Lari Perez Rodriguez - Revista Muchacha.- El 9 de febrero de 1902, nace en Artemisa (entonces, provincia de Pinar del Río) la escritora, periodista, feminista y activista cubana Ofelia Rodríguez Acosta.


Aunque es considerada una de las más importantes reformistas sociales de Cuba, así como una intelectual prolífera, capaz de incursionar en diversos géneros (cuento, ensayo y novela), ciertamente, las nuevas generaciones poco o nada hemos escuchado acerca de su vida y obra; y, por tanto, desconocemos a la precursora de la literatura lésbica cubana.

Sus dotes literarias se hicieron evidentes desde temprana edad: escribió su primer libro, Evocaciones, a los doce años. Este sería publicado en 1922.

Ofelia perteneció al grupo de mujeres e intelectuales que fundaron el Club Femenino de Cuba y la Unión Nacional de Mujeres, entre las que se encontraban Lesbia Soravilla, Serafina Núñez, Berta Arocena, Julieta Carreta y Tete Casuso. Precisamente, en el año 1925, se desempeñó como Bibliotecaria del Club Femenino de Cuba. En 1927 fundó la revista Espartana, y, pese a tener solo dos números, logró reunir firmas como las de Enrique José Varona, Enrique Serpa, Dulce María Loynaz y María Villar Buceta.

También por esta época comenzó a hacer propaganda feminista en la prensa y la ficción, provocando amplios debates. Hábil oradora, apareció con frecuencia en actos públicos y programas de radio. La conferencia que leyó en el Lyceum, en 1932, fue extensamente reseñada en la prensa y, después, publicada en forma de folleto. La tragedia social de la mujer, título de la misma, señalaba como dilema fundamental de la mujer cubana a la pobreza, cuyas consecuencias hacían imposible la vida familiar y relegaban la discusión sobre los derechos políticos de las mujeres. La pobreza, y no los cambios fisiológicos tras el parto, era la responsable de transformar la maternidad en una condena.

En consecuencia con su vasto compromiso social, Ofelia participó en manifestaciones contra el gobierno tirano de Gerardo Machado, y fue una de las firmantes de un manifiesto al pueblo de Cuba, en el que un grupo de mujeres intelectuales denunciaron los desmanes de la dictadura machadista.

Entre 1928 y 1932, escribió asiduamente para Bohemia, revista de circulación continental, donde divulgó su continua batalla por la dignificación, la emancipación y el enaltecimiento espiritual de la mujer. Los títulos de sus artículos dan fe de su pacto con la causa feminista: «¿Qué mueve al hombre en su oposición al feminismo?», «Matrimonio y amor libre», «Feminismo teórico y feminismo práctico», «El feminismo en la Universidad», «La mujer y la guerra», «Feminismo afectivo», «Homenaje a Mariblanca de Cuba», «El voto femenino y el momento político cubano», «La mujer cubana y la hora actual», «El voto a la mujer espanta», «La maternidad trascendente», «Las mujeres contemporáneas», «La justicia de la guerra y la mujer» o «La mujer pagada».

Como miembro del Colegio Nacional de Periodistas de La Habana, colaboró con diversas publicaciones cubanas y extranjeras, entre ellas, El Mundo, El Día, El Heraldo, Grafos, Social y la Revista de La Habana, en la que dirigió la sección «Feminismo». También escribió para el Nuevo mundo (España), La Crónica (Perú) y Ambos Mundos (Francia). Asimismo, en la ya mencionada revista Bohemia, llegó a ejercer la función de editora.

Considerada una feminista socialista, Rodríguez Acosta abogó en sus obras — y en su vida — por la liberación de la mujer de la dependencia económica y social de los hombres; y, a su entender, esta requería liberar antes las mentes femeninas. Así pues, defendió el amor libre por encima de la moral católica, y sostuvo la idea de que las tragedias de la mujer se debían a las normas sociales restrictivas de su autonomía y plenitud.

Si bien no existen evidencias de que Ofelia viviera historias de amor con otras mujeres, ella representó lo que en la época se calificaba de mujer con “vida independiente” — eufemismo para las mujeres que se sospechaban como lesbianas — , pues, nunca se casó y logró mantenerse económicamente con su trabajo de escritora dentro de la clase media alta cubana.

Ya en su primera novela, El triunfo de la débil presa (escrita en 1925), aparecen claras referencias acerca de la importancia del cultivo de un sistema de colaboración eficaz entre las mujeres. Otros elementos presentes en dicha obra fueron: la necesidad del divorcio y el carácter impostergable de la lucha contra los prejuicios morales que limitan las libertades femeninas.

En palabras de la autora, la obra promueve la “amistad profunda, entrañable, que no conciben los hombres entre las mujeres […] en la que no sólo rige el deber sentimental […] sino el placer intelectual…” (Rodríguez, 1926, p. 49).

