Antonio Maira - La Jiribilla.- Acompañando e impulsando a la Fundación «Encuentro de la cultura cubana» y a la revista del mismo nombre, El País se ha lanzado, desde el comienzo del verano, a una campaña desaforada contra Cuba que anticipa la que va a tener lugar en los próximos meses.

Dentro de la compleja estructura funcional de Falsimedia, que en su conjunto manipula y orienta estratégicamente la información para vaciar a la opinión pública, convertirla en «sentimiento público» y situarla en la senda del «consenso de Washington»—, el periódico El País cumple cada vez más un trabajo vinculado al control del imperio sobre América Latina.


La manipulación en el inicio de esta campaña contra Cuba ha sido extremadamente grosera en cuanto a la distancia entre la información y los hechos, pero ha utilizado técnicas muy depuradas por experiencias próximas —la más sistemática fue la incorporación plena del diario al fundamental componente mediático del largo y todavía muy activo proceso de golpe contra el gobierno democrático y popular de Venezuela— y adaptadas con precisión a los reflejos condicionados que el propio periódico ha creado en sus lectores.

Dos objetivos inmediatos

En esta fase de la campaña se están cubriendo dos objetivos tácticos: uno el lanzamiento público de la Fundación Encuentro y la plena identificación de El País con ella; el otro la determinación, fijación e integración en un esquema sencillo y fácilmente divulgable, de la «información- basura» que va ser necesaria en la larga y sucia guerra mediática contra Cuba.

Se trata de atacar a la Revolución cubana consagrando la revista Encuentro y falseando desvergonzadamente la naturaleza de esta publicación. Al mismo tiempo se reafirma el discurso elemental contenido en la proclama: «Carta abierta contra la represión en Cuba», y se consolida el instrumento informativo para la campaña contra Cuba en cuya articulación El País ha tenido un papel fundamental.

Encuentro total

La primera falsedad es la calificación de Encuentro como revista cubana. En realidad es un instrumento diseñado y financiado por el gobierno de los EE.UU. y por el gobierno español a través de organismos estatales o fundaciones interpuestas: la Fundación Ford y la NED (National Endowment for Democracy) son los instrumentos de Washington, y el Instituto de Cooperación Iberoamericano el de Madrid. El producto informativo de esta alianza entre Bush y Aznar —aparecida fugazmente con ocasión del golpe de abril en Venezuela, y consolidada como fidelidad servil durante la pasada primavera— tiene la misma credibilidad que el que utilizaron en la justificación de la guerra contra Iraq.

La segunda falsedad es la afirmación de que Encuentro reúne a los intelectuales de dentro y fuera de la Isla. Cabría decir —interpretando fielmente a El País— a todos los intelectuales cubanos. La formulación que le ha dado el periódico a ese increíble «milagro de fraternidad» ha sido ejemplar en cuanto a su intención manipuladora: «Lugar de reunión para los intelectuales de aquella isla que viven tanto dentro del país como en el exilio» (31.7.03). Así pues, no hay intelectuales cubanos fuera del muy peculiar corralito político- cultural vallado por Encuentro.

El «Encuentro» del que nos hablan los profesionales a las órdenes de Polanco tiene —según sus patrocinadores económicos y sus aliados mediáticos— un carácter absolutamente «universal» en cuanto al pensamiento cubano. De la misma manera y con el mismo grado de falsedad, proclamaron hace algunos meses que los periodistas cubanos estaban representados en su totalidad por la insignificante minoría que ejercía el doble papel de «periodistas» —la mayoría no lo eran— y de «disidentes» dentro del organigrama desestabilizador que había establecido James Cason, jefe de la Sección de Intereses de Estados Unidos en Cuba.

Encuentro-Verdad

Una vez que el órgano de propaganda de la NED —y de la CIA— ha sido presentado como el pensamiento global de Cuba, es prioritario establecer de manera inmediata su identificación con la Verdad. Por eso El País afirma categóricamente la cuidadosa objetividad de la revista: «El informe —se refiere al que ha publicado Encuentro sobre 'la represión en Cuba'— es cronológico y aséptico, y narra los últimos episodios del régimen castrista».

