimentarios eficientes e incluyentes e instó a los gobiernos a resistir frente a las voces cada vez más numerosas que llaman al proteccionismo en los mercados internacionales, y ampliar los programas para combatir el hambre a fin de hacer frente a los nuevos problemas nutricionales, como la obesidad. Además, ponderó la importancia de la igualdad entre los sexos porque en su consideración “las mujeres tienen las llaves de la seguridad alimentaria”.

Llegado su turno, Luiz Inácio Lula da Silva, ex Presidente de Brasil, en ese 39.º período de sesiones refirió la experiencia del innovador programa Hambre Cero que puso en práctica tras su elección en 2003; señaló que Graziano da Silva, Director General de la FAO, fue el principal creador y primer ministro al frente de ese programa; y destacó que la idea inicialmente polémica de hacer transferencias de efectivo a los pobres ha sacado desde entonces a decenas de millones de personas de la pobreza, con una inversión de tan sólo el 0,5 por ciento del producto interior bruto de su país. “Esta es la primera generación de brasileños que no ha tenido que afrontar el drama del hambre” —dijo.

Entretanto, buscando más información acerca de la labor de la FAO, encontré que unas semanas atrás este organismo del sistema de las Naciones Unidas había divulgado Desperdicio y pérdida de alimentos: el punto débil en la lucha contra el hambre con un Plan de acción para contrarrestar el escenario. Así, aparece la pertinencia de la compra inteligentemente, incluyendo frutas y hortalizas feas; mantener un refrigerador saludable; respetar el orden de adquisición o de fabricación; aprender qué se entiende por fecha límite de venta y por consumir preferentemente antes de; aprovechar las sobras, cuando se haya cocinado demasiado; y transformar los restos en abono para las plantas.

Al respecto, no dudé admitir que estaba en presencia de consejos útiles para ser racional de cara al asunto de los alimentos. Pero, de inmediato, pensé: ¿Será que esas exhortaciones llegarán a la interminable fila de hambrientos que no son identificados por las estadísticas internacionales? Y en el caso que lleguen, ¿tendrían las personas sin comida oportunidad de discernir qué tipos de alimentos y en qué condiciones lo deben consumir?

Con estos presupuestos, medito en que los líderes mundiales no dudaron en gastar cientos y cientos de billones de dólares para salvar la caída de sus bancos y que con menos de la mitad de esos recursos sería posible erradicar el hambre del mundo; y en que hace tiempo existen estudios que develan que los estados industrializados gastan, además, 375 000 millones de dólares en subsidios para los productores agropecuarios de sus países y otros miles de millones en armas y publicidad cada año.

En correspondencia, al reflexionar simultáneamente en que no se encara como es imprescindible el problema en causa, entonces me afinco todavía más en la convicción que expresé en Noviembre del 2009 según la cual los hambrientos requieren más voluntad política mundial como un complemento insoslayable ante los buenos oficios de la FAO. Ahí esta Cuba, un modelo “fracasado” que consigue el menor índice de subnutrición de la región Caribe-Centroamérica.

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