Leopoldo Luis - El Caimán Barbudo.- Ya se sabe —se ha hecho público con anterioridad el dato— que el número inaugural de El Caimán Barbudo vio la luz en el mes de marzo de 1966, con lo que, en puridad, la revista ha cumplido ya los 45 en marzo del presente año.


La celebración, sin embargo, la edición dedicada al Aniversario —atemperada a la frecuencia bimestral con que se publica El Caimán impreso— corresponde a la No. 364, recién llegada de imprenta y presentada a los lectores el pasado 30 de junio en el Patio de las Yagrumas, que fraternalmente comparten el Centro Cultural Pablo de la Torriente y la Casa de la Poesía de la Oficina del Historiador de la Ciudad.

Claro que El Caimán digital (a salvo de la prisión que representan el papel y la tinta) puede darse el lujo de sortear desde la Gran Red el esquematismo de los Aniversarios y publicar —fuera del tiempo y el espacio— al margen de los actos y las presentaciones. Solo que en esta ocasión, la circunstancia de ceñirnos de la manera más estricta a lo acontecido el pasado jueves —más que un deber— constituye un goce.

Las solemnidades primero: Víctor Casaus, director del Centro Pablo, fundador y poeta firmante del manifiesto Nos Pronunciamos, asumió la responsabilidad de brindar a los asistentes un paneo por el más reciente Caimán (al tiempo que la revista se vendía a escasos metros), deteniéndose de manera muy breve en la mayoría de los textos que componen el número —elogiando algunos, a otros no tanto, como debe ocurrir con una revista que a fin de cuentas pretende ser ecuménica— y, lo más importante, sin dejar de referirse a esa cierta noción de continuidad que se respira en El Caimán actual con respecto a sus iniciadores.

Fernando Rojas, Viceministro de Cultura, hizo también suyo el micrófono para reconocer a El Caimán su carácter de publicación viva, suerte de espejo en el que otras publicaciones se han mirado y se miran (que no puede, en mi opinión, atribuirse mérito mayor a una revista cuya próxima meta consistirá en arribar nada menos que al medio siglo de presencia en la cultura de Cuba).

Por último, Diana Lío, Subdirectora Editorial, hizo entrega a nombre de la Casa Editora Abril (bajo cuyo sello se publica El Caimán) de una réplica del histórico Nos Pronunciamos, que, en representación de las varias generaciones de caimaneros —aquí incluyo no solo a los físicamente presentes sino a los que no estuvieron y estuvieron, no obstante, en el espíritu de la tarde— recibió Fidel Díaz Castro (Fidelito para todos), a cargo del timón de la nave que conduce con buen rumbo al saurio barbado en el bregar de los últimos años.

Hasta aquí el recuento solemne de lo sucedido. El resto fue jolgorio poético y trovadoresco, abrazos, manos amigas —un trago o dos— y el compromiso personal de cada uno de los implicados en El Caimán de hoy, para que nunca deje de ser lo que quisieron que fuera sus fundadores y lo que hicieron que fuera las varias decenas de periodistas, escritores y artistas cubanos que han dejado su impronta en una revista que, en palabras de Bladimir Zamora, más que una revista es una institución cultural de esta Isla.

A Manuel López Oliva —uno de los pintores vinculados a El Caimán desde que apenas le brotaba la barba (tanto a uno como a otro)— se debió la encomiable idea de pintar un lienzo alegórico al Aniversario, en el que participaron junto al artista otros no menos importantes creadores como Isabel Gimeno, Eduardo Abela, Javier Guerra, Amilkar Feria, José Luis Fariñas y Joseph Ross, que a lo largo de etapas diferentes han contribuido al enriquecimiento visual de El Caimán (de cuya fisonomía actual se ocupa la insustituible Helen In The Sky, nuestra diseñadora estrella).

En la tarde del miércoles 29 comenzó la preparación del terreno para la pintura del lienzo, trasladado en hombros de Escael y Grillo hasta el patio de la Casa de la Poesía, donde a otro de los miembros de la familia caimanera —Racso, poeta y promotor de la Casa— correspondió la tarea (inmensa, por cierto) de garantizar los pormenores pequeños (no tan pequeños, por cierto, y llegado este punto estoy pensando en el inolvidable café con leche mañanero que degustamos entre una dosis y otra de arte).

En manos de poetas y de trovadores se quedó la tarde. Alpidio Alonso, Racso Morejón, Julio Mitjans, Bladimir Zamora y Víctor Casaus (entre otros) leyeron sus poemas, más o menos recientes. Heidi Igualada, Lisando Bienes, Pedro Beritán, Raúl Marchena, Diego Cano, Samuel Águila, Ihosvany Bernal, Fidel Díaz y el dúo Voces del Caney (entre otros) derramaron sus canciones, también más o menos recientes. La fina llovizna que por momentos se hizo lluvia y el calor intenso no lograron arrancar a la gente de sus asientos (este redactor incluido, que en tanto ni pintor, ni trovador ni poeta, no tuvo otra alternativa que permanecer entre los espectadores).

Mención especial —¿cómo pasarlo por alto?— al momento protagonizado por Iván Gerardo Campanioni, fundador de El Caimán Barbudo, cuya firma (junto a la de otros nueve poetas cubanos, muy jóvenes entonces) contribuyó a lanzar un sueño de difícil tránsito, pero que lucha aún por abrirse paso en el intrincado laberinto de la espiritualidad humana, a la vez oscuro y preñado de luz.

Las sombras que una vez acecharon el camino de este hombre hacia la poesía languidecen hoy frente a la claridad del tiempo: La criatura (su primer libro de poemas, publicado más de treinta y cinco años después de la fundación de El Caimán) reúne los textos de aquella época y los de esta, en prueba definitiva (y definitoria) de que al final el arte, el verdadero, triunfa.

Cuarenta y cinco años de cultura (cubana, latinoamericana, humana en total) se quedan para siempre en las páginas de El Caimán Barbudo. Algunas de esas páginas han envejecido; las más recientes lo harán también. Lo que no puede envejecer —y menos morir— es el aliento que en su día insuflaron, el que continuarán insuflando, por el bien de la cultura cubana.

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