Helen Hernández Hormilla (Fotos de Kaloian y Kike) - La Jiribilla.- Teresita Fernández es una niña que acaba de cumplir 79 años. Así la sentimos quienes la admiramos no solo por su obra musical, sino por ser una de esas personas extraordinarias, auténticas, irrepetibles; de las que vienen al mundo a conmover como pedía Martí en su discurso a los maestros ambulantes y que ella repite de memoria como un credo.


La noticia de que el Premio Nacional de Música 2009 recayó en la  autora de “El gatico Vinagrito”, “Lo feo” y “No puede haber soledad” colma de regocijo, pero no sorprende. Ya venía tardando esta distinción para quien ha calado en la memoria colectiva de esta Isla, pues, como le gusta recordar, son varias las generaciones de cubanos y cubanas que hemos crecido con sus canciones.

Otros reconocimientos se suman a este que ahora destaca su aporte a la historia de la música cubana. Pero no son la Orden Félix Varela o la Medalla por la Cultura Nacional las que exhibe en las paredes de su casa. Allí se lucen, en cambio, los diplomas regalados por los niños de los barrios del Cerro o de la ciudad de Santa Clara junto a los retratos de Ada Elba Pérez, las imágenes de Vinagrito, de Cristo, del Che, Martí y la Madre Teresa.

El hogar de Teresita la describe. Nada de valor material la acompaña y, sin embargo, la vida brota en cada rinconcito del apartamento donde la anfitriona disfruta las puestas de sol desde su piso 12. La humildad desborda el mundo interior de esta juglar convencida, capaz de irse a la huelga general con sus alumnos, de regalar su canción sin ser remunerada y llevarla a los niños enfermos de cáncer, a las favelas de Brasil o a los Andes latinoamericanos.

La vida quiso que fuera su trabajo para niños el que la hiciera trascender por ser el más difundido. No obstante, entre sus más de 500 canciones se habla también del amor, la amistad, la fe y las virtudes humanas. Por los temas para adultos que cantó en su primer recital en la sala Arlequín —el 20 de julio de 1965— y que luego se escucharían en los restaurantes El Monseigneur —junto con Bola de Nieve— y El coctel, su obra se considera un puente entre el filin y la nueva trova. En la década del 60, Teresita condujo el programa infantil La casita de azúcar, junto con los títeres Pitusa y Eusebio, y en 1974 inicia la Peña de los juglares en el Parque Lenin, un espacio que la consagró en su labor para la infancia.

El disco Teresita en nosotros (Bisc Music, 2007) ha sido un reciente intento de rescatar en las voces de Sara González, Silvio Rodríguez, Liuba María Hevia, Amaury Pérez y la propia Teresita, algunos de sus temas para adultos que no habían sido grabados con anterioridad.

Ella lo interpreta como un regalo de sus niños grandes, lo mismo que cuando recibe algún premio o reconocimiento. “Esta es la hora en que no me creo el éxito. Cuando salgo a la calle y me preguntan si soy Teresita Fernández y me dicen, ‘yo crecí con sus canciones’, me conmuevo mucho. Es que nunca hice canciones para triunfar ni para llenar teatros. Las hice para decir lo que quizá hablando nadie escucha”.

Balanceándose y con los pies encaramados en su sillón, la juglar se abre risueña a las preguntas, de las que se escabulle como una pequeña traviesa. Pareciera que no se percata de su impronta porque rehúsa el protagonismo y, tal vez sin quererlo, deja perfectas lecciones sobre el talento de aunar el espinoso don de la coherencia y el sentido profundo de lo humilde.


Vinagrito, Rani, Bicarai, Pitusa, Eusebio y tantos otros personajes forman parte de la vida cotidiana de niños y niñas en Cuba. ¿Cuál es la clave para que una canción infantil se vuelva inmortal?

El secreto de que mis canciones les gusten a los niños es que fue mi niñez lo que se reflejó ahí, pero una niñez muy llena poesía, de virtudes, no las mías sino las de mis padres. Un día fui a ver una psicóloga porque no podía dormir, y ella me dijo que yo tenía adentro una niña de siete años; pero es esa niña la que me ha permitido realizar toda mi música infantil. Todas mis canciones cuentan cosas que me han pasado y que me siguen pasando. Todos esos personajes existieron y formaron parte de mi vida.

