Canal Caribe - Foto: Abel Padrón Padilla/ Cubadebate.- Presto a cumplirse seis décadas de injusto Bloqueo económico y financiero contra Cuba por parte de los distintos gobiernos de Estados Unidos, la periodista Cristina Escobar nos esboza la siguiente pregunta: ¿cuán diferente fuera la vida de los cubanos si no existiese tal política genocida?


El bloqueo comenzó tres años antes

Arnaldo Hernández García - Cubadebate

El 7 de febrero de 1962 entró en vigor la orden ejecutiva 3447 del presidente John F. Kennedy (firmada el 3 de febrero) de iniciar el bloqueo contra Cuba, invocando la “Ley de Comercio con el Enemigo” de 1917.

Se aplicó una medida concebida durante la I Guerra Mundial para ser utilizada contra países con los cuales EEUU está en guerra, pero ni entonces ni ahora hubo una declaración de guerra de EEUU contra Cuba, ni siquiera una guerra no declarada en el sentido militar. Paradójicamente,  esa acción de guerra fue denominada “embargo”.

El autor de estos comentarios era un adolescente de 13 años de edad que regresaba de la campaña de alfabetización y no tenía ropa que ponerse salvo los gastados uniformes de alfabetizador. Recuerdo la angustia de mi madre en esos días, caminando conmigo por las desabastecidas tiendas de La Habana.

Realmente lo que hizo Kennedy fue oficializar el bloqueo, porque las agresiones económicas habían comenzado mucho antes: a pocos días del triunfo de la Revolución el gobierno de los EEUU se negó a devolverle a Cuba los 424 millones de dólares robados al tesoro de la República por Batista y su camarilla, que se llevaron en su huida en la madrugada del primero de enero de 1959. No devolvieron un centavo.

EEUU era el proveedor del 80% de las importaciones cubanas y recibía el 60% de las exportaciones. Cualquier medida en este sentido podía ser desastrosa, sobre todo si era adoptada repentinamente. Washington pensaba que las medidas de asfixia y coacción en la economía podían doblegar la voluntad de resistir de la población y dar al traste con la naciente Revolución.

Se trataba del principal mercado del azúcar cubana, de manera que la drástica reducción de las compras que fue escalando hasta que la suspendieron por completo en marzo de 1960, constituyó un golpe brutal. Igual pasó cuando poco después suspendieron la venta de petróleo y las refinerías de los consorcios norteamericanos en Cuba decidieron no refinar combustible soviético.

Los fondos cubanos depositados en bancos norteamericanos fueron “embargados”.

En septiembre de 1960 paralizaron las operaciones de la planta de procesamiento de níquel en Nicaro y comenzaron las presiones para impedir el turismo de ciudadanos norteamericanos en Cuba, que entonces eran los principales clientes en ese sector de la economía. En ese mismo mes ordenaron suprimir los créditos concedidos por la banca privada norteamericana.

En octubre prohibieron las exportaciones norteamericanas a Cuba y comenzaron a presionar a sus aliados de Europa y Canadá para que se sumaran a su agresiva política.

Se realizaron numerosas acciones terroristas contra objetivos económicos de todo tipo, incluyendo cines y grandes tiendas por departamentos en horas de mucha afluencia de público, como “El Encanto”. Entre octubre de 1959 y abril de 1961, víspera  de Playa Girón, se efectuaron más de 50 bombardeos aéreos de la CIA contra industrias y campos de caña, incluyendo el ataque de una lancha pirata contra la refinería de Santiago de Cuba. 

Por ejemplo, el 17 de marzo del 1960 el Consejo Nacional de Seguridad aprobó un “Programa de Presiones  Económicas contra el  Régimen de Castro” que formaba parte del plan de acciones terroristas encubiertas que debía preparar condiciones propicias para ejecutar lo que después fue la agresión por Playa Girón.

Apenas 15 días después, el 6 de abril, justamente un año antes de la invasión mercenaria, el Subsecretario del Departamento de Estado para Asuntos Interamericanos, Lester Dewit Mallory, afirmó en un memorando que “…el único medio previsible que tenemos hoy para enajenar el apoyo interno a la Revolución es a través del desencanto y el desaliento basados en la insatisfacción y las dificultades económicas. Debe utilizarse prontamente cualquier medio concebible para debilitar la vida económica de Cuba. Negarle dinero y suministros a Cuba para disminuir los salarios reales y monetarios, a fin de causar hambre, desesperación y el derrocamiento del gobierno”.

Dos meses y medio después, el 27 de junio, en una reunión de los Secretarios de Estado, Tesoro y Defensa, jefes de la CIA y altos funcionarios de la Casa Blanca y del Dpto. de Agricultura, se decidió incrementar todavía más la guerra económica contra Cuba.

