Tildada de transgresora y libérrima, Lizette Vila Espina ha sorteado más de un escollo para lograr sus sueños por la igualdad sustantiva de género en Cuba... El proyecto Palomas patrocinó recientemente la iniciativa Entre hilos, alas y pinceles, que enaltece la labor de las artesanas de Trinidad. (Carlos Luis Sotolongo Puig / Cubahora)

Carlos Luis Sotolongo Puig - Cubahora.- La Habana, 6:00 a.m. Una casa mantiene la luz encendida en el reparto Plaza de la Revolución. Parece una escena de un cuento infantil: la morada erigida en plena oscuridad, protegida por las ramas de un árbol centenario. Puertas adentro ya amaneció. Desde la cocina llega el aroma de las frutas y el café.


Suenan las campanillas tras la puerta. “Buenos días, ya estoy aquí”, anuncia mientras camina entre los atrapa-sueños que cuelgan de lo alto y el mar de artilugios asidos a los muros, diseminados por los rincones. La voz grande e inconfundible de Lizette Vila no se corresponde con la pequeña estatura de esta mujer de mar en calma y de tempestades, de mirada apacible y penetrante a la vez.

El reloj avanza media hora. Mas, la jornada de Lizette comenzó antes. “Me levanto a las 3:00 de la mañana de lunes a lunes. A esa hora empiezan todos los días de mi vida”. Es esta la primera confesión en un diálogo que transcurre, literalmente, mientras amanece.

“Puedo caminar esta Casa Productora de Audiovisuales para el Activismo Social (sede del proyecto Palomas) con los ojos cerrados. Aquí está todo cuanto soy. En el 2002, cuando salgo de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac) y no podía seguir haciendo el programa Hurón Azul, informativo de arte y literatura, creo Palomas, apoyada por el Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos”.

Entre imágenes y sonidos, Lizette echa a volar. “Yo realizaba las bandas sonoras de los documentales o las ficciones de mis amigos. Un día me dijeron: ‘¿Por qué no haces tus propias historias, si asumes la música más allá de lo sensorial?’. Arranqué con mi primer documental, El Orfebre, el único que pude hacer en 16 mm porque un grupo de compañeros míos, varones, no me dejaron realizar otro. No fue la dirección de la institución donde estaba, sino mis propios colegas. Creo que después les pesó. Yo tenía poco más de 30 años.

“Una vez en la Uneac empecé a hacer videos con Antonio Gómez, El Loquillo, Premio Nacional de Periodismo José Martí. Nos pasábamos las noches y las madrugadas trabajando. ¡Era hermosísimo! Tuve propuestas de realizar ficción, pero mi mundo visual y sonoro es el documental, perfecto para registrar los acontecimientos de la realidad. Con el tiempo he declinado como directora porque ya siento el peso de los años. Eso me subyuga, pero todavía un lado de mi corazón, que no es oscuro, sino iluminado, es la música”.

—¿De dónde llega la afición?

—Lo único que yo he estudiado ha sido música: clarinete y piano complementario. A los 14 años trabajé en la orquesta de Leonardo Timor, uno de los grandes y olvidados maestros de la música cubana, donde grabábamos los background para programas infantiles. Yo tocaba la celesta, un instrumento de percusión. Luego, con 16 años, me casé con Armando Sequeira Romeu, jazzista, compositor y arreglista, hermano de Zenaida Romeu; una gran locura y una lección que me enseñó la vida. Esa familia levantó un templo de sabiduría, cultura e identidad. Aprendí muchísimo.

—Años después llegó a la Uneac...

