Lisandra Fariñas. Periodista. Especial para SEMlac Cuba.- La transferencia de datos en los celulares cubanos –la popular 3G- llegó para quedarse. Más temprano que tarde la comunicación con el mundo, el acceso a redes sociales múltiples, las conversaciones por WhatsApp, tan familiares en otros contextos, serán también algo común en nuestras calles, en ómnibus abarrotados y en la soledad de una habitación adolescente. Si hace apenas un par de años era difícil el acceso a internet desde entornos domésticos o al aire libre, ahora esa realidad está ahí mismo, cada vez más cerca.


Lo realmente significativo no es solamente la novedad de poder almacenar y transmitir información en un nuevo soporte, o de acceder al mismo ritmo del resto del mundo a aplicaciones móviles que se generan todos los días y dejan obsoletas, en apenas meses, a las que se consideraban hasta ayer el “último grito tecnológico”.

Lo más complejo, desafiante, retador, es la modificación de tipo estructural que significa para la sociedad las nuevas formas de producir y diseminar el conocimiento. Y la del uso y consumo de la información o de cómo se establecen las relaciones interpersonales. Lo que conocemos como nuevas tecnologías de la información y las comunicaciones (TICs) ha llegado para quedarse y establece brechas y maneras inéditas de organización, como las llamadas redes sociales y comunidades virtuales.

En este escenario, son las generaciones jóvenes las que se desenvuelven con mayor naturalidad utilizando la interacción en la Web –o a través de sus móviles con plataformas de intercambio de archivos como Zapya, muy popular en Cuba- para la conformación o consolidación de relaciones, la reafirmación de identidades y las manifestaciones relativas a sus quehaceres cotidianos. Datos globales de 2016 estimaban que 75 por ciento de los usuarios de Internet menores de 25 años contaban con un perfil en alguna red social . Cuba también está entrando, vertiginosamente, a esa estadística. De acuerdo con Social Media Growth Rankings, este fue el país con mayor porcentaje de crecimiento de usuarios en las redes sociales durante 2016.

“Aun sin tener estadísticas precisas, pues Facebook no las ha hecho públicas, el impacto de esta red social en la isla como más popular es evidente y poco a poco se modela un usuario estándar que se conecta en cualquier parque para usar IMO y hablar con su familia mientras revisan rápidamente sus perfiles en dos o tres redes”, reflexionaba hace apenas un año en el diario Granma la joven periodista Ania Terrero.

Pero en estos contextos novedosos hay cosas que no cambian, no avanzan, no evolucionan: los estereotipos y la violencia de género parecen abrirse paso para dar continuidad a su imperio. Datos diversos, producidos en muchas partes del mundo, confirman que Internet y sus redes sociales, las redes móviles y otros espacios de interacción digital se han convertido en sitios de preferencia para replicar patrones machistas de comportamiento, con la amenaza agregada de que permiten novedosas y efectivas formas de dominación y control.

En el terreno de la violencia simbólica

Aseguraba la doctora en Ciencias Isabel Moya Richard que, independientemente del soporte: impreso, radial, audiovisual o digital, en los medios de comunicación prima la reproducción del sexismo a través del lenguaje, los contenidos y las imágenes articulando un ámbito de representación de ideologías, prácticas y creencias asentadas en la cultura de la desigualdad que legitimó secularmente la discriminación y opresión de las mujeres.

Este sexismo en los medios ha sido catalogado como violencia simbólica. Y como solía repetir a menudo la propia Moya en clases de género a periodistas y comunicadores, o en los múltiples eventos en los que participaba, “la violencia hacia las mujeres no solo lesiona el cuerpo, también devora el alma”.

Y justo una de las formas menos identificadas socialmente como tal, es la violencia simbólica desde los medios de comunicación y las industrias culturales. Con frecuencia pasa inadvertida, pues el discurso mediático ha sido legitimado como referente social y sus representaciones de la realidad socializan los paradigmas hegemónicos.

Sin embargo, se trata de una violencia multidimensional, pues resulta una agresión en sí misma y, a su vez, actúa como “normalizadora” de los mitos que sostienen las otras formas de violencia machista, e impacta no solo a nivel individual, sino en los imaginarios colectivos.

Sus representaciones estereotipadas de lo femenino y lo masculino lesionan la dignidad de las mujeres y enmascaran el origen de todas las formas de violencia hacia las mujeres y las niñas: las relaciones asimétricas de poder entre lo considerado femenino y masculino.

La violencia simbólica, entonces, es también una manera de ejercer el control patriarcal desde los medios de comunicación, pero la particulariza, además, el hecho de que contribuye a socializar los preceptos que han condicionado la discriminación de lo femenino. Es un recurso que legitima socialmente la supervivencia de relaciones jerárquicas que potencian lo masculino.

Universos virtuales o la perpetuación del estereotipo

Una vecina, madre de dos muchachas de 21 y 13 años, comentaba preocupada hace pocos días que si bien estuvo al tanto de los primeros noviazgos adolescentes de su hija mayor, no le está sucediendo igual con la más pequeña. Ella contaba antes los compañeros de aula, amigos o novios llamaban a la casa y eso garantizaba que ella y su esposo pudieran escucharlos y tener alguna idea de cómo se comportaban, o de si las llamadas eran demasiado frecuentes o tenían un ligero signo de celos desmedidos o exceso de control. Con la más pequeña, sin embargo, esa comunicación está ocurriendo al margen de su influencia, desde el móvil o desde redes sociales a las que la hija se conecta, a menudo, desde un parque cercano.