Vinagrito, por ejemplo, fue un gato que me regaló un profesor de la Universidad. Él lo llevaba en la mochila para soltarlo a ver si alguien lo cogía, yo sentí los maullidos y se lo pedí. Entonces lo llevé a la cafetería y le compré un plato de leche en el que se metió con patas y todo. Cuando lo llevé para la casa, mi papá me dijo: “¡ay, qué gato más feo! Parece un vinagre”, entonces le puse Vinagrito. Como yo tenía muchos gatos y perros mi mamá no quería más. Para que no lo viera, lo escondí en la gaveta del sofá cama y con un muelle le rompí la columna. Por eso es que no podía subir al tejado y cuando salía la luna, decía Miau desde la ventana”.

¿Cómo se hizo trovadora?

Digo que no soy trovadora porque en las cortes antiguas los trovadores eran los que cantaban a los reyes por dinero, mientras los juglares iban por las calles y los campos cantándole al pueblo. Por eso soy juglar, pobre, nómada y libre.

Mi mamá quería que fuera pianista pero, dado mi temperamento, tocar la tecla y esperar a que el martinete sonara me parecía muy aburrido. Siempre he sido antimatemática y la música es matemática pura: la redonda vale cuatro tiempos, la blanca dos, y había que sumar demasiado para seguir la partitura. Entonces, a los 12 años, conocí a Benito Vargas, un tabaquero que por las noches se dedicaba a dar serenatas y él me enseñó los acordes esenciales. Así fue como me hice juglar, que era para mí la mejor manera de decir lo que estaba sintiendo. La guitarra era mucho más fácil de transportar y era mejor para comunicarme con las personas.

¿Por eso trasladó el aula a la guitarra?

Más o menos. Siempre digo que soy una maestra que canta. Poco antes de graduarme sustituí a mi mamá en el trabajo de maestra; pero vino la huelga general contra Batista y como mis alumnos se fueron a la huelga, yo me fui con ellos. Cuando se restauraron las cosas, ya estaba en La Habana y había conocido a las Hermanas Martí, ellas me presentaron a Bola de Nieve, a él le gustaron mis canciones y empecé a trabajar con él en el Monseigneur. Después me agarró la zafra de los diez millones y el Cordón de La Habana junto con José Antonio Méndez y Portillo de la Luz, mis hermanos mayores. Cuando me vine a dar cuenta, ya me dedicaba a la música.

Pero el primero en cantar mis canciones fue Ramón Veloz con “Cubano mira tus palmas”. Después el trío Las Hermanas Martí montó “Canto a mi bandera” que decía: “Como si fuera tan poca las bellezas de los campos, me dieron una bandera para aumentar sus encantos, mariposa contra el viento, tricolor rosa cubana, al darme a mí esa bandera me encadenaron el alma”.


 

Pero lo que la ha dado a conocer es su trabajo para los niños. ¿Cuándo se produjo ese giro?

Empecé haciendo canciones para adultos, con mucha influencia del filin y de la trova. La razón por la que se conocen más mis canciones para niños es porque cuando salí de la televisión comenzaron a poner solo mis canciones infantiles, porque pensaron que eran cosas de segunda mano. Pero no en balde Martí dijo que los niños son la esperanza del mundo y gracias a eso he podido trascender, porque los niños han crecido y han seguido interesándose por mí. Tampoco me interesé demasiado en grabar las otras canciones. Porque los niños han sido mi premio.

Por varios años trabajó junto a Bola de Nieve. ¿Cómo lo recuerda?

Fue como un padre. Bola de Nieve era un ídolo en mi casa, y para mí fue un premio que me eligiera para cantar con él en El Monseigneur. Ese era un lugar de lujo para las personas de dinero, pero también me dio la satisfacción de conocer personas como Salvador Allende, que me besó en la frente y me dijo: “Usted cantando se parece a las mujeres de mi pueblo”.

Cuando llegué de Santa Clara no tenía ropa porque me lo robaron todo de la maleta. Entonces me regalaron una sayita y un pulóver negro, con los que estuve cantando durante mucho tiempo. Un día una señora me regaló un collar y cuando me lo fui a poner Bola me lo quitó y me dijo: “usted no necesita más adorno que la canción”. Por eso es que he seguido siendo así, porque cuando estás muy emperifollada la gente se fija más en la ropa que en lo que estás diciendo.

¿Existe un momento de su carrera que recuerde con mayor felicidad?