Esta definición de la objetividad y rigurosidad atribuidas a Encuentro enmarca dentro de la información de El País (30-7-03), dos afirmaciones absolutamente tendenciosas y notoriamente falsas de la revista de la NED que reproduce el diario. En ellas, Luis Manuel García, jefe de Redacción, afirma que las tres condenas a muerte lo fueron con la acusación de «traición a la patria por intento de abandonar la isla» y también que «se condenó a 75 personas por pensar distinto». La supuesta «indiscutibilidad» de unas afirmaciones tan mendaces como esas sirve para establecer como axioma indiscutible esa medida de la represión en la Isla y del carácter de su «régimen». El País define, con palabras de Encuentro, los «lugares comunes» básicos que servirán de soporte a la próxima información sobre Cuba.

A esa labor de legitimación de la revista Encuentro —en realidad un instrumento y un discurso reglamentados y definidos en la Ley Helms Burton— colaboraron intensamente todos los intelectuales, artistas y políticos siervoyanquis, que firmaron, semanas atrás, la primera gran colaboración entre los dos medios de comunicación: la «Carta abierta contra la represión en Cuba».

A la caza de intelectuales «críticos»

La campaña se ha estructurado para facilitar, en las primeras fases, la vinculación de aquellos «intelectuales», mucho más gregarios que críticos, que no se hacen demasiadas preguntas. Otorgar a los «disidentes» que actúan de la mano de la administración Bush el carácter de «pacíficos», vincular la «disidencia» cubana nada menos que a una aspiración de «soberanía», autodefinirse como «intelectuales, artistas y políticos del mundo democrático», o responder a iniciativas de El País o de Encuentro sugiere mucho más que un despiste transitorio. Sugiere un considerable grado de conformismo con la realidad y de servilismo ante el poder, combinados con ignorancia irresponsable o con pura desvergüenza.

Una vez hecho el primer enrolamiento se utilizan métodos más sucios. En caso necesario se miente en relación con la participación en los manifiestos anticubanos de determinados intelectuales simbólicos, o sobre el grado de participación de algunos otros que se ven incorporados contra su voluntad a colectivos que les son ajenos y a escaladas que no comparten. El caso más flagrante de falsificación total de las posiciones hechas públicas ha sido el de Mario Benedetti, y el de incorporación tramposa a dinámicas que han ido mucho más allá que sus desacuerdos con los procesos judiciales en Cuba, el de José Saramago. La campaña —iniciada con un brevísimo discurso aparentemente dirigido a la denuncia de las últimas condenas en Cuba— ha sido rápidamente definida con planteamientos mucho más extremos a los que han quedado vinculados aquellos pocos intelectuales que sin calcular las gratificaciones han mordido el anzuelo.

Mientras desenmascarar a El País —que justificó la guerra contra Iraq en el momento clave de las intervenciones de Powell en el Consejo de Seguridad, y participó plenamente en el golpe fascista contra Chávez en Venezuela— se ha convertido en una tarea fundamental del pensamiento crítico, algunos intelectuales se han dejado cazar por el cálido y protector abrazo de Polanco.

La negación de la agresión exterior

La campaña de la fundación —revista Encuentro que está catapultando El País— tiene un eje prioritario: aislar los sucesos de Cuba de su contexto fundamental que es la agresión exterior.

La evidencia, cuando descalabra un discurso político, se convierte en el primer objetivo a demoler. Se repite aquí, en relación con Cuba, la estrategia de ocultamiento que se realizó con rotundo éxito durante la larga campaña de preparación de la guerra contra Iraq. Las causas fundamentales que conducían a la guerra por decisión inexorable de los EE.UU., permanecieron ocultas o apenas fueron mencionadas. Fueron sustituidas por otras, absolutamente espurias, articuladas sobre documentos falsificados, que a pesar de ello polarizaron todos los debates en los medios y también las «representaciones de la crisis» que se hicieron en el Consejo de Seguridad.

Los últimos sucesos en Cuba —las detenciones y los procesamientos— estarían absolutamente desvinculados de agentes y acciones exteriores. Una de las frases que hace referencia a los «motivos» de tales procesamientos, repetida reiteradamente, ha sido que las condenas son la manifestación de una «represión agravada con ocasión del comienzo de la guerra de Iraq», o con más claridad todavía: «aprovechando la conmoción internacional generada por la guerra en Iraq». El gobierno cubano se serviría de la guerra, como situación que polariza la atención y propicia el ocultamiento, para incrementar la «represión política».

