Lissy Villar Muñoz - Revista Mujeres.- Berta tiene 80 años. Tiene cuatro hijos y una hija, pero no todos viven con ella. Uno de ellos está enfermo, recién operado y ella en todo momento dispuesta a cuidar de él. Ya pasó todo un día, la noche irrumpe y con los trajines de la casa a penas probó bocado alguno…


Yolanda es una mujer de cuatro décadas y tanto. Tiene dos hijos, y sus padres viven con ella. Su madre padece de Alzheimer y por estos días tuvo que empezar a dormir con ella porque en las noches se desorienta producto de la enfermedad. Su padre presenta un cuadro crónico de los riñones, la vista le está fallando….

Alejandra tiene 24 años y su padre está ingresado. Su hermano mayor no vive en Cuba. Ella comparte el cuidado de su progenitor con la esposa de este, que tienen también dos niñas de 11 años que cuidar.

Esas pueden ser las historias de muchas personas que cuidan enfermos, pero ¿es responsabilidad exclusiva de hijas, madres y esposas el cuidado de la familia? ¿Quién protege la salud de las cuidadoras? Son dos interrogantes sobre la que se considera se debe reflexionar.

En muchas familias el cuidado de niñas, niños y ancianos se atribuye como responsabilidad máxima y en ocasiones exclusiva a las mujeres. El sistema patriarcal sigue ramificándose, sin que se valore y comprenda la necesidad del logro de la igualdad entre mujeres y hombres y la comprensión de que esta situación debe ser respondida por todos.

Ambos deben asumir las problemáticas que se presenten en el hogar, siempre recordando que la comunicación es una de las mejores herramientas para el entendimiento y el consenso.

Quizás se debieran crear estrategias otras por parte del Estado para garantizar el cuidado de ancianos; que no solo recaiga en la familia. Además, la solución tampoco se encuentra únicamente en el mejoramiento de la economía familiar; disponer de otra persona asalariada (casi siempre mujer) que se disponga a realizar esa tarea y sobre la cual recae todo ese cuidado no solucionaría la problemática.

Ya se han dado algunos cambios en el contenido de las sexualidades de las mujeres que han repercutido en la re-significación del amor y en lo que se consideraban responsabilidad máximas de estas: en torno a la fecundidad, las normas, las prácticas y las experiencias sexuales, la conyugalidad, la maternidad, a la afectividad, la diversidad sexual, la generación de valores distintos a al moral tradicional y el surgimiento de una ética sexual basada en el derecho a decidir. Estos han sido logros importantes, pero la toma de conciencia es imprescindible por parte de los miembros de la familia y de la sociedad para poder construir un espacio de armonía, respeto e igualdad.

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