Por Arthur González*/Martianos-Hermes-Cubainformación.- Estados Unidos tiene un fuerte aval que lo califica como el mayor fabricante mundial de mentiras, cuando pretende afectar a sus contrincantes, especialmente países con sistemas no capitalista.


Cuba ha soportado múltiples patrañas, entre ellas la auto explosión del acorazado Maine en la rada habanera, el 15 de febrero 1898, acción premeditada para justificar su entrada en la guerra hispano-cubana, con el fin de impedir la independencia de la Isla.

Después del triunfo de Fidel Castro sus mentiras se multiplicaron, como la expresada el 15 de abril de 1961 por el embajador yanqui Adlai Stevenson, durante su intervención en la sesión de emergencia del Comité Ejecutivo de la Asamblea General de la ONU, solicitada por Cuba debido al bombardeo de aeropuertos cubanos por aviones procedentes de Estados Unidos.

El embajador Stevenson mintió, asegurando que eran aviones cubanos conducidos por pilotos desertores, calumnia que fabricó la CIA sin conocimiento del embajador, como preludio a la invasión mercenaria del 17 de abril. Posteriormente el propio embajador yanqui declaró:

“Aquella fue la experiencia más humillante de mi vida política, al sentirme deliberadamente manipulado por mi gobierno”.

Esa acción demuestra que los yanquis no conocen la ética y son capaces de todo con tal de alcanzar sus metas.

En estos días han desatado un gran show sobre Rusia para continuar sancionándola y evitar la venta de su vacuna contra la Covid-19 y, además, entorpecer la construcción del gasoducto de conjunto Alemania, aspectos que ponen a Estados Unidos en desventajas económicas.

Para intentar afectar las relaciones de Moscú con Europa, emplean a Polonia, República Checa y al Reino Unido para la campaña contra el resultado de las elecciones en Bielorrusia, a pesar de que la oposición solo alcanzó el 2 % de los votos. El plan es derrocar a todo costo al presidente Lukashenko, por su abierta amistad con Rusia, situación que no conviene a los yanquis.

Millones de dólares gastan en financiar las actuales protestas que desarrollan en Minsk, algo que no hacen en países aliados con elecciones fraudulentas, para colocar en la presidencia a sus marionetas, como sucedió en Colombia y Brasil, y harán en Bolivia, Ecuador y posiblemente en Venezuela.

La otra farsa malévola es la construcción del inventado envenenamiento por parte de Moscú, del opositor ruso Alexey Navalny, calificado por los yanquis como “El azote del Kremlin”, divulgado mediante una rápida y amplia campaña tendenciosa, a partir del 20 de agosto 2020, al mejor estilo de Hollywood, apoyada por la Unión Europea, Alemania, Francia y el Reino Unido.

Navalny comenzó a sentirse mal durante un vuelo de regreso a Moscú, procedente de la ciudad siberiana de Tomsk, por lo que el avión hizo un aterrizaje urgente en la ciudad de Omsk.

De inmediato y sin elementos, surgió la información de que “fue envenenado con algo mezclado en el té”, pero todo indica que fue un caso de hipoglicemia, porque sus colaboradores aseguran que no había comido nada, y solo bebió un té en la mañana.

La hipótesis del envenenamiento está construida para poder acusar a Vladimir Putin con argumentos fuertes, y solicitarle a la Unión Europea más sanciones, lo que obligaría a Alemania a suspender la construcción del gasoducto, hecho que desde hace meses desea Washington sin resultados, debido a la firme oposición de Ángela Merkel.

Si Moscú lo hubiese envenenado no autorizaría su traslado a un hospital de Berlín, porque se descubriría el veneno. Pero salta la duda de por qué los opositores solicitaron que fuese Alemania el país para tratarlo y no otro.

Todo está claro. Sencillamente porque es la única forma de involucrar a la Merkel en el plan y obligarla a romper el acuerdo con Moscú.

El revuelo formado entre Francia y el Reino Unido por ese caso, demuestra la mano de Washington, pues el hecho no está comprobado, el opositor no murió y pasadas 72 horas se recupera sin consecuencias, lo que indica que no hubo envenenamiento.

Nunca la Unión Europea formó similar alboroto por los planes de asesinatos preparados por la CIA contra Fidel Castro, ni siquiera el de Ciudad de Panamá, noviembre 2000, denunciado por el mismo presidente Castro, donde colocarían una poderosa bomba en el Paraninfo de la Universidad, en el que morirían cientos de estudiantes y personalidades panameñas, junto a la delegación cubana.

La denuncia pública hecha por Fidel Castro a su llegada, obligó al gobierno de Mireya Moscoso a encarcelar a los implicados, entre ellos Luis Posada Carriles, asesino y terrorista, autor de la voladura del avión civil cubano en pleno vuelo, en 1976.

Los europeos hicieron silencio cuando esa misma presidenta, presionada por la CIA y la Casa Blanca, desvergonzadamente firmó el indulto de los asesinos, acogidos meses después en Estados Unidos.

En el caso del opositor Alexei Navalni, el gobierno alemán declaró: “Nos consterna que haya sido víctima de un atentado con armas químicas y condenamos este atentado de la manera más drástica”.

El espectáculo contra Rusia ya está preparado para las sanciones que desean los yanquis, sus aliados así lo expresan, incluso el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, aseguró:

“No tenemos motivos para dudar del hallazgo de los médicos en el hospital de Alemania, lo que necesitamos ahora es una investigación transparente para averiguar qué sucedió y asegurarnos de que los responsables rindan cuentas”.

Boris Johnson, Primer Ministro británico, escribió en su twitter:  

“El envenenamiento de Navalni ha sacudido al mundo, el Reino Unido lo apoya a él y a su familia y los responsables deben rendir cuentas a la justicia”.

Francia no se quedó atrás y el Ministerio de Relaciones Exteriores emitió un comunicado que dice:

 “Nuestra profunda preocupación ante el acto criminal perpetrado contra el líder opositor ruso y consideramos indispensable que las autoridades rusas faciliten una investigación rápida y transparente, que permita establecer las circunstancias en las que se cometió el presunto envenenamiento de Navalni”.

Estados Unidos, máximo instigador de las sanciones contra Rusia, también lo denuncia con una amplia divulgación del caso, para demonizar al Kremlin por un hecho carente de pruebas, como parte de la persecución política contra el gobierno de Putin.

¿Por qué razones estos países no actuaron de igual forma cuando en 2018 la oposición venezolana, con apoyo de Estados Unidos y Colombia, intentaron asesinar al presidente Nicolás Maduro, empleando un dron que lanzó una bomba en pleno acto por el 81 aniversario de la Guardia Nacional Bolivariana?

Ninguno condenó el intento de magnicidio, donde pudieron morir decenas de personas. ¿Acaso no son seres humanos igual que el opositor ruso? La diferencia es que les hubiese gustado salir de Maduro, un firme opositor a los yanquis considerado “El azote de la Casa Blanca”.

Tampoco condenaron la frustrada invasión ejecutada por mercenarios, incluidos dos estadounidenses de la empresa Silvercorp, contra Venezuela, con el objetivo de asesinar a Maduro o secuestrarlo hacia Estados Unidos, como hicieron con el expresidente panameño Manuel Noriega.

Doble rasero de los “preocupados” europeos por opositores a los gobiernos de izquierda, mientras dan respaldo a las Acciones Encubiertas de la CIA y reprimen salvajemente en sus países a los obreros que reclaman justicia social y mejores condiciones de vida.

Sabio fue José Martí cuando sentenció:

“La vergüenza se ha de poner de moda y fuera de ella la desvergüenza”

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