El 19 de octubre el Subsecretario Mallory insistió en afirmar que medidas como las descritas “…contribuirán al creciente descontento y malestar en la Isla… apoyarán  a los grupos de oposición que ahora están activos en Cuba”.

En mayo de 1961, un mes después de la humillante derrota que sufrieron en Girón, un asesor especial del Presidente Kennedy recomendaba que “las posibles sanciones económicas contra Cuba deben ser cuidadosamente revisadas, no está claro cual puede ser su efecto, o si deben ser aplicadas bajo la ‘Ley de Comercio con el Enemigo’, la ‘Ley Battle’ o un embargo directo”. Ocho meses después, al parecer concluida la “revisión”, Kennedy decidió invocar la “Ley de Comercio con el Enemigo” y calificarla de “embargo”, afectando el significado de la palabra y del término legal.

En agosto de ese año, el grupo de tarea sobre Cuba dirigido por Richard Goodwin encargado de ejecutar la “Operación Mangosta” definió que “las acciones encubiertas deberán ser dirigidas contra la destrucción de importantes objetivos de la economía tales como  refinerías e industrias con equipamiento de Estados Unidos… y sugerir objetivos cuya destrucción implique el máximo impacto económico… Debemos intensificar nuestra vigilancia del comercio cubano con otros países y especialmente con las subsidiarias norteamericanos en terceros países para emplear métodos informales… privando a Cuba  de mercados y fuentes de abastecimientos…”.

De las 32 tareas de la “Operación Mangosta”, reconocida por  el propio gobierno de los EEUU como un vasto plan terrorista para derribar a la Revolución Cubana después de la derrota en Playa Girón, 15 de ellas, de la 11 a la 24  y la 30, ordenan  acciones contra la economía. De las 5780 acciones terroristas registradas durante los 14 meses en que se estuvo ejecutando la ofensiva de terror,  716 fueron contra objetivos económicos.

Había que impedir que la economía cubana funcionara y lo que no se lograra con la guerra económica, debía resolverse con el terrorismo, que hipócritamente denominaron “acciones encubiertas” o “paramilitares” o “métodos informales”. Es el mismo cinismo que encierra el concepto de “daños colaterales”, o “bajas por fuego amigo” cuando se refieren al millón de civiles inocentes muertos por la aviación y los soldados norteamericanos en Iraq.

Es lo mismo que calificar como “embargo” al bloqueo y la guerra económica, comercial y financiera que ejecuta el gobierno de los EEUU contra Cuba desde hace 48 años.

La oficialización del bloqueo en febrero de 1962 se produce precisamente en los marcos de la “Operación Mangosta”, la ofensiva de terrorismo de Estado ya mencionada. Con ella no sólo prohibieron la importación de productos cubanos, sino también de productos de otros países que tuvieran componentes cubanos, así como la venta a Cuba de equipos y mercancías producidos en el extranjero que tuvieran componentes norteamericanos, el comercio con Cuba de filiales de empresas norteamericanas establecidas en terceros países y el acceso a puertos norteamericanos de buques que hubiesen entrado a puertos cubanos. Era un bloqueo total.

En Cuba se sintieron los golpes, de eso no cabe duda alguna, y se sentía el alcance del odio desatado, pero no había un conocimiento completo de lo que estaba ocurriendo en Washington. Eso lo supimos después, en los años 90 del pasado siglo, cuando comenzaron a desclasificarse algunos documentos oficiales de los planes contra Cuba del gobierno de los EEUU 30 años atrás y el Dr. Andrés Zaldívar Diéguez, un estudioso del conflicto de EEUU contra Cuba, los recoge en detallado inventario en su obra “Bloqueo: el asedio económico más prolongado de la historia”.

Los sucesores del señor Mallory de fines del siglo XX y principios del XXI trabajaron igual que él y llegaron a creer, como él, que los efectos del bloqueo eran los adecuados para alcanzar sus objetivos. Quizá pensaron que con el efecto acumulativo del tiempo  se acercaba la fecha en que alcanzarían sus objetivos. Así asesoraron a los presidentes Bush padre, que firmó la Ley Torricelli; Clinton, que firmó la Helms-Burton; W. Bush, que implementó el Plan Bush para reforzar la Helms-Burton; Trump, con la aplicación al mundo entero del Título III de la Helms-Burton y otras 243 medidas de coacción; y Biden, que sigue aplicando lo que hizo Trump, a pesar de prometer lo contrario en su campaña electoral.

Se exceptúa el presidente Obama, que intentó cambiar esa política, que como muchos otros pensaba que era una política fallida, fracasada, derrotada, pero el sistema no le permitió cambiar y los inquilinos de la Casa Blanca que vinieron después destruyeron lo que él avanzó.

Cuando la historia se repite, una vez es tragedia y otra es comedia. Entonces fueron derrotados, ahora hacen el ridículo, se suceden un ridículo tras otros, cada vez más odioso.

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