Ángel Dalmau Fernández - Granma.- En Noviembre de 1994 tuve el privilegio de presentar mis cartas credenciales como primer Embajador de Cuba ante el Presidente de la Sudáfrica recién liberada del horrible sistema de segregación racial conocido en todo el mundo como apartheid.


Como sabemos, aquel presidente fue Nelson Mandela, hombre extraordinario de África y del Mundo. Me acompañaban mi esposa Silvia, el consejero de la embajada, Marcos Rodríguez, quien desde hace varios años ocupa el cargo de viceministro de Relaciones Exteriores, y su esposa Rosa María.

En aquel breve encuentro diplomático Mandela hizo tres preguntas: ¿Cómo está Cuba? ¿Cómo está mi hermano Fidel? ¿Cómo está Teófilo Stevenson?

Ocurre que Mandela fue boxeador de peso completo en sus años mozos, y durante sus casi tres décadas de preso político en la isla de Robben y otras cárceles fue seguidor de la brillante carrera deportiva del cubano, y lo convirtió en su ídolo como mejor boxeador amateur de peso completo del mundo.

El régimen racista se vio obligado a liberar a Mandela en 1990 por razones conocidas, entre ellas las batallas de Cuito Cuanavale y la masiva presencia militar cubana en el sur de Angola entre 1987 y 1988, y en julio de 1991 compartió la tribuna con el Comandante en Jefe durante el acto central por la celebración del 26 de julio en Matanzas. En esa visita a Cuba, Mandela y Teófilo se conocieron personalmente y trabaron amistad.

Algunos meses después del interés expresado por Mandela sobre Teófilo, el campeón cubano arribó a Sudáfrica para participar en un seminario de la Asociación Internacional de Boxeo Amateur (AIBA), que tendría lugar en una de las provincias cercanas a Pretoria, capital del país. Recibimos a Teófilo en el aeropuerto y lo atendimos como él se merecía. Yo lo conocía personalmente y aquella fue una ocasión especial para que todos los cubanos que trabajaban en la embajada y otros en la esfera de la colaboración pudiéramos conocerlo mejor. Entre nosotros se encontraba un buen amigo personal de Teófilo, el querido doctor Jimmy Davis, y compartimos muy buenos ratos plenos de anécdotas vinculadas al boxeo y al deporte en general.

Cuando recibimos inicialmente la noticia sobre la pronta llegada de Teófilo, realicé una llamada a un amigo su-dafricano, quien ocupaba el cargo de ayudante personal del presidente Mandela. Le expliqué el asunto enfatizando el interés personal de su Presidente por Stevenson y, en efecto, algunas horas más tarde el amigo respondió que Stevenson y yo seríamos recibidos por Mandela en el Palacio de Gobierno, en una fecha y hora que me indicó.

Arribamos al lugar puntualmente, y una señora nos condujo a un salón mientras nos informaba que el Presidente estaba atendiendo a un visitante importante no previsto para ese día, pero que no demoraría mucho y pidió disculpas. Alrededor de veinte minutos más tarde se abrió una puerta y por ella entró aquel gigante de la humanidad con su inconfundible sonrisa, con sus brazos abiertos avanzó directamente hacia el campeón cubano exclamando ¡Teófilo!, y le dio un fuerte abrazo. También me saludó calurosamente y, como siempre, me preguntó por Fidel. Nos invitó a sentarnos y dijo: "Discúlpenme por la demora, pero, por fin, ya estoy aquí. Ocurrió que quiso verme un presidente africano y, aunque no estaba en mi programa del día, a los amigos siempre hay que recibirlos; ya se fue y ahora —dijo, mirando a Teófilo— ya podemos conversar sobre cosas importantes y agradables".

Yo sabía que Teófilo podía comunicarse directamente en inglés, pero nunca lo había observado en acción y, antes de llegar al encuentro con Mandela, le ofrecí mis servicios como intérprete en caso de que él lo considerara necesario. Su respuesta sonriente fue: "Si me dice algo que no entienda te pregunto, pero creo que no va a hacer falta. Gracias de todos modos, Dalmau".

Así fue, no le hice falta como intérprete. Me acomodé en una butaca a escuchar la conversación entre aquellos dos grandes hombres sobre sus experiencias personales como boxeadores, ambos sonriendo y riendo durante gran parte de los 45 minutos que duró el encuentro. Sin embargo, no conversaron solamente sobre boxeo, sino también sobre problemas acuciantes que afronta la humanidad debido a las injustas desigualdades impuestas por los ricos sobre los pobres. En algún momento yo también participé en la conversación, pero en honor a la verdad, mi interés mayor era escuchar, consciente de que un encuentro como aquel era algo muy especial y yo tenía la suerte de ser testigo.

Entre otras cosas, Mandela se refirió a la sociedad no racial que ellos en la máxima dirección de su partido, el Congreso Nacional Africano (ANC) y su aliado el Partido Comunista Sudafricano, aspiran a lograr en su país; explicó que a pesar de la existencia de diferentes colores de piel de las personas en su país y en muchos otros países del mundo, la palabra multirracial implica la existencia de muchas razas, y que este último término en sí mismo es discriminatorio, porque el género humano es uno solo. Teófilo asintió expresando su acuerdo con Mandela.

Mientras disfrutaba aquel encuentro, que más bien parecía un reencuentro entre viejos amigos a pesar de que Mandela le llevaba 33 años a Teófilo, vinieron a mi mente pasajes de la autobiografía entonces recién publicada de Mandela en el libro titulado El largo camino hacia la Libertad, en el cual aparece a cada paso la modestia como virtud cimera de ese gran hombre. Y así era también Teófilo, el boxeador amateur más famoso de la historia, quien siempre estuvo acompañado de esa virtud que crece aún más cuando convive con personas que por sus méritos quedan registradas para siempre en la historia de la humanidad, tales como Nelson Mandela.

Aquel encuentro entre boxeadores terminó con una foto de ambos, que Mandela solicitó diciendo que la quería para mostrarla a sus nietos, porque de lo contrario no le creerían que estuvo conversando a solas con el mejor boxeador amateur de todos los tiempos, y él —Mandela— deseaba darse importancia con sus familiares más pequeños, y con un fuerte abrazo, que Mandela enfáticamente hizo extensivo a Fidel a través de Teófilo. Nunca supe si, precisamente por modestia, el mensaje llegó en algún momento a su destinatario.

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