Por Manuel E. Yepe*/Foto Virgilio Ponce -Martianos-Hermes-Cubainformación.- Es frecuente oír decir que la gente roba y se corrompe a causa de su pobreza, que es la miseria lo que corrompe a las personas. O que para que los dirigentes sean honestos y no roben es necesario que tengan salarios suficientemente elevados para que no sean tentados a corromperse. ¡Nada más falso!


Para no ir más lejos, el multibillonario Donald Trump está en camino de convertirse en el presidente más corrupto en la historia de Estados Unidos.

“Puede que aún no podamos darle ese título, después de todo, solo ha sido presidente durante un año. Pero es seguro que está trabajando duro en ello”, escribe el periodista Paul Waldman en un artículo que publicó el diario The Washington Post el 16 de enero.

“Por supuesto, no sabemos exactamente cuánto está robando porque, a diferencia de anteriores presidentes y candidatos presidenciales, Trump continúa negándose a publicar declaraciones de impuestos pese a que no hay un presidente en la historia cuyas finanzas hayan estado más urgentemente necesitadas de examen público. No obstante, sin conocer todos los detalles, se puede asegurar que Trump y su familia se comportan como bandidos”.

Waldman aclara que hay actividades que escapan a lo que comúnmente se consideran actos de “corrupción” pero que son tan nocivas a la buena marcha de la sociedad como las que más y en el gobierno de Trump ello se aprecia patentemente.

Las acciones pueden ser corruptas siendo legales, y cuando hablamos de corrupción, en un sentido más amplio, abarcamos malversaciones no financieras o la utilización de los cargos de gobierno para obtener ganancias financieras a través de sobornos y otros medios. Muchos consideran a Richard Nixon como el presidente más corrupto de la historia estadounidense, pero sus crímenes más serios no consistieron en llenarse los bolsillos sino en hacer girar el aparato del gobierno entero en el sentido de sus fines personales, a menudo para su autoprotección.

Un informe publicado por la organización Public Citizen, que se identifica como liberal progresista, dice que gobiernos extranjeros, corporaciones y asociaciones comerciales han estado patrocinando de una forma muy singular las propiedades de Trump desde que éste asumió el cargo.

Es sabido que el Presidente estadounidense es un hombre de codicia y mezquindad poco común, sus hoteles en Washington se han convertido en lugar de alojamiento obligado para cuanto multimillonario viaja a la capital de Estados Unidos, en gesto de buena voluntad llamado a provocar acto recíproco por parte de éste hacia el excéntrico presidente.

Según una investigación del diario USA Today, “en 2017 las empresas de Trump vendieron $35 millones en bienes raíces, sobre todo a compañías encubiertas que ocultan las identidades de los compradores”. El uso de estas compañías fantasmas explotó una vez que Trump se convirtió en el candidato republicano a presidente. “En los dos años anteriores a la nominación, el 4 % de los compradores de Trump utilizaron la táctica. En el año siguiente, la tasa se disparó a alrededor del 70 %”. Como dijo el historiador Robert Dallek en noviembre último, “al igual que Nixon, Trump ha creado en su gobierno una cultura en la que las personas se sienten cómodas con la corrupción. Trump mismo ha mostrado una completa indiferencia hacia las normas democráticas y hacia el imperio de la ley. Con eso envía una clara señal a sus subalternos”.

Por lo tanto, no es accidental que, por ejemplo, un miembro del gabinete tras otro piense que ya no hay más reglas y que la mejor manera de invertir su tiempo en el gobierno es la de aprovecharlo para hacerse ricos. Antes de llegar Trump a la primera magistratura, la idea de que cualquier presidente, de cualquiera de los dos partidos, usara la función como oportunidad para favorecer sus negocios privados sin frenos ni obstáculos, era algo demasiado absurdo como para siquiera contemplarlo. Ahora, la mayoría de la gente considera que no vale la pena enojarse porque esa práctica se haya generalizado, especialmente porque hay mucho más en juego.

Lo que distingue a Trump de todos sus predecesores es el que éste apenas oculta sus intenciones. Después de toda una vida dedicada no solo a manipular los sistemas económicos, legales y políticos para aumentar su riqueza, sino también a alardear sobre su capacidad para hacerlo, no debió haber duda de que, como Presidente, continuaría en esa misma línea.

Pero si los demócratas tomaran una o ambas cámaras del Congreso en el otoño, deberían hacer de la investigación de la corrupción del presidente Trump y su administración un objetivo de máxima prioridad. Solo actuando así podría restablecerse la norma de que los presidentes deben tener una motivación más alta que usar la Oficina Oval para incrementar su riqueza, concluye Paul Waldman.

*Manuel E. Yepe, periodista cubano especializado en política internacional, profesor asociado del Instituto de Relaciones Internacionales Raúl Roa de La Habana, miembro del Secretariado del Movimiento Cubano por la Paz.

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