Elier Ramírez Cañedo - La Jiribilla.- Muchas han sido las investigaciones realizadas tanto por autores cubanos como extranjeros, que de una forma u otra, han abordado la política de EE.UU. hacia Cuba a partir de 1959. La mayoría de las incursiones en este tema han tenido como objetivo central el estudio de lo que ha sido una característica permanente en la política estadounidense hacia la Cuba revolucionaria: el factor agresivo. Sin embargo, por lo general se han soslayado los pequeños y esporádicos puntos de inflexión que se han hecho visibles en esa política y que al mismo tiempo constituyen otro ángulo importante del problema: los momentos en que se han producido intentos de normalizar las relaciones con Cuba.


¿Cuáles fueron los móviles y los intereses que estuvieron detrás de esos intentos? ¿Cuáles fueron las coyunturas que los propiciaron? ¿Cuál fue la estrategia negociadora de Washington en esos casos? ¿Cuál fue la agenda de negociación? ¿Sobre qué base EE.UU. pretendió buscar una normalización de las relaciones con Cuba? ¿Por qué se frustraron esos intentos? Todas esas incógnitas, permanecen hoy sin respuesta para muchos, pues tanto en Cuba como en EE.UU. son prácticamente inexistentes las investigaciones que se hayan detenido a indagar en este tópico.

No estamos hablando en este caso de las negociaciones o rondas de conversaciones que se han producido entre EE.UU. y Cuba desde que se rompieron las relaciones diplomáticas, pues estas se han desarrollado prácticamente durante todas las administraciones estadounidenses, exceptuando la de George Bush (hijo).[1]

Hasta las administraciones norteamericanas más agresivas con la Isla, no han dudado en sentarse a negociar sobre aspectos que han sido de su interés nacional. [2]Sin embargo, solo nos estamos refiriendo a los momentos en que se ha visualizado la intención de Washington de labrar el camino en función de la normalización de las relaciones con Cuba. Eso solo tuvo lugar durante las administraciones de Gerald Ford (1974-1977) y de Jimmy Carter (1977-1981), pero ambas administraciones tuvieron un antecedente ineludible durante la presidencia de J. F. Kennedy (1961-1963).

En este trabajo se presenta una síntesis del tema llegando hasta la actualidad, con la intención de demostrar nuestra hipótesis de que la normalización de las relaciones con Cuba, como parte de los objetivos de política exterior de los EE.UU., solo estuvo presente durante las administraciones Ford y Carter, y no como interés estratégico, sino más bien como un recurso táctico de Washington para satisfacer otros intereses de mayor prioridad en su política exterior y, a la larga, lograr el mismo objetivo deseado desde 1959: el cambio de régimen en Cuba.

J. F. Kennedy y los tanteos de un modus vivendi con Cuba

En 1963, junto a las propuestas de sabotaje encubierto, presiones diplomáticas y planes de contingencia militar, en los documentos ultrasecretos del Consejo de Seguridad Nacional de los EE.UU. se incluía la posibilidad de un desarrollo gradual de cierta forma de arreglo con la Isla. Esta opción diplomática de acercamiento a Cuba fue aprobada por el presidente estadounidense J. F. Kennedy. Como parte de ella se celebraron varios contactos en New York entre el embajador cubano en Naciones Unidas, Carlos Lechuga y el funcionario estadounidense en dicho organismo internacional, William Atwood. La idea en esencia era explorar qué estaba dispuesta a ceder Cuba a los EE.UU. a cambio de un modus vivendi.[3]

Como parte de esta iniciativa el mismo día en que se produjo el asesinato de Kennedy, el 22 de noviembre de 1963, el periodista francés Jean Daniel conversaba con Fidel Castro y le trasmitía un mensaje conciliador de Kennedy. Con Lyndon Baines Johnson en la Casa Blanca, como sucesor de Kennedy, esta iniciativa no encontró continuidad.

Decir que de no haber ocurrido el asesinato de Kennedy se habría logrado un acomodo entre Cuba y EE.UU., sería una especulación; pero hay algo que debe tenerse en cuenta: habían razones profundas, más allá de las relaciones de Cuba con la Unión Soviética y el apoyo a los movimientos revolucionarios en América Latina, que le quitaban el sueño a los círculos de poder estadounidenses y los aferraba a la idea de destruir el proyecto cubano. Así lo ilustró claramente un documento del Departamento de Estado fechado el 13 de febrero de 1964: “El hecho es que Castro representa un desafío exitoso a EE.UU., una negación de toda nuestra política hemisférica durante casi siglo y medio. Antes de Castro, ningún latinoamericano tuvo la certeza de que se saldría con la suya con una revolución de corte comunista y un vínculo con la Unión Soviética. Mientras Castro perdure, los comunistas de otros países latinoamericanos pueden, para emplear las palabras de Stalin, ‘luchar con la moral muy alta’”.[4]

La relación de la Isla con la Unión Soviética y su apoyo a los movimientos revolucionarios en América Latina eran los focos más apremiantes de EE.UU. en su política hacia Cuba en aquellos años, pues ambos elementos de la política exterior de la Isla eran los que más golpeaban los llamados “intereses vitales” de los EE.UU., pero en ellos no estribaba, como muchos han pensado y divulgado durante años, la esencia del conflicto. Las ansias hegemónicas de un lado (EE.UU.) y la voluntad soberana del otro (Cuba), era la verdadera esencia de la confrontación y esta se había mantenido inquebrantable desde el siglo anterior. Por esa razón, considero que, aunque las dos variables anteriores no hubieran existido en aquellos años, sería festinado concluir que se hubiera alcanzado la normalización de las relaciones entre ambos países, pues el objetivo fundamental de EE.UU. continuaba siendo cercenar la voluntad soberana de Cuba: primero, en política exterior y luego, en política interna. Así quedó de manifiesto cuando Gordon Chase, que se desempeñaba como asistente del asesor para Asuntos de Seguridad Nacional, le escribió a su jefe McGeorge Bundy: “Probablemente pudiéramos neutralizar a corto plazo por lo menos dos de nuestras principales preocupaciones en relación con Castro: la reintroducción de los misiles ofensivos y la subversión cubana. A largo plazo, podríamos trabajar en la eliminación de Castro a nuestra conveniencia y desde una posición de ventaja”.[5]

Lo que proponía Chase no era más que una manera distinta de presentar y ejecutar la política de EE.UU. hacia Cuba a través de métodos más suaves, flexibles y sutiles. Mas está claro que la finalidad de dicha política permanecía inmutable: cercenar la postura soberana de Cuba en política exterior a corto plazo ―sobre todo en lo que respecta a sus relaciones con la URSS y el apoyo a los movimientos revolucionarios en América Latina― y destruir a largo plazo la Revolución Cubana, con lo que quedarían satisfechos absolutamente los intereses fundamentales de Washington.

