El Carro de la Revolución, obra del pintor y grabador Alfredo Sosabravo, muestra la historia del pueblo cubano en el camino de su independencia y soberanía Foto: Abel Rojas.


Karima Oliva Bello - Granma.- En los últimos tiempos se ha amplificado en Cuba la percepción del derecho a decidir sobre lo público: cubanas y cubanos deliberan sobre cualquier ámbito de la vida nacional, desde una decisión arquitectónica local, hasta qué hacer con las fronteras de todo un país.

En días recientes se conmemoraron 59 años de las emblemáticas palabras de Fidel a los intelectuales cubanos. Un pasaje del discurso me llama especialmente la atención. Dijo Fidel, cito: «La Revolución (…) debe actuar de manera que todo ese sector de los artistas y de los intelectuales que no sean genuinamente revolucionarios, encuentren que dentro de la Revolución tienen un campo para trabajar y para crear; y que su espíritu creador, aun cuando no sean escritores o artistas revolucionarios, tiene oportunidad y tiene libertad para expresarse. Es decir, dentro de la Revolución». Acto seguido, afirmó: «Esto significa que, dentro de la Revolución, todo; ¡contra la Revolución, nada!». Los discursos no deben ser interpretados al margen del momento histórico y del contexto en que fueron dichos, pero en estas palabras Fidel aborda una contradicción que sigue vigente, tal vez una de las más significativas con que se enfrenta un proceso revolucionario: la relación compleja entre lo individual y lo colectivo.

El liberalismo lleva hasta la agonía esta contradicción: las libertades individuales declaradas son formales y terminan siendo efectivas solo para quienes poseen el poder económico o cuando no afectan directamente los intereses de estos grupos de poder. La historia de los movimientos sociales a escala global ha demostrado que las libertades individuales, para los históricamente desposeídos, deberán ser, ante todo, una conquista colectiva de determinadas condiciones de posibilidad, cuya continuidad, además, debe ser defendida en el tiempo, también colectivamente. Allí donde los colectivos han sido atomizados, captados, corrompidos, fueron barridos brutalmente los derechos y libertades individuales, sin que los afectados contasen con recursos para poder defenderlos. Es lo que hemos visto acontecer con la precarización del mundo del trabajo en las últimas décadas a escala global: hoy es cada vez más difícil conseguir un empleo con un mínimo de derechos laborales garantizados, cuando estos habían sido conquistas históricas de la clase obrera.

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La necesidad imperiosa de valorizar lo colectivo nos lleva a reconsiderar lo individual, que no puede ser anulado: lo colectivo debe ser un vehículo para que los intereses individuales tengan mejores posibilidades de ser. Así, los dilemas biográficos debieran colocarse a la luz de la trama colectiva, lo cual no siempre es sencillo. Esto lo hizo Julio Cortázar con una agudeza ejemplar cuando, en marzo de 1980, en la Casa de las Américas, decía: «A nadie le he ocultado mi convicción de que a estas alturas el horizonte crítico debería abrirse más en Cuba, de que los medios de información -como ya lo han señalado algunos dirigentes- siguen por debajo de lo que podrían ser actualmente, y que hay una cantidad de cosas que podrían hacerse y no se hacen o podrían hacerse mejor. Pero estas críticas las hago partiendo siempre de un sentimiento que para mí es la alegría de la confianza, las hago mientras estoy viendo y viviendo la prodigiosa cantidad de cosas positivas que ha cumplido la Revolución Cubana en todos los terrenos y, sobre todo, las hago sin anclarme estúpidamente en lo que soy, es decir, un escritor, sin encerrarme en mi criterio exclusivo del intelectual a la hora en que todo un pueblo, contra viento y marea y equivocaciones y tropiezos, es hoy un pueblo infinitamente más digno de su cubanidad que en los tiempos en que vegetaba bajo regímenes alienantes y explotadores».

El pueblo del que habla Cortázar es justamente el sujeto colectivo del proceso histórico que ha sido la Revolución Cubana. Y cuando digo pueblo no estoy haciendo referencia a un bloque homogéneo. Pensar así es insostenible. El pueblo de Cuba es heterogéneo en sus condiciones de vida y en sus deseos, negarlo hoy no tendría sentido. ¿Qué define entonces a ese sujeto colectivo que se hace sentir cuando desfila en la plaza, aprueba una Constitución o desconoce a la «oposición» en Cuba? Tal vez es que sigue existiendo un consenso estructurante sobre la base de algunos principios fundamentales que han ido construyéndose a la par del sentido de cubanía e identidad nacional (de ahí su peso), a través de un complejo proceso histórico de luchas, resistencias, reivindicaciones, grandes sacrificios y entregas por el costo de un deseo: la soberanía de la nación cubana y la defensa de un sistema que se considera más justo en la medida en que garantiza de manera universal e inalienable un conjunto de derechos colectivos, es decir, a todas y todos por igual, y cuya efectividad en ese sentido se ha hecho presente en los días que corren, salvando vidas con nombre y apellidos, más allá de las estadísticas.