La coincidencia a que se refieren El País-Encuentro, entre la guerra de destrucción y ocupación de Iraq, y las detenciones y juicios en Cuba no es, desde luego, casual. La simultaneidad es muy significativa, pero no se produce por las razones que señala la campaña contra Cuba sino por otras completamente distintas.

La feroz reactivación de la estrategia de desestabilización externa contra Cuba, considerada como otra etapa de la «guerra universal antiterrorista» del presidente Bush, ha sido tan evidente como pública, tras la inmediata y aparente «victoria» de EE.UU. en Iraq. Esta es la «crónica» de hechos que oculta cuidadosamente el «relato, cronológico y aséptico», que publica Encuentro y certifica El País.

La intervención contra Cuba ha sido abiertamente anunciada —en plena euforia guerrera— por los miembros prominentes de la administración de los EE.UU. y por las organizaciones contrarrevolucionarias de Miami, y descaradamente realizada con las actuaciones desestabilizadoras de la Sección de Intereses de EE.UU. en La Habana. Esto último ha sido ampliamente documentado por el gobierno cubano ante los medios de comunicación y presentado por la fiscalía ante los tribunales de justicia.

El silencio sobre la amenaza que pende sobre Cuba, la coartada de la desvinculación entre los procesos en la Isla y la intensificación de la guerra de «baja intensidad» de los Estados Unidos, descalifica a todos los intelectuales firmantes del manifiesto. No es posible el menor compromiso con la verdad cuando no solo se olvidan más de cuarenta años de agresión continua contra Cuba, sino que esto se hace en un momento en el que la intervención militar ilimitada de los EE.UU. se ha convertido en un procedimiento habitual para el dominio del mundo, cuando la política imperial de conquista y saqueo ha alcanzado niveles de ruptura total de todo el orden internacional.

En contradicción flagrante con la realidad, el núcleo del esquema ideológico de El País es el de la existencia de un creciente conflicto interno, cuya respuesta sería el incremento despiadado de la represión. Nada de lo que ocurre en Cuba tendría que ver con una agresión desplegada durante más de cuarenta años, con el desarrollo actual de la «guerra global antiterrorista», ni con el proyecto de dominación por la fuerza que tan detalladamente describe la «Nueva Estrategia de Seguridad Nacional de los Estados Unidos».

La violencia de Bush es paranoia de Castro

En un esquema ideológico que insiste en la ausencia de factores exteriores significativos en la aparición, organización y lanzamiento publicitario de una «disidencia interna», se hace necesaria una denuncia cínica del bloqueo —no en cuanto al sufrimiento que provoca en el pueblo cubano, eso parece traerles sin cuidado, sino en cuanto sirve de «coartada» del «régimen» para explotar una situación de «país sitiado» y aumentar la represión.

Una parte de la «cultura cubana» representada en Encuentro va todavía más allá en los niveles de cinismo. Estratégicamente vinculada a todas las formas y momentos de la agresión norteamericana contra la Revolución, pero incapaz —en pleno intento de ampliar las alianzas externas contra Cuba— de justificar públicamente algo tan brutal y tan ilegítimo como el bloqueo, llega a hablar de la existencia de guiños de complicidad entre Bush y Fidel en relación con ese bloqueo.

Ahora bien, a pesar del enmascaramiento en una retórica de democratización, en el extremo del discurso ideológico aparece su naturaleza extremadamente reaccionaria y su complicidad con el nuevo fascismo de los EE.UU. Un ejemplo claro es cuando atribuyen algo tan evidente como la percepción de la agresividad de Bush a la paranoia del «régimen» o del propio Fidel Castro.

Después de su descarado apoyo orgánico y sistemático al continuado intento de golpe fascista en Venezuela, y de su apuesta primaria a favor de la intervención militar en Iraq para «eliminar el riesgo de las armas de destrucción masiva», El País —órgano principal de Falsimedia en España— ha reiniciado la defensa de sus intereses empresariales y la colaboración estratégica con los Estados Unidos en la campaña contra Cuba.

Otros encubrimientos

La desvinculación de la situación de Cuba de las agresiones y amenazas de los Estados Unidos no es el único ocultamiento grosero.

El principal silencio de El País es el que encubre la verdadera naturaleza diferencial, política, económica y social, de Cuba, su larga y gigantesca lucha por la igualdad, por la efectividad de todos los derechos humanos básicos, la dignidad personal, la protección social de todas las personas, y la integración efectiva de todos los ciudadanos en un proyecto humano solidario y colectivo.