La administración Kennedy constituyó un antecedente importante de lo que sucedería luego durante las administraciones Ford y Carter, cuando estas condicionaron el avance del proceso de normalización de las relaciones a la limitación del activismo internacional de Cuba.

La iniciativa Kissinger

La posibilidad de buscar algún tipo de entendimiento con Cuba fue continuada por el secretario de Estado de los EE.UU., Henry Kissinger, en el período 1974-1975. Esta historia comenzó a finales del mandato presidencial de Richard Nixon y cogió su mayor fuerza en el período de Gerald Ford, durante el cual se desarrollaron importantes conversaciones secretas entre representantes de ambos países. [6]

Kissinger no era ningún tonto en materia de política exterior, todo lo contrario, sabía analizar en su complejidad el escenario internacional y, de acuerdo con la situación de este, tomar las acciones pertinentes para encaminar la política exterior en el sentido que favoreciera a los intereses fundamentales de su país. Para el nuevo diseño de política hacia Cuba, tomó como base las acciones realizadas por él en la apertura diplomática con China, la firma del Tratado de Limitación de Armas Estratégicas con la Unión Soviética (SALT I) y el inicio de las negociaciones con Vietnam.

Entre los elementos más importantes que debe haber tenido en cuenta Kissinger a la hora de trazar el curso de política a seguir con Cuba debieron estar los siguientes:

- La política agresiva de EE.UU. contra Revolución Cubana había sido un verdadero fiasco y la Isla se sentía cada vez más segura económica[7] y militarmente con el respaldo de la URSS.

- La política de aislamiento diplomático a Cuba en el hemisferio —dirigida por EE.UU.— se mellaba cada vez más[8] y algunos gobiernos como los de Argentina, México, Canadá,[9] entre otros, expresaban reiteradamente su rechazo a las restricciones establecidas a las subsidiarias radicadas en sus países para comerciar con la Isla, pues veían estas prohibiciones como un desafío directo a su soberanía nacional.

- Se hacía evidente que EE.UU. había pretendido aislar económica y políticamente a Cuba, pero era Washington en definitiva el que se había aislado y disminuido su capacidad de influencia sobre la Isla.

- Europa Occidental y Japón estaban comerciando y estableciendo relaciones con Cuba, mientras que las corporaciones estadounidenses tenían cerrado el mercado cubano, en un momento en que la economía estadounidense pasaba por un mal momento.[10]

- En el plano interno aumentaba la presión del Congreso de los EE.UU. —tanto republicanos como demócratas— sobre el ejecutivo exigiendo un cambio en la política hacia Cuba, la cual consideraban anacrónica y autodestructiva.

- La opinión pública estadounidense, ante la actitud de su gobierno frente a China y la URSS, había cambiado sus percepciones sobre Cuba. Una encuesta realizada en esos años reflejó que el 71% de la población norteamericana estaba a favor de que Kissinger fuera a La Habana para mejorar las relaciones entre ambos gobiernos.[11]

- A inicios de 1974 Kissinger había planteado que la “subversión de Cuba en América Latina” era la principal razón para que continuara la animosidad de los EE.UU. hacia la Isla, pero en 1975 la Agencia de Inteligencia de la Defensa reportaba que Cuba estaba virtualmente inactiva en ese momento en cuanto al apoyo a la “subversión” en América Latina.[12]

Sin lugar a duda, Kissinger entendió la necesidad de un acercamiento a Cuba como la única alternativa que podía lograr se flexibilizara la rígida atmósfera de presión internacional e interna existente respeto a un cambio en la política de Washington hacia la Isla. Un hombre como él, caracterizado por un singular pragmatismo, no podía hacer otra cosa, máxime si se quería obtener realmente algún éxito en la política exterior de EE.UU. hacia América Latina, lo cual constituía una prioridad en aquellos momentos. La mejoría de las relaciones con Cuba era un factor clave para las buenas relaciones con el resto del hemisferio.

Como parte de esta iniciativa, además de las conversaciones secretas con los cubanos, EE.UU. aprobó medidas como: el otorgamiento de licencias a las subsidiarias norteamericanas en terceros países para que comerciaran con Cuba, eliminó la negativa de ayuda a naciones que permitían transportar mercancías en sus embarcaciones hacia o desde Cuba, modificó las regulaciones que negaban atracar y suministrar combustible a barcos comprometidos en el comercio con Cuba y votó en julio de 1975 junto a otras 15 naciones una resolución en la OEA que permitía a los estados miembros terminar con las sanciones contra Cuba de manera individual si lo deseaban y establecer el tipo de relaciones que estimaran conveniente.

Al llegar las tropas cubanas a Angola en octubre de 1975, respondiendo a la solicitud del Movimiento para la Liberación de Angola (MPLA) —con el que Cuba tenía fuertes lazos de amistad— para hacer frente a la escalada militar de Sudáfrica, Zaire y los movimientos oposicionistas internos, apoyados de forma encubierta por los EE.UU., el gobierno de Washington planteó que no veía perspectiva para seguir avanzando hacia la normalización de las relaciones y las conversaciones fueron interrumpidas abruptamente. El 20 de diciembre de 1975 el presidente Ford sentenció: “La acción del gobierno cubano al enviar fuerzas de combate a Angola, destruye cualquier oportunidad de mejoramiento de relaciones con EE.UU.”[13] De esta manera, el 7 de febrero de 1976 se produjo la última conversación entre representantes de ambos países.

