Howell Llewellyn - Cubainformación.- Que nadie se equivoque: la embestida de los huracanes Gustav y Ike contra Cuba durante diez días fue catastrófica. Cuba va a necesitar nuestra ayuda y solidaridad durante mucho tiempo. El país que suele ser entre los primeros en ofrecer ayuda y médicos a otros territorios víctimas de desastres naturales, ahora anda cojo después de Gustav y Ike.

Texto publicado en Cubainformación en papel nº 7 - Otoño 2008


 Primero se estrelló Gustav destrozándolo todo en su camino por la Isla de la Juventud y Pinar del Río, con terroríficas rachas de viento de hasta 340 km/h. Fidel Castro lo comparó con un “golpe nuclear”. Y mientras los cubanos empezaban a reparar, recuperar y volver a disfrutar de suministros de agua potable y electricidad, llegaba Ike. Las predicciones eran dantescas: Ike iba a cruzar de este a oeste y sería tan poderoso como Gustav, pero arrasando las 14 provinciasde Cuba, incluyendo la capital. Los habaneros y habaneras temblaban, las propias autoridades avisaban de consecuencias infernales.

 Los daños llegaron a 5.000 millones de dólares, según cifras oficiales. 514.875 viviendas dañadas, de ellas, 63.249 derrumbadas. Las mayores incidencias se concentraron en Pinar del Río, Isla de la Juventud, Holguín, Las Tunas y Camaguey. Unas 4.355 toneladas de alimentos perdidas en almacenes y bodegas. Cosechas de viandas, vegetales, caña y café muy dañadas, con 55.700 hectáreas de cultivos que sufrieron pérdida total en el occidente. Grandes daños en la avicultura, y 3.414 secaderos tabaco destruídos, con la pérdida de más de 800 toneladas del producto.

 Los destrozos también afectaron el sistema eléctrico, con 150 torres destruidas en Pinar del Río y el 100% de las líneas eléctricas afectadas en Isla de la Juventud. En total, 4.500 postes derribados y 530 transformadores dañados.

 Una vez más, nos asombra que las pérdidas humanas en Cuba fueran mínimas, cuando los mismos huracanes causaron centenares de muertos en otros países del Caribe, e Ike dejó decenas de muertes en Estados Unidos. Pese al “golpe nuclear”, en Cuba ningún persona murió a causa de Gustav, mientras que siete morían durante el paso de Ike, “no solo como consecuencia directa de sus efectos, sino de la falta de observancia estricta de las medidas orientadas por la Defensa Civil”, según una información oficial divulgada el 15 de septiembre por el Noticiero Nacional de Televisión.

 Y es que la Defensa Civil es la clave para entender la baja mortalidad de personas y animales cuando un huracán azota Cuba. Durante diez días, la Defensa Civil protegió 3.180.000 personas (de los 11 millones de habitantes), de las cuales 2.773.000 fueron evacuadas.

 Con cada huracán que sufre Cuba, quedamos atónitos por el nivel de previsión antes, durante y después. En Cuba, el manejo de huracanes ha sido reconocido como un modelo mundial a seguir por instituciones como la ONU o la Federación Internacional de la Cruz Roja.

 Pero ¿cómo puede un país materialmente pobre como Cuba ser capaz no sólo de evitar enormes calamidades, sino de dar un ejemplo a sus vecinos en el Caribe y en América Latina, e incluso a los mismísimos Estados Unidos?

 La organización humanitaria británica Oxfam, cuyo socio español es Intermón, opina que la dedicación cubana a reducir los riesgos “debería ser estudiada por las lecciones aprendidas y por la oportunidad de duplicar sus estrategias para salvar vidas”.

 Oxfam América, la filial americana de Oxfam, publicó en 2004 un excelente informe de 68 páginas con el título «Lidiando con la tormenta: las lecciones de Cuba en la reducción de riesgos» (www.oxfamamerica.org/cuba). El estudio elogia la efectividad del sistema cubano de organización planificada y centralizada basado en la participación de las masas.

 “Cuba es inusual por la combinación de su desarrollo socioeconómico con sus políticas de respuesta para reducir sustancialmente la vulnerabilidad de la población contra estos peligros”, dice Oxfam. “El gobierno socialista de Cuba ha enfocado el desarrollo social y económico, dando prioridad a la distribución equitativa de los recursos, y acceso universal a los servicios sociales”.

 El estudio añade que “cubanas y cubanos tienen un gran nivel de educación, con un sentido fuertemente desarrollado de la solidaridad y de la cohesión social, una extensa experiencia en la movilización y una alta organización a través de las organizaciones de masas, los organismos profesionales y las estructuras políticas”.

 Al contrario de la situación en EEUU cuando Katrina golpeó a Nueva Orleans tres años antes de Gustav y Ike, todos los funcionarios del sector público en Cuba tienen responsabilidades para responder a las emergencias. Existe un plan nacional que está actualizado cada mes de mayo antes de la temporada de huracanes. Este concepto de organización ante la amenaza de huracanes es crucial en el trabajo diario de los Comités de Defensa de la Revolución (CDR), la Federación de Mujeres Cubanas (FMC), grupos estudiantiles, sindicatos, y la Asociación Nacional de Agricultores Pequeños (ANAP).

 Como insiste Oxfam, “todo el mundo era claramente consciente de qué medidas y qué procedimientos tenían que seguir en caso de un huracán. Conocían las etapas de alerta de emergencia, dónde conseguir la información, cómo asegurar la casa y dónde tendrían que ir para refugiarse si fuera necesaria la evacuación. Prevalecía la creencia de que el gobierno daría prioridad a la seguridad de las personas”.

 Cuando pasa un huracán en Cuba, la cohesión social tiende a reforzarse, en vez de dañarse. La experiencia cubana demuestra que una política concertada de reducir injusticia es un paso fundamental para cortar con la degeneración que surge cuando un desastre golpea a gente pobre y marginada en países como Haití, por ejemplo.

 Es casi imposible imaginar un contraste tan enorme entre las experiencias de Cuba, por un lado, y de Haití o de Nueva Orleans en 2005, por otro. En Cuba, las estructuras que administran la vida diaria son a la vez las estructuras que también se usan para implementar las medidas de defensa civil. A pesar de 47 años de bloqueo norteamericano, Cuba supera al país más desarrollado del mundo en el campo del manejo de desastres naturales, siendo capaz de minimizar los daños humanos y mantener una solidaridad interna.
 Katrina nos enseñó un fracaso total de reacción solidaria y civilizada ante un desastre ampliamente anticipado, en el país más potente del planeta que dice “llevar la civilización” a Irak y a otros países demonizados.

 Bush y su gobierno demostraron una indiferencia ultrajante, una arrogancia hiriente, y una ineptitud criminal que la revista «The New Yorker» denominó “delincuencia turbadora”. Esta actitud es, en parte, la consecuencia de un sistema donde años de desinversión han hecho que los servicios públicos brillen por su ausencia. Impera una ideología de gobierno mínimo diseñado para impedir que los menos afortunados dependan del Estado.

 Al contrario, en Cuba, en tiempos de emergencia existe un nivel alto de confianza entre el gobierno y el pueblo. Después de Katrina, Bush nunca volvería a ganar esa confianza entre la población norteamericana. Y por supuesto, ninguna cantidad de dinero, tanques y misiles, ni de guerras contra el terror, podría obtener nunca tal grado de confianza gobierno–pueblo como el que existe en Cuba.

 


 

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