La preocupación de esta cubana no es ociosa. Una investigación realizada en 2014 por el comunicador social Ariel López Fernández constató que, en sus biografías de Facebook, estudiantes universitarios de la capital cubana trasladaban a la red sus imaginarios de género, con diferencias notables entre hombres y mujeres, y tendencia a reproducir estereotipos tradicionales.

A nivel global, más de 500 relatos de supervivencia y resistencia de mujeres y alrededor de 2000 incidentes de violencia contra las mujeres (VCM) haciendo uso de espacios en línea y tecnologías de información y comunicación (TIC) están registrados en el Mapa mundial de ¡Dominemos la tecnología!. Cada punto es un testigo silencioso de las situaciones horribles que atravesaron mujeres durante días, semanas e incluso meses, hasta que ellas mismas o alguien que sabía lo que ocurría decidieron hablar, denunciar e intentar poner freno a la violencia.

Esta nueva expresión de violencia de género apareció al principio en varias formas sutiles, pero rápidamente creció y se convirtió en ataques abiertos en línea, en revelación directa de información íntima a través de teléfonos celulares o redes sociales, en hacer que fotos y vídeos se vuelvan virales y en la creación de sitios web para vengarse de anteriores parejas mediante la publicación de materiales personales que habían sido cedidos con confianza y sin consentimiento para compartirlos o divulgarlos.

Así, frente a las potencialidades de las TICs, y casi al mismo tiempo, empezamos a familiarizarnos con términos como delitos telemáticos, suplantación de identidad en las redes, grooming (acoso a menores), ciberbulling (uso de los medios digitales para ejercer el acoso psicológico entre iguales), o sex-torsión (chantaje o acoso al que es sometida una persona por parte de otra que emplea una imagen suya con carga sexual, que previamente ha obtenido, legítima o ilegítimamente).

Nunca mejor definido por Pierre Bordieu: “La dominación simbólica no se produce en la lógica pura de las conciencias conocedoras, sino a través de los esquemas de percepción, de apreciación y de acción que constituyen los hábitos y (…) las decisiones de la conciencia y de los controles de la voluntad .

Aunque las historias de eso que podemos resumir como ciberacoso o ciberviolencia provienen de contextos diferentes y se manifiestan de diversas maneras, hay elementos comunes que pueden ayudar a identificarlas y prevenirlas:

• Las víctimas suelen tener entre 18 y 30 años de edad.

• Es probable que la acción sea perpetrada por una persona conocida.

• Es más probable que ocurra en Facebook.

• Generalmente ocasiona daño psicológico o emocional, pero existen casos en los que se ha trasladado de la realidad virtual a la cotidiana, con manifestaciones de violencia física.

• Este abuso emocional es probable que se repita.

• Puede involucrar amenazas de violencia, extorsión emocional o de compartir información privada (como fotos) con otras personas.

Hay algunas explicaciones posibles para estos datos, ya que las mujeres menores son las que usan con mayor frecuencia sus teléfonos celulares, redes sociales y espacios en línea para interactuar y relacionarse con sus amistades y conocer nuevas personas.

Investigaciones acerca de estas formas de violencia en varios países de la región latinoamericana coinciden en que una práctica habitual tras la ruptura de una pareja es que una de las partes (normalmente, el hombre) proceda a colgar y difundir en las redes sociales fotos de su ex en situaciones comprometidas .

Es posible, igualmente, hackear el correo electrónico de la víctima, es decir, inmiscuirse en él mediante el envío de virus (troyanos) y existen programas espía que aprovechan vulnerabilidades del sistema y otros que activan la web sin que la víctima se dé cuenta. Del mismo modo, existe la posibilidad de hacerse con su clave del correo electrónico o de captar sus conversaciones de WhatsApp.

La publicación española Los adolescentes y el ciberacoso ofrece algunas recomendaciones muy generales que madres, padres y quienes interactúan con personas de estas edades pueden tener en cuenta ante este tipo de amenazas:

• Escuche y dialogue.

• Muestre su apoyo y el del resto de la familia a la o el adolescente y refuerce su autoestima. No lo culpabilice por utilizar redes sociales o plataformas similares.

• Explíqueles por qué deben hacer frente al problema.

• En ningún caso se deberá dejar pasar una situación de ciberacoso sin hacer nada, esperando que el problema se resuelva solo o simplemente prohibiendo a su hijo o hija a volver a utilizar Internet o el móvil.

• Intente identificar al autor o autores de las agresiones, para poder actuar en su contra.

• Adopte medidas de protección (cerrar perfiles en redes sociales o cambiar la configuración de privacidad, cambiar de número de móvil o de cuenta de correo electrónico).

• Decida, en función de la gravedad del acoso, la conveniencia de presentar una denuncia.

• Mantenga informado al menor de los pasos que vaya dando. No actúe de forma unilateral.

• Actúe con la mayor discreción posible, evitando sobreactuar. Aunque el problema es grave, conviene manejarse con sutileza y discreción.

• Valore la conveniencia de solicitar ayuda de especialistas.

En general, en el ciberespacio, la definición de daño directo es un tema polémico y no hay suficiente información disponible para asegurar acciones concretas. Cuba, que llega algo tarde a estas prácticas, debe tomar ejemplo de países como Chile o Argentina, donde estas manifestaciones ya han sido tipificadas en las leyes como figuras delictivas, por solo poner un ejemplo.

Sin embargo, mientras llegan esos cambios --que suelen ser más demorados--, es importante seguir trabajando sobre las desigualdades de género que dan lugar a la violencia. En ese camino, además, se deben repensar los modos en los que se concibe la prevención de la violencia y los discursos que se construyen sobre el tema; y los modos en que se educa para ser usuarios o usuarias de las tecnologías; advertir; documentar; dar voz a expertas, pero también a personas que han estado en estas situaciones.

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