No fue Cuba la responsable de que no se continuaran las conversaciones y se llegara a un modus vivendi entre EE.UU. y Cuba. En este caso, mis argumentos coinciden plenamente con los de Juan Gabriel Tokatlian,[14] director de Ciencias políticas y Relaciones internacionales de la Universidad de San Andrés, Argentina, quien en un libro publicado en 1984 sobre las relaciones EE.UU.-Cuba expresó: “…, lamentablemente EE.UU. fue el responsable de introducir un elemento perturbador en las relaciones entre ambos países: condicionó las aproximaciones bilaterales a temas y políticas multilaterales, es decir, multilateralizó lo bilateral y bilateralizó lo multilateral. La participación cubana en Angola durante 1975 fue interpretada como un hecho que impedía un entendimiento constructivo entre Cuba y EE.UU. Se ubicó este acontecimiento como un factor que inhibía todo acercamiento positivo de las partes. Esto, reiteramos, fue un error lamentable porque colocó el contenido y el sentido del debate bilateral en otra dimensión”.[15]

Pese a todo lo ocurrido durante la administración Ford, hay que decir que fue la primera vez desde el triunfo de la Revolución Cubana en 1959, que un gobierno norteamericano —aunque la iniciativa fue más de Kissinger que de Ford— iniciaba conversaciones secretas con Cuba en función de preparar el terreno para dirigirse hacia la normalización de las relaciones entre ambos países. La flexibilización de la política hacia Cuba que se observó en su momento en dicha administración no constituyó un hecho fortuito, sino que fue el resultado del impacto que tuvo, en el diseño de la política estadounidense hacia Cuba de esos años, el escenario internacional, la realidad latinoamericana, la dinámica interna norteamericana y la realidad interna cubana, realidades todas que conspiraban a favor de un cambio.

Aunque se trató de no dar esa idea, el ejecutivo estadounidense accedió a un acercamiento a Cuba bajo una fuerte presión externa e interna. Mas, si bien fue un paso importante la iniciativa tomada por el gobierno estadounidense en relación a Cuba, esta se desarrolló sobre bases irracionales que jamás Cuba podía admitir, como por ejemplo: que EE.UU. aspirara, a cambio de la normalización, ser juez y árbitro de la política exterior de Cuba. Por otro lado, EE.UU. asistió a las conversaciones manteniendo su cruel bloqueo económico, comercial y financiero sobre la Isla, el cual utilizó como instrumento de presión sobre Cuba, para extraer las concesiones afines con sus intereses estratégicos, con lo que adoptó una postura poco constructiva basada en posiciones de fuerza.

El bloqueo contra Cuba había ya sido calificado por los analistas estadounidenses como: “nuestra única y verdadera carta para la negociación”.[16] Asimismo, se hizo notoria en algunas de las conversaciones sostenidas, la actitud arrogante y prepotente de EE.UU., propia de una potencia imperialista, dando a entender que Cuba debía tener algunos gestos favorables a los intereses de EE.UU., para que se pudiera avanzar hacia una negociación de los asuntos básicos, pues Cuba no era una prioridad para la política exterior estadounidense.

La administración Carter

La administración de James Carter (1977-1981) extendió aún más las conversaciones y los contactos con Cuba y avanzó en muchos otros terrenos en función de la normalización de las relaciones. El año 1977 fue el de mayores progresos: se firmaron los acuerdos pesquero y de límites marítimos, se establecieron las oficinas de intereses en ambas capitales, se levantaron las restricciones de viaje a Cuba a los cubanoamericanos y a los ciudadanos estadounidenses y se establecieron importantes intercambios deportivos, académicos y culturales.

Asimismo, Carter ordenó en la Directiva Presidencial/NSC-6 del 15 de marzo de 1977 que el gobierno de EE.UU. debía intentar lograr la normalización de relaciones con Cuba, y que para ese fin, debían comenzar conversaciones directas y confidenciales de una manera comedida y cuidadosa con representantes del Gobierno de Cuba.[17] A su modo de ver, en las conversaciones exploratorias, los EE.UU. debían buscar la promoción de los siguientes intereses[18]:

-Lucha contra el terrorismo

-Derechos Humanos

-Contener la intervención foránea de Cuba

-Compensación por las propiedades estadounidenses expropiadas

-Reducción de las relaciones (políticas y militares) de Cuba con la Unión Soviética.

Para esto, Carter determinó la siguiente agenda de conversaciones: fronteras marítimas y pesqueras; acuerdo contra secuestros; situación de los derechos humanos en Cuba —incluida la excarcelación de ciudadanos estadounidenses, derechos de visita, y derechos de emigración—; actividades externas de Cuba en Angola y otras partes; actividades de Cuba respecto a Puerto Rico; intercambios deportivos, culturales y científico-técnicos; compensación por las propiedades estadounidenses expropiadas por el gobierno de Cuba; posibilidad de establecer relaciones comerciales; y establecimiento de una Oficina de Intereses de los EE.UU. en la embajada de Suiza. Luego de una ronda exploratoria de conversaciones, el Consejo de Seguridad Nacional debía presentar a Carter las recomendaciones sobre la forma en que EE.UU. debía proceder.[19]

Carter dio otro paso importante para las relaciones entre EE.UU. y Cuba, que rompía de hecho con lo que había sido la política de EE.UU. hacia Cuba desde 1959, cuando señaló en la propia directiva: “El Fiscal General deberá tomar todas las providencias necesarias permitidas por la ley para impedir actividades terroristas o toda actividad ilegal iniciada desde el territorio de los EE.UU. contra Cuba y contra ciudadanos estadounidenses, y apresar y enjuiciar a los autores de esas actividades”.[20]

Con esta directiva Carter se convertía en el primer presidente de los EE.UU. en ordenar el inicio de un proceso de normalización de las relaciones con Cuba. Pero eso no nos puede llevar al error de pensar que la normalización de las relaciones con Cuba era en verdad un interés estratégico para la administración demócrata, pues esta no constituía más que un medio por el cual se pensaba lograr lo mismo que no se había alcanzado a través de la política agresiva.

