El recuerdo del "oleotubo" siberiano, cortado de golpe a inicios de los años 90, asoma como una pesadilla en la memoria de los cubanos. Es la versión insular de la incertidumbre energética que arrastra como signo este mundo nuestro, donde las guerras las desata el hambre de combustibles de las naciones ricas, y los precios del crudo trepan vertiginosamente. De la mano de los costos energéticos, se encarece casi todo en el mercado internacional.
Aunque también aumentan los precios del petróleo venezolano, para cualquier país son un alivio las facilidades de pago ofrecidas a Cuba y la posibilidad de saldarlo fundamentalmente con servicios de alto valor, como los médicos, de los cuales dispone esta Isla en abundancia similar a la de los hidrocarburos alojados en las entrañas de Maracaibo y la Faja del Orinoco. Resulta bastante, para Cuba, la garantía de un suministro estable de energía, pero los acuerdos entre ambas naciones miran más lejos. Abren un camino hacia el mutuo desarrollo económico, incluido el de sectores industriales como el petroquímico, la refinería de petróleo de Cienfuegos y la búsqueda de nuevos yacimientos en tierra firme y en el área cubana del Golfo de México.
La creación de empresas mixtas entre ambas naciones abarca otras áreas no menos estratégicas. Por citar algunas, agricultura, alimentación, industria de materiales de la construcción, y el soñado cable submarino de fibra óptica, que ofrecerá a Cuba un acceso más sólido y barato que la vía del satélite disponible hoy, para la comunicación y el intercambio de información con un mundo tecnológico que ha hecho del conocimiento un capital medular del desarrollo.
El conteo de ganancias para la Isla, sin embargo, corre el riesgo de ser tan estrecho como la pregunta de origen, si se deja atar por el desafortunado eslogan puesto en boga hace unos años por una campaña publicitaria cubana: Lo mío primero. En la relación comercial con Venezuela hay en juego mucho más que los cerca de tres mil millones de dólares a que asciende el intercambio entre ambas naciones. Los nexos económicos bilaterales no comulgan con la habitual puja, solapada o abierta, que se establece entre socios sobre el tablero del comercio internacional.
La Alternativa Boliviana de las Américas (ALBA) defiende una integración de nuevo tipo, cuyos beneficios trascienden el mero intercambio de mercancías. De lo contrario, se extraviaría en el cálculo individualista de intereses que levantan como bandera los negocios capitalistas y no iría mucho más lejos que los tratados de libre comercio con que el norte trata de timar al sur.
Economía y política no andan por derroteros diferentes. Nunca. Tampoco en la unión comercial y económica hacia donde pudieran transitar los negocios entre Cuba y Venezuela, si se cumple la profecía hecha por el presidente venezolano Hugo Chávez en la reciente visita a esta Isla.
La integración entre ambas naciones apuntala las columnas, no solo económicas, del socialismo cubano y del socialismo que comienza a emerger en Venezuela. Una revolución aislada está condenada al tropiezo perenne, al acoso, al riesgo del fracaso. No solo lo prueba el pertinaz bloqueo de Estados Unidos a Cuba, agravado cuando desapareció el socialismo del este europeo. Incluso, una potencia como la Unión Soviética, mientras existió, vio cerrado sistemáticamente el acceso a las tecnologías de punta cocinadas en occidente.
Las revoluciones, para no traicionarse a sí mismas, no pueden encerrarse dentro de fronteras nacionales y dar la espalda a otros pueblos. Ni abrirse mediante el cálculo estrecho de dividendos comerciales y financieros. Sería una mirada demasiado pobre en términos económicos, demasiado corta en términos políticos.