Eliades Acosta Matos - Cubarte).- Pocas veces en la historia de las relaciones internacionales se ha esgrimido con mayor cinismo un concepto tan lesivo al ordenamiento jurídico vigente como el de “cambio de régimen”. Con él los gobernantes norteamericanos proclaman ante el mundo, con serena arrogancia, que el Altísimo los ha investido del derecho de inmiscuirse en los asuntos internos de cualquier país al que consideren, por sí y ante sí, como una amenaza a sus intereses geopolíticos. Claro está que haciendo gala de su proverbial coherencia, la razón imperial comienza por declarar que la soberanía de los pueblos, el respeto al derecho ajeno, y la independencia de las naciones son antiguallas carentes de significado en el mundo globalizado, que es, según declara sin ambages, el de la ley de la selva.

En un debate digital convocado el pasado mes de mayo por el Council of Foreing Relations de los Estados Unidos, una especie de tanque pensante que se define como “un recurso para la información y el análisis objetivo, no partidista” la pregunta formulada a los dos participantes principales fue:

“¿Debe considerarse la concepción de cambio de régimen como parte integrante de la política exterior de los Estados Unidos hacia Irán?”.

De más está decir que ni Robert S. Litwak, Director de Estudios Internacionales del Woodrow Wilson Center, ni Michael Rubin, Investigador Titular del American Entreprise Institute, se escandalizaron con la formulación inicial de los términos del debate, ni expresaron la menor duda acerca de la consistencia jurídica o moral de la concepción del cambio de régimen. Hermanados en la tácita aceptación de lo inaceptable, tanto Litwak como Rubin apenas discutieron sobre matices, detalles secundarios, plazos y coartadas para la aplicación a Irán de esta herramienta imperial. Ni más ni menos.

Con un impecable lenguaje académico, espejo de todo lo políticamente correcto que debe ser el lenguaje de los prohombres del Imperio, estos esforzados paladines de la hoja de parra aceptaron, como si de la demostración de la certeza de la Ley de Gravitación Universal se tratase, que el debate quedase enmarcado en los siguientes límites teóricos:

“Algunos expertos consideran que tras los sucesos del 11 de septiembre del 2001, la amenaza de que regimenes forajidos, como el de Irán, puedan transferir armas nucleares o la tecnología apropiada para producirlas a organizaciones terroristas supera los riesgos derivados de un cambio forzoso de régimen. Otros creen que una política de contención y la diplomacia son las opciones preferidas, debido a las consecuencias inesperadas de un cambio de régimen que pueden observarse en la historia más reciente (léase Irak-N del A.)”

En el caso concreto de Irán, con diferentes matices, ambos especialistas coinciden en que lo que definen como la carrera contra reloj del gobierno por la obtención del arma atómica predispone a los políticos norteamericanos a la adopción de medidas enérgicas, que no pueden ir por los cauces ideales de la aplicación paulatina. “Nosotros no podemos esperar a que tengan lugar dentro de Irán los procesos relacionados con el cambio de régimen,- afirma Litwak- mientras que (el gobierno) acelera su programa nuclear”. Por su parte, Rubin declara que, para que cualquier política sea efectiva en ese país… “se debe tener en cuenta que ningún iraní quiere que el cambio de régimen venga de afuera, ya que ellos apoyan las ideas de la soberanía popular y la democracia”. Para Rubin, se debe apoyar cualquier exigencia interna que hagan las fuerzas políticas del país para obtener mejores empleos, salud pública y educación en lugar de lo que denomina “costosas aventuras armamentistas”. Como se aprecia, a los ideólogos imperiales les interesa apoyar a las fuerza desestabilizadora de sus enemigos, siempre que sus exigencias lleven agua al molino de los intereses del gobierno de los Estados Unidos, y no porque sean justas o desmedidas, oportunas o falsas.

Sería muy oportuno recordar al Sr Rubin que el apoyo brindado en su momento por el gobierno norteamericano a las fuerzas que en Afganistán se oponían a los soviéticos, entre ellos al propio Bin Laden, no se ofreció por principios, sino por cálculo, y tuvo mucho que ver con la posterior evolución de la situación interna del país, hasta la toma del poder por los talibanes. Es fácil comprender, en este caso, que la falta imperial de escrúpulos en la elección de aliados y en la formulación de las propias alianzas puede concluir en algo tan nocivo a los intereses del pueblo norteamericano como los sucesos del 11 de septiembre del 2001 y las guerras que han involucrado al país en Afganistán e Irak.

