Por Lorenzo Gonzalo*/Foto Virgilio Ponce -Martianos-Hermes-Cubainformación.- La primera gran integración de países ocurrió en América del Norte en 1787, cuando Trece sociedades territoriales se unieron para conformar una sola entidad que se llamó Estados Unidos de América. La segunda tuvo lugar en Canadá, otro país de América del Norte. Este último se convirtió en un Dominio Federal a partir del 1ro de julio de 1867 mediante la Ley Británica de América del Norte, por la cual las Tres Colonias existentes se unieron federalmente.


Todas estas integraciones, así como la de los principados alemanes, tuvieron primariamente el denominador político como fuerza de cohesión y secundariamente una moneda en común. No es así el caso de Grecia ni el de los países menos desarrollados de Europa que conforman la llamada Comunidad Europea.

La crisis Griega, si bien es resultado parcial de políticas fallidas de los gobiernos que han desfilado por su Estado y de despilfarros innecesarios alentados por mimetismos más comerciales que reales, como los gastos efectuados con motivo de las Olimpíadas, es en mayor medida la consecuencia de someter una economía débil a los principios de las poderosas naciones que componen esa entidad, principalmente Alemania.

El NO de Grecia podrá tener muchas lecturas, pero la principal está en el capítulo que lidia con una integración a destiempo, basada únicamente en términos empresariales. Es el final de una novela que narre “Las aventuras empresariales de Chicho el Bodeguero con David Rockefeller”. Las proporciones de tal negocio no podrán jamás vaticinar grandes promesas para el primero por razones obvias, especialmente si el negocio comienza a ocasionar pérdidas para el segundo.

La austeridad impuesta a Grecia como condición para ser “rescatada” no juega con su capacidad para administrar la moneda, porque el famoso “euro” no le pertenece.

Cuando Canadá enfrentó la crisis económica de los noventa rebajó drásticamente sus intereses bancarios para estimular el gasto, aplicó cierta austeridad fiscal sin afectar servicios básicos de su sociedad y dejó que su moneda (su circulante) se depreciara para alentar las exportaciones. Sin embargo, el Estado griego no puede actuar de manera similar porque las políticas fiscales no están bajo su dominio.

Los números negativos de la economía griega han sido además magnificados por la prensa malévolamente o por desconocimiento. Esas informaciones han obrado en beneficio de los acreedores, algunos de los cuales impusieron intereses leoninos y han confundido a la ciudadanía. Cuando en el año 2009 su deuda era más del cien por ciento de su Productos Interno Bruto, las cosas en realidad no eran necesariamente tan malas como las pintaron. Si hubieran podido manejar internamente su economía, al margen del deseo de sus aventajados socios, otros resultados hubiesen sido posibles.

En realidad, en aquel momento la deuda era inferior a la estadounidense al terminar la Segunda Guerra Mundial y la mitad de la británica en esa misma época. Además, dicha proporción con su Producto Interno Bruto alcanzó semejante envergadura, no porque la deuda hubiese crecido, sino porque el PIB había disminuido debido a una austeridad impuesta desde fuera, la cual era incapaz de aplicar controladamente porque el instrumento cambiario no le pertenece.

Las integraciones territoriales son complejas y no pueden administrarse como se dirigen los negocios. Europa ha dado pasos importantes en el camino de la integración, pero los países poderosos del continente europeo, aupados por egos grandilocuentes de los países menos desarrollados, inspirados en principios más egocéntricos que universales, arrastró a una unión ficticia que pretendió unir el aceite con el vinagre en un cuerpo único.

La economía es el tronco de las naciones pero su cabeza es el Estado. Es aquí donde se engarzan los mecanismos de dirección. Son precisamente los Estados quienes tienen la capacidad legal y de facto para administrar sus instrumentos cambiarios, la opción de valorar el grado de apoyo público a los menos favorecidos y quienes priorizan las infraestructuras convenientes a las inversiones.

Con la crisis griega la suerte de Europa no está echada pero está en juego. Su final puede ser variado. España, Portugal e Italia, por nombrar los más destacados y cercanos a Grecia, todavía no han reaccionado. Los meses y los años dirán.

El NO griego es un rechazo a las injerencias, no a la integración. Fue un apoyo a Tsipras, quien ahora debe bailar la cuerda floja para materializar el mensaje de sus mandatarios.

La crisis de Grecia nos conmina a reflexionar sobre los pasos que las integraciones territoriales deben seguir, algo que se extiende un poco más allá de los decretos y la uniformidad de los sistemas cambiarios. Una moneda común, sin la consolidación previa de otras integraciones económicas,  más que una solución, puede ser la pólvora que desintegre las uniones posibles.

Cuando Estados Unidos convirtió Trece países en un solo Estado, lidió por mucho tiempo con varias monedas. Pasaron varias décadas antes que el poder central tuvo la integración necesaria para consensuar las culturas, hábitos y legislaciones particulares de cada una de las Colonias convertidas en estado. A partir de esa integración creó una moneda única que le permitió en el Siglo XIX alcanzar el milagro de un crecimiento que dejó a Europa sin aliento.

Así lo veo y así lo digo.

*Lorenzo Gonzalo, periodista cubano residente en EE.UU., Subdirector de Radio Miami.

Enviado por el autor a: Martianos-Hermes-Cubainformación

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