Cuando salí de la televisión, Celia Sánchez me llevó para el Parque Lenin. Allí solo habían piedras y musgo, pero empecé a cantar, y de pronto llegaron uno y otro, hasta que la suerte me hizo mantener esa peña por más de 15 años y tener allí a Alicia Alonso, Antonio Gades, Silvio Rodríguez, Marta Valdés, entre mucha gente importante.

A mí el público siempre me ha dado mucho nervio porque no sé si les voy a gustar o no. No me gustan los escenarios. Prefería la peña, porque la gente se acercaba libremente, y podía ir o quedarse cuando deseara. Allí todo el mundo hablaba y decía poemas. No había público y artista, sino amigos reunidos para disfrutar y compartir la música. Ese fue el momento que más he disfrutado en mi carrera, porque se hizo grande sin darme cuenta.

Si la pongo a elegir entre sus canciones, ¿con cuál se quedaría?

Tengo musicalizados 28 rondas de Gabriela Mistral aunque la que más se conoce es “Dame la mano y danzaremos”. Si tuviera que elegir, me quedaría con una de esas rondas que dice: “Danzamos en tierra chilena/más dulce que Elías y Raquel/la tierra que amansa los hombres/de labios y pechos sin hiel/mañana abriremos sus rocas/la haremos viñedo y pomar/mañana alzaremos sus pueblos/hoy solo podemos danzar”. Luego yo le agregué: “Una niña que es inválida/dijo cómo danzo yo/le dijimos que pusiera/a danzar su corazón”.

También musicalizar el Ismaelillo, de Martí debió ser toda una hazaña. ¿Cómo se le ocurrió?

Estaba leyendo el libro y me fue conquistando de una manera que tuve que ponerle música. Es como un soporte que va por debajo de los poemas, porque lo importante es lo que dice Martí. Hice una música como pedestal para la verdadera melodía de los textos martianos.

¿Qué significado tiene Martí en su vida?

Martí es para mí como un Cristo político. Él vivió con un trajecito negro, que estaba verdoso y zurcido de tanto ponérselo porque lo más importante era su compromiso con Cuba. También dijo: “con los pobres de la tierra, quiero yo mi suerte echar/el arroyo de la Sierra me complace más que el mar” y después murió en Dos Ríos por cumplir con lo que creía.

Estoy presa en el pensamiento martiano de “ser cultos para ser libres”. La gente de hoy hace cualquier cosa por dinero y por tener cachivaches. No tengo ninguno de esos aparatos eléctricos que tienen que ver con el progreso porque tengo dientes y manos.

Con mi mamá aprendí que no hacen falta cosas materiales si se sabe apreciar la naturaleza. No es que esté en contra del progreso, pero sí creo que la técnica se ha olvidado de la naturaleza y de la tierra, donde está la riqueza de los pueblos, como dijo Martí.


¿Cómo se hace para lograr una vida de entera coherencia?

Si yo pudiera comunicar eso te diría que he tenido una vida encantadora. El otro día había un grupo de hormigas en la cocina comiéndose un pedacito de carne, entonces las azoré, ellas salieron huyendo y yo les puse la carne frente al hormiguero.

En mis días cotidianos me encanta mirar los atardeceres y me pongo a imaginarme el mar, porque lo que no tengo cerca me lo imagino. La sensibilidad no es un don que se me ha dado a mí. Hay mucha gente con sensibilidad, solo que no la han cultivado porque la civilización los tiene muy apurados.

Mi tiempo lo empleo en las luces, en las sombras, en los perros callejeros, en la lluvia, en las estrellas, en los niños que corren por ahí. Aunque estoy sola, nunca me aburro.

Mi mayor éxito ha sido intentar ser mejor, saber dominar las pasiones propias y pensar más en los otros. Antes me encendía por cualquier cosa y ahora he tratado de dominar la ira. Solo me falta perfección espiritual para morirme, porque si con 79 años me preparara para los quince, estaría loca. A veces tengo dudas de fe y pienso en si será verdad todo lo que me enseñaron o si me habrán engañado como con los reyes magos y el ratoncito. Entonces me digo como Sócrates: “solo sé que no sé nada”.

Es muy difícil ser como yo porque no he querido hacer concesiones para ganar algo. La victoria del mundo es de la gente que se mantiene limpia.

Si tuviera que salvar del mundo una virtud…

Sería el amor. Pero no el de la pareja; sino el amor como el aire que respiro, como la luz del sol, el que te hace ponerte en el lugar del otro. El amor que no está ni siquiera en la flor, sino en su recuerdo.


 

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