Yahily Hernández Porto - Juventud Rebelde .- El aporte al esfuerzo recuperativo del país le ha permitido a la juventud aprender las artes del cultivo bajo techo y numerosas iniciativas para recuperar la producción agrícola. La salvación del frondoso maracuyá en la casa de la abuela de la joven Dayana Palma, fue gracias a la experiencia acumulada en el área de cultivo semitapado donde laboran ella y sus compañeros, del IPUEC Álvaro Barba, en el municipio de Nuevitas.

 

«El cordel que se coloca de extremo a extremo del techado, para que las plantas de pepino y tomate no crezcan arrastrándose por el piso, dañando sus frutos, lo he incorporado en mi patio, para proteger el maracuyá y los tomates de los canteros que parecían morir después de tanta agua que dejó Ike», explicó.

Esta estudiante conoce ya cómo impedir las plagas que acaban con las verduras, posturas y otros alimentos producidos en la Empresa de Cultivos Varios, Las Flores No. 1, de la localidad de Camalote.

Dayana no es la única que ha aprendido las artes del cultivo bajo techo. Todos sus compañeros del Preuniversitario se han incorporado a la producción agrícola en los suelos aledaños al centro de cultivo protegido y semiprotegido El Techado, desde que el devastador Ike tocó tierra agramontina el pasado septiembre.

«A pocos días de pasar el meteoro, la escuela reinició sus clases con la participación de los muchachos en la producción de los cultivos, labor que se había perdido hacía varios años», comentó Leonardo García Infante, el administrador.

Para Jicari García, joven de solo 16 años de edad, la tarea de la producción ha sido más que sembrar: «Aquí empezamos desde cero, el huracán no dejó nada. Tuvimos primero que coser los huecos de las mallas, seleccionar luego los tornillos y las tuercas que sirvieran, para finalmente restablecer, junto a los obreros de por aquí, las casas del tapado. Hoy ya hemos recogido varias cosechas y eso es lo más importante».

Son muchos los secretos del buen hacer que habitan debajo de estos techos, incluso al grupo de visitantes se le exigió lavarse las manos y el calzado en agua con formol, y se les prohibió recostarse en los tubos que sostienen los techados: «¡Cuidado con la grasa!», advirtió cuidadoso uno de los jóvenes, y explicó cómo esta era una trampa para los insectos detractores de cultivos. «Nadie debe apoyarse, porque pone en riesgo los sembrados», agregó Arnaldo Campanioni, quien ya le enseña a su padre cómo trabajar la tierra «con ciencia».

«Aquí hubo que restablecerlo todo», manifestó el Profesor General Integral Luis Pired, quien acompaña a sus discípulos, porque el ejemplo fomenta la virtud.

«Aquí hay producidos más de 5 000 pesos de alimentos, pero lo más importante es el aporte de los jóvenes en la reconstrucción y mantenimiento de las áreas de El Techado. Eso vale tanto o más que esos miles de pesos», valoró el administrador García.
Se corre una voz...

La historia se repite en el vecino IPUEC Manuel de Quesada, porque si El Techado de Flores No. 1 quedó devastado, los platanales de Flores No. 2, desaparecieron en pocas horas.

«Hasta los emblemáticos pinos de la entrada de la escuela fueron arrancados. Cuando cierro los ojos y recuerdo aquellos días el alma se me parte en dos», rememoran Mailyn Núñez y su compañera Leydi Guerra.

Según estas jóvenes ha sido duro recuperar los platanales. Han trabajado diariamente y sin descanso, pero comen plátano, y esto se debe a la consagración de todos los estudiantes y profesores de la escuela, que resembraron, trasplantaron y cuidaron durante ocho meses mata por mata.

«Tremendo alegrón el de las chicharritas en las mesas de nuestra escuela desde hace un mes», expresó contento Oscar García, quien de vez en cuando coge un diez, para poder seguir cargando luego sobre sus hombros los pesados racimos de plátano, en medio del sofocante calor.

«Se recuperó el 90 por ciento de la plantación. Preferimos levantar mata por mata y asegurarlas con estacas antes que picarlas. Así echamos pa’lante este campo de Flores No. 2, el mejor de toda la zona», afirmó Mayara Yera, quien junto a su grupo de amigas recordó divertida la algarabía y el corre corre que se armaba con los ciempiés y las ranas: «saltaban por todos lados, debido a las intensas aguas, durante casi un mes de trabajo».

Pero la tarea de Flores No. 2 aún no concluye, porque hace solo unas horas replantaron mil nuevas cepas que en poco más de ocho meses nos regalarán la gustada vianda.

«Los estudiantes aquí han recuperado la producción desde cero y hoy aportamos 30 quintales por semana, cifra que va en ascenso», informó Jorge Blanco, administrador de la escuela.

Es así como, en las Flores, germinan mucho más que flores.

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