Acostumbrados como están estos estrategas a tratar cualquier asunto de política internacional a partir de los fondos que se destinen para el logro de sus objetivos, no perciben nada anormal en que el dinero de los contribuyentes norteamericanos se dedique a comprar políticos y las simpatías hacia su sistema, incluso, que sirva arteramente para minar a los mismos gobiernos con los que mantiene conversaciones diplomáticas. “La actual política norteamericana en Irán-reconoce Litwak- conjuga negociaciones directas con ese gobierno mientras se busca el involucramiento de la sociedad civil iraní (en el cambio de régimen), para lo cual se han destinado 75 millones de dólares a programas de organizaciones no gubernamentales.”

Y por si el maquiavelismo de la política de Wáshington no fuese suficientemente obvio en estos preceptos al uso, un inefable Sr Litwak, autor, además de un libro titulado “Regime Change: U. S. Strategy Trough the Prism of 9/11” no tiene empacho en declarar, en voz alta y clara:

“Para llegar al nivel deseado en el tema iraní, Washington necesitará de una zanahoria mucho más grande y de un garrote mucho más efectivo”.

Una de las herramientas imperiales predilectas en la aplicación de las políticas de cambio de régimen son las transmisiones radiales y televisivas. La Junta dedicada a estos fines dispone hoy de más de 670 millones de dólares, con énfasis especial en dirigir programas hacia países como Corea del Norte, Irán y Paquistán. La misión asignada a estas transmisiones se define de la siguiente manera:

“Los políticos norteamericanos consideran las transmisiones radiotelevisivas como un pilar de la diplomacia pública, cuyo rol esencial es la promoción de la democracia y la libertad… Entre las prioridades definidas por la BBG ( Board of Broadcasting Governors), una agencia independiente encargada de la administración de dichas transmisiones, se encuentra el de proveer de informaciones y noticias a las regiones priorizadas en apoyo a la guerra contra el terrorismo, al igual que en aquellas donde esté limitada o suprimida la libertad de información, de manera tal que diseminemos noticias e informaciones balanceadas que permitan a nuestra audiencia tomar decisiones responsables en las cuestiones que afecten sus vidas.”

Curiosamente, las decisiones que estas transmisiones estimulan entre sus oyentes y espectadores siempre coinciden con los intereses estratégicos del Imperio. A nadie convence el supuesto carácter independiente de la BBG , que defiende una seráfica Karen P. Hugues, Subsecretaria de Estado para la Diplomacia Pública , delicioso eufemismo que designa a la estructura del aparato imperial que lleva a cabo la labor subversiva disfrazada de filantropía:

“Como se conoce-afirma la Sra Hugues sin el menor atisbo de vergüenza- la BBG es una agencia independiente creada por el Congreso de manera tal que no dependa de la influencia derivada de los cambios en la administración o de la influencia política del gobierno… Yo fui uno de los nueve miembros de esa Junta, representando en ella a la Secretaria de Estado Condoleeza Rice…”

De esta manera, la concepción de cambio de régimen ha sido convertida, por obra y gracia del pragmatismo imperial, en un artículo de fe que no se discute, que no se cuestiona. A partir de su aceptación, los ideólogos de la expansión y el hegemonismo promocionan sin ambages el derecho divino que dicen asiste a los Estados Unidos para rediseñar el mundo de acuerdo a sus intereses y principios. Todo lo que sirva a estos fines será reputado también como moral, elevado y honorable, sean los fondos del contribuyente norteamericano que se destinan a pagar asalariados dóciles en cualquier parte del mundo, como las transmisiones radiotelevisivas que una Junta supuestamente independiente aprueba, pero donde Condoleeza Rice tiene un representante.

Hay que reconocer que con semejante sarta de hipocresías se ha tejido la leyenda del Imperio Bueno, el mismo que sermonea a las demás naciones del Planeta con su eterna monserga de libertades y derechos, mientras reserva para sí, millones de dólares mediante, el rol decisivo a la hora de determinar quiénes son más iguales que otros.

Pero ni siquiera con su inmenso poderío y el alarde exegético de tantos ideólogos veniales la concepción del cambio de régimen ha logrado ocultar las llagas del sistema que la procrea. A juzgar por las noticias que cada día llegan de Irak y Afganistán sospechamos que los insurgentes de ambos países no leen lo que escriben los Sres Litwak y Rubín, ni escuchan los programas independientes que para convencerlos diseña la Sra Hugues por encargo de Condoleeza Rice.

Mal agradecidos que son.

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