Revisé con avidez las 235 páginas del informe final de ese estudio hecho en 2014, y no hay una sola referencia a la diversidad sexual, los núcleos familiares homoparentales, las niñas y los niños que viven con parejas de madres lesbianas o padres gais, o cualquier otro indicador que revele que las personas LGBTI existimos.
Y en honor a la verdad, es bien amplio, variado y abarcador este informe final de la Encuesta de Indicadores Múltiples por Conglomerados, que es su nombre oficial.
Aporta decenas y decenas de tablas valiosas, hallazgos trascendentes para la toma de decisiones en el ámbito sanitario, educativo, y hasta político, en aspectos tan esenciales como las garantías para la maternidad y el normal desarrollo infantil; el agua y el saneamiento; la equidad de género; la violencia contra la mujer y los infantes; el matrimonio (heterosexual) precoz; la salud sexual y reproductiva; los comportamientos sexuales en adolescentes, jóvenes y mujeres; los conocimientos sobre VIH/sida y el estigma y la discriminación hacia las personas portadoras del virus (a este tema le dedicaré otro texto posteriormente); el impacto de las adicciones, etcétera.
Por supuesto que la Dirección de Registros Médicos y Estadísticas de Salud, a cargo del estudio, podrá alegar que esta investigación parte de una metodología del Fondo de Naciones Unidas para la Infancia, que sus formularios buscan recolectar datos internacionalmente comparables, y muchos otros pretextos técnicos que siempre salen a relucir en estos casos.
Pero resulta muy improbable que en 9 mil 958 familias no encontrarán una sola donde la jefa o el jefe de núcleo viviera con su pareja del mismo sexo y sus hijos. Habría que ver cómo la metodología consiguió eludir estas realidades, o tal vez solo las familias heterosexuales fueran elegibles para la encuesta, no lo sé. El asunto no lo mencionan en la explicación sobre el diseño de la muestra.
Quizás —para no pecar de mal pensado— el programa para procesar la información simplemente daba error en casos de dos mamás o dos papás, como pasaba en otros países antes de que decidieran censar a las parejas homosexuales, o quien sabe cuáles otros subterfugios son capaces de emplear las estadísticas para no nombrar lo que no quieren ver, reconocer, visibilizar.
Lo cierto es que otra vez diseñan en Cuba un instrumento para hacer una radiografía de las familias en el país sin tener en cuenta sus múltiples configuraciones, un sesgo inaceptable a estas alturas, y otra evidencia de cómo los prejuicios pueden funcionar de muy diversos modos también en el campo de la ciencia.
Estas son decisiones que van contra la política de enfrentar la discriminación por orientación sexual, objetivo de trabajo del Partido Comunista de Cuba.
Como recordarán, los organizadores del homofóbico Censo de Población y Vivienda del 2012 dijeron hace ya tres años en su endeble defensa que luego diseñarían y aplicarían instrumentos específicos para caracterizar el impacto de la diversidad de orientaciones sexuales e identidades de género en la composición familiar cubana. Todavía estamos a la espera de que la Oficina Nacional de Estadísticas e Información cumpla aquella promesa.
Pensé que quizás este otro instrumento de Salud Pública, con asesoría internacional y bajo la égida del ministerio al cual pertenece el Centro Nacional de Educación Sexual — ¿les pedirían asesoría al respecto?, casi estoy seguro de que no— daría al menos alguna señal de sensibilidad hacia el asunto, buscaría desentrañar cualquiera de los misterios que rondan a nuestras familias en esta área del comportamiento humano. Pero me equivoqué.
Insistiremos hasta el cansancio. Alguna vez nos tendrán que oír, contar, describir, aceptar, incluir, respetar.