—Empecé a liderar procesos creativos, organizativos, diálogos; no solamente con directivos, sino también con los diferentes niveles de la dirección del país. Las conversaciones con Fidel nunca las voy a olvidar. Transitamos por muchos momentos, pero el más estremecedor —como lo fue para toda la sociedad cubana— fue el Período Especial. En medio de tantas dificultades había que hacer cultura. Ahí nació el núcleo de Hurón Azul. He oído varios comentarios de muchos que se dicen fundadores y fundadoras, ¡qué bueno!, ¡a diario todo el mundo está fundando!, pero hay que reconocer a quienes nos unimos sin luz, comida, carro, cámara... sin nada. En ese tiempo nació Te lo cuentan las estrellas, grupo donde se le daban voces y rostros a mujeres absolutamente diversas, como es, además, la igualdad sustantiva de género. Sin embargo, llegó un momento en que nos agotamos y llegó un capítulo que todavía lo tengo oculto y, ¿te digo algo?, no creo que estoy preparada para hablar del dolor que sentí de salir de la Uneac.

—¿Palomas ha logrado resarcir esas heridas?

—Estando en la Uneac formé un taller de género y diversidad creativa donde participaron Zaida del Río, Alicia Leal, Marta Arjona —que tenía una posición de jerarquía en el Ministerio de Cultura—, Fina García Marruz, Esther Borja, Cuca Ribero, Rita Longa, entre otros y otras. Empezamos a tener fortaleza en términos de opinión, porque para tener una relación intelectual no es necesario quererte o amarte, sino respetarte. Fue un momento de esplendor cultural.

“Todo eso lo apliqué después a Palomas, donde pude expandirme de forma internacional. El proyecto ha sido el espacio real, de creatividad constante, de libertad; un sitio de reedificaciones humanas y profesionales, donde trabajamos el amor como un proyecto de vida. Creamos una cooperativa de conocimientos y capacidades para jóvenes, en la cual combinamos teoría y práctica. Fundamos, además, La fábrica de felicidad, o sea, una industria desde lo simbólico que hemos regado por toda la isla de manera orgánica, sin fertilizantes, a través de talleres con diferentes grupos: profesionales, amas de casa, desocupados…; tanto en espacios rurales como urbanos. Más allá de documentalista, musicalizadora o asesora musical, me defino como una activista social. A veces me pregunto por qué no cambiamos el rumbo o realizamos otros géneros si tenemos ciertos espacios deprimidos económicamente dentro de Palomas. Cuestión de convicciones, supongo. Siempre hemos salido a flote, y seguiremos”.

—¿Qué paradigmas la han inspirado?

—Me hubiese gustado conocer a Rosa de Luxemburgo. Ella dijo que las mujeres teníamos que ser socialmente iguales, humanamente diferentes y universalmente libres. Por eso digo que Cuba, simbólicamente, es una mujer.

—¿Y en el caso de las mujeres cubanas?

—He conocido a mujeres espectaculares en la vida política, la ciencia, la técnica, amas de casa, militares, estudiantes, trabajadoras, obreras… de todas tengo algo. Yo no sé tejer, ni bordar, ni coser, pero simbólicamente sí. La manta de mi vida tiene una nueva pieza cuando converso con mujeres sobrevivientes del alcohol, la droga, el cáncer de mamas… Con ellas aprendí a verle rostro al dolor y a la violencia. Me duele mucho cuando dicen que en Cuba hay más violencia psicológica que física. No vamos a seguir repitiendo esa barbaridad. Todas las violencias son físicas: las económicas, la simbólica, la psicológica, la sexual… porque nacen del poder hegemónico patriarcal. Y no solamente sale de hombres, ¡cuidado!, también hay mujeres que lo ejercen si tienen determinado ejercicio al poder.

—Entonces, ¿el poder hace daño?

—Eso es una discusión comprometida, no por hablar del poder, sino por las personas. Quienes ejercen el poder a cualquier nivel se convierten en seres muy vulnerables, desde lo privado hasta lo público. Hay que reconocerles también el paso que han dado; ahora, quien lo ejerza mal, hay que condenarlo.

—¿Cuánto cree que se ha avanzado en la lucha por la igualdad sustantiva de género en Cuba? ¿Cuánto falta por hacer?

Nosotras tenemos acceso a la libertad de la salud reproductiva, los derechos sexuales, un salario igualitario. Muchas mujeres en el mundo desconocen eso. ¿Qué falta? hacerle las pompas fúnebres al machismo cubano.

—¿Quizás por eso todavía se estereotipa la figura femenina en algunas producciones audiovisuales?