Pese a los innumerables desencuentros y obstáculos, el año 1977 terminó con un saldo positivo para las relaciones entre Cuba y EE.UU. Se vivía un momento de relativo deshielo entre Washington y La Habana. En 1977 se negociaron los problemas menos candentes en las relaciones bilaterales; pero a partir de 1978 el proceso empezaría a congelarse e, incluso, a retroceder, pues los temas más espinosos de las relaciones entre Cuba y EE.UU. no serían resueltos, y en eso tendría gran responsabilidad la administración norteamericana, al imponerse en su seno la idea de un condicionamiento del acercamiento a Cuba, dirigido a limitar la política exterior cubana allí donde se afectaran los intereses de los EE.UU. en el marco del conflicto Este-Oeste.[21] No obstante, todavía en enero de 1978 se dieron algunos pasos positivos para el mejoramiento de las relaciones entre ambos países como lo fueron: la decisión de Cuba de poner en libertad a algunos de los presos norteamericanos en la Isla;[22] el anuncio del Departamento del Tesoro estadounidense de que los residentes en el país podían enviar dinero directamente a sus parientes inmediatos en Cuba a razón de hasta 500 dólares trimestralmente y el encuentro celebrado en La Habana entre Oficiales de la guardia costera norteamericana y sus homólogos cubanos, con el objetivo de lograr la cooperación en la búsqueda y rescate en aguas internacionales, así como en el enfrentamiento al narcotráfico y el terrorismo. Asimismo, los intercambios culturales, académicos, científicos y deportivos continuarían en 1978 y 1979.

Con la entrada de las tropas cubanas en Etiopía a fines de 1977, el proceso de normalización de las relaciones se estancó y paulatinamente las relaciones comenzaron a hacerse más tensas. No obstante, las conversaciones y contactos, así como los intercambios deportivos, académicos y culturales, continuaron prácticamente hasta el final del mandato presidencial de Carter. De hecho, las conversaciones secretas más extensas y continuadas entre ambos países tuvieron lugar en el año 1978 (New York, Washington, Atlanta, Cuernavaca y La Habana). En 1979 hubo un impasse retomándose las conversaciones en enero, junio y septiembre de 1980, todas celebradas en La Habana.

Mas nuevamente la razón fundamental del porqué no se alcanzó la normalización de las relaciones entre EE.UU. y Cuba durante la administración Carter, residió en la no superación de una esencia histórica: la insistente intención de los EE.UU. por ser un actor en la política doméstica y exterior de Cuba y la voluntad manifiesta de la Isla de pagar el precio necesario por su soberanía. La experiencia de la administración Carter respecto a Cuba, si bien marcó una ruptura con la agresividad característica de la política de EE.UU. hacia la Isla, fracasó porque no desbordó el marco de la esencia de la confrontación señalada anteriormente, al aspirar que Cuba accediera antes de la normalización de las relaciones al menoscabo de su soberanía en política exterior, utilizando para ello el bloqueo económico, comercial y financiero como carta de negociación. Por supuesto, Cuba no aceptó negociar su soberanía y sus principios, y exigió en todo momento que se le tratara con respeto.

Por su parte, la presencia cubana en África fue el principal nudo gordiano que no pudo romperse para seguir avanzando hacia la normalización de las relaciones, pero la responsabilidad de ello recayó también en la administración Carter, al condicionar el acercamiento bilateral a este tema multilateral ubicado en el terreno de la libre autodeterminación de Cuba en materia de política exterior. Esta exigencia del gobierno de EE.UU. constituyó realmente un anacronismo. No fue entonces Cuba, como han sostenido algunos autores, la culpable del fracaso del proceso de normalización de las relaciones durante la administración Carter porque le interesó más su papel en África que la normalización de las relaciones con EE.UU.; a Cuba le interesaba ambas cosas, solo que no las mezclaba. Fue EE.UU. el que creó ese vínculo dañino importándole más sus posiciones geoestratégicas en el enfrentamiento Este-Oeste, que la normalización de sus relaciones con Cuba. Evidentemente, ambos países se veían muy diferentes a sí mismos y al entorno internacional. Sus intereses también eran muy divergentes.

Si bien durante la administración Ford hubo bastante consenso dentro de los círculos de poder estadounidenses respecto a considerar el activismo internacional de Cuba como el principal impedimento para normalizar las relaciones, en el período de Carter hubo más criterios contrapuestos, aunque al final la concepción “globalista” en relación a los conflictos internacionales, defendida fundamentalmente por el asesor para Asuntos de Seguridad Nacional, Zbiniew Brzezinski, terminó imponiéndose a la “regionalista” que respaldaba el secretario de estado, Cyrus Vance, y el personal diplomático más experimentado del Departamento de Estado y que tendía a analizar los problemas internacionales no dentro de la rivalidad este-oeste, sino buscando sus causas endógenas. De esta manera, la ilusión de que Cuba renunciara a su solidaridad internacional a cambio de la normalización de las relaciones con EE.UU., desplazó los enfoques más constructivos dentro de la estructura de gobierno estadounidense a partir de 1978. Incluso, la política de los “derechos humanos”, tema que Carter había considerado en 1977 como el fundamental para que se lograse la normalización de las relaciones con Cuba, quedó relegada a un segundo plano.

También, la fuerte tendencia antinormalización en el ejecutivo y el congreso estadounidense terminó haciéndose dominante inmediatamente después de que los soldados cubanos entraran en Etiopía, al tiempo que la tendencia más conciliadora y liberal con respecto a Cuba, visible fundamentalmente en el Departamento de Estado, perdió el protagonismo a partir de ese momento. Las propias crisis fabricadas por Zbiniew Brzezinski, asesor para Asuntos de Seguridad Nacional, la CIA y el Pentágono (Shaba I, Shaba II, MIG 23, “Brigada Soviética”, etc.) y el auge de las fuerzas progresistas y revolucionarias en áreas consideradas de intereses vitales para los EE.UU., fueron muy bien aprovechadas por estos sectores contrarios a un entendimiento con Cuba, por lo que lograron que la política hacia la Isla fuera vista por los lentes de la política hacia la URSS y se desmarcara del inicial diseño de política hacia el hemisferio.