Tampoco aparecerá jamás en los análisis de El País el enorme papel internacional de Cuba en la construcción de un discurso y una práctica antagónicos a los del capitalismo neoliberal, como elementos necesarios de resistencia ante una globalización que está ocasionando auténticas catástrofes humanas, y como factores imprescindibles de la organización popular para la conquista de los derechos humanos básicos demolidos por el mercado.

Claro que la vida digna como exigencia de todos y para todos, la humanidad entendida como solidaridad, y la búsqueda de un futuro libre de desigualdades y marginaciones escandalosas queda fuera de la cultura y el pensamiento de los dos «encuentros»: el de la Cultura de la contrarrevolución cubana, y el de «los intelectuales, artistas y políticos» que firmaron la «Carta abierta contra la represión en Cuba».

 

 

 

Antonio Maira: El País le niega sistemáticamente a los españoles la información de Cuba"
 
Rosa Miriam Elizalde .-
Tiene una historia personal impredecible. Fue marino profesional de la Armada Española hasta el año 86. Se licenció en Ciencias Políticas en la Universidad de Madrid, y al abandonar su vida militar, se incorporó a la izquierda militante y al trabajo de solidaridad. Hoy es el secretario general de la Asociación Pensamiento Libre, de Cádiz, y el editor de Cádiz Rebelde, sitio que lleva tres años en la red y gracias al cual conocimos en Cuba sus excelentes análisis sobre la censura y los «falsimedia», una categoría con la que designa a la prensa tradicional española, instrumento del pensamiento único que ha implantado el poder global y que hoy defienden por igual —¡quién lo diría!— el Partido Popular y el Partido Socialista Obrero Español.

 

Antonio Maira es un hombre reposado, padre de tres hijos y esposo de una puertorriqueña, «responsable —dice— de mi relación tan particular con Cuba y con América Latina». Ante nosotros se dibuja la tarde en la Bahía de Cádiz, tan parecida a la de La Habana con malecón y todo, y como testigos mudos de la conversación, nos acompañan también algunos recortes de periódicos, entre ellos la página de la edición de El País de este jueves, en la que aparecen dos violentas notas contra Cuba y un ramalazo adicional, lo que corrobora que este es un tema que ha terminado por diluir las diferencias entre ese diario y las posiciones de la derecha fudamentalista española.

 

¿Cuándo se echó Antonio Maira a navegar con Cuba?

Desde que me tomé la política en serio, hace ya bastante tiempo. Tengo una larga relación con la Isla, he estudiado su historia, y ha sido ella mi centro de atención. Simpatizo enormemente con la Revolución cubana, que me parece un proceso ejemplar. Toda la izquierda que sigue siendo humanista y se proyecta en contra de la desigualdad y a favor de la dignidad, tiene en Cuba una parte de su discurso y una parte de su realidad: Cuba es esperanza y es puerto seguro.

 

Leímos un artículo suyo, «Cuba en El País de Falsimedia», donde analizaba cómo se ha orquestado toda la campaña que en los últimos se ha desatado, particularmente desde España, contra el proceso cubano. ¿Qué ha pasado con la prensa española, particularmente con ciertos espacios que encarnaron un pensamiento independiente, y que ahora mismo son expresión de todo lo contrario?

Aquí nos encontramos con un mundo de la información que está absolutamente monopolizado. La información que antes era un producto con muchas fuentes y con diversas expresiones, hoy está en muy pocas manos. En este país no pensamiento de izquierda sobre papel, ni en imágenes de televisión, ni ondas de radio. La izquierda se enfrenta a la imposibilidad de comunicarse, porque el acceso a los medios es muy caro, y los que no lo son tanto, la excluyen de forma total.

 

En nuestra revista denominados Falsimedia a ese conjunto de medios de comunicación que tiene una unidad orgánica. Todos son parte de grandes empresas multimedias, entrelazadas económicamente. También, manifiestan una unidad funcional: lo que es estratégico para el poder lo comparten absolutamente todos los medios de comunicación.

 

¿Y cómo se explica el viraje político que han tenido medios como El País, por ejemplo...?

