José Tadeo Tápanes Zerquera Poeta e historiador cubano, residente en el País Vasco - Cubainformación.- Cuba es un país acostumbrado ya a los embates de esos fenómenos atmosféricos destructivos conocidos con el nombre de huracanes. Últimamente la naturaleza no ha sido especialmente benévola con la Isla y aún hoy sus habitantes trabajan para recuperarse de los daños sufridos, con la alegría y el espíritu de lucha que ya es una constante entre los habitantes de la mayor de las Antillas.  Texto publicado en Cubainformación en papel nº 9 - Primavera 2009.



En eso andaban cubanos y cubanas de un extremo a otro de la Isla cuando el pasado 12 de febrero un nuevo huracán tocó a las puertas de Cuba entrando por su capital, Ciudad de La Habana. Tuvo su ojo estacionario sobre el conjunto histórico arquitectónico conocido como parque Morro–Cabaña, y desde allí se dispuso a recorrer la Isla de un extremo a otro, como ya hiciera el año pasado alguno de aquellos huracanes de infausto recuerdo. Pero esta vez el pueblo no tuvo que atrincherarse en sus casas ni hacer acopio de víveres y demás enseres. Esta vez el pueblo salió a la calle a recibirlo con júbilo, alegría y expectación. Se trataba de un huracán benigno, un huracán de letras, de libros, de buena literatura que venía más bien a restañar el alma de una sociedad ávida de lectura, y de una sociedad que, sobre todo a lo largo de estos años de Revolución, ha sido capaz de crear hábitos de lectura en una gran masa poblacional.
 
Dijo José Martí en su día: “ser cultos es la única manera de ser libres”, y consciente de ello, el proceso revolucionario cubano tuvo siempre en sus miras la revolución también en la educación, y el motor de ese proceso no podía ser otro que una amplia y ambiciosa campaña de alfabetización que sirviera como punto de partida para abrir las mentes oprimidas de los seres humanos. Dijo Fidel aquel 9 de abril de 1961, durante su comparecencia televisiva “Universidad Popular de la Televisión”: “no puede haber Revolución sin educación” y dijo más, también aquella frase que luego se hiciera tan popular: “no- sotros no le decimos al pueblo: ¡cree! Le decimos: ¡lee!” A lo largo de estos años, el hábito de lectura de un pueblo en condiciones de hacerlo –gracias a la erradicación total del analfabetismo– se ha convertido en algo cotidiano y a destacar, y en una característica que aleja a Cuba de las limitaciones que para la lectura tienen tantos millones de analfabetos dispersos por medio mundo, casi todos en los países más pobres. El huracán literario que llegara a Cuba el pasado 12 de febrero pasado, no fue otro que la XVIII edición de la Feria Internacional del Libro de La Habana. Con la presencia del General de Ejército Raúl Castro, presidente de los Consejos de Estado y de Ministros de Cuba, y Michelle Bachelet, presidenta de Chile, país invitado de honor, comenzaron a soplar los vientos de la cultura sobre la pequeña nación caribeña. Y a tales vientos, tal fiesta para los amantes de las letras, los cuales se cuentan en Cuba por millones.
 
En esta edición de 2009 fueron homenajeados el historiador Jorge Ibarra y la poetisa Fina García Marruz, que compartieron la dedicatoria de la Feria junto a Chile, como país invitado de honor, y la Casa de las Américas en su cincuentenario. Un nutrido grupo de intelectuales chilenos visitaron la Isla para participar de las actividades a ellos dedicadas, y como parte de esta fiesta que hermanó culturalmente a ambos pueblos, la editorial Casa de las Américas reeditó muchos de los títulos más importantes de la literatura chilena. Homenajeados también por su cercanía a Cuba y su talentoso quehacer, los nombres de Violeta Parra y Víctor Jara estuvieron muy presentes en las diferentes actividades culturales enmarcadas en esta última edición de la feria. Más de seis millones de ejemplares fueron puestos a disposición del público en esta ocasión, entre los que sobresalieron los más de 15 títulos que integran la colección “50 aniversario de la Revolución”. Durante los 25 días que duró la fiesta cubana del libro, se vendieron alrededor de 2.600.000 ejemplares.
 
Las editoriales cubanas de todas las provincias estuvieron representadas allí con sus aportaciones y, como es ya tradicional, dicho evento fue llevado a otras 16 ciudades de la isla, en este caso, a todas las capitales provinciales, incluyendo la Isla de la Juventud, entre otras. Una semana antes de que comenzara a rodar la feria, ya los capitalinos pudieron encontrar 200 nuevos títulos a la venta en las 46 librerías de la ciudad. Además del complejo Morro–Cabaña, pudieron acceder a la compra de libros en otros espacios habilitados para estos fines, como el Pabellón Cuba, en el mismo corazón del Vedado, y en la Feria Agropecuaria de Rancho Boyeros. La XVIII edición de la Feria del Libro de la Habana no sólo fue el marco ideal para acercar a cubanos y cubanas a las últimas novedades editoriales locales como del extranjero, sino que también sirvió como marco ideal para el encuentro de intelectuales nacionales y foráneos, para su encuentro con el público, para la interacción necesaria entre editores y críticos literarios y, en fin, para darle un nuevo impulso al panorama literario cubano y a la cultura cubana en general, pues no hay duda de que dicha feria es uno de los eventos culturales más relevantes que tienen lugar en nuestro país. Valdría la pena destacar nuestra sorpresa ante el escaso impacto en la prensa occidental y en los medios de comunicación occidentales en general, de un acontecimiento cultural de tanta magnitud e impacto, no sólo para el universo cultural y literario de la nación cubana, sino para la literatura latinoamericana y por qué no, también para la literatura mundial, pues hoy el mundo está más interconectado que nunca.
 
Ciertos medios informativos pusieron más su atención en esa otra especie de “feria underground”, que también tuvo lugar por esos días y que pretendía mostrar la otra cara de la moneda literaria en la isla. No hay duda de que ciertos periodistas, en el ejercicio de eso que en occidente llamamos la libertad periodística, fueron a La Habana, más que con la intención de informar sobre lo que allí estaba pasando, de mostrar aquello que interesaba mostrar a esos que les pagan. No estoy diciendo que me parezca mal que esos intelectuales cubanos que se sienten al margen del panorama literario oficial se creen un espacio propio para difundir sus obras, las que, seguramente por sus posturas políticas, sin entrar a valorar la calidad literaria de las mismas, no han sido aceptadas por los consejos editoriales de las diferentes casas editoras. Esta es una realidad que no podemos negar, del mismo modo que es una realidad que salpica a todas las casas editoriales en todo el mundo. Sin embargo, nos parece excesivo y una muestra más de la manipulación que los medios occidentales hacen de la realidad cubana, el silencio que en muchos casos recibió la feria. Silencios injustificados como éste son los que ayudan a fomentar ideas falsas como que los cubanos no tienen acceso a la literatura mundial. Por suerte, la Feria Internacional del Libro de La Habana viene a contarnos una realidad bien distinta.
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