Viñeta de Teresa Castro
Lari Perez Rodriguez - Revista Muchacha.- La primera vez que me enamoré tenía 16 años, y sabía mucho y nada del amor.
Involuntariamente, al crecer incorporamos miles de mensajes acerca del amor romántico y las relaciones de pareja. No importa si tenemos 7 años y disfrutamos de «El rey león», siempre llegará el momento en que Nala y Simba «retocen» sobre la hierba — para disgusto de Timón. Y si hablamos de las princesas de Disney, está muy claro que sin chico no hay historia, aunque seas Mulán y estés salvando China.
También, el rastro del amor se extiende por el universo musical y literario. ¿Quién no ha cantado/sufrido una canción de desamor, sin nunca antes haberse enamorado? ¿O se ha imaginado «sintiendo intensamente», como la protagonista de alguna novela inglesa? Así leas un cómic, escuches la radio o navegues por las redes sociales… Todo, el algún momento, nos habla de «amor».
Pero, cuando yo me enamoré, la información digerida durante años no me sirvió de nada. Porque de nada te sirve que, obviamente, Elizabeth Bennet esté enamorada de Darcy, o que Julia Robert encuentre a un chico tierno en una librería de Notting Hill, cuando una se descubre irrevocablemente enamorada de su mejor amiga.
Contrario a la lógica, en las sociedades hetero-patriarcales, cada una de las señales que indican que una chica se siente atraída por un chico, mutan su sentido si una chica las siente por su igual. O, en otras palabras: «si lo extrañas, es porque te gusta»; en cambio, «si la extrañas, es porque la quieres como amiga».
Ser una adolescente lesbiana es muy confuso: las chicas son capaces de admirar la belleza de las otras, «pero eso no significa nada»; pueden conversar por siete horas seguidas, «pero eso no significa nada»… incluso, caminan de la mano o duermen juntas abrazadas. Pero eso no significa nada.
Entonces, ¿qué es lo que podemos asumir que «significa algo»?
A la adolescente que fui, le tomó casi un año comprender sus sentimientos, cuando, de haberlos tenido por un chico, habrían resultado más que obvios. El amor es universal, pero se expresa de múltiples maneras. Y los mensajes que nos llegan, deberían contener toda esa diversidad y belleza.
Las representaciones importan.
Encontrar nuestro lugar, sin un mapa que nos guíe, puede dar miedo; pero hacerlo con uno que nos miente, puede ser fatal.
La primera vez que me enamoré, me sentí sola y asustada. Conocía la poesía de Emily Dickinson, pero no de su amor por Susan. Había leído a Emily Brontë, mas no a Sarah Waters. A la banda sonora de mi vida le faltaban canciones de Indigo Girls, Tegan & Sara, Tracy Chapman, Brandi Carlile…
De aquellos tiempos, quedan recuerdos y alguna que otra herida aún sin sanar. A pesar de los silencios, he sabido encontrarme. Aprendí a amar y a amarme, como otras antes de mí, como las miles — millones — que vendrán detrás.
Hoy, me siento con mi novia en un banco del parque y le leo un poema de Odette Alonso:
La muchacha del óleo me ha mirado
de su pincel renazco sin saberlo
dos manchas sobre el lienzo
tinta negra.
El pincel es mi dedo dibujado en su espalda
su dedo en mi nariz
la caricia en la nuca.
El lienzo es esta cama
y la ciudad entera
corazón que se abre sin confianza
blanco y negro en el lienzo
esa muchacha y yo.[i]
Luego la beso en los labios. Porque nuestra historia significa algo; y no permitiré que afirmen lo contrario.
[i] Puedes encontrar este, y otros poemas de Odette Alonso, en la antología «Versas y diversas. Muestra de poesía lésbica mexicana contemporánea».