Ana Hurtado - Original en Cubadebate y Cuba en Resumen / Resumen Latinoamericano / Cubainformación

Cuando Fausto le vendió su alma al diablo, decían que vino el caos. La literatura  daba a entrever diferentes maneras de entender la realidad de este mito.

Pueden muchos pensar que Fausto hizo esto para tener la eterna juventud y una vida de placeres, haciendo culto al hedonismo más vacío.

Pero, a pesar de que al diablo se le ha adherido el significado del “mal”, tampoco debemos olvidar que fue un ángel que Dios expulsó del paraíso por desobediente y oponerse a su poder absoluto. El ángel caído.

La estructura clerical se ha encargado de satanizar en el ángel caído todo lo que representa el mal, cuando simplemente fue un personaje que se reivindicó.  Tampoco sabemos si en los primeros tiempos de la religión el discurso era este. La palabra de los primeros cristianos se ha tergiversado mucho con malas interpretaciones de las escrituras y con las personas que se erigieron en nombre del negocio que llegó a representar la iglesia y sus diferentes inquisiciones a lo largo de todos los pasados años.

Satanizar siempre ha estado de moda. Es más, ahora el todopoderoso mundial es el capitalismo. Si te opones a sus leyes, a sus doctrinas y a la democracia que ellos han inventado, no dudes que entrarás en la lista de ángeles caídos o de “Faustos” que les han vendido su alma. Te acusan de subvertir, de querer originar caos al orden establecido. ¿Es justo ese orden?

Incluso, ahora, hay quienes se siguen atreviendo a hablar de que Dios tiene un pueblo elegido. ¿Es ese el mismo pueblo que mató a su hijo?

En este baile de máscaras, se han caído todas. Están en el lodo.

La conciencia internacionalista necesita de fuerza y convicción para poder hacer frente a la tiranía que vivimos. No diferente de otras que hubo antes. Creer en una lucha proletaria internacional es sentir nuestro el dolor ajeno. Como lo sintió Pablo. Que junto a tantos otros cubanos se enroló en las filas internacionales y llegó a España en plena Guerra Civil para luchar por la República, que había sufrido un golpe de estado a manos de Franco y sus militares sublevados.

Miguel Hernández le escribía tan bellos versos. Nunca pudimos preguntarle a ninguno de los dos. Jamás pudo contarnos Pablo de sus días en España luchando contra al fascismo. Al igual que tampoco podemos ir a visitar sus restos porque no están. No sabemos donde se encuentran. Ni los de Federico. Ni los de cientos de miles, más de ochenta y siete años después.

Aún sopla en el viento del pueblo el discurso que Ibárruri La Pasionaria pronunció en 1938 para despedir a las Brigadas Internacionales:

“…De todos los pueblos y todas las razas, vinisteis a nosotros como hermanos nuestros, como hijos de la España inmortal, y en los días más duros de nuestra guerra, cuando la capital de la República Española se hallaba amenazada, fuisteis vosotros bravos camaradas de las Brigadas Internacionales, quienes contribuisteis a salvarla con vuestro entusiasmo combativo y vuestro heroísmo y espíritu de sacrificio…”

El valle del Jarama, Guadalajara, Brunete, Belchite, Levante y El Ebro aún tienen ecos de acentos extranjeros que empuñaban armas viejas, con munición en mal estado en muchos de los casos, y sabían que esa guerra era el preámbulo del antifascismo contra el fascismo. El mismo que ahora vemos transformado de forma multidisciplinar en todos los ámbitos.

Todo es ahora. Lo que fue, también es ahora. Nuestra memoria es el patrimonio que mejor conservamos y  que a pesar de tanto empeño enemigo nunca pudieron destruir. Es el motor que nos impulsa a seguir, porque tenemos muchos motivos para seguir caminando.

Los mismos motivos que tuvo Pablo de la Torriente Brau cuando cogió un barco para venir a luchar a la Guerra Civil por el pueblo español.

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