Sandra Abd´Allah-Álvarez Ramírez - Blog "Negra cubana tenía que ser" / Cubainformación.- Él. Josué trabaja 16 horas un día sí y uno no, como agente de seguridad en una de las dulcerías más populares de La Habana. Para no aburrirse durante las horas que debe permanecer de pie, también recoge los platos, tazas y vasos que la gente va dejando en las mesitas. Se dice fácil, pero no lo es. Son 16 horas que le saben a 30. Cada día termina con los pies hinchados y entumecidos y al siguiente le cuesta mucho levantarse, confiesa.
De los 12 cuc que gana, gasta casi 3 en trasladarse hasta su centro de trabajo. En la conversación que entablamos, mientras espero a una amiga, me dice que él sabe que no vale la pena cambiar dinero ni por salud ni por disfrute. Pero lo hace.
Cuando le pregunto por qué acepta trabajar tantas horas por un salario de 12 cuc, me dice que no le da otra y que se reconoce entre los privilegiados. "Aquí no hay sindicato ni nada que te proteja. Es más, mejor es no abrir demasiado la boca ni confiar en nadie, que el próximo está en la bolsa esperando". Verá  entonces cuánto aguanta, al menos ahora puede ahorrar un poco para terminar su cuartico.
Ella. Con 17 años Lorna decidió que no aceptarí la plaza que le habían otorgado en la UCI. La posibilidad de estar becadaF la hacía sudar, además quería ser definitivamente independiente. Decidió entonces irse a trabajar y luego vería qué hallaba por el camino.
A sus 22 años trabaja como mesera en un bar habanero. Llega a casa a las 6 am y se va directo a la cama. Sobre las 2:00 pm da en sí, ojerosa y agotada; no obstante se apura para poder arreglarse nuevamente e ir al trabajo y aparentar que el cansancio nunca habitó en su cuerpo.
Son las 6 y es un día cualquiera, con la ligera diferencia de que al jefe se le ha ocurrido que "a partir de hoy" todas tienen que ir con una blusa roja. Ella no sabe si la que lleva, y pidió prestada hasta tener tiempo para ir de compras, le parecerá bien a él.  Es muy estricto, les pide a todas las meseras, -si, porque son exclusivamente mujeres quienes les sirven a los clientes mientras los hombres son los de seguridad y bartender- que se planchen el pelo, pinten las uñas y saquen las cejas. Cada vez que así lo decida deben comprar de su propio bolsillo la indumentaria que le parezca: licras, sayas, tenis, blusas. Y todo del color que él también escoge. Problema de gustos.
Lorna paga puntualmente su cuota en la ONAT como cuentapropista, aunque eso no le garantice que su jefe no la pueda botar un mal día. Ella sabe además que 25 años es la edad límite: “lo principal chicas es que el cliente se sienta atraído al punto por Uds. al punto de que quiera beber más y más, por eso solo quiero chicas frescas y jovencitas”.
Ella y Él. Con casi dos meses Sole le dijo a Ramón que estaba encinta. Él no era su marido pero si su jefe, el hombre que había impedido que continuara con su embarazo anterior en aquel 2012, pues siempre le alertó que perdería su trabajo si decidía parir. Fue y abortó.
Desde aquel entonces estuvo pensando cómo hacerlo y que le saliera bien. Primero determinó que esperaría un tiempo prudente para que su cuerpo se recuperará de aquel primer embarazo y luego ahorraría tanto dinero como pudiera por si efectivamente era despedida.
Al mismo tiempo se volvió imprescindible para su jefe, al punto de que él sin ella no era nadie. Además de vender, Sole se ocupaba de la contabilidad, el pago de los impuesto y casi todo. Ya su bebé tiene dos años.
Ninguna de estas historias son ficticias, es la vida de gente común que camina por las calles de La Habana. Gente que trabaja en la más absoluta precariedad de sus derechos laborales y a quienes todos les llamamos “cuentapropistas”. Los suponemos en una vida de lujo pero en cambio viven una Cuba cada vez más intensa. Sus nombres son Josué, Lorna y Sole.
Publicado en El Toque.
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