Julieta García Ríos - Juventud Rebelde .- Tienen el rostro curtido por el sol estos tres hombres. Ninguno ha alcanzado la tercera década de vida, pero ya conocen de la rudeza del trabajo agrícola y de la paz que la naturaleza brinda.

 

Ellos viven la dicha de trabajar junto a sus progenitores. Uno de los jóvenes se esfuerza en cuidar los animales; otro aprende los secretos para que la tierra dé mejores frutos. El tercero hace hasta lo imposible frente al torno para reparar o inventar las más disímiles piezas y accesorios. Su meta es que la Cooperativa de Producción Agropecuaria Amistad Cuba México no pare.

En las rojas tierras del municipio habanero de Alquízar se encuentra esta CPA, una de las más eficientes de la provincia y cuyos productos son comercializados en la capital.

Luego del paso de los huracanes Ike y Gustav —en septiembre de 2008— los cooperativistas intensificaron sus labores. Desde noviembre del pasado año hasta el mes de mayo de 2009 los socios de la CPA produjeron 96 403 quintales de viandas, granos, hortalizas y frutas. Unos 9 410 quintales más de papa, malanga, boniato, frijoles, frutabomba... que en igual etapa precedente.

Esas cifras no hubieran sido posibles si entre los campos y otros espacios no se moviera el entusiasmo de estos muchachos que no pierden su encanto juvenil pese a la rudeza de su labor: llevan relojes pulsera, camisetas deportivas, combinados con pantalones y botas de trabajo.

Orgullo campesino

Con sus 20 años de edad, Osmal Capote Collazo no tiene vergüenza de ser campesino, tampoco sus compañeros, y sienten orgullo de que en tiempos difíciles su sudor alimente la revitalización del país.

Califica su trabajo de bonito. «Me gustan los animales. Desde niño disfrutaba leer los libros de veterinaria de mi papá», cuenta. Por esta razón se hizo técnico medio en la especialidad, y luego de cumplir el servicio social fue a trabajar junto a su padre en el área pecuaria de la cooperativa. De su padre aprendió a ser honesto, los secretos de la profesión y el sentido del compromiso con las urgencias de su país.

Yeiny Richard Pérez Polierl tiene 26 años y es técnico medio en agronomía. «Mi abuelo es fundador. Mi mamá es económica y mi papá jefe de taller. Yo soy operador».

Su jornada comienza a las seis y treinta de la mañana cuando le echa combustible a su tractor. Su trabajo es más complejo de lo que aparenta, es más que conducir. Un mal manejo puede destruir los cultivos: «Lo mío es saber cultivar la tierra. Me toca prepararla. Pasar grada, luego el tile que remueve el fondo del surco y alivia el trabajo del hombre que desyerbará. Después se emplea el apulcador que recompone el surco. También el operario se encarga de fertilizar la tierra», explica.

Toda esa labor se multiplicó en los meses recientes, en que los días de este joven comenzaban más temprano y terminaban mucho más tarde.

Hoy el tractor de Yeiny está en el taller. Juan Alberto Collazo, el tornero más joven de la cooperativa, rehace el buje que echará a andar la maquinaria, para que nada se detenga en esta etapa en la que la agricultura cubana requiere más esfuerzos. Su padre también es cooperativista.

Juan Alberto tiene 27 años. Se graduó de técnico medio en tornería y desde que trabaja aquí no para de innovar. Una de las mayores afectaciones que llegan al taller son los ejes de carga, y los tornillos se carían muchísimo. Hay algunos que escasean o son muy costosos en el mercado. Entonces «con una tira de cabilla hacemos cientos y así resolvemos. La primera manguera hidráulica que reparé me llevó tiempo, pero como ahora tengo más experiencia el trabajo sale más rápido», narra.

A su entusiasmo se suma que reciben más de 650 pesos como salario básico —anticipo como suelen llamarlo. Una vez al año les pagan vinculación, que oscila entre los 8 000 y 9 000 pesos, y también las utilidades que pueden llegar hasta 4 000 pesos.

Cuentan además con buenas condiciones de trabajo, agua fría en el campo, almuerzo bien elaborado y balanceado, servicio de barbería en la cooperativa y venta de ropa de trabajo.

Indago el porqué estos muchachos prefieren trabajar en la agricultura, bajo el sol, la intemperie y el esfuerzo.

Es sencillo. A ellos les gusta su trabajo. Les viene por tradición familiar. Les agrada la tranquilidad del campo y del «bolsillo», pues cada uno «vive» con el sudor de su trabajo.

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