Estos sectores fueron también los responsables de que se impusiera la idea en la administración Carter, de que Cuba, como condición sine qua non a un modus vivendi con EE.UU. debía dar los siguientes pasos: retirar sus tropas de África, no interferir en ninguna otra región que fuera de interés vital para los EE.UU. —como fue el caso de Centroamérica y el Caribe en 1979—, renunciar a sus vínculos con la URSS, desistir de su solidaridad con la causa independentista del pueblo puertorriqueño y realizar los pagos pertinentes por las propiedades norteamericanas expropiadas a inicios de la Revolución. Luego, con el abandono paulatino del proceso de distensión entre EE.UU. y la URSS, a partir de 1979, y el comienzo de una nueva etapa de Guerra Fría, se hacía prácticamente imposible la normalización de las relaciones con Cuba, máxime si la política de EE.UU. hacia Cuba era conformada a partir de los patrones de la política hacia la Unión Soviética. No fue casual que la idea de la normalización de las relaciones con Cuba o de algún tipo de acomodo con la Isla, solo se hubiera hecho visible en las etapas de bajas tensiones o relativa distensión entre la URSS y los EE.UU., como fue el año 1963, en el período de (1974-1975) y (1977-1978).

De Reagan a Obama

Después de las experiencias de acercamiento entre ambos países vividas durante los mandatos presidenciales de Ford y Carter, nunca más el gobierno de Washington se ha propuesto iniciar un proceso de normalización de las relaciones con Cuba. Ha habido contactos, conversaciones y negociaciones de temas puntuales, pero jamás la intención de normalizar las relaciones con la Isla.

La administración de Ronald Reagan (1981-1989) fue particularmente hostil hacia Cuba. No obstante, hubo varios contactos entre autoridades de ambos países, pero sin interés por parte de los EE.UU. de mejorar o normalizar las relaciones con Cuba. Estos solo se produjeron cuando el gobierno de EE.UU. entendió que eran necesarios debido a su interés de resolver algunos asuntos puntuales. De ese período resalta la conversación secreta del vicepresidente del Consejo de Estado de Cuba, Carlos Rafael Rodríguez, con el secretario de Estado de los EE.UU., Alexander Haig, celebrada en México, el 23 de noviembre de 1981. En ella, Haig, con cierta suspicacia, profirió serias amenazas de una posible confrontación con Cuba si esta no se retiraba de Angola y desistía de “subvertir” la realidad de Nicaragua y El Salvador. Por supuesto, el vicepresidente cubano respondió que Cuba no temía a la confrontación en sí misma, sino a una confrontación derivada de una falsa percepción de EE.UU. sobre el papel internacional de Cuba.

También el dirigente cubano reiteró la posición cubana favorable al diálogo, pero en condiciones de igualdad y respeto mutuo, en el que los principios de Cuba no estaban sujetos a discusión.[23] Meses después, en marzo de 1982, se produjo un encuentro en La Habana entre el embajador del Departamento de Estado de los EE.UU., Vernon Walters y el Comandante en Jefe, Fidel Castro Ruz, cuyo objetivo era aparentar el interés de Washington de negociar con Cuba, cuando en realidad no existía tal. También hubo varias rondas de conversaciones sobre el tema migratorio en 1983, 1984 y 1986; y ambos países participaron en las conversaciones cuatripartitas que dieron solución al conflicto en el continente africano en torno a Angola y Namibia.

En la etapa que comprendió el mandato presidencial de George H. Bush (1989-1993), prácticamente no hubo conversaciones entre funcionarios de ambos países, a no ser los contactos indirectos relacionados con la aplicación del acuerdo sobre Angola, conversaciones técnicas en materia migratoria y una reunión que sostuvieron el ministro de Relaciones Exteriores de Cuba, Isidoro Malmierca, y el secretario de estado de los EE.UU., James Baker, sobre los planes estadounidenses de invasión contra Iraq, dada la condición de Cuba como miembro no permanente del Consejo de Seguridad de la ONU. Planes que Cuba rechazó rotundamente.[24]

Durante el primer mandato de la administración de William Clinton (1993-1996), pese al compromiso anticubano de campaña electoral que el presidente estadounidense había hecho con la Fundación Cubana Americana, se observó una flexibilización de la retórica hostil hacia Cuba y la disposición de la Casa Blanca a debatir algunos temas bilaterales. Sin embargo, tanto durante el primer mandato como en el segundo (1996-2001), la administración Clinton jamás se propuso seriamente normalizar las relaciones con Cuba y estas solo navegaron por momentos de altas y bajas. La crisis migratoria de agosto de 1994 o “crisis de los balseros”, llevó nuevamente a ambos países a la mesa de negociaciones. Fidel accedió a resolver el tema migratorio, pero dejó claro que era necesario establecer un nexo con futuras negociaciones para resolver otros temas de las relaciones entre EE.UU. y Cuba que constituían las causas verdaderas de las crisis migratorias entre ambos países. El enlace fue el compromiso verbal de Clinton —trasladado a Fidel Castro por intermedio de Salinas de Gortari, presidente de México— de conversar posteriormente con los cubanos el tema del bloqueo y otros de importancia.[25] El 9 de septiembre de 1994 ambos países firmaron un memorándum contentivo de compromisos de ambas partes para normalizar el flujo migratorio. Meses después, el 2 de mayo de 1995, se alcanzó un nuevo entendimiento sobre la entrada a EE.UU. de los “balseros” detenidos en la Base Naval de Guantánamo y el compromiso norteamericano de no permitir la inmigración ilegal de cubanos a su territorio. Pese a esto último, EE.UU. no dejó de aplicar la Ley de Ajuste Cubano, aunque ahora lo hacía bajo la concepción que se denominó: “pies secos, pies mojados”. Es decir, los cubanos que emigraran hacia territorio norteamericano y que se detectaran en alta mar, se devolverían a territorio cubano, pero los que lograran pisar suelo estadounidense, tenían el derecho inmediato de asentarse en EE.UU.

