Aloyma Ravelo - No a la violencia, editado por SEMlac.- Con una angustia que no le cabía en el cuerpo, Natasha, una lectora adolescente, nos contó hace unos meses una dolorosa historia que comenzó cuando llevaba con su novio apenas tres meses de relaciones.


Celebrando tal acontecimiento en una fiesta de amigos, Samuel le propuso hacer “eso” (relaciones sexuales) por primera vez y sin condón. Ella le contestó que no era el día, habían bebido y no iban a tener la cabeza clara para algo así. Natasha tenía ilusiones, quería que esa “primera vez” fuera un acontecimiento espectacular. Como en las novelas.

Pero Samuel siguió insistiendo, argumentando que si no lo hacía “era porque ella no lo quería realmente”. La presión le fue doblando la voluntad. “Pues se lo di”, confesó Natasha, con lágrimas por las mejillas.

“Casi me obligó --sigue contando--, usó todos los argumentos para hacerme sentir una infeliz si no lo complacía. Aquella primera vez fue un tormento para mí, tenía miedo embarazarme y me dio nalgadas, cachetadas, dice que eso lo excitaba más. Yo no quiero volver a pasar algo igual, y me separé de él, pero el recuerdo de esa noche no se me borra. Fue exactamente lo contrario de lo que siempre soñé”.

Llama la atención que Natasha, durante su testimonio, no mencionó ni una vez la palabra violencia, maltrato. Y cuando le aclaré que había sido víctima de una de las tantas manifestaciones de violencia en las relaciones de noviazgo, me miró con sus ojos asustados y sin comprender.

El estudio de la violencia en las relaciones de pareja entre jóvenes, de manera explícita, tiene sus antecedentes en los años ochenta del siglo XX, cuando el investigador británico James M. Makepeace publicó su primer estudio dedicado al tema.

Una década después, en 1990, los también ingleses Riggs, O’Leary, y Breslin publicaron un completo estudio de la violencia en las relaciones de noviazgo, defendiendo la importancia de darle atención al asunto por tres razones fundamentales: hasta el momento de ese análisis, los informes retrospectivos de mujeres maltratadas señalaban que habitualmente durante el noviazgo se dan conductas violentas de bajo nivel. “De hecho, se ha encontrado que una agresión física previa al matrimonio supone una probabilidad del 51 por ciento de que esa agresión se repita a lo largo del primer año y medio de convivencia”, señalan.

En segundo lugar, evaluaron que el estudio de la violencia en estas edades puede ayudar en la comprensión general del fenómeno de la violencia en las relaciones íntimas. Finalmente, aseveran que la violencia en jóvenes, al igual que en personas adultas, produce lesiones y sufrimiento en las víctimas.

Se aprende en casa…

Aunque en Cuba el maltrato físico agresivo, que deja huellas y moretones en el cuerpo adolescente, no parece ser el más frecuente, la violencia psicológica y emocional sí se expresa a menudo en estas edades en forma de control excesivo, chantajes, celos, desvalorización.

Desacuerdos sobre el uso del condón, prohibiciones para hablarle a la ex pareja, control sobre el celular, sobre la forma de vestir, o salidas de la casa no autorizadas.

Se va haciendo común que las muchachas permitan que sus novios revisen su celular o sus bolsos y otras pertenencias. Y lo peor es que ni ellas ni ellos consideran esto un tipo de violencia que está muy bien caracterizada, como tampoco reconocen como maltrato la cotidiana costumbre masculina de “pedir explicaciones por todo”.

Algunas muchachas también ejercen violencia con sus novios, casos en lo que ellas toman la iniciativa y revisan su celular o sus objetos personales, los pellizcan o les gritan; pero sin dudas, al decir de los expertos, el número de varones que practican modos de la violencia sutil sigue siendo mucho mayor.

Se dice que los platos rotos alguien los paga, y no falta razón. En los patrones de comportamiento familiar se evidencia con mucha frecuencia que las familias inciden en esas conductas masculinas, al inculcarles a sus hijos varones, tanto la madre como el padre, que tener éxito es sinónimo de “tener muchas novias”, y de que “no pierdan oportunidades para tener sexo”; mientras que a las muchachas se les orienta y educa bajo otros códigos que mucho tienen que ver con la sumisión.

Una relativa ausencia de autoestima puede reconocerse a menudo en las adolescentes que nos escriben a la redacción de la Editorial de la Mujer o nos abordan en otros espacios, y ello en buena parte tiene que ver con la formación que reciben en el seno familiar. En Cuba aún quedan muchas brechas en el camino de conseguir que niñas y niños reciban una educación igualitaria.

Otra historia… ¿de amor?

Susana, otra adolescente, cuenta que si su novio la deja, ella nunca volvería a ser la misma. Así de espléndido, dice, es su amor. Tanto, que no le importa prestar su cuerpo para el desahogo sexual de él casi todos los días. Ella no logra sentir placeres ni excitaciones que la lleven a un orgasmo, pero le basta saber que su novio está satisfecho y así él no busca en otras chicas todo lo que ella le puede dar.

La incidencia de este tipo de violencia no es conocida en toda su magnitud, debido a que muchas adolescentes no identifican las formas de maltrato y se prestan a un juego que en realidad no desean, solo para complacer a sus parejas.

Tan víctima es una muchacha violada por un desconocido, que aquella que acepta bajo presión –y contra su voluntad- tener relaciones con su pareja. Por lo general, esta última forma de maltrato queda silenciada, ya que las mujeres de cualquier edad, por lo común, prefieren no hablar del asunto.

La violencia sexual, jurídicamente hablando, es la acción que obliga a una persona a mantener contacto sexual, físico o verbal, o a participar en otras interacciones sexuales con una persona; o que obligue a mantener relaciones con terceros mediante el uso de la fuerza, la intimidación, la coerción, el chantaje, el soborno, la amenaza, la manipulación o cualquier otro mecanismo que anule o limite la voluntad personal.

Voces autorizadas han planteado que la violencia sexual resulta ser tan frecuente como la violencia física o económica, por ejemplo, pero queda encubierta porque es un hecho que las jóvenes ocultan celosamente. Ello ocurre, en primer lugar, por el intento de proteger la intimidad y, en segundo, porque generalmente tienen temor a la censura social y experimentan “sentimientos de culpa” cuando son agredidas.

Según estadísticas de la UNICEF, en América Latina y el Caribe solo uno de cada tres casos de abusos sexuales son denunciados y 80 por ciento de estas denuncias corresponde a niñas y adolescentes.

Entre los diversos tipos de maltrato sexual se encuentra la violación o su intento. Estas formas de violencia repercuten más allá del propio maltrato, ya que atentan contra la libertad y la dignidad de la persona, y generan una compleja gama de trastornos psicológicos y para la integridad emocional de la víctima, pero también para su entorno familiar, laboral, educacional y social.

En Cuba urge la aprobación de una ley específica contra la violencia hacia las mujeres y las niñas, que establezca medidas de protección integral para prevenir, sancionar, erradicar la violencia y prestar asistencia a las mujeres víctimas.

Vale hacer hincapié, además, en que estos son temas que requieren con urgencia de estudios profundos y mayor divulgación. Todas y todos debemos tomarnos tiempo para distinguir aquellos patrones de género y de comportamiento que se aprenden en la familia y pueden tornarse en manifestaciones de violencia física, psicológica o sexual durante el noviazgo.

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