El País es hoy el negocio de una gran empresa, de Prisa. Este diario es solo uno de los medios bajo su mando. Otros son el Canal Plus, entre otros en España. En América Latina, Prisa es dueño también de editoriales —de grandes editoriales— y de medios de comunicación en Venezuela, en Colombia y más recientemente, en México.

 

Antes El País era un periódico que representaba a la burguesía intelectual progresista, y sectores del pensamiento liberal progresista, democrático. Participó de forma activa como instrumento de la transición política y ganó prestigio en ese proceso. En este país, en la etapa del franquismo, ese tipo de prensa era una necesidad social. Ese prestigio luego lo perdió, convirtiéndose en lo que es ahora: un gran medio de comunicación, cuya estrategia política está marcadamente dirigida por el Imperio. Responde absolutamente al pensamiento único, al llamado consenso de Washington.

 

Llama la atención que muchos de los periodistas que encabezan ese pensamiento son los mismos que en otras épocas se desmarcaban de posiciones de derecha. Es el caso de Rosa Montero, una vaca sagrada que ha hecho ahora arremetidas furibundas contra la Isla que antes no se permitía... ¿Cómo fue que les lavaron el cerebro? ¿Qué ha pasado ahí?

Eso es coherente con la historia de España en estos años. El País ha estado vinculado también a uno de los dos sectores políticos que de alguna forma se reparten el gobierno del estado español, el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) y el Partido Popular (PP). El País representaba al PSOE, y por tanto todos los intelectuales históricamente vinculados a este partido, de alguna forma se han vinculado económica y profesionalmente a este diario. Rosa Montero es un ejemplo típico de lo que es una periodista absolutamente vendida a su medio, que es capaz de hacer una crítica feroz a Cuba, con un desconocimiento total —aparente al menos, por lo que dice— de lo que ocurre en la Isla. Y que hace también una crítica feroz de Venezuela, utilizando su cierto prestigio que le viene del final de los años 70.

 

En estos profesionales ha habido dos influencias: una, en El País como medio. Y otra, en su sector político, que es el PSOE. No hay más que pensar en el Felipe González y en lo que era su imagen a finales de los 70, y en el político que se convirtió después. Se está dando aquí un proceso similar al de Venezuela, antes de la llegada de Chávez: un mundo institucional corrupto, que involucró a los medios de comunicación social, organizaciones sindicales y partidos políticos. Eso, exactamente, es lo que está pasando en España, y los intelectuales —una parte importante de ellos— viven de vender su palabra. De eso no hay dudas.

 

¿Por qué esa relación torcida, enfermiza, con Cuba? ¿Por qué ese ensañamiento?

El País tiene vínculos con empresas en América Latina. Los tiene en el sector cubano de Miami, en Venezuela, en México, en Colombia, y probablemente, le apetece también el mercado de una Cuba con la Revolución derrotada. Esto no es incompatible con su posición en otros temas. Este periódico defendió de una manera rabiosa la guerra contra Iraq, en los momentos en que todavía existían dudas de que eso se realizara. Cuando Powell habló ante el Consejo de Seguridad de la ONU, con todas aquellas mentiras y aquella intervención tan grosera, la página editorial del país dijo que el Secretario de Estado había demostrado que la guerra en Iraq respondía a criterios de legalidad internacional. Ese es El País, el mismo que se enfrenta a Cuba, que se dedica a deslegitimar entre sus lectores —la antigua «progresía» española— el sentimiento de que es un crimen atacar a Cuba. Y ese es el papel tan perverso que hace, si tenemos en cuenta que no es un periódico que se lee en la derecha histórica, ni la extrema derecha española representada en el Partido Popular. Va dirigido concretamente a la nueva derecha, la que representa el PSOE...

 

La de los conversos...

Exactamente... Esa derecha que pudiéramos comparar con la de Carlos Andrés Pérez. Es una derecha con un poder social enorme, con un poder en el campo del pensamiento y de la cultura. Es un pensamiento denigrado y corrompido, pero que todavía tiene una fuerza social enorme.

 

Por tanto, podemos decir que en la prensa española los sectores populares no están representados. El País hace rato dejó de ser de expresión a ningún sector progresista en este país. Es un periódico conservador, con unas especializaciones determinadas. Hoy en día defiende abiertamente la transición hacia modelos neoliberales en América Latina, y la lucha contra la resistencia al ALCA o contra procesos revolucionarios, como el cubano y el venezolano.