Me duele cada vez que se dibuja a la mujer como instrumento de producción doméstica y reproducción de la especie. Nos tienen que agradecer, entre otras cosas, que hayamos urbanizado las ciudades. ¿Por qué? Fíjate: la mujer era necesaria en la tintorería, los círculos infantiles, la pescadería… para ayudar a los hombres. Por eso digo que cada mujer lleva una ciudad por dentro. La mía a veces está un poco “jodía”, pero yo la hago interesante. Espero que algún día los medios capten primeros planos del pensamiento y las ideas femeninas con la misma maestría con que enfocan las nalgas y las tetas.

—¿Cuáles han sido los principales tropiezos y amarguras personales que la han convertido en la mujer que es hoy?

 —Ser una mujer libre, ingobernable para muchos. Me han tildado de libérrima y transgresora. Son las consecuencias a pagar por ser una mujer que tomo mis propias decisiones, supongo. No siempre he salido airosa de los tropiezos, pero he aprendido.

—La han calificado también de ser una feminista acérrima…

—Soy feminista. Lo que sucede es la satanización del feminismo en Cuba. Todavía se piensa que se trata de ir en contra de los hombres. Siempre están las más radicales, es cierto, pero nosotras promovemos un feminismo humanista, en pos de la unidad de los hombres. En mis documentales hay hombres, lo puedes comprobar. En Palomas trabajan hombres. El feminismo es mi catedral para crear. En 1994 —no habían estrenado Fresa y Chocolate— realicé el documental Y hembra es el alma mía, uno de los primeros, para no ser absoluta, que exploraba la vida de transexuales y travestis y la contradicción que existe entre su cuerpo y su identidad de género. Hubo quien dijo que yo obligué a los entrevistados a decir que eran mujeres. El arte no tiene la responsabilidad de transformar, sino de propiciar una modulación desde lo profundo a partir de la provocación humana. Que no le den al arte la tarea que compete a otros sectores sociales y a las políticas públicas.

—¿Quién forjó su carácter?

—Mi mamá, mi papá y mi barrio, uno de los más populares de El Cerro, plural en materia de culturas e identidades. Nací el 17 de diciembre, por eso mi segundo nombre es Lázara, aunque pocos lo sepan. Mi papá, Ramón, tenía tres trabajos y alcanzó el sexto grado al triunfo de la Revolución. Isabel, mi mamá, venía de una familia muy humilde, pero mi abuelo se encargó de que ella y mi tía aprendieran a encontrar su camino en medio de la miseria. Mami era muy osada, amiga de muchas mujeres y hombres, algunos de ellos gays o transformistas en los carnavales. A mi casa iban desde religiosos, artistas, emigrantes de la Segunda Guerra Mundial hasta la gente del Partido Socialista Popular. Ella me enseñó a palpar con mis manos la diversidad.

—Además de su quehacer, usted es esposa, madre, abuela. ¿Cómo concibe su universo personal sin traicionar las ideas que defiende con tanta vehemencia? ¿Es fiel a su propio discurso?

—Mi compañero actual y yo nos repartimos las tareas. Es como un acuerdo tácito: cada uno sabe las habilidades del otro. Con 65 años mantengo la disciplina. A las 3:00 de la mañana aprovecho para preelaborar algunos alimentos de la semana, escribo, organizo mis pensamientos. Llego a Palomas a las 6:00.

“Soy una mujer del Medioevo, un poco torpe para la computadora, Internet, los celulares. No sé manejar. Y lo más importante: la agenda de trabajo no va para la casa. Tengo dos nietos: Camilo, de nueve años, que me lo dio mi hija Ingrid —ella trabaja conmigo como realizadora—, y Marquitos, de 16; un nieto que me regaló el universo”.

—Le corresponde a Ingrid continuar su legado…

—Ya lo está haciendo, pero no por imposición. Palomas es el patrimonio que le dejo el día en que yo parta hacia el infinito.

—¿Usted piensa que Cuba pueda ser dirigida, algún día, por una mujer?

—Estoy segura de que así será.

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