“Debemos impedir la victoria de Castro”, había sentenciado el jefe de la CIA, Allen Dulles, contando con la anuencia del presidente Dwight Eisenhower.

Alina Martínez Triay - Trabajadores.cu.- EL 12 DE NOVIEMBRE de 1958 llegó al aeropuerto de La Habana un ciudadano norteamericano. Lo esperaba un automóvil que lo condujo al hotel Comodoro, donde tenía reservada una habitación a nombre de G. Collins. Pero no venía en plan de turista ni ese era su nombre verdadero. Se trataba del agente del FBI Allen Robert Nye y su propósito era nada menos que la eliminación física de Fidel.


En el lobby del hotel aguardaban al agente dos altos oficiales de la dictadura para explicarle los detalles de la “operación”: el coronel Tabernilla, hijo del siniestro jefe delEstado Mayor Conjunto del ejército de Batista, y el también coronel Orlando Piedra, jefe del tristemente célebre Buró de Investigaciones.

Nye logró llegar al territorio liberado en la antigua provincia de Oriente, pero fue detenido en las inmediaciones del poblado de Santa Rita por una patrulla rebelde. No había tiempo entonces para averiguaciones, finalizaba diciembre y la ofensiva revolucionaria avanzaba arrolladora. Pocos días después el potencial asesino asistía alarmado al derrumbe de la dictadura. Una investigación posterior lo puso al descubierto, fue juzgado, condenado y posteriormente deportado a Estados Unidos.

El caso quedó como un ejemplo de los recursos a los que apeló el régimen de Batista en contubernio con Estados Unidos para frustrar la victoria de la Revolución.

Impedir que Fidel Castro tomara el poder

En una reunión efectuada en noviembre en Washington, entre importantes empresarios norteamericanos y figuras del Departamento de Estado y la CIA se analizó la necesidad de sustituir a Batista y se designó un mensajero para “sugerirle” al tirano que abandonara el poder.

Cuentan que Batista se molestó mucho y le dijo a uno de sus ayudantes que le habían entrado ganas de despedazar al enviado.

Pero el 10 de diciembre, un día después de la entrevista del mensajero con el dictador, el embajador de Estados Unidos en Cuba, Earl Smith fue recibido en el Departamento de Estado y se le encomendó comunicarle al tirano el pedido de que abandonara el poder y hasta le sugirieron nombres para una junta militar que lo sustituyera.

Antes de entrevistarse con Batista, Smith fue “gardeado” por el propio Tabernilla, quien lo visitó en la embajada en compañía de su hijo y del coronel Ríos Chaviano con el propósito de proponerle un proyecto de junta para reemplazar a Batista; allá acudió también el usurpador de la dirección de la CTC, Eusebio Mujal, quien le ofreció cínicamente el apoyo “obrero” a cualquier solución a la crisis del régimen propuesta por Estados Unidos. Pero el embajador no les prestó atención a tales ofrecimientos, su misión era tratar directamente con el presidente y así lo hizo. Al tirano no le quedó más remedio que escuchar“ la voz del amo”y aceptar la fórmula con la que se pretendía escamotearle el triunfo al pueblo cubano.

Maniobras y tanteos

El embajador Smith y el subsecretario para Latinoamérica, Roy Rubottom eran, dentro del gobierno norteamericano, los que más atacaban a Fidel y al movimiento insurreccional en la Isla. Rubottom llegó a declarar que el Jefe de la Revolución cubana era un terrorista y constituía una amenaza para Estados Unidos.

Sin embargo Rubottom y Smith habían pasado a comienzos de año por el mal rato de ser llamados al Senado para dar explicaciones porque la prensa y algunos congresistas censuraban el abierto apoyo de Washington al régimen de Batista.

Con el fin de provocar un golpe de efecto en la opinión pública y los críticos dentro del propio gobierno, Estados Unidos decretó el embargo de armas al tirano, lo que resultó una farsa porque se las suministraban por otras vías, como la base naval de Guantánamo, y al intensificarse las acciones a fin de año hasta se realizaron envíos desde el propio territorio norteamericano.

Sobre la posición de Estados Unidos ante lo que estaba aconteciendo en Cuba es muy reveladora la valoración hecha por Luis Buch, entonces coordinador general del Movimiento 26 de Julio en el exilio, de su entrevista en la capital venezolana, en el mes de agosto de 1958 con el coronel Lyman Kirkpatrick, inspector general de la CIA y miembro del Consejo de Seguridad Nacional.y con William Paterson, consejero político de la embajada norteamericana en Caracas y a quien, dada la importancia adquirida por esa ciudad como centro de información y operaciones del Movimiento, se le encomendó que se encargara de los asuntos cubanos.