Algunas estudiosas de su trabajo, como es el caso de Marisela Fleites-Lear (2015), consideran que, de cierta manera, la relación entre la protagonista de esta novela y su prima Ernestina, anuncia las relaciones homoeróticas que surgirán en sus novelas siguientes. Esta aseveración parte del análisis de diversos pasajes de la obra. Por ejemplo, aquel en el que Ernestina, convaleciente de una enfermedad, es atendida por la protagonista (Fabiola):

Aquella mirada no la había visto nunca Fabiola, ni en hombres ni en mujeres: era única como un secreto, era opaca y luminosa como una estrella cubierta por la gasa de una nube […] Y eran las dos, en el reposo de la estancia, un mentís rotundo a la incrédula maldad de los hombres. Alguna vez se enfrentaron dos mujeres, libres de prevenciones, de rivalidad, y se dieron la mano con franqueza. Alguna vez harían ver a los satirizadores de sus sentimientos, que dos mujeres podían reunirse para algo que no era precisamente de modas y de figurines, de algo que tampoco era el orgiástico brindis de Afrodita […] Fabiola y Ernestina se miraban al hablarse […] (Rodríguez, 1926, p. 49)

Su segunda novela, La vida manda (1928), fue su obra más polémica y, gracias a ella, podemos concebir hoy a Ofelia como la precursora de la literatura lésbica cubana. Dicha novela sigue, en cierta medida, el modelo de La Garçonne, del autor francés Victor Margueritte. Resulta extraordinario que, en una isla oprimida por la moral católica y homofóbica, la autora haya creado un personaje como el de Delia, una mujer lesbiana que representa el único personaje mujer independiente y exitoso al interior de la obra.

Es imposible no percibir cómo la autora explota el recurso de las miradas entre Delia y Gertrudis. Página tras página. Miradas elocuentes, y otras, no tanto, que encierran un subtexto que va más allá de la descripción narrativa… y cuando creemos que no va a ir más lejos, coloca en boca de Delia una abierta declaración de amor: “Yo nunca he amado a una mujer como a usted, hasta la renuncia, hasta la pureza de los sentidos […]” (Rodríguez, 1930, p. 147).

Hallamos, además, el sensual pasaje en el que, tras Gertrudis rechazar a Delia, se encuentran en una fiesta y son atrapadas en un nuevo juego de miradas:

La mirada de Gertrudis, hipnotizada, bajó hasta los labios de Delia, que se estremecía voluptuosamente. Alocada, halló placer en aquella sensación nueva. ¡Qué honda y dolorosa caricia la de aquellos pérfidos y malévolos ojos fascinantes! También los suyos llegaron a mirar así. Se agitó, pecaminosamente en la larga, interminable, dulce mirada de la otra mujer. Delia sonreía triunfalmente. Esa sonrisa húmeda y palpitante, despertó a Gertrudis. Volvió en sí espantada. Se turbó desesperada, en medio de su caótica desorientación. (Rodríguez, 1930, p. 194)

Evidentemente, Ofelia es una de las feministas más radicales de su época, incapaz de condenar la sensualidad femenina en ninguna de sus formas, incluyendo la lésbica. A pesar de que todas sus obras estuvieron protagonizadas por personajes femeninos, su tercera novela, En la noche del mundo (1940), posee entre sus personajes más relevantes a dos hombres homosexuales que viven juntos. Esta relación es representada con comprensión y ternura, rompiendo con el canon de la época que reducía dichos vínculos al deseo carnal. Sin dudas, el ideal de nación cubana de la autora era uno muy plural e inclusivo.

Su cuarta novela, Sonata Interrumpida (1943), nos regala la aparición de un nuevo personaje lésbico de éxito, Rosa. La obra cuenta con otra abierta declaración de amor sáfica: “Ahora lo sé… No era a Elena… no es a él… Es a ti a quien quiero… a quien siempre he querido” (Rodríguez, 1943, p. 296). En esta novela podemos encontrar al alter ego de Ofelia, el personaje de Fernanda, quien nunca se casa ni tiene hijos. Para ella sus hijos son sus escritos como periodista y novelista, y su activismo dentro del movimiento feminista nacional.

Luego de haber viajado por Europa durante varios años gracias a una beca, Rodríguez Acosta decidió vivir en México las décadas del 40 y 50. Allí se integró a organizaciones como la Agrupación de Trabajadores Intelectuales y el Ateneo Mexicano de mujeres. Aunque regresó a Cuba después de 1959, hay un vacío acerca de su trabajo y sus últimos años de vida. Incluso abundan las especulaciones acerca de cómo y dónde murió, si bien se presume que fuera en La Habana, el 28 de junio de 1975.

Como mujer lesbiana y feminista, el descubrimiento de la figura de Ofelia Rodríguez Acosta ha sido, en igual proporción, grato y tormentoso. El orgullo de saberla irreverente y cubana ha mutado, tras varios minutos, en el desencanto de admitir que, una vez más, nos han arrebatado un fragmento de nuestra historia. Las feministas cubanas: olvidadas. Las mujeres lesbianas: olvidadas. Las patriotas de la República: olvidadas. La deuda crece y los nombres se acumulan. Mientras, nosotras, nos negamos a olvidar.

[i] Este texto ha sido publicado originalmente, el 14 de octubre de 2022, por el proyecto independiente, cultural y activista Com_una hereje, en su sección «Ofrenda», y difundido en distintas plataformas (Medium, Telegram, Facebook y WhatsApp). Para consultarlo, recomendamos el siguiente link: https://medium.com/@Com_unaHereje/ofrenda-ofelia-rodr%C3%ADguez-acosta-b3164aea96d3

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