Marilys Suarez Moreno - Revista Mujeres.- Pasaba por una Estación de Policía cuando la vi. El rostro amoratado de la muchacha, mostraba claros signos de violencia. El joven esposado que iba delante, todavía le lanzaba improperios. Ella, furiosa y adolorida le contestaba.


Fenómeno poco visible pero no por ello inexistente, drama con ribetes de tragedia, afán de dominio y control del comportamiento ajeno. Para muchos, la violencia es una de las más atroces manifestaciones de desigualdad y discriminación que enfrentan las mujeres en muchas partes del mundo.

El tema de la violencia intrafamiliar y el enfrentamiento a este asunto de complejas aristas, ha sido propuesto hasta el 2015, como meta por la ONU para alcanzar los objetivos de Desarrollo del Milenio y, por tanto, forma parte de una campaña mundial del sistema de las Naciones Unidas.

Se considera violencia contra las mujeres cualquier acto de este tipo basado en su condición de género, que tiene como resultado posible o real un daño físico, sexual o psicológico. Señalan los especialistas, que el sexismo va desde el entorno familiar y la escuela hasta la sociedad en general.

En opinión de los expertos, la violencia de género causa más muerte e incapacidad entre las mujeres de 16 a 44 años que el cáncer, la malaria, los accidentes del tránsito e incluso la guerra, Los hechos de intimidación contra la mujer en el ámbito domestico-conyugal toman visos de pandemia en muchos países. En Mexica y Guatemala, por ejemplo, las cifras de mujeres asesinadas o violentadas resultan alarmantes, si bien el fenómeno es abarcador de otras latitudes.

Reconocido en 1992 como problema de salud publica, la coacción física y mental contra las mujeres entró en la clasificación de enfermedades; no porque lo fueran, sino porque los golpes y traumas derivados de golpizas provocan padecimientos que requieren de tratamiento físico y mental.

Cuba no está ajena a este fenómeno, que tiene sus orígenes en las diversas formas de desigualdades que se establecen entre las personas, según criterios como el del profesor Dionisio Zaldívar, de la Facultad de Psicología de la Universidad de La Habana.

Las más insospechadas formas de amenaza transcurren en algunos hogares cubanos, Puerta por medio, muchos maridos vinculan el poder, la fuerza, el abuso, con el maltrato. ¿Rezagos de una formación machista? ¿Un aprendizaje trasmitido desde la cotidianidad familiar? En realidad, muchos todavía justifican que los esposos maltraten a sus esposas. “Algo habrán hecho, seguramente”, exclaman algunos de los que asumen la degradación como un hecho natural.

El miedo a represalias impide a muchas víctimas denunciar al violentador. A otras les avergüenza la situación y prefieren mantener el conflicto entre las cuatro paredes de su casa. De acuerdo con los expertos, lo que prima en estos vejámenes, a los que no escapan las niñas, son las relaciones de insubordinación e inferioridad con que algunos hombres juzgan a las mujeres y el criterio generalizado de que “entre marido y mujer nadie se debe meter”. Estos últimos, quizás, sean los mismos que proclaman que “los hombres para la calle y las mujeres para la casa”. Para estos cromañones de la modernidad, sus parejas e incluso hijos, deben de entrar en la nómina de los maltratados, si de hacer valer sus opiniones se trata.

Este de la violencia domestica es un flagelo que carcome donde quiera se que se afinca. El maltrato y la intimidación física durante la infancia pueden causar traumas y trastornos de la conducta difícil de curar y perdurables en la adultez. El niño que mediante gritos quiere hacer valer opiniones o derechos en sus juegos infantiles o es testigo de actos de ultraje entre sus padres o hermanos mayores, llegará a asumir la violencia como algo normal, además de correr el riesgo de padecer depresión en la adultez, en comparación con sus similares no maltraídos, según estudios especializados sobre el tema.

La solución no esta en ocultar el fenómeno, aceptarlo como algo inexorable o asumirlo como un “problema ajeno”. Ante todo, hay que hacer visible tales comportamientos y estos pueden ser disimiles. Pasa por las muchachas que le lavan las ropas al novio, como una forma sexista de vinculación al varón, hasta aquellas que, acosadas sexualmente, suelen ir a su primera relación carnal sin apenas conocer a su pareja: “Si me quieres tienes que demostrármelo”.

Para prevenir el mal hay que conocerlo, sacarlo puertas afuera, hacerlo visible y, entonces, combatirlo desde desempeños diferentes, a partir de una sensibilización mayor de la sociedad y la propia familia. Las Casas de Orientación a la Mujer y la Familia, los Tribunales de Familia y otras instituciones a las que las mujeres vulneradas pueden acudir, son una muestra, aparte de la validez de otros servicios de terapia sexual.

Como proclama la doctora Lourdes Fernández Rius, de la Facultad de Piscología de la Universidad de La Habana, “la violencia de genero, entendida como amenaza o control que se ejerce predominantemente contra las mujeres en cualquier esfera, que puede ocasionarles daños físico, psicológico, sexual o patrimonial, mantenerlas subordinadas y negarles su dignidad humana”, no es mas que un “androcentrismo cultural que fractura los mas elementales derechos y valores humanos, que reedita las relaciones de poder social o lo interno de la vida familiar y en detrimento de las mujeres”.

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