En el transcurso de esos meses y los siguientes, el compromiso verbal de Clinton de debatir con Cuba otros temas jamás se materializó. Luego del derribo de dos de las avionetas de la organización contrarrevolucionaria Hermanos al Rescate, el 24 de febrero de 1996, que habían violado flagrantemente el espacio aéreo cubano lanzando material subversivo, precedido de varias provocaciones, un arreglo entre EE.UU. y Cuba se hizo más inalcanzable.[26] Como represalia a estos hechos, Clinton accedió a ratificar la ley Helms-Burton, que como iniciativa habían impulsado en el Congreso los elementos vinculados con al mafia cubano-americana de la Florida.

A la administración de William Clinton, le sucedió la de G. Bush (hijo), que abarcó el período 2001-2008, la cual no aportó más que elementos negativos a las relaciones ya tensas entre ambos países.[27]

La política que la actual administración estadounidense de Barack Obama está aplicando a Cuba, la considero la más inteligente en sus objetivos pérfidos de siempre, que gobierno estadounidense haya entronizado jamás hacia la Revolución Cubana. Al observar la campaña presidencial de Obama, pensé que, como parte de la política de subversión hacia la Isla, ya se podía entrever en sus planteamientos que había una posibilidad de que el bloqueo fuera levantado. Mis pensamientos se derivaban de un documento desclasificado en los EE.UU. del período de Carter, en el que dos altos funcionarios de ese país le decían al presidente: “Aunque incluso un levantamiento parcial del embargo es imposible por el momento, debemos reconocer el efecto que podría tener con el tiempo, no sobre las actitudes de Castro sino sobre el entramado de la sociedad cubana. El regreso durante el último año de 100 000 cubanos-americanos para realizar visitas breves puso a Cuba en contacto con el magnetismo económico y cultural de los EE.UU. y probablemente tuvo un efecto mayor en cuanto a abrir a Cuba que cualquier otra cosa hecha antes por los EE.UU. Levantar el embargo y abrir Cuba a las empresas y los contactos estadounidenses no podrían dejar de afectar al régimen de Castro”.[28]

A sostener ese criterio me llevó también el hecho de que el propio expresidente Carter ha expresado que la normalización de las relaciones con la Isla puede ser la vía más idónea que conduzca al cambio tan ansiado en Cuba por los grupos de poder estadounidenses. Parecido planteamiento hizo quien fuera durante su gobierno asistente para América Latina del Consejo de Seguridad Nacional, Robert Pastor: “Las relaciones normales entre Washington y La Habana podrían hundir a Cuba”. [29]

Hoy día, importantes personalidades del gobierno estadounidense defienden la idea de que la normalización de las relaciones con Cuba, que estaría precedida por el levantamiento del bloqueo —piedra angular de la política estadounidense hacia la Isla— es la vía por la que se podría lograr la transición capitalista en Cuba, objetivo que no ha logrado durante más de 50 años la política agresiva contra la Isla. Consideran que EE.UU. no debe aislarse de Cuba por medio de un bloqueo anacrónico, sino más bien acercarse a ella y establecer con esta la mayor cantidad de puentes culturales y económicos, así como invadirla con personas, ideas e información; todo lo cual, daría al traste con el régimen cubano. Es decir, proponen beneficiarse del efecto demostrativo de una sociedad rica y poderosa en el entramado social de un país con dificultades económicas y carencias materiales. Realidad que en buena medida es producta de la propia política de agresión económica de los EE.UU. contra Cuba.

Luego, el destacado intelectual cubano, Esteban Morales Domínguez, me hizo comprender que Obama no levantaría el bloqueo por el momento, que su política sería aún más inteligente y peligrosa a la vez que la que algunos otros astutos líderes estadounidenses están proponiendo hace muchos años, ante los constantes fracasos de política de Washington hacia la Cuba, pues la manera de instrumentar el bloqueo contra la Isla sería una de las fichas predilectas en su juego subversivo contra Cuba. Morales ha explicado muy bien su hipótesis en varios de sus trabajos y conferencias académicas: la administración Obama divide el bloqueo en dos: en aquello que afecta al ciudadano común, lo flexibiliza y da una buena cara —ejemplo de ello es la flexibilización de las restricciones a los viajes de los cubanoamericanos a la Isla para visitar a sus familiares, aumento del envío de remesas y paquetes y plantea la posibilidad de que los familiares en Cuba reciban desde EE.UU. el pago de Internet y teléfonos celulares—, mientras en lo que afecta directamente al gobierno cubano —también al ciudadano común, pero indirectamente— lo refuerza. Nótese la cantidad de sanciones que el gobierno de los EE.UU. ha aplicado a empresas y bancos de terceros países que comercian y negocian con Cuba desde que Obama asumió la presidencia. De esta manera, el gobierno norteamericano pretende crear una división entre el pueblo cubano y su gobierno y que los ciudadanos cubanos dependan cada vez menos del estado, convirtiéndose en posibles agentes de cambio y de más fácil influencia subversiva.

También el objetivo es poner contra la pared al gobierno de la Isla, dejándolo sin alternativas de resistencia, pues si se levantara el bloqueo, el gobierno cubano adquiriría inmediatamente más capacidad económica, y esta claro que tendría más posibilidad de revertir toda la política de subversión del gobierno estadounidense, al poder dar respuesta a muchas de las carencias y necesidades que sufre nuestro pueblo como resultado del propio bloqueo. De esta manera, como bien ha señalado Esteban Morales, EE.UU. continúa con su política del garrote y la zanahoria, “solo que bajo el liderazgo de un presidente que es capaz de utilizar de manera más inteligente, tanto la zanahoria como el garrote”.[30] Al mismo tiempo que el bloqueo es utilizado como instrumento subversivo, la administración Obama repite los errores de sus predecesoras, al utilizar el bloqueo como su principal carta de negociación, presionando a Cuba para que cambie su sistema político interno y lo ajuste a su falso modelo de democracia. Hay que decir que también Obama está cumpliendo con su promesa a la extrema derecha de Miami, cuando aseguró que el bloqueo a la Isla no sería levantado en plena campaña electoral.