 

¿Cuán real es el matrimonio entre El País y la Revista Encuentro, una publicación eminentemente de carácter político, financiada por el gobierno norteamericano y prohijada por los grupos anticubanos en Miami y España, con la complicidad del gobierno del PP?

El grupo Prisa es precisamente quien introduce esta revista en España, y en la prensa escrita, su aliado principal es El País. Se presenta originalmente como un espacio de encuentro de la cultura cubana, pero poco a poco se la ido cayendo todo el disfraz. Ahora el discurso político de esta publicación nos presenta que no hay otra cultura en Cuba que la llamada disidencia, dejando fuera a lo mejor y más representado de la vida cultural de la Isla. Es en realidad expresión de un desencuentro, que también se ha asumido como política editorial de El País. Ambas publicaciones han reducido la Isla a un «exilio» que no es meramente social, representado fundamentalmente por determinada cantidad de gente radicada en Miami. No, no, no. La han reducido a un exilio político, contrarrevolucionario, parásito de la política anticubana, con un centro de extensión hacia el exterior. Esa es la cultura que promociona El País, con todo su cuadro de periodistas.

 

¿Cómo se sostiene en este panorama la sacrosanta objetividad periodística?

De todas formas, la prensa aquí debe mantener ciertos niveles de credibilidad. Por eso uno se encuentra a veces con determinados artículos de pensadores con otros puntos de vista. El País intenta mantener su prestigio y su crédito. Como le publica con puntualidad los artículos a Vargas Llosa, de vez en cuando se lo publica también a Saramago, a Said... De vez en cuando juega con otras opiniones para mantener esa «objetividad», pero mientras mantiene a su escuadra de periodistas e intelectuales, a los que maneja.

 

En torno a lo que dices, el caso de Cuba es paradigmático. Hace tres días le publicaron a toda plana un artículo a Rafael Rojas —el Posada Carriles ilustrado que dirige la Revista Encuentro—; ayer, solo mereció tres párrafos la presentación de la Resolución contra el bloqueo, en conferencia de prensa del Canciller, y hoy, arremeten con una artículo para débiles mentales firmado por Vaclav Havel, con el añadido de groseras declaraciones de Rajoy —el sucesor designado por Aznar— y otras del propio presidente del gobierno español, desde Libia, y sin que vinieran a cuento. Por cada párrafo a favor, ríos de tinta en contra...

Habiendo jugado El País en algún momento cierto papel informador de lo que acontecía en Cuba, ha liderado la más reciente campaña mediática contra la Isla, de un modo bastante grosero. Ha ignorado, por ejemplo, las esencias del proceso en contra de los llamados «disidentes», que tienen un valor informativo tremendo. Se ha escamoteado la información a sus lectores, tanto los argumentos de fondo para el procesamiento judicial de estas personas, como lo acontecido en torno a Elizardo Sánchez, uno de los grandes «personajes» que escriben a toda página sobre Cuba en El País. No se ha dicho nada, y lo poco que se dijo, apareció en la esquina izquierda, en una página par, en una columna encabezada por un titular que dice «Nuevo golpe de Cuba contra la oposición», algo que todo el mundo interpreta como más de lo mismo, una reproducción de la noticia de los 75 disidentes juzgados en Cuba y de lo cual se habla todos los días. Es decir, cuando no tiene más remedio que publicar algún hecho, lo hace de esa forma tan desvergonzada.

 

En la gran pelea de Estados Unidos contra el mundo, este diario se alinea con los ricos, con el mundo neoliberal, con ese capitalismo feroz; en fin, se manifiesta en contra del otro mundo de una manera descarada. Es un gran negocio, con una elite de profesionales muy bien pagados, y con una mayoría de periodistas en la base subempleados, que viven muchos de ellos con contratos basuras —las delegaciones de El País en provincia, por ejemplo—, y que no tienen más remedio que someterse a ese medio de comunicación, a sus normas, bajo amenaza de terminar en la calle.

 

El País nos niega sistemáticamente la parte más importante de la información que se producen en Cuba, y todo lo demás lo manipula, con un descaro tremendo. La información no pertenece de ninguna manera al ciudadano, ni a ninguna organización social. La información pertenece a los medios que son grandes empresas, y que distribuyen su información y sus columnas entre dos sectores políticos que responden a los mismos criterios estratégicos: el PP y PSOE. Y no busque más información. No la hay.

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