Ese es el mayor obstáculo al que se enfrenta la «oposición» en Cuba. No puede disparar la movilización social una «oposición» fabricada desde Washington, cuyos intereses siguen estando al margen del consenso colectivo en Cuba en la medida que están conectados con los intereses económicos de grupos de poder con los que el pueblo no se identifica. En definitiva, no ha existido una «oposición» cubana que no sea fabricada desde Estados Unidos. Este no es un discurso paranoide sobre el enemigo, es una realidad reconocida por ellos mismos. La prensa privada y otros actores políticos en Cuba están financiados por algunas de las más desacreditadas y nocivas organizaciones de la derecha internacional. Debiéramos estar preparados, incluso, para un contexto en el que este hecho pueda hacerse cada vez más presente.

Con el auge de las redes sociales, la «oposición» cubana está diversificando su rostro y ya no estamos solamente frente a aquellos grupos de Miami que siguen teniendo una narrativa de odio, sino que aparecen actores y escenarios nuevos dentro de la propia isla, aunque formados y alimentados desde afuera. Ellos juegan todo el tiempo con los símbolos que tienen un valor dentro del imaginario colectivo y capitalizan problemáticas sociales realmente existentes. Por supuesto, no me refiero a quienes, fuera de los medios estatales, pero al margen del financiamiento extranjero, están creando en internet materiales valiosos con una perspectiva crítica sobre la sociedad cubana actual, que vienen a enriquecer el debate sobre nuestra realidad desde posturas, en ocasiones, profundamente marxistas y decoloniales, que aportan y en nada restan.

En los últimos tiempos se ha amplificado en Cuba la percepción del derecho a decidir sobre lo público: cubanas y cubanos deliberan sobre cualquier ámbito de la vida nacional, desde una decisión arquitectónica local, hasta qué hacer con las fronteras de todo un país. Existen voces que aprovechan el contexto para manipular mediáticamente la opinión pública en torno a la gestión del Estado y todas sus instituciones, no podemos desconocer esta realidad. Pero también es cierto que no todo se resume a eso, y a pesar de los fabricadores del odio, existe un sentido de defensa del bien común. La necesidad de una gestión de gobierno a nivel local que profundice los mecanismos de participación popular, que convierta en su filosofía de trabajo la consulta, la transparencia, el brindar la información oportuna sobre los procesos de toma de decisiones, se impone como algo consustancial al desarrollo del socialismo.

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En marzo de 2020 se anunciaba el Programa nacional contra el racismo y la discriminación racial. En días recientes se anunció la aprobación este año de un Decreto-Ley sobre protección animal. Y tendrán que seguirse creando plataformas de trabajo, para analizar, debatir, construir alternativas ante las problemáticas presentes en la sociedad cubana actual, que permitan profundizar el carácter democrático y de justicia del sistema político en Cuba. Esto no pudiera hacerse al margen del Socialismo, el Capitalismo hoy agudiza cada una de esas problemáticas a lo largo y ancho del mundo. La transición socialista no resuelve esas problemáticas de manera natural o espontánea, como algo inherente a sí misma, pero crea mejores condiciones para que esas problemáticas sean analizadas, debatidas, se trabaje en torno a ellas. Tendrán que ser plataformas inclusivas, transparentes, de construcción de diálogos y consensos. Las causas cuando son justas, encuentran cabida dentro de la Revolución y sus instituciones. Tal vez a eso se refería Fidel con que tenía que haber cabida para todos en la Revolución.

Nadie pagado desde el exterior para cambiar Cuba ha traído una propuesta decorosa ante el pueblo. Luchar a brazo partido porque los cubanos y cubanas conserven su vida en medio de las condiciones más adversas y siendo Cuba un país pobre, sin sacrificar un ápice de soberanía, esa es una propuesta a la altura de este pueblo. Tal vez a eso Fidel se refería cuando dijo dentro de la Revolución todo y contra ella nada. Aunque haya muchas cosas, como diría Cortázar y reconocemos los revolucionarios, que deban hacerse mejor a favor de ese sujeto colectivo, para que lo individual tenga posibilidades de ser de manera cada vez más plena.

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