Por supuesto, no se puede dejar de señalar, que pese a que la política de la administración Obama es verdaderamente peligrosa para nuestro proyecto socialista, se esta desplegando teniendo en contra algunas variables de importancia como: la propia crisis económica que vive hoy el sistema capitalista, el apoyo que Cuba recibe de la comunidad internacional y su prestigio cada vez mayor en ese escenario, los múltiples conflictos armados que hoy está enfrentando el gobierno de los EE.UU. que hacen que Cuba no esté, por mucho, entre las prioridades de la política exterior de los EE.UU., y la propia cultura de la resistencia del pueblo cubano con una muy arraigada conciencia antiimperialista.

Algunas consideraciones finales

Podemos concluir que solo durante las administraciones de Gerald Ford (1974-1977) y de James Carter se abrieron procesos de normalización de las relaciones con Cuba, pues el tenue intento de explorar un modus vivendi con Cuba durante el mandato presidencial de J. F. Kennedy (1961-1963) quedó truncado rápidamente con el asesinato del presidente norteamericano en noviembre de 1963.

Debemos destacar que fue la administración Carter la que más avanzó hacia una posible normalización de las relaciones con la Isla, pero como había ocurrido también durante el mandato presidencial de Gerald Ford, solo algunos sectores del gobierno de Carter tenían un interés táctico en normalizar las relaciones con Cuba y este se derivaba del reconocimiento de la consolidación de la Revolución Cubana y del fracaso de la política agresiva contra la Isla, así como de la cambiante situación internacional y de la realidad interna en los EE.UU. que conspiraban en función de adoptar ese camino.[31]

La táctica consistía en ofrecer la normalización de las relaciones a Cuba a cambio de la limitación de su activismo internacional, alejándola paulatinamente de la “órbita soviética”; pero desde el punto de vista estratégico el gobierno de los EE.UU. no renunciaría a lograr la transición capitalista en Cuba. “Sentía entonces, como ahora, que la mejor vía para lograr un cambio en el régimen comunista cubano era el restablecimiento del comercio, las visitas y las relaciones diplomáticas”,[32] señaló el expresidente Carter en una entrevista concedida en el 2004.

Resumiendo, la idea era normalizar las relaciones con la Isla y, dado que la Revolución Cubana estaba consolidada, socavarla desde dentro a más largo alcance mediante vínculos culturales y económicos cada vez más estrechos con la sociedad norteamericana. Pero la primera tarea era lograr que Cuba limitara su activismo internacional, especialmente en África, y ahí es donde la política norteamericana encontraría su principal escollo. Cuba no ha aceptado jamás la más mínima sombra a su soberanía tanto en política exterior como en política interna.

No descarto que algunas figuras de los distintos gobiernos estadounidenses, que han expresado su deseo de que exista una relación normal con Cuba, lo hayan hecho apartándose de la idea de lograr un cambio de régimen en Cuba por esta vía, pero eso ha sido más la excepción que la regla.

Por su parte, Cuba continúa abierta a una posible normalización de las relaciones con los EE.UU., siempre que el proceso de diálogo o negociación se desarrolle sin condicionamientos, bajo el principio de respeto mutuo y sin la menor sombra a la soberanía de la Isla.

Notas:

[1]“Aunque se conoce poco, desde que el gobierno de Eisenhower rompió relaciones con Cuba el 3 de enero de 1961, todos los presidentes han establecido algún tipo de diálogo con Fidel Castro —con la excepción de George W. Bush. Desde Kennedy a Clinton, gobierno estadounidense tras otro ha negociado acuerdos migratorios, tratados contra el terrorismo, acuerdos de lucha contra el narcotráfico y acuerdos bilaterales de otro tipo. Tras bambalinas, los EE.UU. y Cuba han recurrido a menudo a la diplomacia clandestina para analizar y resolver crisis, que van desde tensiones en la base militar estadounidense en Guantánamo hasta los planes terroristas contra Cuba.” Véase en Peter Kornbluh and William M. Leogrande, “Talking with Castro”, en Cigar Aficionado, febrero de 2009.

[2]Ejemplo de ello fueron las negociaciones desarrolladas durante la administración Johnson respecto al tema migratorio, las ocurridas bajo el mandato de Nixon y que condujeron a un acuerdo entre ambos países contra secuestros aéreos y marítimos, las que culminaron en el acuerdo migratorio de 1984 durante la administración Reagan, las que, debido a las estremecedoras victorias de los cubanos en suelo africano, tuvo que consentir también Reagan en 1988 para solucionar el conflicto bélico en ese continente, y las celebradas para resolver la crisis migratoria de 1994 durante la administración Clinton.

[3] Para ampliar véase Elier Ramírez Cañedo, “J.F.Kennedy y la idea de la dulce aproximación a Cuba”, La Jiribilla, marzo 2010, no 463.

[4] Citado por Piero Gleijeses en: Misiones en Conflicto: La Habana, Washington y África. 1959-1976, Editorial de Ciencias Sociales, Ciudad de La Habana, 2004, (segunda edición), p.47.

[5] Memorándum de Gordon Chase a Bundy, 11 de abril de 1963, documentos desclasificados, www.gwu.edu/~nsarchiv/, (Internet), (traducción del ESTI)

[6] 11 de enero de 1975, en el aeropuerto La Guardia, New York, participan por Cuba, Nestor García Iturbe, Consejero de la Misión Cubana en Naciones Unidas, y Ramón Sánchez Parodi, funcionario del Comité Central del PCC, y por los EE.UU., Lawrence Eagleburger, del Departamento de Estado y el periodista estadounidense Frank Mankiewicz. 9 de julio de 1975, en el hotel Pierre, New York, participan por Cuba, Ramón Sánchez Parodi y Nestor García Iturbe, y por los EE.UU., Lawrence Eagleburguer y William Rogers, subsecretario de Estado para asuntos interamericanos. 12 de enero de 1976, en el aeropuerto nacional de Washington, participa por Cuba, Nestor García Iturbe, y por los EE.UU., William Rogers. 7 de febrero de 1976, en el aeropuerto nacional de Washington, participa por Cuba, Nestor García Iturbe, y por los EE.UU., Lawrence Eagleburguer.