“Para cuando nosotros nos entrevistamos en Caracas —relató Buch— pese a que la contraofensiva rebelde aún no era ¿cómo decir?, una tempestad, que acabara con la dictadura, sí está claro que Batista no gana la guerra, que la pierde, y que a los Estados

Unidos no les convenía aparecer totalmente comprometido con el bando que irremediablemente iba a perder; así que resolver la crisis cubana de manera que no triunfaran los elementos radicales y antimperialistas del país era un propósito de ellos, aunque tuvieran que distanciarse o romper con Batista. Pero tengo entendido que cuando me entrevisto con Kirkpatrick, la CIA no tenía claro que había que desechar a Batista. Todavía apostaban por él como su carta de triunfo, aunque ya estuvieran haciendo evaluaciones para producir un cambio de política”.

Pero ya para diciembre la posición de Washington era mucho más dura. El día 23 —como se plasmó en un documento secreto de esa fecha, desclasificado en 1991 y recordado en estos días— en una reunión del Consejo de Seguridad Nacional con la presencia del presidente Dwight Eisenhower, en la que se discutió la situación cubana, el entonces director de la CIA, Allen Dulles, manifestó en términos categóricos: “Debemos impedir la victoria de Castro”, y el 26, el Presidente reconoció la existencia de “operaciones encubiertas” contra Cuba e instruyó a la CIA para que los detalles no fueran presentados al Consejo de Seguridad Nacional.

Provocaciones para la intervención militar

Otra “carta en la manga” para evitar el triunfo revolucionario fue una posible intervención militar y en este sentido Batista y Smith se dieron a la tarea de “fabricar” varios incidentes.

Uno de ellos fue la retirada de la custodia militar del acueducto de Yateritas, que abastecía de agua potable a la base naval de Guantánamo, para que fuese ocupado por los marines cuya presencia fuera de la base en territorio controlado por el Segundo Frente podía provocar un incidente armado.

Esta maniobra fue enérgicamente condenada a través de Radio Rebelde por Fidel, quien se opuso a cualquier presencia yanqui en territorio nacional y ofreció garantías de abastecimiento de agua a la base, lo que dejó sin argumentos la presencia allí de los marines.

Batista y Smith fraguaron otra provocación cuando tropas del Tercer Frente al mando del comandante Almeida se emboscaron en la carretera que conducía a la refinería de petróleo Texaco en las proximidades de Santiago de Cuba, para sorprender al enemigo. Un grupo de empleados de la refinería los detectó y los rebeldes se vieron obligados a retenerlos hasta finalizar la acción. Como entre los detenidos había dos norteamericanos, el vocero del Departamento de Estado yanqui acusó a los rebeldes de secuestradores y calificó el hecho como un atentado a la civilización.

El Jefe de la Revolución le respondió preguntándole cómo habría que calificar la muerte de cubanos por las bombas norteamericanas lanzadas desde aviones que Estados Unidos le proporcionaba a Batista, y que ningún ciudadano de ese país había muerto por bombas ni armas disparadas por cubanos. Se pronunció enérgicamente también sobre un tercer incidente en Nicaro, donde después de una escaramuza armada, el ejército se retiró del lugar sin que estuviese bajo presión militar, lo que dio lugar a que los rebeldes ocuparan las posiciones desalojadas. Los soldados, que no habían permitido la evacuación de los civiles norteamericanos que allí se encontraban, comenzaron a preparar una incursión por mar desde Antilla para provocar un enfrentamiento que podría ocasionar víctimas entre los ciudadanos estadounidenses y daños a las instalaciones industriales de propiedad yanqui, lo que justificaría la intervención de los marines con el manido pretexto de proteger “vidas y haciendas” de sus nacionales.

La respuesta del Jefe de la Revolución fue que Cuba deseaba tener con Estados Unidos las mejores relaciones y evitar conflictos entre ambos países pero que si el gobierno de esa nación cometía algún acto que lesionara la soberanía cubana, los revolucionarios la defenderían costara lo que costara. Para evitar enfrentamientos las fuerzas guerrilleras fueron retiradas de la zona, pero sería por poco tiempo. Dos meses después, Nicaro y Cuba toda serían liberados. La última carta de Washington, el golpe de Estado, también resultó un estrepitoso fracaso. El Ejército Rebelde y los trabajadores que se lanzaron masivamente a la huelga general revolucionaria, conquistaron el triunfo pleno de la Revolución. Se estrenó 1959 con la victoria que los Estados Unidos no pudieron evitar.

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