[7] Cuba gozaba de una buena situación económica no solo por el respaldo de la URSS, sino también por los precios que alcanzó en esos momentos el azúcar en el mercado internacional. La posibilidad para EE.UU. de comerciar directamente con Cuba no era nada despreciable en momentos en que su economía atravesaba una aguda crisis y otros países se les estaban adelantando en los negocios con Cuba.

[8]Entre 1972 y 1973, Perú, Argentina y cuatro países caribeños recién independizados establecieron relaciones diplomáticas con Cuba

[9] El 28 de enero de 1975 el funcionario de la embajada canadiense Vernon Turner le expresó al vicesecretario adjunto para Asuntos Canadienses Richard Vine que su gobierno consideraba que un cambio en la política de los EE.UU. sobre el comercio con Cuba de las subsidiarias en terceros países era una cuestión de la mayor importancia en las relaciones entre EE.UU. y Canadá.

[10] A mediados de enero de 1975, el vicepresidente cubano Carlos Rafael Rodríguez visitó Francia en la primera visita de un dirigente cubano a ese país desde 1959. París concedió a Cuba una línea de crédito de $350 millones para 1975-1976. En mayo, Rodríguez encabezó una delegación a Londres donde concluyó un trato por un enorme crédito de $550 millones. Por su parte Japón se convirtió en el mayor socio comercial no socialista de Cuba.

[11] Barry Sklar, “El Congreso y la Normalización de Relaciones con Cuba”, The Library of Congress, Congresional Research Service, Washington, 1977, pp.146-147.

[12]Lars Schoultz, That Infernal Little Cuban Republic. The United States and the Cuban Revolution, The University of North Carolina Press, 2009, p. 269.

[13] Citado por Nestor García Iturbe en: De Ford a Busch, Ob.Cit, Editora Política, La Habana, 2008, p.18.

[14] Vivió en Colombia entre 1981 y 1998, donde estuvo vinculado académicamente a la Universidad Nacional, entre 1995 y 1998, y a la Universidad de los Andes, entre 1982 y 1994. Fue columnista del diario El Tiempo y colaborador de diversas revistas. Tiene un PhD en relaciones internacionales de The Johns Hopkins University of Advanced International Studies. Autor de Hacia una nueva estrategia internacional: el desafío de Néstor Kirchner y Globalización, narcotráfico y violencia: siete ensayos sobre Colombia.

[15] Juan G. Tokatlian, Introducción, en: Colectivo de Autores, Cuba-EE.UU.: Dos Enfoques, (edición y compilación de Juan G. Tokatlian), CEREC, Argentina, 1984.

[16] Memorándum de Harry Shlaudeman a William Rogers, 27 de marzo de 1975, www.gwu.edu/~nsarchiv/ (Internet), (Traducción del ESTI)

[17]Directiva Presidencial/NSC-6, 15 de marzo de 1977, The Carter Administration. Policy toward Cuba: 1977-1981, (documentos desclasificados, Biblioteca del ISRI) (Traducción del ESTI) (Véase anexo 11)

[18] Esta era una agenda de negociación equívoca desde su génesis, pues se mezclaban los temas bilaterales y los multilaterales, entrando con estos últimos en terreno soberano de Cuba, específicamente en la política exterior de Cuba. Ello fue un ejemplo más de que EE.UU. nunca ha admitido que Cuba practique una política exterior independiente.

[19] Directiva Presidencial/NSC-6, 15 de marzo de 1977, The Carter Administration. Policy toward Cuba: 1977-1981, (documentos desclasificados, Biblioteca del ISRI) (Traducción del ESTI)

[20] Ibídem.

[21] Las figuras del ejecutivo partidarias del acercamiento condicionado a Cuba se vieron respaldadas por el cambio a su favor de la composición del Congreso, luego de las elecciones del órgano legislativo en 1978.

[22] El anuncio fue hecho luego de una visita de 3 días del más numeroso grupo de legisladores estadounidenses que había visitado Cuba desde 1959 (10 legisladores). Los legisladores encabezados por el demócrata por Wisconsin, Henry Reuss, se entrevistaron con Fidel Castro.

[23] Conversación del vicepresidente del Consejo de Estado de Cuba, Carlos Rafael Rodríguez ,con el secretario de Estado de los EE.UU., Alexander Haig, celebrada en México el 23 de noviembre de 1981, en: htpp//: wilsoncenter.org/topics/pubs/ACF195.pdf, (Internet).

[24] Entrevista realizada a Josefina Vidal Ferreiro, Directora de América del Norte del Ministerio de Relaciones Exteriores de Cuba, el 23 de abril de 2010.

[25] Véase Carlos Salinas de Gortari, “Una mediación desconocida: El diálogo entre los presidentes de Cuba y EE.UU.”, en: México. Un Paso Difícil a la Modernidad, Plaza & Janés Editores, S.A., Barcelona, 2000, pp. 247-263.

[26] Cuba había advertido por varias vías al gobierno de EE.UU. sobre estos vuelos que violaban el espacio aéreo cubano y sobre los riesgos y problemas que podía provocar. A pesar de todas las advertencias, la provocación se consumo y Cuba se vio obligada, ante el peligro a su seguridad nacional, a derribar las avionetas de la organización “Hermanos al Rescate “.

[27] Esteban Morales Domínguez, “Una hipótesis sobre la estrategia de Obama hacia Cuba”, Espacio Laical, 4/ 2009.

[28] Memorándum de Peter Tarnoff y Robert Pastor a Carter, 17 de junio de 1980, The Carter Administration. Policy toward Cuba: 1977-1981, (documentos desclasificados, Biblioteca del ISRI) (Traducción del ESTI).

[29] Entrevista realizada a Robert Pastor por Juan O. Tamayo, en: Posted on Sun, 25 de octubre de 2009

[30] Esteban Morales Domínguez, “Una hipótesis sobre la estrategia de Obama hacia Cuba”, Espacio Laical, 4/ 2009.

[31] Para ampliar véase Elier Ramírez Cañedo, “La Política de la administración Carter hacia Cuba (1977-1981), Tesis de Maestría, Facultad de Filosofía e Historia, 2008.

[32] Entrevista realizada a Carter por Peter Kornbluh y William M. Leogrande, 2004, citada en: “Talking with Castro”, en Cigar Aficionado, febrero de 2009.

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